EL ECUADOR DEL MAÑANA.Desde una visión critica al neoliberalismo

EL CAPITAL SOCIAL, DEMOCRACIA Y DESARROLLO

Robert Putnam presenta la tesis de que “el buen funcionamiento de las instituciones democráticas depende del capital social existente”. La citada propuesta ha merecido especial atención y debate en los círculos académicos y políticos, especialmente por cuanto se ha definido, en palabras de Norber Lechner, que la sustentatibilidad de cualquier modelo de desarrollo está vinculado y dependiente de la política y la vida social. Este criterio se ve explicado por el hecho de que “en las sociedades de alta complejidad y contingencia, como la de los grandes países latinoamericanos, de poco sirve implementar desde arriba grandes reformas de la estructura económica si no involucra la creatividad y concertación de las personas. Y dicha participación es requerida no sólo en el mercado sino muy especialmente en las instituciones sociales y políticas –desde la confianza y las normas morales hasta la institucionalidad democrática-, en las cuales se inserta el funcionamiento del mercado” (Lechner, 2000:28). Asimismo, Lechner sostiene que la información empírica obtenida parece confirmar la tesis de Robert Putnam en cuanto a que “a mayor disposición de capital social las personas entrevistadas suelen tener mayor participación ciudadana. Y a la inversa, cuanto menor sea su capital social mayor tiende a ser su desafección política” (Lechner, 2000:28).

 

De otra parte, la construcción del capital social no sólo que se convierte en la clave para hacer funcionar la democracia sino que también se relaciona estrechamente con la economía. Veamos en qué medida esto es así:

 

Para Fukuyama la confianza social puede reducir en niveles importantes los llamados costos de transacción que comprenden los costos de negociación, seguros, pólizas de cumplimiento, entre otros; y, por otra parte posibilita, “hacer más eficiente ciertas formas de organización económica que de otra manera sería imposible realizar debido a las excesivas reglas, contratos, litigios y burocracia” (Fukuyama, 1995:83). Pero además de que las relaciones estables de confianza y reciprocidad entre las personas alivia esos costes también ayuda a “producir bienes públicos –North,1990- y facilitar la constitución de actores sociales o incluso de sociedades civiles saludables –Putnam 1993 – (Durston, 1999: página internet). En este sentido, y acogiendo las palabras de Putnam podríamos afirmar que establecer el compromiso cívico en una sociedad es vital para el desarrollo económico. De otra parte, y conforme lo demuestran los hechos históricos[1] parece ser que muchas comunidades, por ejemplo, en Italia, no es que se hayan vuelto cívicas porque eran ricas sino que se verifica lo contrario, esto es, que se volvieron ricas porque eran cívicas.

 

Sin embargo, y de acuerdo con estudios emprendidos se ha podido verificar la existencia de una relación directa entre nivel económico y capital social, es decir, a mayor nivel socioeconómico el nivel de capital social es importante y viceversa. En este sentido, se confirmaría aquello de que “la pobreza tiene que ver no sólo con condiciones económicas sino igualmente con la falta de redes sociales. Y puede ser precisamente esa carencia de vínculo social lo que impide a la gente aprovechar eventuales oportunidades” (Lechner, 2000:28-29). En este aspecto, conforme lo corroboran las investigaciones de Richards y Roberts la pobreza y la crisis económica empujan a un estado de inestabilidad, donde la gente, producto de su angustia y desesperación, no le representa mayor problema (pues tiene poco que perder) el romper o faltar a la confianza.

 

Aquí vale adelantar una reflexión. Cuando leemos a Fukuyama sostener que la economía requiere de relaciones de confianza entre los individuos o grupos dentro de la sociedad y que el bienestar depende de la confianza, no está hablando o “descubriendo” algo que es muy evidente, muy obvio?.

 

Ciertamente que eso es así. Fukuyama, en criterio de Margarita Riviére, “descubre, aunque no lo diga con estas palabras, que la competencia despiadada lleva a la violencia y a la desmotivación, todo lo cual tiene un alto costo económico” (Riviére, 1999: página internet). En nuestra forma de ver e interpretar el problema, éste pasaría a formar parte de la lista de las grandes contradicciones que muestra el sistema y, principalmente, quienes hacen una apología de él. O si no debiésemos formular una interrogante bastante sencilla pero a la vez elocuente: ¿en qué sociedad viven o mejor dicho, qué sociedad diseñan los pensadores o los tecnócratas neoliberales si desconocen –o pasan por alto- lo lógico, lo que es, en cierta forma, elemental?…

 

Lo cierto es que hay la necesidad de acumular capital social ya que, conforme lo corroboran Bustelo y Minujín[2] en su investigación, éste (el capital social) es el que “sella económica, social y políticamente una organización social para posibilitarle su desarrollo”.

 


[1] Putnam nos entrega un estudio sobre el capital social en Italia, el cual lo podemos resumir en los siguientes términos: “algunas regiones de Italia como Emilia-Romagna y Toscana tienen activas organizaciones comunales. Los ciudadanos de estas regiones están comprometidos con los asuntos públicos y no con los caudillismos. Cada uno confía en que el otro va a actuar de modo justo y obedeciendo la ley. Los líderes de estas comunidades son relativamente honestos y se comprometen con la igualdad. Las redes políticas y sociales están organizadas horizontalmente y no jerárquicamente. Estas "comunidades cívicas" valoran la solidaridad, la participación cívica y la integridad. Y acá la democracia funciona. En el otro polo están las regiones no cívicas, como Calabria y Sicilia, adecuadamente caracterizadas por el término francés "incivisme". Allí el concepto de ciudadanía está subdesarrollado. El compromiso con las asociaciones sociales y culturales es nulo. Desde el punto de vista de los habitantes, los asuntos públicos son el problema de algún otro (los notables, los políticos, los jefes), pero no un problema propio. Las leyes, casi todos concuerdan, están hechas para ser quebradas; pero por temor a otros que no cumplen las leyes, todos demandan disciplina. Atrapados en este círculo vicioso, casi todos se sienten indefensos, explotados e infelices. No debería sorprender que los gobiernos representativos sean aquí menos efectivos que en la mayoría de las comunidades que denominamos cívicas. Las raíces históricas de las comunidades cívicas son realmente profundas. Las tradiciones duraderas de compromiso cívico y solidaridad social pueden rastrearse casi un milenio atrás, al siglo XI, cuando se establecieron comunas republicanas como Florencia, Génova o Bologna. Exactamente las comunidades que hoy disfrutan de compromiso cívico y gobiernos exitosos. En la base de las tradiciones cívicas están las ricas redes de reciprocidad organizada y corporaciones de solidaridad cívica, fraternidades religiosas, y sociedades de defensa propia en las comunas medievales, cooperativas, sociedades de ayuda mutua, asociaciones barriales, sociedades corales en el siglo XX” (Putnam, página internet).

[2] Tomado del trabajo titulado:“Los Ejes Perdidos de la Política Social”, Revista: Papel Político Nro. 5,  Universidad Javeriana, Bogotá Colombia, Abril, 1997, págs: 9-33.

 

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