Cuándo surgió el habla
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¡GUA!, EL INSOSPECHADO ORIGEN DEL LENGUAJE

Alfonso Klauer

 

 

 

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¿Cuándo surgió el habla?

Asumimos como certero el dato que nos proporcionan los especialistas en torno a la capacidad de hablar del Homo antecessor de Atapuerca, de casi 800 mil años de antigüedad. «…podían mantener una conversación básica», se nos ha dicho.

Pero, según presumimos, antes de alcanzar a tener una conversación básica, otras especies entre los primeros seres parlantes solo pudieron pronunciar unas cuantas voces. Antes que eso otras quizá solo pues /ua/. Y antes otras solo pudieron comunicarse con gestos, en una conversación donde a duras penas algunos conceptos podían ser expresados con claridad absoluta: sí – no, grande – pequeño, cerca – lejos, etc.

¿Cuándo pues algunas de las especies de homínidos dejaron atrás la comunicación gestual y lograron tener comunicación con sonidos articulados y significación mutuamente compartida, aunque solo fuera de muy pocas voces? El Gráfico Nº 82 puede ayudarnos a abordar el problema. En él planteamos la hipotética curva de crecimiento de la población mundial, que reflejaría lo que a ese respecto ha venido ocurriendo en el último millón de años, tanto para la población H. sapiens Gráfico Nº 82  229 como para la especie de la cual derivó (que aún la ciencia no alcanza a determinar con precisión).

Hemos tomado como base la curva de población mundial y tasas de crecimiento que ofrece Roger Lewin en Evolución Humana 349 (línea magenta intenso). Con diferentes tasas de crecimiento para los distintos períodos de la historia humana, él asume para el Paleolítico una tasa de crecimiento poblacional anual de 0,0015%. Pero para ese período no grafica sino lo que se habría dado desde 20 mil años atrás hasta inicios de la Revolución Agrícola, en torno a 10 mil años atrás, en que la población habría alcanzado a ser algo más de 6 millones de individuos (porción casi horizontal de la línea magenta intensa en el Gráfico Nº 82). Y, a través de una línea punteada (que no es la línea roja de nuestro gráfico, pero sí muy parecida), insinúa que el muy largo período anterior habría tenido una tendencia similar.

Pero resulta imposible trabajar estrictamente con los datos que ofrece Lewin, pues nos encontramos con inconsistencias flagrantes. En efecto, si como postula Ballester, la "tribu de Eva", a la que, para efecto de estos cálculos consideraremos de una antigüedad de 200 mil años, habría consistido en un pequeño grupo constituido por 1 500 individuos 350, con las tasas de crecimiento que postula Lewin, la población mundial habría llegado al siglo XX con apenas algo más de 22 millones, y no con los casi 6 000 millones que a todos nos consta.

Lewin, que no se retrotrae pues a 200 mil años atrás, no propone cifra alguna para ese período. Sin embargo. según nuestros cálculos, y corrigiendo ligeramente las tasas que propone Lewin, la única forma de que en el siglo XX llegáramos a dicha y por todos conocida cantidad de habitantes, resulta partiendo de 425 mil habitantes (línea roja punteada).

Habría sido pues bastante más grande de lo que propone Ballester la "tribu de Eva" que desde el noreste de África terminó esparciendo por el mundo el ADN humano.

Por lo demás, si como se nos propone, el población H. sapiens sapiens partió de apenas 1 500 individuos, para alcanzar la población que Lewin postula para inicios del Neolítico, debió tener entonces una curva de crecimiento de pendiente extraordinariamente pronunciada como la que hemos representado en color magenta pálido. Es decir, de haber ocurrido así las cosas, en el Paleolítico, alimentados de recolección y caza, los humanos habrían tenido una tasa de crecimiento poblacional muchísimo mayor que en el Neolítico, cuando empezó a alimentarse de la producción agrícola. Ello a todas luces resulta impensable.

Es más razonable suponer, como en general asume la mayoría de quienes han trabajado el tema, que fue en el Neolítico, a partir de la agricultura, que la tasa de crecimiento se incrementó sensiblemente.

