el rey sapo
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

CUENTOS ECONÓMICOS

David Anisi

 

 

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EL REY SAPO

En un pequeño valle habitaban dos familias. Cuando murieron los padres quedaron cinco hermanos ricos y diez hermanos pobres. El porqué unos eran ricos y otros pobres nadie lo sabía, pero lo que era cierto es que los cinco hermanos ricos heredaron una vieja mina de oro. Los hermanos ricos sabían que en el fondo de aquella mina había oro, pero no se sentían con capacidad ni con voluntad para llegar hasta allí. Así que un día convocaron a los hermanos pobres, y el mayor de los ricos les dijo:

- Sabemos que hay oro ahí abajo y vosotros podéis sacarlo. Buscarlo para nosotros y os daremos una onza de oro para cada uno por vuestro trabajo.

Los diez hermanos pobres sabían que les necesitaban, y también conocían que lo que les ofrecían por su trabajo podía ser mucho o poco en relación con lo que con su sudor obtendrían. Así que el hermano mayor de los diez pobres les dijo a los ricos:

- Bajaremos al pozo a por vuestro oro, pero a cambio queremos comer como vosotros, dormir como vosotros, vivir como vosotros.

- Así se hará - dijo el mayor de los cinco hermanos ricos.

Los diez hermanos pobres bajaron a la mina y fueron arrancando con su esfuerzo el oro a la tierra profunda. Al cabo del año obtuvieron veinte onzas de oro.

Cuando llegó el momento del reparto cada uno de los diez hermanos pobres recibió su onza de oro, y las diez onzas sobrantes se repartieron entre los cinco hermanos ricos.

Los hermanos pobres habían recibido aquello que les habían prometido, y los ricos habían obtenido su beneficio. Todo marchaba bien de momento, pero casi enseguida los diez hermanos pobres recordaron otros aspectos de la promesa. Por lo que hermanos ricos y hermanos pobres se volvieron a reunir, y el mayor de los pobres dijo a los ricos:

- Os respetamos porque dijisteis que nos pagaríais una onza de oro por nuestro trabajo y lo habéis hecho. Pero después de esforzarnos nosotros tenemos una onza cada uno, mientras que cada uno de vosotros tiene dos. Y también, no lo olvidéis, acordamos que seríamos como vosotros comiendo, durmiendo y viviendo. Por ello tendréis, en el próximo año, para poder cumplir vuestra promesa, que darnos dos onzas de oro a cada uno de nosotros.

- Una promesa es una promesa - dijo el mayor de los cinco hermanos ricos -así que trabajaréis para nosotros a cambio de dos onzas de oro para cada uno de los diez.

Los dos grupos de hermanos se separaron amistosamente pero nadie sabía como se iba a poder cumplir la promesa.

Los hermanos pobres se pusieron a reflexionar. Si de la mina de oro sólo se podían obtener veinte onzas de oro y eso era lo prometido como salarios los hermanos ricos no conseguirían nada y no tendría sentido para ellos explotar la mina, con lo que lo más lógico sería que la cerrasen y no habría oro para nadie.

Aunque también podía ser - argumentó uno de los hermanos pobres - que la propia promesa de ser iguales se volviera contra ellos y como los hermanos ricos nada obtendrían tampoco, para ser iguales, deberían ellos ganar nada, aunque si así se hacía las veinte onzas de oro serían para los ricos y eso representaba la desigualdad total con lo que...

La misma confusión mental se advertía en la reunión que mantenían los cinco hermanos ricos. Los cuatro pequeños reprochaban al mayor el mantenimiento de la promesa que sólo podía conducir a su ruina en el caso de ser cumplida o al deshonor por su incumplimiento.

- Por mucho que te empeñes - dijo el menor de los hermanos ricos dirigiéndose al mayor de ellos - no puedes multiplicar el oro. Veinte onzas es todo lo que puede dar la mina y eso es lo que tenemos que pagarles. No hay solución.

- Dejadme que piense - replicó el mayor - que algo se me ocurrirá.

A la mañana siguiente el mayor de los hermanos ricos convocó a las dos familias y, dirigiéndose a los hermanos pobres, dijo lo siguiente:

- Como os prometí ayer los diez hermanos trabajarán para nosotros a cambio de dos onzas de oro para cada uno. Pero sólo dos lo harán en la mina. Se ha comprobado que si se utilizan para la extracción del oro detectores áureos una persona puede hacer el trabajo de cinco. Así que tres de vosotros os dedicaréis a fabricar esos detectores. Por otra parte - continuó - sé que deseáis vivir como nosotros, comer como nosotros, dormir como nosotros. Así que uno de vosotros trabajará como panadero, otro como cervecero, otro como alfarero, otro como albañil y el que resta como carpintero. Así las camas y muebles serán como los nuestros, como también se asemejarán vuestras casas, vajillas y comida. Y si nosotros nos gastamos las dos onzas de oro en tener todas estas cosas bien podréis usar las vuestras para conseguir lo mismo.

Y así se hizo. Los cinco hermanos ricos vigilaban el trabajo de los que fabricaban detectores áureos y extraían el oro de la mina, y vendían pan, cerveza, vajilla, muebles y habitáculos. De las veinte onzas de oro que producía la mina se quedaron con dieciséis una vez que pagaron cuatro a los dos mineros; y de esas dieciséis tuvieron que apartar seis para los tres que fabricaban los detectores áureos, con lo que acabaron otra vez con diez.

Pero los diez hermanos pobres se habían gastado su salario en casas, comida, platos, muebles y cerveza, y así, tras pagar a los cinco asalariados que de producir esas cosas se ocupaban, los hermanos ricos se encontraron con otras diez onzas de oro; veinte en total.

- No entiendo nada, - dijo el más pequeño de los hermanos ricos dirigiéndose al mayor - si nosotros tenemos veinte onzas de oro y a ellos les hemos pagado otras veinte quiere decir que has logrado multiplicar el oro.

- Si - dijo el mayor de los cinco hermanos - pero la promesa que hicimos no se ha cumplido del todo. Ahora cada uno de nosotros tiene cuatro onzas de oro mientras que cualquiera de ellos sólo ha ganado dos.

Parecidas reflexiones, aunque desde otro punto de vista, se hacían entre los hermanos pobres. Reconocían que vivían mucho mejor que antes y que la primera de sus cadenas de pobreza se había roto, pero quizá se podían seguir quebrando muchas más. Mañana propondrían trabajar por cuatro onzas de oro.

El mayor de los hermanos ricos esperaba esa petición. De momento no sabía como resolver el problema, pero ya se le ocurriría algo.

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