Topoguanimia polaca
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¡GUA!, EL INSOSPECHADO ORIGEN DEL LENGUAJE

Alfonso Klauer

 

 

 

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Topoguanimia polaca

Polonia, que sorprende con la cantidad de sus topoguánimos, nos presenta nombres como Barwald, Bukwald y Rywald, de clara influencia germana siendo que wald = selva, en alemán. Y, claro está, nombres como Grochowa, Druzykowa y los reguánimos Kowalowa y Warszawa.

Esta última es precisamente la capital del país, que la convierte en la única y la más importante del mundo con esa característica.

Pero más significativo es que, según la mitología polaca, y de Varsovia en particular, el nombre Warszawa derivaría de Wars y Sawa, nombres de un pescador y de una sirena, respectivamente.

Pero también hay en Polonia nombres como Murowana (= wana) y Murowanka (= wanka), Krawara (= wara), Nawarzyce y Scinawa (= nawa), Niwa (= niwa), Olawa (= lawa), Rawa y Morawa (= rawa), y Sawa (= sawa), es decir, topoguánimos que contienen aquellas mismas raíces que tantas veces hemos visto en América, Asia y Oceanía.

En Polonia, además de la influencia de lenguas próximas a su territorio, como el germano y otras, han intervenido en la formación de sus topónimos no solo el polaco sino también el cachubo, pertenecientes ambas a la rama eslava occidental de las lenguas indoeuropeas.

Pero dentro del propio polaco se distinguen dialectos como el polaco menor, silesio, masovio y gran polaco o polaco mayor.

Gráfico Nº 30 – Warszawa   ¿Cómo explicar un fenómeno que, en el contexto de Europa, resulta a todas luces extraordinario, inusual? ¿Quizá también porque, por la vecindad con Alemania, recibió igualmente a miles de los hunos que se quedaron afincados en Europa tras la debacle de Roma? De haber sido así, la fisonomía toponímica resulta entonces previsible.

Varios cientos de miles de hombres y mujeres necesariamente debieron dejar el sello de un idioma tan distinto a los del centro del Viejo Mundo.

Dicho sea de paso, y a propósito de los hunos, salvo que siga esparciéndose el yerro del que muchísimos fuimos víctimas, hasta hace muy poco tiempo se enseñaba a los niños que ese pueblo "bárbaro", de origen mongol, había llegado a Europa desde el lejano centro de Asia 66. Hoy en cambio se les instruye con que tan solo procedieron desde las estepas al norte del mar Caspio 67, es decir, de la periferia más próxima a Europa. No obstante, es bien cierto que sus remotos orígenes fueron efectivamente mongoles.

Pero, de igual modo, su idioma era muy distinto y sin duda largamente más primitivo que el de sus forzados anfitriones europeos, en general, y romanos, en particular. También por ello fueron llamados "bárbaros". Pues bien, aquellos que por miles se habrían quedado para siempre en Europa, habrían entonces dejado una profunda y reconocible huella lingüística. ¿Es pues el caso de Alemania y Polonia? Quizá lo sea. Porque en el caso específico de esta última, difícilmente puede atribuirse esa marca, esa llamativa impronta, a la efímera invasión mongola que sufrió Polonia entre 1240 y 1241 de nuestra era, esto es, después que, desde el siglo X, Polonia había empezado a figurar en la historia europea. ¿Qué atrajo a esos siempre "bárbaros" a recorrer una gran distancia para una efímera visita de médico a Polonia y solo Polonia? Resalta adicionalmente en Polonia que 209 topónimos se inicien con la palabra "nowa" (= nueva). Pero no nos sorprende tanto la existencia de muchas ciudades "nuevas", que bien han podido ser, por ejemplo, el resultado del particular modelo de socialismo que impuso el stalinismo desde Rusia. Puede ser. Más nos sorprende en cambio que la voz polaca "nowa" nos resulte tan emparentada con sus equivalentes "neu", en alemán, "nový", en checo, y "novus", en latín. Quizá un especialista diga que ¡es obvio!, cómo no darse cuenta que es precisamente el resultado de la influencia de esta última lengua.

El asunto sin embargo no es tan obvio ni tan simple. Porque, a diferencia de España o Francia, nunca durante la hegemonía romana Alemania, ni Polonia, ni el territorio de lo que hoy es la República Checa estuvieron sometidas a ella. Es más, siempre estuvieron muy lejos tanto de Roma como de Constantinopla. E igualmente lejos de los caminos por donde sistemáticamente trajinaban los ejércitos, piquetes de esclavos y caravanas de comerciantes que circulaban entre una y otra metrópoli.

En cambio, basta mirar un mapa de Europa para tener conciencia de que Hungría siempre estuvo más cerca de las dos grandes capitales del imperio que cualquiera de los otros territorios antes citados. Y más próxima a los trajinados caminos entre ambas grandes ciudades.

Es decir, siempre fue más susceptible de recibir la influencia romana durante el imperio, y la del latín tras la debacle de Roma y la centenaria supervivencia de Constantinopla. Sin embargo, en húngaro "nueva" es "új", que nada tiene que ver con el "novus" latino.

Turquía, por su parte, no solo fue parte del imperio romano. Sino sede de Constantinopla. Es decir, el centro desde donde se esparcía la cultura y lengua romana a todos los pueblos del Asia Menor, Turquía por cierto incluida. No obstante, en turco "nueva" es "yeni", que está tan lejos de "novus" como "új".

En definitiva, los "nueva" que deberían estar más cerca de "novus" son los más distantes. Y los que deberían estar más lejos, son los más próximos. Todo al revés de lo que sugeriría la lógica más elemental.

Posiblemente, pues, y una vez más, no ha sido –como se sigue creyendo–, la influencia del latín la que modeló "nueva", "nowa", "neu", "nový", ni la versión francesa "nouveau". Probablemente "novus" y todas ellas sean por igual descendientes de otra que fue su predecesora común.

Y, como se verá más adelante, "nueva" bien podría ser incluso la más antigua de todas. No tendría porqué extrañarnos. Al fin y al caboestá probado que, procediendo desde África, los antecesores del hombre llegaron antes a España que a cualquier otro punto de Europa.

En otro orden de cosas, por excepción, hemos realizado para el caso de Polonia la comparación de sus 1 853 topoguánimos con la lista de 167 antropoguánimos antes citada. Como resultado llama la atención que, mientras la mayoría de los topónimos contienen construcciones silábicas muy simples: una consonante – una vocal; la mayoría de los antropónimos, por el contrario, tiene construcciones silábicas complejas: varias consonantes – una vocal.

Aunque sea un caso extremo, la comparación entre el topónimo "Mu-ro-wa-na" y el antropónimo "Przy-by-szew-ski" pretende dejar en claro esa idea. Que a su vez reafirma la más antigua data de los topónimos que de los antropónimos, que nadie discute.

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