EL ECUADOR DEL MAÑANA.Desde una visión critica al neoliberalismo

EL CAPITAL ESCOLAR[1] Y EL MANEJO PUBLICO DE LA EDUCACION

Partiendo del hecho de que en el Ecuador la tarea educativa, en forma bastante acelerada, está siendo entregada por parte del sector estatal al privado, nos vemos abocados al serio peligro de estar promoviendo una diferenciación no solamente en cuanto a la calidad de estudio que existe entre la escuela privada y pública, dada la diferente capacidad de infraestructura y de recursos económicos  disponibles en el uno y otro caso para administrar esta ‘empresa’, sino que también se refuerza la segmentación de la población conforme lo advirtiera Bourdieu. En efecto, “es posible ver que los grupos de élite se encuentran separados del resto de los sujetos desde la primera infancia hasta la universidad, ya que en todos los niveles de enseñanza existe la posibilidad de elegir a que establecimiento asistir dependiendo de la capacidad de pago de las familias. La consecuencia de esta situación es la existencia de pocos lugares de encuentro social. El mensaje más bien es estar separados que juntos; así, los grupos sociales aprenden a desconocerse.” (Almonacid y Arroyo, 2000: 263). Con esta fragmentación social lo que se persigue, en últimas es que los sujetos adopten determinados valores que más tarde les  permitirá actuar en una sociedad marcada por el signo de la desigualdad. En ese sentido, la exclusión que se advierte cumple una función social, esto es, “explicitar que el modelo de sociedad y de hombre que promueve el neoliberalismo se basa en una concepción darwinista, en la cual la competencia y el individualismo permiten sólo la sobrevivencia del sujeto emprendedor” (Almonacid y Arroyo, 2000: 264-265). Aquí se refleja, precisamente, el carácter del capitalismo sin rostro humano.

 

En esta parte, vale detenernos para hacer una reflexión: ¿Por qué la escuela pública se halla debilitada?. Una aproximación a esa respuesta nos la entrega Pierre Bourdieu quien sostiene que “el sistema educativo está debilitado porque las políticas neoliberales no permiten fortalecer el sistema público y eso lleva a bajar las exigencias para reducir gastos. Como la enseñanza de calidad es muy costosa -diez veces más cara por alumno que la enseñanza común- sólo es para las elites. Lo más grave es que ya hay enseñanza de élite de dos escalas: una de nivel internacional, para muy pocos, dominada por las grandes instituciones de los Estados Unidos, que forma a los ejecutivos de las multinacionales, y otra nacional, para las elites nacionales” (Diario La Hora, 2001,-Quito:3).

 

Con esta división lo que persigue el sistema educativo es reproducir las relaciones sociales de producción, mediante la distribución de los individuos en los dos extremos del espacio social y, además, a través de lo que Jesús Palacios denomina inculcación de la ideología burguesa; es decir, la escuela, como vemos, ocupa un lugar destacado en la superestructura del modo de producción capitalista. Con ello, según Bourdieu y Passeron, “la escuela persigue un único objetivo: favorecer a los favorecidos y desfavorecer a los desfavorecidos” (Palacios, 1999: 480). 

 

Frente a esta situación es necesario emprender acciones que apunten a devolverle al Estado la tarea de dirigir y ejecutar las políticas educativas en el país y que permitan, precisamente, una distribución del capital escolar en términos mucho más equitativos. Esto resulta básico considerar si tomamos como ejemplo lo sucedido en el Japón.  Precisamente, Edwin Reischauer, explica que los gobernantes nipones habían reconocido desde el principio que un Estado moderno tenía urgente necesidad de un extenso sistema de educación popular con especial énfasis en los niveles primario y medio. Desde 1871 se intensifica esa tendencia y “el sistema educativo, a  diferencia de los occidentales, -salvo algunas instituciones de misioneros y universidades privadas que no se comparaban en prestigio con las universidades imperiales -estuvo casi enteramente en manos del gobierno. Quedó así libre del aura aristocrática y del dominio religioso de muchos sistemas educativos de la época y, en realidad, fue mucho más racional, secular y orientado hacia el Estado. La educación fue considerada básicamente como instrumento de gobierno, para preparar ciudadanos obedientes y leales en las diversas capacidades requeridas por un Estado moderno. Japón tiene la distinción de haber sido uno de los países en que se aplicó la moderna técnica totalitaria de inculcar conscientemente la obediencia nacional y la uniformidad por medio de un sistema educativo estandarizado y rígidamente controlado” (Reischauer, 1981: 117). De esta manera se puede retomar la conducción del sistema educativo nacional y, contrariamente a lo sugerido por el modelo neoliberal, impulsar el desarrollo de la escuela pública, la  misma que, como bien lo afirma Antonio García Santesmases, “no es el lugar donde van los que no pueden ir a otro lado sino el instrumento del Estado para transmitir la identidad de la nación” (García Santesmases, 2000: 13). Con la democratización de la educación a través del fortalecimiento de la escuela pública lo que se está proponiendo es la “construcción de poder desde la escuela como núcleo cultural y sustentado en una ética con justicia social”  (Martínez, 2000: 213). En definitiva hay que crear la nueva escuela latinoamericana, llevándola hacia todos los estratos o sectores de la comunidad  y rompiendo, con ello, la marginalidad y la fragmentación social. En una frase hay que forjar un sistema educativo para todos.

