tres deseos
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

CUENTOS ECONÓMICOS

David Anisi

 

 

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TRES DESEOS

Se acercaba el final del milenio según el calendario de las tierras del imperio, y el emperador, que conocía la levedad de juicio de todos sus habitantes, decidió visitar uno tras otro los tres grandes países sobre los que ejercía su autoridad.

Llegó al primero de ellos, reunió a sus notables, y les informó:

- Se acerca el final del milenio y quizá esta sea una época tormentosa. Conozco que la naturaleza humana, con sus creencias y supersticiones, puede hacer de estos tiempos algo difícil. Decidme qué es lo que deseáis.

El primero de los notables se adelantó y comunicó al emperador cuáles eran los deseos de las gentes de su país.

- Emperador - dijo con sumo respeto - muchos de entre nosotros piensan que el mundo se va acabar. Durante días y días, generaciones y generaciones, han trabajado pensando en el futuro, pero ahora parece que ese futuro va a dejar de existir. Rogamos a nuestro emperador que nos conceda la posibilidad de vivir a partir de hoy mismo sin pensar en ese futuro y deleitándonos, hasta nuestro previsible próximo fin, con todos los bienes de los que podemos gozar en el presente.

El emperador no se asombró por la petición. Y tranquilamente respondió:

- Que vuestro deseo se haga realidad.

Visitó a continuación al segundo de los países. Se reunió con sus nobles, les dirigió un pequeño discurso muy similar al usado en el país anterior, y escuchó lo que tuvieran que decirle.

- Emperador - comenzó a decir el comisionado - creemos que la proximidad del final del milenio es un anuncio de que el término de nuestro mundo está cercano. Por ello deseamos que estos últimos días podamos dedicarlos a la reflexión lejos de toda preocupación.

Y el emperador también les respondió:

- Que vuestro deseo se haga realidad.

Se dirigió después el emperador al tercero de los países, y los representantes del pueblo le plantearon su deseo.

- Emperador - comenzó a decir el mayor de los representantes - nuestras gentes piensan que tal vez el fin del mundo sobrevenga muy rápidamente. Pero como no se tiene muy claro que cosa exacta puede ser esa, y tampoco parece existir un acuerdo sobre lo que nos acontecerá después, si es que ese "después" tiene algún sentido, deseamos, de momento, seguir como si nada.

Y, como empezaba a ser costumbre, el emperador les respondió:

- Que vuestro deseo se haga realidad.

En el primero de los países se instauró el lema: lo que no es consumo es despilfarro, y comenzaron los tiempos del final del milenio. Los ricos se aprestaron a gastar sus fortunas y los pobres a no ahorrar nada de sus salarios. No se apartó, como siempre se había hecho, parte de la cosecha para que fuera simiente de la próxima temporada; sacrificaron a todas las vacas para convertirlas en carne comestible, y lo mismo hicieron con ovejas, cabras y cerdos; se comieron a todas las gallinas y pollos y acabaron con los huevos. El queso curado se dejó de hacer puesto que exigía mucho tiempo de espera, y con la misma lógica acabaron por no producir siquiera el queso fresco, aunque tampoco importaba demasiado ya que la propia leche empezaba a escasear al no haber animales que la produjeran. Quemaron para calentarse, o para reírse, las traviesas de maderas de las vías del tren y los pueblos comenzaron a estar aislados. Y una vez consumida las cosechas no hubo más, puesto que también habían acabado con las simientes. Llegó el hambre, la miseria y la enfermedad, y en verdad que el mundo acabó para ellos.

En el segundo país se enfrentaron decididamente al fin del milenio bajo el lema: no consumas, reflexiona. Comenzaron a privarse de lo más superfluo, y los negocios que se dedicaban a producir y vender tales cosas tuvieron que cerrar y despedir a trabajadores y dependientes. Y como estos sólo contaban con los ingresos derivados de su trabajo tuvieron forzosamente que renunciar no sólo a lo superfluo sino también a lo necesario. Con lo que incluso las industrias y comercios que producían bienes de primera necesidad redujeron sus ventas y pusieron en la calle a más personas, que dejaron de comprar llevando al paro a más individuos que al dejar de comprar llevaron al paro a más individuos, y así sucesivamente.

Los campos dejaron de cultivarse puesto que nadie compraba las cosechas, las fábricas pararon y cerraron miles de locales. Llegó el hambre, la miseria y la enfermedad, y en verdad que el mundo acabó para ellos.

En el tercero de los países llegó el milenio pero el mundo no se acabó. Quizá, entre otras cosas, porque en aquel planeta en el que habitaban eran muchos y variados, y sólo a una pequeña parte de la humanidad le ocurría eso del milenio.

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