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VENEZUELA, CAPITALISMO DE ESTADO, REFORMA Y REVOLUCIÓN

Edgardo González Medina

 

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Que el dinero sea petrolero

Los ingresos por divisas petroleras siguen siendo el componente fuerte del ingreso. En 1945 casi se duplican con respecto 1944. La relación entre compra y venta de divisas hacía suponer una respuesta de importaciones al ascenso del ingreso. Aunque era cierto que el circulante era recogido en buena proporción, resultaba indudable que las importaciones incurridas no repercutían en una expansión capaz de impulsar un subsiguiente aumento de la capacidad de absorción interna en su componente consumo. El incremento franco del comercio exterior corriente, deslizaba la estructura económica hacia la dependencia del ciclo del mercado mundial donde, en efecto, Venezuela era un paso obligado de la circulación. En 1945 aumenta significativamente la cifra absoluta de la venta de divisas pero disminuye la proporción respecto al ingreso de ellas, lo cual se explica por la saturación del mercado. Algunos académicos de corbatín bien hecho, llegaron a escandalizarse cuando el gobierno revolucionario se planteó exigir una mayor alícuota de la explotación petrolera a las transnacionales, convencidos de la entrañable verdad escondida en la irónica máxima de que era un crimen dejar el dinero a los pobres. Sin embargo, el diciembre de 1945, a dos meses del golpe de Estado, la Junta de Gobierno dictó un decreto extraordinario de impuesto sobre la renta, redactado por Betancourt y Pérez Alfonzo, que pechaba principalmente a las petroleras y suponía elevar aún más el ingreso de divisas. Si se descorría el velo académico, nadie en su sano juicio podía esperar una variación en la composición del ingreso por obra de un rubro de producción insospechado, y quién menos que nadie que aquellos que tumbaron al rozagante régimen de Medina Angarita para creer en esa falaz esperanza en un ambiente de postguerra donde ya se iniciaba un proceso de veloz envilecimiento de precios de los productos agrícolas.

El Estado, sin embargo, debía actuar para seguir deteniendo los efectos negativos de la circulación, represando una parte que no llegara al público, por medio de lo que ya se popularizaba con el término de “políticas públicas”. El Estado, manoteando en el mundo oscuro de la economía, a partir de este año comienza a participar en el movimiento bursátil, ofreciendo bonos oficiales para recaudar dinero del público, excitando a la empresa privada a vender emisiones mercantiles y a aumentar sus capitales con la ampliación de la base propietaria de las empresas. El dinero absorbido por las emisiones privadas se estima en 1945 en un acumulado de 450 a 500 millones de bolívares, excluyendo el capital social de las compañías extranjeras. Junto al aumento de las acciones puestas a disposición, aumentó el valor de ellas, llegándose a una cotización, en diciembre de 1945, de 177,6% con base en 1938. Dice el Banco Central de Venezuela:

“...Analizado el curso de las cotizaciones generales durante 1945, se observa que no ha hecho aparición la baja, mas o menos brusca, que muchos esperaban al terminar la guerra, como consecuencia del drenaje de fondos que debía originarse en la Bolsa al aumentar las posibilidades de importación. Al aumentar ésta, el efecto que hubiera debido producirse sobre el circulante, ha sido contrarrestado por el aumento de la exportación y el de la entrada de divisas; no obstante, para mejor interpretar la predominante tendencia al alza, hay que tener en cuenta varios factores importantes: el aumento de la capacidad rentística de las empresas, la cuidadosa política de formación de reservas y el metódico reparto de dividendos que asegura para el futuro rendimientos acordes con el precio actual de los valores. El promedio de dichos rendimientos era del 6% en 1943, de 5,4% en 1944 y 5,1% en 1945...(...)...lo que indica un alza del 28% para las cotizaciones y una baja para los rendimientos únicamente del 15% en el mismo lapso. Considerando la relativa abundancia de capitales y las pocas posibilidades de inversión que ha ofrecido el mercado, debe considerarse atrayente un rendimiento efectivo del 5% para las colocaciones bursátiles...”

