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VENEZUELA, CAPITALISMO DE ESTADO, REFORMA Y REVOLUCIÓN

Edgardo González Medina

 

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APENDICE

Por una teoría del poder en el siglo XXI venezolano

“...Una sociedad no desaparece nunca antes que sean desarrolladas todas las fuerzas productivas que pueda contener, y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones hayan sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad.

Por eso, la humanidad no se propone nunca más que los problemas que puede resolver, pues, mirando de más cerca, se verá siempre que el problema mismo no se presenta más que cuando las condiciones materiales para resolverlo existen o se encuentran en estado de existir...”

Carlos Marx
Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política

Economía y Política para la imposición del modelo productivo

En la historia venezolana se observa un recurrente fenómeno político que nos conduce a convencernos de la existencia de una inteligencia que se sobrepone en muchas circunstancias al fenómeno económico interno, forzando en cierta forma el desarrollo de los acontecimientos sobre la base de la comprensión o asimilación de un fenómeno económico mundial o universal, trascendente a nuestras fronteras que sin embargo bajo un análisis más profundo, aparece condicionado por relaciones simples de la estructura social interna. Desde la Colonia y el proceso de Independencia, podemos abstraer un característico desarrollo de la inteligencia política con dominio sobre la comprensión de las relaciones fundamentales del sistema político mundial. Por su parte, la lucha de las clases explotadas manuales e intelectuales de Venezuela ha oscilado entre un objetivo de asumir el control del Estado y otro objetivo que persigue, más que apropiarse de las condiciones de trabajo, libertarse de imposiciones productivas que solo aparecen dominantes como relaciones mundiales y que no lo son en el interior de la Nación, no solo por su número sino por la calidad del desarrollo capitalista, careciendo de lógica interna si se analizan por medio de cualquier método científico adecuado. Existe en general una fuerza social que inclusive adscrita en distintos partidos del status, pugna por conquistar relaciones de producción diferentes y arribar a la maquinaria del Estado, pero, no obstante, solo uno de estos procesos aparece como relevante porque se ha dado por descontado que el régimen democrático-burgués es una conquista que se corresponde con la situación real del desarrollo material actual.

Hay que preguntarse cómo es posible que una democracia pueda ser el reflejo del subdesarrollo y la dependencia, y tal vez haya que concluir en que tal democracia no existe verdaderamente, considerándose que el fenómeno social se mueve entre una sociedad virtual mas avanzada y la herencia de una sociedad predominada por el Estado, a través del cual se han dado relaciones de dominación solo hasta cierto grado.

Quien estudia la historia venezolana puede comprender que, como singular Estado semitotalitario, el nuestro ha funcionado por interposición de una característica estratificación política. Así lo había descubierto el propio Bolívar y los mantuanos; así lo descubrieron los jefes liberales antes de la Guerra Federal y lo confirmó Guzmán Blanco. Y lo mismo se redescubre en el ascenso del pluralismo contemporáneo. Y aunque ya el re-descubrimiento sucesivo, como en las obsesiones religiosas deviene carente de contenido real, el fenómeno recurre bajo formas degradadas, de posibilidades voluntaristas, tácticas políticas, etc., que son la base de una ridícula politiquería a la cual acceden hoy por hoy una vez mas los partidos del sistema, que no son otros que viejas organizaciones sumadas a aquellas que hace poco tiempo eran contestatarias del sistema que hoy representan.

Nuestra historia siempre ha encontrado unas clases populares rodeando el objetivo histórico de conquista del poder, y por ello la expectación ha pasado a ser una especie de signo propio de la conciencia social. El objetivo parece haber estado, muchas veces, a pocos pasos, aunque los venezolanos siguen observando el poder desde lejos, como un sistema que no son capaces de determinar. Han ocurrido incomparables movimientos que han quebrantado las barreras del poder político, sin que eso haya significado una conquista de la maquinaria estatal, ya que se ha olvidado la quiebra de la estructura económica de explotación.

