¡Gua!, el insospechado origen del lenguaje Síntesis introductoria
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¡GUA!, EL INSOSPECHADO ORIGEN DEL LENGUAJE

Alfonso Klauer

 

 

 

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Síntesis introductoria

/Ua/ habría sido la primera palabra que se pronunció sobre la faz de la Tierra. Deliberada y voluntariamente la habrían emitido ya los homínidos predecesores del hombre hace tanto como 2 millones de años.

Tan extraordinario privilegio habría correspondido a los Homo habilis, Homo ergaster y Homo erectus. O cuando menos a los dos últimos y más recientes.

En el período anterior, durante muchísimo tiempo, quizá desde la aparición misma del Australopitecus, hace 4 millones de años, fue el sonido natural, genéticamente condicionado e involuntario de los primeros homínidos, equivalente a los sonidos instintivos que emitían las otras especies del extenso bosque africano.

Como sugieren muchas investigaciones científicas, que relacionan los grandes cambios climáticos con las mutaciones genéticas, el drástico enfriamiento que se inició hace 1,7 millones de años, que convirtió gran parte del bosque africano en sabana, desertificando además el Sahara, habría sido el principal condicionante de las últimas mutaciones que, dando origen a la facultad del habla en los homínidos, dieron también origen al lenguaje.

/ Ua/ habría sido la voz con la que los primeros seres parlantes se identificaron a sí mismos. O, lo que es lo mismo, la voz con la que los múltiples conjuntos familiares de primeros hablantes que alternaban en el espacio africano se reconocían como iguales entre sí y, al propio tiempo, distintos a los animales que con ellos habitaban África.

Esa voz original está hoy representada en muy distintas lenguas como "gua", "hua", "gwa", "ua", "wa" y "wha". Es hoy el nombre de 24 centros poblados en 15 países del mundo. Y el nombre de 11 lenguas en 7 países. Como raíz, /ua/ forma parte del nombre de más de 71 mil poblados y accidentes geográficos en todo el planeta (Anexo Nº 1). Y del nombre de casi 2 500 etnias y lenguas (Anexo Nº 12).

Muy posiblemente solo después de mucho tiempo habría aparecido la segunda voz: / wawa /. Y ésta, por instinto de supervivencia, habría sido utilizada para identificar a las crías, las más vulnerables a las fieras en el hostil ambiente reinante. Hoy /wawa / forma parte del nombre de 241 poblados y de 5 lenguas.

Más tarde habría aparecido la voz /awa/, con la que se identificó al preciado líquido natural que en aquellas circunstancias de drástica sequía fue haciéndose cada vez más escaso y difícil de encontrar. Hoy forma parte del nombre de más de 15 mil topónimos de la Tierra.

A partir de allí, por reiteración y traslape, fue terminando de componerse el primer léxico de sustantivos y primeros verbos que dieron forma al primer protolenguaje homínido: /waba/, /waka/, / wada/, ..., / wata /. Y sus correspondientes voces inversas: / bawa /, / kawa /, / dawa /, …, / tawa /. Todas éstas, a las que hemos denominado raíces secundarias, forman parte de más de 18 mil topónimos en los cinco continentes. Y del nombre de muchas lenguas y etnias.

Gráfico A / Ua / habría sido pues la primera y más antigua de todas las voces. De allí que, como mostramos en el trabajo, además de estar presente en topónimos y etnónimos, también su presencia en antropónimos, ornitónimos y voces del léxico común en muchas lenguas, rebasa largamente la proporción que podría esperarse para cualquier sonido silábico.

La "topoguanimia" –nombre que nos hemos permitido acuñar–, es la relación de los 71 137 topónimos mayores del mundo que contienen la voz /ua/. Está conformada en más del 99 % por nombres de pequeños poblados de los que nunca ha oído hablar la mayor parte de los habitantes del globo. Y muchos de los que por su parte en este trabajo estamos denominando "etnoguánimos", pertenecen a lenguas que en un alto porcentaje corren el riesgo de desaparecer.

