Marco Contextual

Uno de los tópicos frecuentes en la discusión contemporánea, en el eje analítico desarrollo-oportunidades, es la diferencia que se observa entre quienes reciben privilegiadamente los beneficios del crecimiento económico y aquellos menos afortunados o derechamente marginados de los resultados de las economías. Mientras la riqueza parece concentrarse creciente y sostenidamente en escasos grupos de poder mundial y regional, millones de seres humanos se encuentran en la periferia de este proceso.

Alrededor de 150 millones de seres humanos en el mundo viven atrapados en la pobreza de un dólar. Y no sólo esta situación extrema muestra el problema. De acuerdo a informes de las Naciones Unidas1, si comparamos al ciudadano medio de países del extremo más pobre con el de países más ricos, la brecha es gigantesca y está aumentando: a comienzos de los noventa un norteamericano medio era casi 40 veces más rico que un tanzano medio, hoy lo es más de 60 veces. Por otra parte, a pesar que las economías de los países en desarrollo, en general, están creciendo a tasas más elevadas que las de los países desarrollados, las desigualdades absolutas entre países pobres y ricos continúan en alza: a modo ejemplar, si el ingreso promedio creciera en un 1% en los países de África Subsahariana y en la misma tasa en los países más fuertes de Europa, la variación en dinero absoluto sería de US$ 51 de incremento per cápita en aquellos y de US$ 285 en éstos.

En este cuadro, claramente desalentador, en términos globales, apuntamos que es insuficiente la constatación de una realidad que no nos gusta, el aspecto relevante es encontrar la salida a la situación que nos incomoda. Se trata de alcanzar soluciones que consideren como elemento central el desarrollo humano y no exclusivamente la dimensión económica. Uno de los aspectos estructurales del ejercicio político y de la organización democrática, es la búsqueda del “bien común”. De modo que el acceso a las oportunidades y los beneficios de la actividad general sean disfrutados por los ciudadanos en particular. Un alto nivel de desarrollo humano supone también altos niveles de desarrollo económico, equidad, gobernabilidad y, también, un sólido soporte en educación y seguridad social.

El primer eslabón de progreso es la educación; éste a su vez es multiplicador –y multiplicando- de otras dimensiones de la vida humana: empleo, salud, vivienda. Si los organismos supranacionales, los gobiernos nacionales, el mundo político y las entidades económicas y empresariales comprenden, en su más desnuda significación, los alcances de este esfuerzo, tenemos la certidumbre que, en un intervalo de tiempo mensurable, podríamos no sólo reducir las asimetrías y desigualdades, sino que, también, orientar a las naciones más pobres de cara a una época de mayor esperanza.


Una estructura educacional organizada, financiada y con resultados adecuados permite abordar desafíos resultantes de ella, como es enfrentar los avances en ciencia y tecnología, que a su vez multiplica, aunque desde el mediano plazo en adelante, a tasas más elevadas y sostenidas los resultados económicos. El incremento de capacidades en esta materia, de los estados en particular y de la región en general, permitiría llegar en menos tiempo y en forma más sólida a estadios de desarrollo superiores. El grupo de los 10 países con mejores Índices de Desarrollo Humano (IDH), presenta gastos en Investigación y Desarrollo (I+D) en rangos desde más de 1,1% del PIB hasta 4,3% en el caso de Suecia. Poseen los volúmenes más elevados de investigadores2 en I+D: desde los 2.500 hasta 6.500 en el estado de Islandia. Estas naciones perciben ingresos por regalías por el uso de patentes de su propiedad más allá de sus fronteras. En términos de distribución o concentración de riqueza, exhiben índices de Gini en el rango de 0,25 a 0,35, con la clara excepción de los Estados Unidos que, dentro del grupo, es el país con la peor desconcentración de ingresos3, hecho que no alcanza a opacar las tendencias globales del segmento. En términos del desempeño económico, todos se sitúan por sobre los USA 30.000.- per. cápita de PIB (PPA en USA), sin duda muy lejos por delante de estados de nuestra región: Argentina USA 12.106.-, Chile USA 10.274.-, México US$ 9.168.-, Uruguay US$ 8.280.-, Brasil US$ 7.790.-, Haití US$ 1.742.