Albert J. Ammerman y Luigi Luca Cavalli – Sforza, de la Universidad de Stanford, señalan por ejemplo que la agricultura habría aumentado la densidad demográfica 50 veces más que las anteriores economías de caza y recolección eventual 351. Así en el Gráfico Nº 82 asumimos que la tasa de crecimiento humana fue mayor que la de la especie homínida de la cual derivó (de allí que la línea roja punteada tiene una ligera mayor pendiente que la azul).

Gráfico Nº 83 230 Alfonso Klauer Por otro lado, afirmar que la especie humana se desarrolló a partir de un pequeño y geográficamente focalizado grupo de solo 1 500 individuos en el noreste de África, no solo obliga a resolver la cuestión recién planteada de cómo explicar entonces que su tasa de crecimiento poblacional habría sido tan extraordinariamente alta. Sino explicar por qué solo en algunos individuos de la especie predecesora se concretó el salto genético.

Ya que no hubo la manipulación genética que hoy es capaz de realizar la ciencia en individuos aislados, parece razonable asumir las siguientes dos hipótesis: a) cualitativa: que, afectadas por las mismas condiciones climáticas, en contextos ecológicos muy similares, con una base genética común, al mismo tiempo miles y miles de madres de la especie predecesora; b) cuantitativa: trajeron al mundo simultáneamente a otros tantos individuos de la nueva especie.

Recogiendo estas hipótesis es que hemos planteado en el gráfico (línea roja punteada), que la población humana partió de más de 400 mil individuos y no solo pues de 1 500. Sin embargo, la comprobación de estas hipótesis pasará por encontrar juntos, en diversos espacios de África, tanto fósiles humanos como de la especie predecesora, como parece haber ocurrido en Atapuerca.

Traigamos ahora en nuestra ayuda los cálculos que hemos realizado sobre la evolución cuantitativa de la toponimia mundial.

Parece razonable asumir como premisa que entre la curva de crecimiento de la población (azul – rojo – magenta) y la de crecimiento del número de topónimos (verde), hay un alto grado de correspondencia.

Aunque obviamente no una identidad matemática (que se expresaría en curvas de idéntico desarrollo), puesto que la población crece más que el número de centros poblados, que cada vez tienen más habitantes. Dicha correspondencia se hace todavía más evidente cuando ambos conjuntos de datos se representan también en una curva logarítmica como la que esta vez presentamos en el Gráfico Nº 84, donde en las cantidades, representadas en el eje de las ordenadas, las variaciones resultan casi imperceptibles.

Lewin reconoce que desde hace 1,5 millones de años hay indicios de grupos sociales de Homo habilis conformados por hasta 25 Gráfico Nº 84  231 individuos. Asumiendo esta cifra, y la de Ballester (1 500 individuos), la "tribu de Eva" habría estado pues compuesta por un conjunto de por lo menos 60 grupos esparcidos en un territorio más o menos amplio.

A partir de este último dato, que asumiremos semejante al número de topónimos, y usando para proyectar el número de topónimos la curva de crecimiento de la población propuesta por Lewin, habríamos llegado al siglo XVIII con aproximadamente 60 000 topónimos mayores, que dista muchísimo de la cifra de casi 1 000 000 que resulta más verosímil, tanto en relación con la amplia base de datos que proporciona el atlas de Encarta (2 040 000 nombres aprox.), como con una población de algo más de 900 millones de habitantes a esa fecha.

Partiendo en cambio de una población de 425 mil habitantes (línea roja punteada), o su equivalente de aproximadamente 17 000 grupos (y un número semejante de topónimos, línea verde sólida), se llega a su vez a cifras de población y topónimos más consistentes con las del siglo XVIII.

Es decir, hace 200 mil años ya habrían quedado establecidos tanto como 17 mil topónimos. Esa cifra pudo quedar definida de dos maneras: a) Las primeras generaciones de H. sapiens sapiens, tras suceder a una especie muda, definieron esa cantidad de nombres para los territorios donde cada uno hacía recolección – caza. O, b) asumieron los nombres que heredaron de los grupos donde nacieron.

Gráfico Nº 85 La segunda alternativa es plausible teniendo en cuenta lo siguiente.