Es decir, los nombres que constituirían el más valioso testimonio superviviente del que habría sido el primer protolenguaje homínido, forman parte de ese mundo marginal en el que nunca ha puesto sus ojos la Historia, porque tampoco nunca puso en él sus ojos el poder. Quizá tendríamos una conciencia distinta de cuánto significa / ua / para gran parte de los pueblos del mundo, si la lengua oficial de China fuera Wa, la de Estados Unidos Gwa, la de Alemania Hua y la de Iraq Gua. Pero no es en ellos sino en pequeños, aislados y no protagónicos espacios del mundo donde hoy todavía se hablan esas lenguas.

Tampoco pueblo alguno del Suroeste del Sahara ha sido alguna vez protagonista en la historia del mundo. Mas, como planteamos como parte de la tesis central de este trabajo, todo indica que el surgimiento y desarrollo del protolenguaje se habría dado en ese espacio del planeta.

Y, más específicamente todavía, en Nigeria.

Por su parte, ni las islas Kuriles ni las Aleutianas han sido tam- poco escenario de ningún gran acontecimiento registrado en la Historia.

No obstante, la presencia de topoguánimos en ellas, y su ausencia en Siberia y Bering, nos permiten postular como tesis complementaria que la ocupación de América se hizo siguiendo la ruta China J Corea J Japón J I. Kuriles J I. Aleutianas J Sur de Alaska.

En fin, diremos que los nombres de miles de aislados y desconocidos poblados del mundo resultan los protagonistas centrales de esta investigación. Son los que dan sustento a las principales tesis que acá planteamos.

Todos son nombres remotos. Algunos remotísimos. Es decir, como indica Joan Tort 1, por su antigüedad han corrido mayor riesgo de transformación que otros mucho más recientes. Y más aún, como 250 que presentamos en los Anexos Nº 8 y 9, corrieron el riesgo de verse sustituidos e incluso desaparecer. Pero, felizmente, aún disponemos de ellos.

Han sido compuestos en las casi 7 mil lenguas que hoy se habla en el mundo 2. O incluso en las casi 15 mil que según Carlos Prieto se habló hasta el siglo XVI 3. Es decir, la voz /ua/ no solo ha sido común a todas ellas, sino que, dando nombre a etnias, lenguas y miles de poblados, evidencia que ha tenido siempre una gran significación en las mismas, en todo el orbe. ¡Qué mejor indicio de que fue la primera! Los 71 mil topoguánimos mayores subsistentes han resistido el embate transformador o mimetizador de las grandes lenguas que, como bien indica Samuel Huntington 4, han impuesto a lo largo de la historia los poderes imperiales. Es decir, en las áreas marginales, esto es, en la ma-yor parte del espacio del globo, sobre el imperio del poder, ha prevalecido a este respecto el imperio de la antigüedad.

Pasaron desapercibidos en muchas investigaciones. En Europa, no solo porque es donde menos presencia tienen, y todo indica que como resultado de un prolongado proceso de reemplazo. Ya en el célebre mapa que elaboró el geógrafo y matemático griego Eratóstenes, en el siglo III aC, no aparecía ningún topoguánimo. Destacaban en cambio los que poseían el sufijo "–ia", como en Libya (nombre que durantemucho tiempo se dio a África), Arabia, Persia, Bretania e India, que más tarde crecerían grandemente en número.

Gráfico B Sino además pasaron desapercibidos en el Viejo Mundo porque para la interpretación etimológica la mayoría de las veces se ha recurrido al latín, en el que la presencia de /ua/ es insignificante. Y esto a su vez porque ya en el indoeuropeo había dejado de tener importancia.

Baste decir que, sobre 533 raíces rastreadas en esta lengua, solo una la contiene: "wail–" (= lobo) 5. Puede sin embargo además indicarse que, como sostiene Julio Loras Zaera 6, ya en el antiguo indoeuropeo menudeaban las vocales /e/ y /o/, en tanto que en el protolenguaje primitivo solo habrían estado presentes /a/ e /i/.

