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EL PALIMPSESTO DE LA CIUDAD: CIUDAD EDUCADORA

Jahir Rodríguez Rodríguez

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2.2.2 La ciudadanía cultural.

El individuo para ser realmente un ciudadano finisecular y de principios del Siglo XXI, no basta que tenga y practique los derechos civiles declarados y reconocidos por el ordenamiento constitucional, jurídico y normativo de su país. Es necesario que tenga derecho y acceso a los bienes culturales tanto materiales como simbólicos. Es decir, que pueda inscribirse en la estructura política (elegir y ser elegido por ejemplo), económica (trabajar, tener propiedades y pagar impuestos, etc.) y social (recibir algunos beneficios sociales) de su territorio; pero también puede y debe participar activamente en y de la vida cultural de su ciudad: ejercer las libertades de creación y expresión, participar de los circuitos de la oferta y el consumo cultural, intervenir en la industria cultural, establecer cualquier relación con los mass-media; ocupar, usar, interactuar en y con los espacios públicos, recreativos y culturales de su medio.(1)

"Antes era una condición básica y mínima el saber leer y escribir, y tener grados elementales de escolaridad. Ahora, dado el desarrollo cultural y comunicativo de la sociedad, son necesarias otras condiciones y cualidades; el espectro de los derechos y deberes se ha ensanchado. Por lo tanto, el ciudadano tiene derecho a mayores años de escolaridad, tiene derecho a la información adecuada, oportuna y veraz; tiene derecho a establecerse en el espacio público según las normas de su ciudad y su comunidad. Y en general, tiene derecho a manifestarse culturalmente y a acceder a los bienes materiales y espirituales de su tiempo y de su entorno. Ejercer y llenar estas expectativas configuran la ciudadanía cultural".(2)

El proyecto de ciudadanía cultural hay que entenderlo como un propósito que posibilita la actuación de los individuos de manera responsable tal como lo ha propuesto Camps y Giner cuando plantean que los valores del buen ciudadano son los que sirven a la construcción del interés común "...la democracia necesita ciudadanos activos y responsables..."(3) asumir e interiorizar los valores democráticos o cívicos es la condición de la ciudadanía. (De lo contrario el ciudadano es un ser pasivo. Para ser un ciudadano activo tiene que pensar y conducirse como tal, insistían ya los griegos, que fundaron la democracia y la identificaron, desde el primer momento, con los buenos modales públicos.) Montesquieu citado por Camps, destaca que "cuando un pueblo tiene buenas costumbres, las leyes son sencillas".

En el mundo contemporáneo de las ciudades no puede haber democracia duradera sin demócratas. Es decir, sin ciudadanos deseosos y capaces de desempeñar en ella un papel activo y responsable (4).

La ciudadanía cultural hay que entenderla como una cierta dedicación y cooperación con lo público, lo que es de todos. Es decir, hace parte constitutiva de un saber y de una cultura y constituye instrumento de ampliación de la democracia y de las prácticas ciudadanas.

En esta dirección invita a pensar José Ingenieros que la democracia es palabra(5), logos, discurso. La democracia es el espacio y el tiempo del lenguaje: se construye la democracia conversando en un diálogo sin fin. La democracia en el intento de alejar la fuerza, de poner la razón y la no-razón como condición de la convivencia por el poder comunicativo, consiste en sacar la democracia del Estado y de situarla en el mercado, en la escuela, en la calle, en la fábrica, en el ágora, en los pasillos del Falansterio de Fourier, donde se encuentra la gente: si el lenguaje es el mundo del hombre, puede intentarse conversar para solucionar las diferencias (6).

El lenguaje es el mundo lúcido, inteligente, reflexivo, constructivo. El lenguaje es la alternativa de la violencia. La democracia es lógicamente la renuncia a la violencia y la sustitución del discurso que desata el conflicto. La democracia transmuta el conflicto en controversia y la controversia en acuerdo y desacuerdo, como señala Max Weber "el mundo social es conflicto... ".(7)


1. Cfr. GARCIA Canclini, Néstor. Ciudadanos y Consumidores. Grijalbo, México, l996.
2. CIFUENTES. Op. cit. p.95
3. CAMPS; GINER. Op cit. p. 137 y ss.
4. Cfr. HERMET, Guy. Cultura y democracia. UNESCO. Santa fé de Bogotá. 1993.
5. Cfr. INGENIEROS, José. Las fuerzas morales. Siglo XX. Buenos Aires. 1925. Señala: "la palabra es sonora cuando es clara; todos la oyen si la pasión se caldea y a todos contagia si inspira confianza. La autoridad moral es su eco, la multiplica. Más vale decir una palabra transparente que murmurar mil enmarañadas... las palabras ambiguas se enfrían al ir de los labios que las pronuncian a los oídos que las escuchan... de la palabra debe pasar la firmeza a la conducta". p 51 y ss
6. Cfr. BOTERO URIBE, Darío. El poder de la filosofía y la filosofía del poder. Tomo 2. Unibiblos. Santafé de Bogotá. 1998. p.708. Citando a Jurgen HABERMAS. En: la teoría de la acción comunicativa.
7. WEBER, Max. Economía y sociedad. Fondo de Cultura Económica. México. 1969. p 31y ss

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