Hoy como ayer la inteligencia política revolucionaria se aferra rabiosamente al poder estatuido, o a cuotas de poder, sin comprender en cierta forma como ha sido llevada a la retirada o contramarcha histórica del pluralismo político, desde 1973 o 74. El Estado, para la Burguesía, vino siendo cada vez mas un instrumento inútil de dominación porque se reveló como una maquinaria capaz de representar a las clases mayoritarias. Esta es y no otra la crisis: El Estado venezolano ha sido superado como apéndice de una clase dada en momentos que la humanidad debate profundos problemas teóricos y prácticos que involucran la institución estatal.

Un asunto práctico, a nuestro entender, es si desaparecería el Estado con la organización popular de la sociedad, o en general con la evolución de la sociedad. La idea de la reproducción social es un pensamiento angustioso del ser humano, y hasta de mayor relevancia que la libertad formal. Probablemente para las masas no es respirar la libertad lo que las ata a las condiciones económicas del capitalismo avanzado de este siglo, sino que de la libertad no ha emergido una alternativa económicamente viable, y por ello muchas partes de la propuesta contra ese capitalismo aparece también en crisis.

Nunca como en los últimos veinte y cinco años los partidos políticos en Venezuela elevaron propuestas economicistas. Después de grandes derrotas sufridas, las organizaciones de base social abandonaron la tarea de vincular al Estado con las masas. Puede temerse que al hacernos cierta clase de preguntas no vamos a poder concluir que las masas aspiran a un tipo de libertad o de Estado, de Democracia u otra forma de gobierno, sino que las respuestas se vinculan a criterios de desarrollo económico, quedando obviado el aspecto del Poder, del Estado, del gobierno; lo cual es en el fondo la propuesta del capitalismo: Ser rico o comer son planteamientos aceptables según la clase social a la que se pertenezca, sin que importe quienes están al frente de las decisiones.

El abanico de alternativas prácticas del hombre traspone el campo de las ciencias sociales, y la economía, sociología o el derecho, han dejado de ser los únicos escenarios del debate. Hasta la vieja filosofía ha debido regresar con ímpetus de filosofía científica, vinculando los problemas ontológicos y gnoseológicos más estrechamente con la praxis humana. Se discute hoy acerca de si una buena finalidad de la organización social es alcanzar una cierta clase de soberanía política que conlleve una nueva estratificación del poder político mundial, visto como un todo, como un solo sujeto teórico, político, que no obstante siga expresándose por medio de Estados Nacionales de los cuales no quedaría sino el nombre, vistos no como Estados sino como nacionalidades. O alternativamente participar de la idea contrapuesta del desarrollo de naciones autárquicas o autosuficientes, más bien bloques de las actuales naciones capaces de concentrar grandes mercados. Son el tipo de respuestas naturales al proceso de globalización.

Sin embargo, desde siglos se ha tratado de obtener una clasificación estable de grupos humanos, y ni siquiera teniendo la base de las actividades productivas, la ciencia burguesa ha logrado una clasificación adecuada y sobre todo duradera, útil a la vez para reducir las soluciones posibles del fenómeno social. Si pudiéramos estimar una variedad fija de los grupos humanos, piensan los animosos sociólogos, obtendríamos un punto donde se neutralicen los desequilibrios y el mundo se encaminaría a la felicidad total. Los ideólogos han sido quizá los más hábiles en el aplanamiento de las relaciones sociales, postulando una clase ideológica, capaz de sintetizar – eliminando de paso los desequilibrios “ideológicos” - la clase social teórica y la práctica. Una infeliz categoría que solo tiene validez en la sopa existencial donde nace, es decir, la propia actividad ideológica del capitalismo, que muchas veces no pasa de un aberrante soliloquio. El Estado, en todo caso, se reafirma como la expresión mas concreta de la estructura social; existe a expensas de lo que ocurre en la sociedad toda. Y si, por otra parte, las relaciones sociales son relaciones de poder, no se puede ocultar que las clases sociales tienen mayor o menor poder, siendo inconcebible una clase social que carezca totalmente de poder en una sociedad de clases, lo que angustia a los cultores de la homogeneidad social bajo el capitalismo, quienes conciben el fin del desarrollo social y de la historia sobre la base de concebir la ciencia económico-social como un modelo cerrado.