La política desde el Estado va acompañada de un volumen de propaganda que pretende llevar a la gente a comprar acciones bajo la idea de que el gobierno respaldará en última instancia esas operaciones de alguna manera. Las cotizaciones suben, lógicamente, con esa mayor demanda. En condiciones normales el aumento de la demanda podía explicarse por un funcionamiento estructural competitivo de los sectores, que redundara en mejores rendimientos; o por su estructura monopólica, que conllevara la posibilidad de manipular los precios y con ello la rentabilidad empresarial. Había la idea de promover una elevación de la producción nacional, pero nuestro país se obligaba a equilibrar sus tasas de rendimiento con la economía exterior sin poder desconocer que una tasa de rendimiento alta en los EE.UU. por ejemplo, se lograba por las condiciones ventajosas obtenidas por ese país en el comercio externo aprovechando una mayor tecnología que les permitía ofrecer mercancías a precios más bajos, que a su vez incentivaban la importación en Venezuela desestimulando la inversión y promoviendo bajas en los rendimientos, impulsando el alza episódica de precios de los productos nacionales por medio de restricciones en la oferta mercantil, compulsando el deterioro del salario real, para compensar temporalmente el descenso de la tasa de ganancia: Episodios de alzas y caídas recurrentes de los rendimientos, que construyeron hasta nuestros días una economía real que sería predecible solamente bajo la óptica de una planificación estatal fundada en el ingreso petrolero.52

Por otra parte, el aumento de capital de las empresas debía significar un cambio en la composición orgánica del capital para poder generar efectos sobre los rendimientos, los precios y nuevos rendimientos. Pero una estructura productiva que al capitalizarse no redundara en nuevas tecnologías que frenaran la necesidad de redituar las inversiones en menores plazos por medio del alza de los precios, solamente conllevaba un desplazamiento del capital monetario de las manos del consumidor final a las manos del consumidor intermedio y de éste a los productores de bienes de capital. Una descapitalización final visible que se manifiesta en los momentos de depresión, cuando los botaderos de chatarra se llenan de maquinarias oxidadas de empresas quebradas. Dineros conceptualmente ociosos, tan especulativos como aquellos que se mueven en un juego de azar.

Los precios de importación bajan según los índices de 159,71 a 154,84 entre 1944 y 1945, en tanto que los precios nacionales se mantienen flotando con 130,47 en 1944 y 130,27 en 1945. Pero la flotación no se debe a estabilidad. Los alimentos, bebidas y tabaco suben. Los textiles y calzado suben. Las máquinas, los aparatos y cauchos suben. Los productos agropecuarios sin transformación suben. El índice general de precios al por mayor baja porque el Estado reduce el precio de la gasolina en un 50%, la electricidad en un 5% y un 25% según la tarifa, y también porque el precio de la mercancía importada baja, lo cual fue alcanzado en cierta forma con la exoneración y las rebajas temporales de derechos aduaneros. De esta forma, se detiene simultáneamente la caída de los rendimientos y el alza de los precios. Los precios de la producción nacional vendida internamente no bajan, y el indicador aparecía favorable en relación con el salario nominal debido a esas economías aportadas por el Estado.

Entre 1944 y 1945 el presupuesto fiscal es deficitario. A partir de 1945 se fortalece la política de gasto masivo del Estado dirigido a nuevas actividades, que ya venía activándose antes de la revolución. A finales de 1945 y principios de 1946 se pensaba que se pronunciaría un desabastecimiento mundial de productos alimenticios. Pero los países capitalistas inician una rápida carrera de recuperación. Aunque la periferia tenga esperanzas de una mayor demanda de materias primas manufacturadas y alimentos elaborados, por parte de Europa Occidental; bastaba observar ciertos signos para quitarse esa idea de la mente. Del año 1936 a 1938 Inglaterra había importado un promedio anual de 866 millones de libras esterlinas y exportado 477 millones, en mercancías. En 1944 esas exportaciones habían bajado a 258. Al final de la guerra habían repatriado53 más de mil millones de Libras y su deuda externa había aumentado de 556 millones en 1939 a 3.355 millones en 1945, contraída en dólares principalmente con EE.UU., a lo cual se le sumaban altos volúmenes de gastos de ocupación en territorio alemán. En diciembre de 1945 los EE.UU. prestan a Inglaterra 3.750 millones de dólares, y para iniciar su recuperación los ingleses implantan un estricto control de su comercio externo, tratando de solventar el grave problema de tener que vender a países de área esterlina recibiendo Libras y tener que comprar dólares, moneda que se erigía ya como la divisa principal. El parlamento británico prohíbe la exportación de capitales, que había sido su política dominante antes de la guerra.

