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VENEZUELA, CAPITALISMO DE ESTADO, REFORMA Y REVOLUCIÓN

Edgardo González Medina

 

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Pleamares y bajamares

Muchas veces hay que hacer un esfuerzo de comprensión para justificar hechos históricos que despiertan la sensación de duda acerca de si necesariamente debían producirse cuando se produjeron. Uno de estos es, tal vez, el derrocamiento de Pérez Jiménez en 1958. El país que recibe la libertad en el famoso 23 de enero no tiene orientaciones definidas salvo una conducta emocional generalizada que deglutía sin discriminación todas las hermosas consignas inventadas y por inventar. Gran parte de la dirigencia, constituida por una pequeña burguesía intelectual imbuida de francesismo ideológico – que incluía el libar vino y las citas galas -, anhelaba reeditar un desideratum político parlamentario, irónico y truculento como en la Revolución Francesa, henchido de diplomacia formal, ensayista e interesante a la manera como en los libros aparecía. Si algo caracterizó de por vida a la generación de 1958 fue su lenguaje y literatura llena de metáforas deslumbrantes y una oratoria parabólica de altos vuelos y picadas espectaculares que pasaba de la lírica a la diatriba y al insulto en poesía. Gran parte de los protagonistas de 1958 fueron estupendos estilistas de la pluma y el verbo.

El Estado a partir del derrocamiento de Pérez Jiménez se reconstituye por esfuerzos supremos de los dirigentes populares y pequeño burgueses, antes que por realidades incontrovertibles en la economía. Una sintomática escisión política proporciona una vez más el hábitat recuperador del régimen burgués. Iniciada la libertad formal comienza al mismo tiempo la conformación de corrientes, cada una asida a su modo al Estado, que disputan entre ellas hasta hacer posible sostener los deteriorados estamentos institucionales. Había dos salidas institucionalmente aceptables para los grupos dominantes: Renovar el régimen militar o dominar la disputa política en límites tolerables que no incluían el ascenso al poder de las clases populares.

Mientras se conversa para regularizar el Pacto de Punto Fijo, ocurren hechos aparentemente intrascendentes que no obstante daban la medida de lo que pudo haber ocurrido si la dirigencia popular en vez de disputarse el gobierno hubiera organizado el poder desde la calle. Lo aparente, lo superficial, era la discusión y entente entre los partidos. Lo subyacente y fundamental era la penetración que venían realizando sectores revolucionarios en los departamentos del Estado, en un fenómeno que apuntaba a la liga de infraestructuras estatales con la organización de las masas. Había la sensación de que el gobierno podía presentar la perspectiva de un ascenso popular burocrático, es decir un control derivado del dominio sobre un cuantioso número de elementos pivotes de la burocracia, lo cual tenia gran viabilidad en esos momentos. En las oficinas de muchos Ministerios e Institutos se organizaban brigadas paramilitares, inicialmente en defensa de la Unidad. Había una tendencia al control por abajo de la estructura del Estado, lo cual era estratégicamente lo mejor que podía pasar, lo mas plausible dentro de un planteamiento revolucionario. Se revela entonces esa especie de naturaleza dual que ha tenido la lucha política en Venezuela. Mientras los dirigentes de los partidos se entendían en altos niveles y a veces se disputaban, a nivel de las bases se expresaban movimientos que por carecer de acciones precisas tuvieron como destino la dispersión. La coalición AD, COPEI, y URD, proporcionó una disgregación estratégica del poder central, destinada a presentar varios frentes tanto a las fuerzas reaccionarias como a los intentos de las clases populares de tomar el poder por vía insurreccional. Todo el año de 1958, insignificantes grupos y brigadas de hombres y mujeres se constituían en retazos de poder desde la maquinaria de gobierno. Se identificaban al menos cuatro polos de lucha política: Militares reaccionarios con apoyo civil precario en número, los comandos del partido AD, los comandos de otros partidos, y la numerosa clase popular sin dirección determinada.

Cuando en 1959 toma AD el gobierno, la lucha se agudiza con similar polarización. URD y COPEI se pliegan a AD en un entendimiento que buscaba situar a los partidos como oposición y gobierno a la vez, ya que esa era más o menos la íntima situación de los militantes del viejo partido socialdemócrata. Al constituirse el gobierno de coalición, los partidos se distribuyen la burocracia, y cada oficina deja de ser ya aquellos retazos de poder popular que una multivariedad de venezolanos habían encarnado, y comienza a ser una colcha de retazos partidistas. Los partidos encauzan aquella multiestructura política que venía funcionando sin dirección y amenazando la constitución burguesa del Estado.94

Los avances populares quiebran el aliento de dirigentes que advertían el peligro de la reacción militarista. Una medida inmediata de Betancourt es decretar la disolución del Plan de Obras Extraordinarias, para lo cual designa a José Agustín Catalá – posteriormente editor de libros del caudillo adeco -, y el aparato es desmontado. Ocurren amotinamientos y manifestaciones callejeras contra la medida, por lo que el Presidente procede a la primera suspensión de garantías constitucionales de su gobierno. Acto seguido acuden en fila india la Federación de Cámaras de Industriales y Comerciantes (FEDECAMARAS) y la Federación Unificada de Trabajadores (FUT), incluyendo dirigentes comunistas como Rodolfo Quintero, Cruz Villegas, Hemy Croes y Laureano Torrealba, para testimoniar apoyo al gobierno. El Comité Ejecutivo Nacional de AD, incluyendo la gente del MIR, apoya la suspensión de las garantías constitucionales, condicionándolas a una pronta restitución y bajo la seguridad de que los obreros destituidos del Plan serían reenganchados en el Ministerio de Obras Públicas.

