el enano saltarín
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

CUENTOS ECONÓMICOS

David Anisi

 

 

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EL ENANO SALTARÍN

Aquel reino estaba lleno de problemas, pero todos, comenzando por el monarca, tenían intención de irlos solucionándolos poco a poco, con habilidad, y con tenacidad.

Un día el rey recibió la visita de un extraño personaje. Venía recomendado por el emperador del País Maravilloso y el soberano, por cortesía, le dio audiencia.

- Decidme vuestro nombre - solicitó el rey.

- Perdonadme - contestó aquel ser - pero mi nombre es un secreto. Escuchadme en cambio lo que tengo que deciros. Conozco los problemas de vuestras tierras y os ofrezco mi ayuda para solucionarlos. La idea básica es muy sencilla y ya se está practicando con éxito en el País Maravilloso. Consiste en solucionar los problemas con palabras.

- Siempre he pensado que es el único camino. - contestó el rey - siempre se trata de dialogar, negociar y entenderse: sólo con las palabras puede hacerse eso.

- No me habéis entendido, majestad. - replicó el del secreto nombre - se trata de cambiar las palabras que designan a los problemas para que esos problemas se desvanezcan. Así la pobreza deja de ser, por ejemplo, un estado para convertirse en un leve tránsito dejando de llamar "pobre" al pobre y denominándolo "todavía no rico" , el enfermo se convierte en un "temporalmente alejado de la salud", el feo en "el que incorpora otros criterios de belleza", el engañado en "alguien que se alejó de la verdad", y así sucesivamente.

- Pero - preguntó el rey - ¿cual será el principio en el que debo basarme para instruir a mis súbditos en esta nueva perspectiva del lenguaje?

- En la prohibición de cualquier tipo de discriminación.

- ¿Estáis seguro que de esa prohibición se derivará la paz?

- ¿Cómo es consciente vuestra majestad de la existencia de conflictos? - Preguntó aquel extraño individuo.

- Todas las mañanas - respondió el monarca - recibo a aquellos que tienen quejas de cualquier tipo y trato de dar una satisfacción a todos. En estos tiempos, tan complejos, comienzo a medio día y muchas veces tengo que seguir recibiendo gente después de comer. Son muchos problemas.

- Yo os aseguro que de seguir mis indicaciones, majestad, nadie volverá a presentarse ante vos pidiendo justicia.

- Decís - dijo reflexivo el monarca - que si prohibimos todo tipo de discriminación, los problemas desaparecerán, y eso no lo entiendo. Pienso que impedir la discriminación llevará precisamente a incrementar las peticiones de justicia a las que tengo que atender. Tendré las de antes más otras muchas nuevas.

- Dejádmelo en mis manos - dijo el del nombre ignoto - y vos mismo comprobaréis los resultados. Sólo pido a cambio que si todo sale como yo espero me nombréis primer ministro de vuestro reino.

- De acuerdo - respondió el soberano - pero deberéis decirme vuestro nombre antes de entregaros todos los poderes.

- Os lo diré un momento antes de que me nombréis. Si lo adivináis antes, renunciaré a los derechos que vuestra promesa me otorgan. ¿Estáis de acuerdo?

El rey lo prometió y publicó un edicto según el cual quedaba prohibida todo tipo de discriminación entre los habitantes de su reino. Se retiró a sus habitaciones y esperó con curiosidad a la mañana siguiente.

Antes del crepúsculo ya se había formado una larga cola ante la sala de justicia del reino. En la antecámara, el ser sin nombre recibió al primero de los peticionarios.

- ¿Qué vais a exponerle al rey? - le preguntó.

- Que los campesinos del noroeste estamos hartos de que los ricos se...

- ¡Alto! - le interrumpió el sin nombre - Todo lo que acabas de decir atenta contra el edicto de nuestro rey sobre la discriminación. Deberías, si acaso, comenzar diciendo: "que las campesinas y campesinos del noroeste estamos hartos y hartas de que los ricos y ricas se..". Y, aún así, todavía estarías ofendiendo a ciertas sensibilidades. Vuelve cuando puedas expresar tus quejas en un lenguaje que no atente contra la prohibición de la discriminación.

El segundo peticionario, que había escuchado toda la conversación anterior, curándose en salud, cuando el sinnombre le preguntó a qué venia respondió:

- Nosotros y nosotras - comenzó, pero fue inmediatamente interrumpido.

- !Basta! - gritó el innombrable - Yo sólo veo a un individuo. A ti. ¿Dónde están esos vosotros y esas vosotras?. Vete y vuelve cuando en tu lenguaje no haya engaño.

El tercer peticionario era una mujer que aleccionada por lo que había contemplado y visto, comenzó diciendo:

- Soy la representante de un grupo de trabajadoras y trabajadores que...

- ¡Ni una palabra más! - gritó descompuesto el extraño ser - ¿Crees en las virtudes de las leyes antidiscriminación?

- Me parecen muy justas y necesarias por lo que...

- Entonces, por qué comienzas haciendo uso de una discriminación que no hace al caso. ¿Por qué afirmas que eres "la" representante? ¿Piensas que con eso tienes una ventaja que en el caso de que fueras "el" representante? Vete y vuelve cuando no trates de utilizar tu sexo como una distinción.

A la vista de cómo iban las cosas los peticionarios se fueron retirando, y cuando el rey llegó a la sala de justicia nadie esperaba. Tampoco vino nadie al día siguiente, ni al otro ni al otro.

Las gentes con problemas habían acudido a los mejores lingüistas para que les contaran cómo podían expresar sus asuntos al rey sin atentar contra las leyes antidiscriminación. Los lingüistas cobraron cada una de las consultas pero no pudieron imaginar un discurso en el que, en algún momento o de alguna forma, no se pudiera interpretar como contraria a la ley alguna expresión.

Así que los agraviados se dedicaron a tomarse la justicia por su mano y el país comenzó a ser un caos de violencia, rencor y venganzas. Pero esos mismos hechos tampoco se podían comentar porque el propio comentario terminaba siendo, en un sentido u otro, discriminatorio. Todo era paz y serenidad en las palabras de las gentes, en sus cartas y diarios, mientras se acuchillaban en los campos y la sangre corría por las calles.

Al cabo de un tiempo aquel ser sin nombre se presentó ante el rey y le dijo:

- Vengo a que me deis el gobierno del reino. Nadie se presenta ante vos a reclamar justicia y me hiciste una promesa si esto ocurriera.

 - Cierto que lo prometí - contestó el monarca - pero resulta que sé cual es tu nombre. Y tu nombre es "FRAUDE", como yo soy "rey", y estoy "viejo", y esa es una "mujer" que tiene "hambre", y aquel es un "hombre" "desesperado" y ese otro es un "ladrón".

El personaje inmundo desapareció y nunca regresó. Y el rey volvió a recibir a sus súbditos que le exponían directamente y sin tapujos lo que ocurría. Las aguas volvieron a su cauce y nadie hizo más el idiota.

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