En los EE.UU., no solo se había conjurado el desempleo, sino que las actividades comienzan a absorber millones de personas. La ocupación alcanza casi los setenta millones de personas, con un desempleo friccional mínimo de dos millones. El Ingreso Nacional pasa de 71 mil millones de dólares en 1939 a 164 mil millones en 1944. El Producto Nacional Bruto alcanza 199 mil millones en este año. El volumen de producción industrial llega a 177% con respecto al promedio anual 1935-39. A pesar de que en 1946 hay una pequeña disminución en las magnitudes, debido al descenso de la producción de maquinaría bélica, la economía norteamericana sigue su curso exitoso, perturbado solo por una elevación de precios del orden de 172,1% , en el rubro agrícola, con respecto a 1945, que fue de 131,5% respecto al promedio de la guerra. En la manufactura hubo una elevación mas moderada de 100,5% a 116,9 en los dos años, con respecto al promedio de la guerra. El gobierno de EE.UU. asume la teoría keynesiana del papel del Estado, y las obligaciones del Tesoro en poder de los bancos llega a 89 mil millones de dólares en 1945, sumándose a una deuda pública de 278 mil millones de dólares, capital empleado en el gasto público.

En los países de la periferia dice temerse que los norteamericanos caigan en crisis, y junto con recomendarse prudencia en los negocios, se animan, sin embargo, de una tendencia colaboracionista no solo para evitar males peores, sino para tratar de pescar en ese río revuelto aunque sea una vieja lata de sardina. Después de todo, la única posibilidad vigente de reanimar el mercado mundial parecía pasar por el tamiz de la colaboración, que terminó en el equivalente político de regímenes autoritarios en los países de la periferia, necesarios para someter la fuerza de trabajo a las nuevas condiciones productivas de la división internacional del trabajo.

En este proceso era notorio que las balanzas de pagos latinoamericanas habían arribado a 1944 con un superávit comercial de 3.500 millones de dólares, en parte por la dificultad de movilizar importaciones durante la guerra. Con la sed consumista contenida, y llenos de dólares, los países del sur del Río Grande se disponen a comprar hasta el estiércol dejado por la guerra. Solo cuatro países: Argentina, México, Brasil, y Venezuela en menor medida, tuvieron pequeñas luminosas ideas de hacer inversiones de capital en momentos que podía dudarse seriamente del mercado y en que había que temer de la competencia de una tremenda expansión de la maquinaria industrial de los EE.UU.

El exceso de divisas ocasionaba cierto movimiento inflacionario en latinoamérica, y sus países recurrieron al ahorro forzoso, la contención, la congelación, el aumento de la reserva bancaria, los impuestos, en fin todos los signos de la desesperación monetaria. La crisis era inminente, ya que los países de la periferia habían sustituido producciones agrícolas de los territorios de la conflagración en Asia, Oceanía, y Europa, que devueltos a sus actividades por los gerentes de la dominación, presionarían la oferta con la consecuente caída de los precios. Era inevitable que los capitales se dirigieran a donde encontrarían con mayor seguridad bajos salarios y trabajadores que adquirieran su propia producción. Las empresas latinoamericanas, por el contrario, fundadas bajo la macabra ventaja de su cómoda distancia de la guerra, tenían que enfrentarse ahora con un comercio mundial desplazado a las manos del imperialismo. Les quedaba la inevitable resignación de decirse que lo que fácil les había llegado fácil se iría.

Venezuela, sin embargo, marcada en la frente con el óleo petrolero, cuyo consumo mundial no iba a disminuir sino a aumentar, era una excepción. Las magnitudes venezolanas presionan las cifras, pero la expansión anuncia un techo bajo, ya que el pleno empleo venezolano debía entenderse bajo los rigores de una masa monetaria que impulsaba los costos de producción y los precios, no obstante emerger una importación estratégica de bienes y servicios, destinada a controlar la inflación antes que dejar de proteger al incipiente y disminuido empresario nacional. Dice el BCV en su Memoria de 1946:

“...La expansión monetaria ha llegado últimamente a un punto en que todo aumento ulterior no conducirá a la incorporación de factores de producción en el proceso productivo, sino solo a una redistribución de elementos ya ocupados, con las fricciones que este proceso lleva imprescindiblemente consigo...”.


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