Vale analizar hoy día la crítica de las Constituciones burguesas que hace el autor Mario de la Cueva en su estudio “Introducción al Estudio del Estado”:

“...La nueva doctrina de la soberanía de las constituciones burguesas sancionó racionalmente la enajenación del proletariado a la economía, concebida como un haz de leyes naturales, dotadas de necesidad física y contra las cuales nada podían las voluntades humanas. Otra vez se impuso a los hombres un orden jurídico heterónomo, que derivaba de la naturaleza y que era, como el orden jurídico medieval, universal e inmutable. A partir de ese momento, la lucha del pueblo por la soberanía y por la libertad de sus hombres, tendrá como propósito independizarse de las fuerzas económicas y restaurar el imperio de los valores humanos...(...)...Hegel es el verdadero creador de la doctrina de la soberanía del Estado. Nuevamente fueron despojados de ella los hombres y otra vez apareció una potencia suprahumana como el legislador supremo, absoluto y perpetuo. Con el enterramiento de la democracia y del principio de la soberanía del pueblo, se produjo la nueva enajenación del hombre, aparentemente al Estado, pero, en verdad, a la divinidad, puesto que aquel es el espíritu, tal como existe sobre la tierra. La concepción panteísta parece escrita contra Rosseau: La soberanía, como en los siglos pasados, volvió a ser una cualidad del poder como tal y ya no en el poder de la libertad por la libertad. Ciertamente el filósofo del Idealismo pretendió rechazar el Despotismo, porque éste es la ausencia de ley, pero la ley de que habla el maestro alemán no es la norma creada por los hombres libres para asegurar la libertad, sino la que realiza el fin de la totalidad, esto es, la que conduce a un transpersonalismo panteísta: la idea, que está en el principio, es el dios omnipotente al que han de subordinársele todas las voluntades...”159

El fin de la totalidad es la idea subyacente cuando se habla del fin de la historia, la anatema de algunos filósofos contemporáneos.

Una tendencia estadista, en su intento de justificar el capitalismo supone un Estado neutro, y por ello concibe la economía como una ciencia no dirigida a la razón, es decir una disciplina que siendo capaz de descubrir leyes del desarrollo material no implique una praxeología o una praxis simplemente, llamada a orientar la conducta del hombre, un comportamiento que altere la trayectoria de los desarrollos materiales pensados.

Con la misma óptica, el Derecho aparece sumergido en estructuras lógicas desprovistas de contenido histórico, alimentadas de sentido moral, para seccionar la norma jurídica del resto de las disciplinas sociales. Incluso corrientes marxistas han dejado el estudio del Estado a un plano periférico o secundario de la estructura económica, que de esta forma se convierte en una estructura trunca.

Ello ha inducido a confundir, felizmente con poco éxito, lo que sería una economía normativa en el sentido de una normatividad apriorística del fenómeno económico, es decir prácticamente una tecnología, con lo que sería una ciencia económica dirigida a la praxis humana, por la vía de enrevesar arbitrariamente la categoría del deber ser axiológico con el deber ser lógico inherente a una disciplina científica, lo cual, consecuentemente, hace sucumbir lo que pudiéramos llamar el deber ser praxeológico derivable del conocimiento humano para insertarlo en la norma de Derecho trunca, e incluso, en un intento de elevar el estilo, llamarlo norma moral.

Pero, a despecho de la montaña de teorías seudocientíficas y seudofilosóficas, la realidad del Poder desprecia todo intento de desvincular las relaciones sociales de producción con el Estado, y evidencia que la Economía no tiene que dejar de ser ciencia para implicar una praxeología útil al hombre para normar su conducta en su proceso de autodominio vital. Sin embargo, todo intento de enajenar el plano gnoseológico, bien sea en estructuras lógicas inmutables o en predeterminaciones axiológicas, con el fin de cercenar la lucha de las clases oprimidas por la liberación de sus energías constructivas y su autorrealización, están destinadas al fracaso. Hablar de ciencia y verdad, de idea y sentimiento, es hablar de sujeto, de fuerzas productivas, de clases sociales, de relaciones de producción.