Como se muestra en el Gráfico Nº 85, el Homo habilis compartió la vida con otras especies de homínidos, entre ellos el H. erectus.

Y éste a su vez compartió la vida con el H. rudolfensis, el H. antecessor y el H. heidelbergensis. Como en esos casos, hoy la ciencia no tiene dudas de que los primeros H. sapiens sapiens (la "tribu de Eva"), compartieron el mundo, durante miles de años, con los que a la postre habrían de ser los últimos H. erectus y H. neandertalensis.

Así, hace 200 mil años, la población homínida no estaba pues constituida solo por los componentes de la "tribu de Eva". Sino también por individuos de otras especies que, como en el caso del H. erectus, 232 Alfonso Klauer venían reproduciéndose desde más de 1,5 millones de años atrás, y que ocupaban tanto África, como Asia y Europa.

En ese contexto, y coherentemente con la hipótesis que estamos asumiendo, cuando como resultado de una mutación genética el H. sapiens sapiens apareció en el planeta, ya estaban "bautizados" miles de espacios del globo.

Los descubrimientos de Atapuerca, en el norte de España, no solo son importantes por la probada antigüedad de sus más remotos habitantes: como mínimo 800 mil años. Sino por el hecho también probado de que el sitio fue ininterrumpidamente ocupado, por distintas especies, incluyendo el Homo sapiens sapiens, hasta hace por lo menos 130 mil años.

En la curva de población que hemos estimado, para 800 mil años atrás el planeta apenas habría tenido una población homínida de algo más de 50 mil individuos, o si se prefiere de no más de 2 mil grupos, tribus o clanes que, por lo demás, estaban distribuidos en prácticamente toda el África y un espectro muy amplio de Asia. Probabilísticamente es muy baja la posibilidad de que, entre apenas 2 mil grupos, uno llegara, al azar, a Atapuerca. Solo con este razonamiento nuestra curva, por lo menos para ese remoto período, resulta entonces conservadora.

No obstante, mantengámosla.

Pues bien, si la hipótesis de la "Eva mitocondrial" (origen africano único de la especie humana), es correcta, los H. sapiens sapiens que, tras cruzar Gibraltar, llegaron a Atapuerca, muy probablemente pues no llegaron allí al azar. Sino siguiendo los rastros, y quizá hasta la información que les proporcionaron los H. habilis, H. ergaster e incluso los Neandertales con los que se encontraban. Estos últimos compartieron la vida con el H. sapiens sapiens, tanto en Europa como Medio Oriente, durante por lo menos 50 mil años 352. De allí que puede presumirse que el H. sapiens sapiens usara para ubicarse y orientarse los topónimos que aquéllos habían impuesto en su larga ocupación del territorio.

Durante mucho tiempo, siguiendo a Liberman, Krelin y otros antropólogos, se tenía entendido que los neandertales estaban limitados dentro de sus posibilidades de hablar. Se creía que solo podían pronunciar algunas voces. Pero –afirma Baruch Arensburg– los descubrimientos de la Cueva de Kebara, en Israel, permitieron estudiar mejor el aparato fonador de los Neandertales, y concluir que no había motivo alguno para decir que los individuos de esa especie estuviesen limitados en su capacidad de hablar 353.

Por su parte, los estudios de un cráneo pre–neandertal de 300 mil años, encontrado en Atapuerca, muestran rasgos que permiten pensar que podía hablar. «…avalan la hipótesis de una evolución gradual de la capacidad para el lenguaje durante el proceso de hominización», dicen a ese respecto Laureano Castro y Miguel A. Toro 354. Mas estos mismos autores, aunque limitando su conclusión para el Homo ergaster en adelante, precisan: «El conjunto de informaciones que podía adquirir cualquier homínido era muy amplio comprendiendo información sobre  233 lugares, objetos, animales, individuos y acciones a las que ha tenido que hacer frente el individuo a lo largo de su vida».

En todo caso, estudios cuidadosos y detallados del aparato fonador y de la capacidad del cerebro del hombre primitivo han convencido a muchos científicos de que, hace 300 mil o 200 mil años, el Homo erectus había llegado a un estado en su desarrollo en donde debía de ser capaz de realizar los complicados ejercicios mentales que requiere el lenguaje 355.