En América, muy frecuentes las voces / ua / y / ue /, tanto en la toponimia, como en la zoonimia, fitonimia, antroponimia, y en el léxico común de muchos pueblos (véase los Anexos Nº 1 a 9), no fueron sin embargo objeto de atención especial alguna. Pero también pasaron desapercibidos por graves y lamentables errores de perspectiva. Quizá el ejemplo paradigmático sea aquel en el que ante la presencia de las voces gualiche y gualacate, el investigador concluyó que ambas conservan "el comienzo gu" 7.

En la literatura en cambio, aunque poco conocido, correspondió al escritor venezolano José Joaquín Salazar Franco (1926-2000) –Cheguaco 8–, llamar la atención, en Gua, gua, gua de los guaicos, sobre la exuberante presencia de esa voz en la isla Margarita. Y a la pintora y escultora colombiana Gilda Mora, la incluso desafiante propuesta de un Imperio Gua en la Amazonía Sudamericana 9.

Si ante la presencia de nombres como Benicássim, Benicarló, Benidorm, Benifallet, expertos como Josep Maria Albaigès concluyen que no puede ser casual la repetición de ese prefijo 10; y que otro tanto se concluye ante la raíz / ard / (= oveja), presente en Ardu y Ardifen (Marruecos), Val Ardo (España) y Ardoisières (Alpes) 11; o cuando se encuentra 35 ríos en Europa con la raíz "–sal" 12; igual pues tenemos derecho a concluir lo mismo ante más de 71 mil topónimos mayores con la raíz / ua /, máxime si, como parece, desde su origen hacía referencia a "gente".

Pero además, en rastreos parciales hemos encontrado la raíz /ua/ en casi 1 700 topónimos menores del Perú (Anexo Nº 2) y 199 de España (Anexo Nº 16). Y adicionalmente, tras el cierre de nuestros cálculos –no incluidos pues en ellos–, en el Diccionario Etnolingüístico y Guía Bibliográfica de los Pueblos Indígenas Sudamericanos, de Alain Fabre 13, hemos encontrado otros 615 topoguánimos menores de Centro y Sudamérica (Anexo Nº 43), así como otros 264 etnoguánimos de esos mismos territorios.

Ello insinúa pues una presencia aún más abundante en todo el planeta (que puede llegar incluso a millones de nombres), no obstante que, agregándose a la sustitución de nombres y desaparición de topónimos, en la evolución lingüística, muchas lenguas, como el gallego y el francés 14, han tendido a eliminar dicha voz. Y no obstante que, por su "arcaísmo", en el léxico moderno de las grandes lenguas del mundo, desde Roma hasta nuestros días, su uso es cada vez menos frecuente.

En ese sentido, "software" y "hardware" resultan paradójicos e insospechados rescates de la más remota de las voces.

Aún cuando resulta claro que en algunas lenguas /ua/ significa "gente", como en el caso de "gua", en el idioma guaraní; y que en otras significa "lugar", como en "hua" = "hue", en la lengua mapuche; en la revisión etimológica que aparece en el trabajo queda también claro que la inmensa mayoría de los topoguánimos puede considerarse topónimos fósiles o no transparentes, usando la clasificación de Enric Moreu– Rey 15. Resultan nombres virtualmente indescifrables. En el caso de América, en general no corresponden a palabras del léxico común ni siquiera en los pueblos de origen prehispánico. Y es probable que en el resto de los continentes ocurra otro tanto.

Ello no hace sino acrecentar la fundada sospecha de su muy remota creación. Su pervivencia, en cada caso, resulta el único vestigio de la población que originalmente creó el nombre 16. Pero es también una prueba de que, en posta, fue adoptado sucesivamente por los distintos pueblos que ocuparon cada territorio. Mas esto asimismo supone una ocupación continua del mismo. Y, en razón de ello, hay lugar a pensar que muchos pasajes de la historia deban quizá revisarse. Pudiendo además esperarse que muchos topoguánimos deparen a la arqueología y otras ciencias insospechadas sorpresas.