 

Para conseguir ese propósito, el Estado debe invertir los recursos que sean necesarios para el fortalecimiento del sector educativo público y, por otra parte, ejercer un control cercano de la actividad y programas de las instituciones educativas privadas (principalmente en el ámbito universitario). Asimismo, el Estado debe introducir en su planificación líneas maestras que orienten la actividad educativa en el país, en cuanto a formar profesionales de acuerdo a las necesidades y requerimientos nacionales (ya sea desde el punto de vista investigativo y técnico). Debe implementarse el otorgamiento de becas e incentivos para los niños y jóvenes a fin de que las personas de menores recursos económicos puedan asegurar su inclusión en el sistema  educativo público o privado nacional. Esto llevará a eliminar la exclusión por cuestiones meramente económicas.

 

Empero, la enseñanza primaria y media deben ser adecuadamente armonizadas y luego sí emprender en las especializaciones. En este punto coincido plenamente con la propuesta sugerida por Antonio Gramcsi para quien es fundamental crear una ‘escuela única’, la misma que es “capaz de superar la impronta social  dada a la escuela por el hecho de <que cada grupo social tiene un propio estilo de escuela, destinado a perpetuar en estos estratos una determinada función tradicional>”(Palacios, 1999:424); es decir, lo que Gramcsi sugiere es crear un tipo único de escuela preparatoria a nivel primario y medio, institución que tiene dos fases: “la una de carácter humanístico, formativo, de cultura general en las que las capacidades de trabajo intelectual y trabajo manual se armonizarán, y una segunda fase en la que se desarrollarán los valores fundamentales del humanismo, la autodisciplina intelectual y la autonomía moral necesarias para la  posterior especialización científica, técnica o productiva” (Palacios, 1999:424-425).  En resumen lo que se propone es impulsar un sistema educativo en el que quepan todas las personas sin importar su nivel de ingresos[2] o  su condición definida por raza, religión o filiación política. Concebir a la educación en esa forma, nos permitirá comprender por qué la educación es la “que prepara a los hombres de la vieja sociedad, para abreviar, según palabras de Marx, la agonía mortal y asesina de la vieja sociedad y el doloroso y sangriento parto de la nueva” (Palacios, 1999: 349). Por eso mismo es difícil asimilar que se opere una verdadera y esperanzadora transformación social sin una transformación educativa en marcha. Y además, ese proceso concienciador nos permitirá, en palabras de Paulo Freire, “que no rechacemos lo viejo por serlo ni aceptar lo nuevo por ser nuevo, sino que se lo rechaza o acepta en la medida que es válido” (Palacios: 1999: 553).

 

Finalmente, la reforma educativa ecuatoriana debe contemplar lo que Freire denomina la inauguración de una educación liberadora, dejando atrás lo que llama ‘educación bancaria’, en la cual “la educación es un acto de depositar: los educadores son los que depositan y los educandos los depositarios... con ello se persigue la domesticación social. La educación bancaria inhibe en el hombre su capacidad de acción y creación, anula sus facultades más humanas” (Palacios, 1999: 540-541). Y es que solamente la educación libertadora o ‘problematizadora’ en palabras de Paulo Freire, es la que entrega al hombre las herramientas necesarias para actuar como un sujeto activo, reflexivo y crítico y no como una pieza más de la gran maquinaria que mantiene funcionando el sistema.

 

[1] De acuerdo con Pierre Bourdieu, el capital escolar forma parte del capital cultural el mismo que se concibe como tener el acceso a conocimientos especializados y ostentar un diploma de una universidad prestigiosa.

[2] La Unión Nacional de Educadores (UNE), principal organización del magisterio en el Ecuador, denuncia que alrededor del 40% del sector estudiantil en el país, se halla seriamente impedido en poder continuar con sus estudios en el período 2001 - 2002, debido al nivel de pobreza de las familias ecuatorianas. (Diario La Hora-Quito, 19 septiembre 2001).

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