Ahora bien, el reduccionismo o sesgo conceptual viene haciendo presencia con extremada evidencia en el discurso de la teoría revolucionaria en nuestro país. Precisamente, un trabajo del Instituto de Investigación de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela, del investigador Cesar A. Barrantes, publicado en 1993, al denunciar la concepción reduccionista del Estado, nos dice:

“...”El Estado es, pues, (en la teoría reduccionista), el poder organizado de una clase para la opresión de otra (Farodi 1982).La ideología dominante es la de la clase que detenta el poder del Estado para reproducir las relaciones de explotación y dominio. Por lo tanto, el determinismo entre posiciones de clase, proceso productivo y características socioeconómicas, psicosociales, antropológicas e ideológicas es preexistente (González y Guzmán sf: CUO sf y 1983) a la constitución misma de los sujetos históricos. En consecuencia no hay diferencia entre poderes de clase y de Estado, entre el poder de una u otra fracción dominante ni entre sujetos que se constituyan simbólicamente en el plano político-ideológico y lo que juegan su papel en las relaciones de y en la producción, las cuales no coinciden necesariamente. Dicha concepción impide: 1) Estudiar al Estado, cuya materialidad no es reducible a su aparataje institucional, como una específica condensación de relaciones de poder entre fuerzas sociales históricamente constituidas. 2) Pensar a) la politicidad-de-lo-político por cuanto disuelve ésta en las manifestaciones más evidentes de una base económica de naturaleza telúrica; b) la socialidad-de-lo-social cuya especificidad conceptual tampoco puede ser diluida en el modo de producción capitalista (MPC), como si éste fuera el único existente en las sociedades latinoamericanas. Al concebir como iguales niveles de abstracción diferentes, supone que a) el MPC determina hasta el reflejo hormonal de quienes viven en sociedades estructuralmente heterogéneas; b) no hay diferencia entre los referentes teórico y empírico del sujeto biológico que pertenece al mundo de los objetos animados y los del sujeto social que se constituye simbólicamente y encarna las contradicciones de la sociedad en cada período histórico...”160

¿ Qué se revela a partir de 1973 en las formulaciones teóricas de las principales universidades del país?: El inicio de un proceso globalizador que requiere el establecimiento de relaciones sociales internas diferentes a las sostenidas en los primeros quince años de democracia burguesa. Relaciones sustentadas en la hipertrofia del sistema político, que debe seguir creciendo horizontalmente, para diluir los conflictos por medio de una descentralización dirigida a distraer la concentración de las luchas populares, lo cual debía inducir el debilitamiento del Estado, mientras se intenta, y en parte se alcanzó, una reorganización del poder económico produciendo o al menos intentándose nuevas olas de acumulación de fracciones emergentes de la burguesía, de tipo dominantemente monetaria, no drenando ya en forma directa los recursos fiscales, crecientes con sus continuas o recurrentes alzas de precios petroleros, sino utilizando fondos financieros fiscales encajados en el mecanismo institucional financiero y bancario privado, alcanzándose una brecha significativa entre la tasa de ganancia o rentabilidad del capital y la tasa de interés o rentabilidad monetaria, quebrantando mucho más de lo que ya estaba quebrantado, el equilibrio del modelo económico tradicional, y que se manifiesta en términos de la creciente incapacidad de la estructura económica para absorber el ahorro social, lo que en cierta forma es la otra cara de la moneda de la epicrísis particular venezolana en que llega a nuevos máximos la capacidad del sistema capitalista subdesarrollado para extraer el excedente económico, vale decir desollar a las clases trabajadoras manuales e intelectuales, y se impone el juego metaeconómico, político en cierta forma, en el sentido de requerirse mecanismos de imposición política del modelo económico.

A partir de cierto momento, hasta las propias grandes empresas devengan mayores ganancias del juego financiero-monetario que de la producción real. Un proceso que fue desarrollándose hasta el colapso a mediados de los años noventa - verificándose en el intermedio la depreciación violenta de la moneda nacional en 1983 – en que la tasa de interés no puede sostenerse sin arriesgar la fuga de capitales, y se hace finalmente una tasa real negativa en medio de una permanente depreciación monetaria estructural generada por el mismo proceso de especulación financiera. En líneas gruesas, un conjunto de relaciones económico-sociales mas o menos simples construyen, entre arepas y guarapo161, la contrapartida del Nuevo Orden Económico Internacional, vale decir, la globalización de la producción de bienes y servicios, que no va a resultar jamás un diseño justo para las relaciones necesarias a ese Nuevo Orden, sino el germen de relaciones antagónicas.


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