Más duraderos que la piedra, como por analogía dice Albaigès 17, los topoguánimos –más que el resto de los topónimos–, han sido mudos testigos de la desaparición de antropoguánimos, zooguánimos, fitoguánimos, etc. Y de la cada vez mayor disminución de guánimos en el léxico de los pueblos. Presentes en los cinco continentes, en 166 países, construidos en miles de lenguas, sin imperio alguno que impusiera por doquier el / ua / que los caracteriza, solo formando parte del protolenguaje del primitivo pueblo que pobló la Tierra, puede entenderse su globalizada presencia.

Francisco–Pablo de Luca postula que "la toponimia y la antroponimia pueden ayudar a rescatar el lenguaje que hablaban los primeros canarios" 18. Y por su parte, un equipo internacional de investigadores que viene estudiando la toponimia prehistórica de los países del Mediterráneo occidental (Marruecos, Túnez, España, Italia y Fran- cia), postula que aislando morfemas y buscando su recurrencia geográfica es posible dar con una lengua prehistórica europea de origen preindoeuropeo y sahariano 19.

En esa línea de razonamiento, puede entonces también postularse que la toponimia y la antroponimia mundial pueden permitirnos dar con el lenguaje o el protolenguaje que utilizaron los habitantes deÁfrica que a la postre poblaron el mundo. Este trabajo es precisamente una tesis de primera aproximación en ese sentido.

Con cargo a que los especialistas aprueben (o rechacen) nuestra tesis, en la eventualidad de que se dé la primera de esas alternativas, posteriormente deberá asumirse la tarea de reconstrucción de esa lengua, tal como se hizo en su momento con el protoindoeuropeo 20 y con el pre-protoindoeuropeo 21.

Entre tanto, desde hace dos décadas la biología molecular viene realizando sensacionales descubrimientos que confirman la hipótesis del origen africano del hombre. Según indican Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez, del equipo que estudia el yacimiento de Atapuerca, el investigador James Wainscoat, en 1986, habría sido el primero en postular, a partir de estudios del ADN, que todas las poblaciones humanas modernas derivan de una población ancestral africana de hace 100 mil años. Por su parte, el genetista ítalo–norteamericano Luigi– Luca Cavalli–Sforza corroboró ese hallazgo en 1988. Y éste mismo, y Judith y Kenneth Kidd volvieron a ratificarlo en 1991 22.

El Proyecto Genográfico, iniciado el 2005, financiado por National Geographic Society, IBM y la Waitt Family Foundation, contaba a febrero del 2006 con más de 115 mil muestras de ADN analizadas.

Para ese momento, el resultado más espectacular era la confirmación contundente de la hipótesis del origen africano del hombre 23.

Según el genetista Bryan Sykes, de la Universidad de Oxford, la ciencia ha logrado determinar adicionalmente que hace 150 000 años en África solo existían 13 grupos o clanes familiares genéticamente diferenciados. Y que de ellos, solo uno, el "clan de Lara" –como ha sido denominado 24–, migró fuera de ese continente ocupando tras miles de años todo el planeta.

Es decir, si apareciendo el Homo sapiens sapiens en África, y de los primeros individuos de la especie apenas un clan familiar fue el que migró fuera de ella, con la todavía escasa población de entonces, ¿es posible imaginar a ese clan familiar portando más de una lengua? No.

Como indica el profesor Xaviero Ballester, todo apunta al reforzamiento de la hipótesis monoglotogenética 25: todas las lenguas surgieron a partir de una.

En realidad la propuesta de que todas las lenguas que han surgido en la humanidad –tanto como 15 mil, como se ha visto–, surgieron a partir de solo una, es la que más vigencia ha tenido. Pero su sustento original era de carácter religioso, precientífico. Estuvo fundada en la versión bíblica: «Toda la Tierra tenía una misma lengua y usaba las mismas palabras» (Génesis 11:1).

Con el tiempo, sin embargo, esa versión, e incluso la oligogenética, que postulaba el origen de todas las lenguas a partir de unas pocas, fueron objeto de la condena oficial de los lingüistas. Como recuerda Ballester 26, Holger Pedersen, Aron Dolgoposky y Joseph H.