Ser gobierno y oposición a la vez era la consigna dominante en los partidos de la coalición, incluyendo AD. Fue paradójicamente cierto que el doble juego de los aliados influyó en fin de cuentas para que los grupos radicales de AD dieran el paso de dividir el partido, porque en cierta forma se reflejó una situación objetiva, dada en una masas que habían conquistado teóricamente un gobierno de libertades populares pero que seguían estando de últimos en el reparto del poder. La división interna de AD, que colocaba a un grupo frente al gobierno, parecía llegar a este partido después de haber aparecido en los demás.

Así en efecto, desde los primeros momentos el partido Unión Republicana Democrática (URD), se vio dominada por un grupo antigobierno, y este partido actuaba en el gobierno pero también en la oposición. Se generó una lucha intracoalición que ponía a pelear a miristas contra urredistas con el argumento de que éstos últimos no eran fieles a la coalición. A su vez, otro grupo de URD denunciaba supuestas connivencias entre miristas, comunistas y jóvenes urredistas contra la coalición. Este juego de posiciones, pleamares y bajamares, sostendrá, antes que intentar derribar, al Estado; y finalmente los sectores mas radicales de las clases populares, los que seguían insistiendo en un cambio revolucionario, irían a quedar representados por el MIR y el Partido Comunista (PCV), como es historia.

La lucha de todos los partidos, que era una especie de lucha de segundo grado de la lucha popular verdadera, deviene en una lucha entre los partidos de la coalición, y el conflicto se nacionaliza. Los dirigentes nacionales asumen a su peculiar modo el conflicto social, lo catalizan, lo convierten en un problema de lealtad hacia la coalición. En agosto de 1959 se produce un documento que venían redactando representantes de los tres partidos, reglamentándose el Pacto de Unidad. El reglamento contempló que cada partido designaría una comisión de tres miembros para “...discutir y resolver en clima de armonía, las diferencias que surjan entre los grupos de la coalición, así como de evitar las que se prevean inminentes...”. Se declara la coalición como indivisible, advirtiendo que cada partido es una unidad solidaria y que por tanto no se permitirá la formación de grupos o ramas partidistas que se declaren exentas de la responsabilidad con la coalición, previniéndose obligatoria la imposición de medidas disciplinarias en cualquiera de los partidos contra los militantes que infringieran las ramas de la coalición.95 Acción Democrática firma este documento porque ya el partido estaba dividido de arriba abajo, en las vecindades de la X Convención Nacional, a partir de la cual se prepara un proceso de expulsión de miristas de la maquinaria de gobierno y su final segregación del Pacto de Punto Fijo.96

Cuentan que fue Guzmán Blanco quien dijo que el pueblo venezolano es como un cuero seco, que lo hunden por un lado y se levanta por el otro...97. Así fue en 1959. Poder y contrapoder configuraba una estrategia subyacente, primero en la esfera de la coalición como tal, pero agotada rápidamente en este nivel, debido a que las masas radicalizadas se iban de las manos de los partidos. Al MIR le tocó ser el primer partido de la época contemporánea que adquirió el rol de buscar el cielo para elevarse con las masas populares a un gobierno revolucionario. Nace como en los partos con fórceps con una debilidad: Ser hijo del poder y el contrapoder a la vez. Al igual que en otras divisiones del viejo partido, muchos militantes no sabían si estaban o no en el poder, no sabían como ver a los antiguos compañeros, nuevos adversarios, y a algunos debían repetirse en voz alta Si, chico, estamos fuera del gobierno ¿No te das cuenta?. El sabor de no saludar a un militante que se quedó con el viejo partido, el acto inconsciente de caminar hacia la vieja sede distrital, encontrarse con un viejo amigo que en el gobierno le negaba un empleo diciéndole que no podía emplear a adversarios. Todo eso reconstituyó en breves días la división en niveles de intereses directos.

Mas que una calculada estrategia, la emoción dio paso a un estado de conciencia, una especie de despertar. Poder y contrapoder devenían de la poderosa fuerza humana de la costumbre, la mas antigua fuente de la cultura política y jurídica. Para el partido MIR pasaron años antes de tener aptitud para definir una vida autónoma. Como en el corte del cordón umbilical, alharaca y luz se unirían para abandonar un estado de portio mulieris 98, mas atado en la práctica que en el propósito al viejo partido. Las batallas por las posiciones en el Estado que venían desarrollando, se convertían en una guerra de movimiento.

El choque principal de las fuerzas revolucionarias se da por enfrentar el control imperialista sobre la riqueza petrolera. Venezuela proveía casi la mitad (46,5%) de la importación norteamericana de petróleo, y parecía una situación irrenunciable sin arriesgarse a sufrir una invasión armada de los EE.UU. La exigencia de nacionalización de la industria era un pedimento casi imposible de satisfacer, excepto que se calculara la extrema reacción norteamericana y se tomaran decisiones extremas como la de firmar el Pacto de Varsovia, por ejemplo, lo que ni siquiera Cuba llegó a hacer. Las nuevas generaciones quizá no entienden sino como falacia la amenaza de intervención armada en 1960.99 Debe decirse que la sola propaganda de nacionalización afectó singularmente la economía venezolana a partir de 1960.


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