Pensando en el H. erectus y sus coetáneos, que aparecieron sobre la Tierra hace un millón de años, Lewin razona a su vez que la vida de aquéllos fue haciéndose cada vez más compleja. En correspondencia con ella, dice él: «sería sorprendente que (...) no hubiera [desarrollado] un lenguaje hablado» de complejidad equivalente a la de sus actividades y logros» 356.

Según Glynn Isaac, en la realización de sus actividades el H. erectus puso en práctica, entre otras, la innovación de la división del trabajo. Así, mientras las hembras y los niños recogían alimentos vegetales, por ejemplo, los hombres cazaban y recogían carroña de animales grandes. Unos y otros trasladaban guijarros para confeccionar utensilios y compartían en su estacional campamento el alimento. En los yacimientos de Koobi Fora, en Kenia, y la Garganta de Olduvai, en Tanzania, hay evidencias que permiten deducir todo ello 357. Resulta inimaginable una organización eficiente como ésa sin que se hubiese apelado a un lenguaje, aunque fuera incipiente.

Retrotrayéndose aún más, el lingüista español Enrique Bernárdez sostiene que «el lenguaje va surgiendo paulatinamente en un larguísimo proceso que empieza en los primeros homínidos del género homo (hace 2,5 millones de años)…» 358. Y algunos científicos piensan que ya los primeros australopitecinos tenían cierta habilidad para comprender y utilizar símbolos 359, esto es, para una comunicación aunque fuese elemental.

Antes de 2,5 millones de años ya África había sufrido los efectos de drásticas glaciaciones que desertificaron el Sahara y extendieron el territorio de las estepas. Fue en esas condiciones de sensible disminución del alimento arbóreo que los primeros homínidos complementaron la dieta vegetal con carne de animales. Se volvieron carnívoros.

No solo de los animales que encontraban muertos. Sino también de los que, desafiando y ahuyentando a las fieras, arrebataban a éstas. Pero quizá la mayor dotación era obtenida en las actividades de caza en las que necesariamente intervenían varios o todos los adultos del grupo.

El bipedismo de los Australopitecus, comprobado para tanto como 3,75 millones de años atrás, en Laetoli, Tanzania, había liberado la boca. Dejaron pues de utilizarla para, sujetando con ella las ramas de los árboles, movilizarse dentro del bosque. Quedó entonces libre y para un uso más eficiente: el habla y, posteriormente, el lenguaje.

Como bien explican Hoffmann y Díaz Serrano, la caza de animales exigía coordinación. Las manos estaban ocupadas con objetos, fundamentalmente palos y piedras para agredir y para defenderse. A234 Alfonso Klauer quellos homínidos por tanto, por lo menos en esas circunstancias, no podían hacer señales, o muy pocas. La vista, por lo demás, estaba ocupada en atender la situación. Que no era pues una de escasa importancia sino una que garantizaba la supervivencia. Todo ello favoreció el desarrollo de la comunicación vocal–auditiva, para coordinar acciones sin interrumpir la tarea. Así nació el pre–lenguaje 360. Carlos González – Espresati, por su parte, lo dice en los siguientes términos: en la sabana africana «para cazar y no ser cazado era necesario comunicarse por medio del susurro» 361.

Pues bien, las cifras y referencias presentadas hacen coherente la hipótesis de que antes que el H. sapiens sapiens otros homínidos habrían no solo hablado sino definido miles de topónimos que aquel asumió.

Lewin cree que «es improbable que la evolución humana, por insólita que haya sido, haya despojado a su producto, Homo sapiens sapiens de todos los comportamientos dirigidos genéticamente» 362.

Otro tanto hay pues lugar a pensar de las especies anteriores.

Así, cada vez asoma con más verosimilitud entonces la hipótesis de que, los primeros homínidos, los más remotos Australopitecus, cuyos restos han sido encontrados desde Etiopía hasta Sudáfrica, habrían sido aquellos que, si no accedieron a un protolenguaje mínimo, habrían sido capaces de emitir un solo sonido, genéticamente condicionado, como el del resto de los seres que con ellos habitaron África.

El suyo habría sido pues, según postulamos: /ua/.

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