Greenberg, entre otros, fueron tenaces defensores de tesis oligogenéticas sobre el surgimiento de las lenguas. Pero, sobre todo en las últimas décadas, los lingüistas en su mayoría han estado inclinados a creer en las propuestas sobre el origen múltiple de todas las lenguas.

Mas, contra todo cuanto podía imaginarse en los siglos precedentes, la genética ha entrado a terciar en el áspero y largo debate. En efecto, correspondió al ya citado genetista Cavalli–Sforza, de la Universidad de Stanford, postular que hay una correlación entre la distribución de genes y de lenguas. Y en 1995 los estudios de la doctora Johanna Nicols, de la Universidad de California (Berkeley), mostraron también una clara superposición de los parentescos lingüístico y genético entre las diversas poblaciones humanas actuales 27.

Como expresa el filólogo español Angel López García–Molins, «los paralelismos entre la Genética y la Lingüística empiezan a verse como algo más que como meros recursos expositivos» 28. Y en su argumentación recoge el siguiente texto de Cavalli–Sforza: Dos poblaciones aisladas entre sí se distinguen desde el punto de vista tanto genético como lingüístico. El aislamiento, debido a las barreras geográficas, ecológicas y sociales, impide (o hace menos probables) los matrimonios entre las dos poblaciones, y por lo tanto también el intercambio genético. Entonces, las poblaciones evolucionarán independientemente y se volverán distintas.

La diferenciación genética aumentará regularmente con el paso del tiempo. Podemos esperar exactamente lo mismo des- de el punto de vista lingüístico: el aislamiento reduce o anula los intercambios culturales, y las dos lenguas también se diferencian… Por lo tanto, tiene que haber una correspondencia básica entre el árbol lingüístico y el árbol genético, pues reflejan la misma historia de separaciones y aislamientos evolutivos.

Así las cosas, asumimos acá que, desde África, un solo clan familiar fue pues no solo el origen de todos los pueblos, sino que su lengua fue a su vez la que dio origen a todas las que surgieron luego en el planeta. Resultaría sin embargo necio y mezquino desconocer que quien primero hizo tal proyección fue Charles Darwin cuando en El origen de las especies, en 1859, expresó 29: Si pusiéramos un árbol genealógico perfecto de la humanidad, una ordenación genealógica de las razas del hombre permitiría una clasificación de las lenguas que hoy se hablan en el mundo; y si todas las lenguas existentes, y los dialectos intermedios y los que cambian lentamente pudieran ser incluidos, esta ordenación sería perfecta.

Sin embargo, en relación con el origen del lenguaje, el científico canario Sergio Toledo Prats recoge la tesis de los paleontólogos que estiman que la evolución del aparato fonador de los homínidos se habría iniciado hace 400 mil años 30. Y esa fecha es razonablemente consistente con la que reporta que los restos conocidos más antiguos de viviendas datan de hace unos 450 mil a 300 mil años, y pertenecen a yacimientos como Bilzingsleben en Alemania, Verteszöllös en Hungría o Zhoukoudian en China 31. Esto es, a especies predecesoras del Homo sapiens. O, si se prefiere, a especies que éste terminó por desplazar, pero que difícilmente habrían alcanzado tal organización social sin lenguaje.

Cavalli–Sforza no duda en afirmar que el Homo sapiens sapiens «acabó reemplazando en buena medida a la población presente» 32 en los lugares que fue ocupando en su diáspora por el globo. Es decir, el Homo sapiens sapiens, como antes había ocurrido entre diversas especies de homínidos, compartió el mundo con por lo menos otra especie, en su caso, con el Homo sapiens neandertalensis, o simplemente Neandertal.

Esto es, hizo posta con él, en Asia y Europa por lo menos.

Si como afirma Baruch Arensburg 33, hoy se tiene la certeza de que los Neandertales podían hablar, ¿no es razonable asumir entonces que éstos terminaron transmitiendo información a los primeros seres humanos con los que alternaron? Y si como sostienen Martínez y Arsuaga, también preneandertales como el Homo antecessor podían hablar, aunque solo con una «conversación básica» 34, ¿no es además lícito asumir que éste proveyó de información a los Neandertales? Así, es posible todavía alargar aún más la cadena. Porque en torno al Homo erectus, de tanto como 1,7 millones de años, Glynn Isaac ha propuesto que puso en práctica, entre otras, la innovación de la división del trabajo 35. Y Roger Lewin sostiene que «sería sorprendente que (...) no hubiera [desarrollado] un lenguaje hablado» de complejidad equivalente a la de sus actividades y logros 36.