Los países que gozan de un mayor nivel de actividad económica lo logran aplicando niveles superiores de Ciencia y Tecnología (C&T). Para alcanzar niveles de C&T que impulsen el crecimiento económico y se alcancen elevados puestos de desarrollo humano4, se requiere de inversión en C&T creciente, desde luego en términos de porcentaje de PIB pero, y sobre todo, en términos absolutos5. Igualmente, debe tenerse en claro que la implementación y ejecución de estas políticas requiere dos elementos esenciales para su viabilidad:

  1. Primero, que se trata de medidas de largo plazo, que pueden tomar décadas, en consecuencia, se debe establecer metas parciales de corto, mediano y largo plazo y;

  1. Segundo, que su desarrollo cruzará varias administraciones, por lo tanto, la iniciativa nacional debe incluir acuerdos de cumplimiento de programa, más allá de las posturas particulares, fundamentalmente cortoplacistas, que puedan atraer a los gobernantes y coaliciones de turno.

Esto último es particularmente difícil en los países de América Latina que, regularmente, modifican las orientaciones programáticas con la llegada de un nuevo gobierno; la varianza o dispersión respecto de un cierto eje rector es sustantivamente más elevada que en los estados de mayor desarrollo6.

Ante la constatación de las complejidades y amplitud analíticas de esta percepción central, abordamos la situación en América Latina, con base en antecedentes de orden histórico7, como de estimaciones realizadas por académicos y analistas de posibles escenarios político-económicos, intentamos visualizar variables independientes o dimensiones que, con una correlación razonable, permita realizar algún tipo de pronóstico8 que oriente el diseño de políticas de reducción de las asimetrías señaladas, basadas en variables científicas y tecnológicas que, es obvio, son vinculantes con la educación. Tal vez, el mayor reto es el establecimiento de relaciones funcionales9 que den cuenta de estas correlaciones.

1 Organización de las Naciones Unidas, PNUD, Programa para el Desarrollo, 2005.

2 Nº de investigadores por cada millón de habitantes.

3 Índice de Gini EUA = 0.41, desempeño económico, ONU, PNUD, 2005.

4 Simultáneamente al fortalecimiento de las estructuras democráticas y gubernamentales, que garanticen la gobernabilidad y estabilidad de largo plazo.

5 Medido corrientemente en US$ por año.

6 Un caso reciente es el triángulo ideológico peruano: el saliente presidente Toledo, frente a dos postulantes (García y Humala) a sucederlo, con enfoques sustancialmente diferentes entre ambos y con aquel. En un escenario de estas características, sostener programas nacionales de las variables de mediano y largo plazo –que trasciendan incólumes más de una administración- es cercano a lo imposible.

7 Reconocemos, en esta parte, una óptica de historia reciente; estimamos que, en el contexto de la longevidad político-económica continental, cincuenta años nos permiten establecer un marco evolutivo adecuado. No obstante, diez a veinte años nos resultan indicativos de lo que podríamos denominar ‘situación actual’.

8 Pronóstico en el sentido de establecer rangos de tendencias globales; evitamos expresamente el uso del vocablo predicción, pues sentimos que éste último tiene una connotación de extrema ambición, especialmente cuando se interpreta como adivinar el futuro, hecho por cierto imposible.

9 Relaciones funcionales en el sentido algebraico, v.gr. si v es la rapidez de un móvil que recorre una ruta y la suponemos constante, y d es la distancia recorrida en un intervalo de tiempo (t), entonces, ¿qué distancia recorre en un cierto tiempo?, se establece claramente que d= v * t. Expresado de otro modo: d= f(t), es decir, d es función de t, situación en que el tiempo es la variable independiente y el espacio recorrido es la variable dependiente o en función del tiempo.

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