Gráfico C Lúcidamente acertó pues en 1966 el lingüista sueco Bertil Malmberg cuando afirmó que «el enigma del origen de la lengua es asimismo el enigma de la hominización» 37. No obstante, nos asiste la fundada sospecha de que el primer protolenguaje habría sido creado por el Homo habilis, el Homo ergaster y el Homo erectus que compartieron el espacio durante gran parte de su existencia. O por lo menos los dos últimos, hace más de un millón de años, en el contexto de la drástica glaciación que reunió a gran parte de la población africana al suroeste del Sahara. Y afirmamos nuestra sospecha a pesar incluso de que en ese bosque húmedo tropical no han sido encontrados hasta hoy restos de ninguna de esas especies.

Ante la interrogante de si es posible remontarnos hasta las primeras palabras de la humanidad, el profesor Xaviero Ballester dio el 2002 un sí confiado: «las afinidades entre las lenguas son suficientes para defender tal hipótesis» 38. En ese sentido, con la tesis principal que presentamos en el libro, pero a partir de la topoguanimia, hemos ido más allá. Porque en efecto, y como está dicho, postulamos que específicamente la primera palabra fue /ua/. Y que a ella siguieron /wawa/, /awa/ y por lo menos las otras 16 voces bisílabas a las que estamos denominando "raíces secundarias", y sus correspondientes 16 "raíces secundarias derivadas".

Fue sin duda un lenguaje muy primitivo. Con apenas unos cuantos sustantivos y quizá los primeros verbos. Pero habría sido suficiente para marcar una drástica diferencia entre los homínidos y el resto de loshabitantes de África. Habría afianzado la evolución filogenética que a la postre condujo a la aparición del hombre. Y habría sido el sustrato a partir del cual, mediando grandes accidentes geográficos de por medio, se desarrollaron con independencia todas las grandes familias de lenguas que ha conocido la humanidad.

Si con Cavalli–Sforza puede hoy sostenerse con gran seguridad que no hay en los genes nada que haga mejores a unos pueblos que otros 39; y con él y muchos lingüistas, que tampoco hay lenguas mejores o peores; mal haríamos en dejar de reconocer que, aunque involuntario, el mérito de esa valiosísima unidad debe ser atribuido a nuestros más lejanos ancestros y a nuestros primeros padres que migraron de África.

Cavalli–Sforza y otros especialistas en genética, como el doctor Jaume Bertranpetit, por ejemplo, insisten con fundamento en que «las diferencias que vemos entre los grupos humanos obedecen a adaptaciones evolutivas relacionadas con los ambientes en que viven» 40. Y las autorizadas voces de muchos lingüistas aseguran por su parte que las diferencias entre las lenguas son un reflejo del entorno geográfico en que se desarrollaron.

A esas conclusiones sin embargo se resisten quienes apelan a trasnochados prejuicios racistas precientíficos. Todavía están a flor de labios, en muchos hombres y mujeres del mundo, cualquiera que fuese el color de su tez, expresiones de superioridad racial (y de ambiciones hegemónicas) como las que en su gobierno (1909–13), tuvo el presidente norteamericano William H. Taft, según recuerda Noam Chomsky (ver nota 41).

El camino no está pues del todo despejado. Así, habrá de ser todavía larga y costosa la lucha del hombre por el generalizado reconocimiento de que todos somos básica e intrínsecamente iguales, genética y lingüísticamente con un origen común, y que en mérito a ello por igual nos debemos respeto y aprecio. Esa lucha, en la que no debemos cejar, será –en el esquema de pensamiento de Pierre Teilhard de Chardin–, parte del «proceso mediante el cual el hombre se hace más verdadero y plenamente humano» 42.

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