EL ECUADOR DEL MAÑANA.Desde una visión critica al neoliberalismo

EL CAPITAL CULTURAL

Ante de entrar a definir lo que es capital cultural, iniciemos precisando que entendemos por cultura. Para tal fin nos apoyaremos en la definición que nos ofrece Thierry Maulnier: “La cultura es aquello que en la naturaleza es modificado por intervención del ingenio humano. El hombre añadido a la naturaleza... En toda sociedad, la cultura está hecha con las adquisiciones del pasado –recursos, conocimientos, técnicas- incorporadas a las producciones actuales, de donde resulta también que la cultura es lo que traduce en creaciones objetivas la intuición del mundo de una colectividad humana, el sentido que da a su vida, y las preguntas que una comunidad se plantea así misma, o sobre sí misma” (Maulnier,  1977:83-84, las negrillas son añadidas). En este sentido podemos decir que la cultura viene a constituir una suma de conocimientos, habilidades, valores, tradiciones, principios que alimentan al hombre y que condicionan su accionar social.

 

En efecto, uno de los intelectuales más destacados de Europa como es Pierre Bourdieu considera que actualmente “los pobres ya no son haraganes, sino incultos”. Y es más, Bourdieu  advierte que  en “el seno de las sociedades más ricas del mundo se está generando un verdadero ‘racismo de la inteligencia’, producto de la distribución desigual del capital cultural” (www.pagina12.com.ar/2000/00-07/00-07-03/univer01.htm).

 

Pero bien, ante todo adelantemos algunas reflexiones que nos permita entender y ubicar el concepto que el sociólogo francés llama capital cultural.

 

Para Bourdieu, “la sociedad humana se asemeja a una competencia feroz cuyo premio es la posición social. Poseer capital económico (bienes), social (redes de relaciones) y cultural ( conocimientos especializados y diploma de una universidad prestigiosa) es una ayuda” (Eakin, 2001, página de internet). Evidentemente que estos tres bienes la mayoría de la gente no los posee o los dispone en poca medida frente al sector más pudiente que tiene acceso a los mismos.

 

Entonces, lo que nos plantea Bourdieu es una lucha de clases, lo que Emile Eakin llama “pujas por el poder y el prestigio”, en definitiva la vieja confrontación entre patricios y plebeyos, entre dominadores y dominados. Es claro que estas diferencias se vienen a agudizar bajo el modelo neoliberal, donde su carácter individualizante acelera la competencia y la supremacía del más fuerte.

 

Bourdieu enfáticamente sostiene: “quiero demostrar que la cultura y  la educación no son meros pasatiempos, ni su influencia es secundaria. Son importantísimas para afirmar y reproducir las diferencias entre grupos y clases sociales... La educación que siempre se presenta como un instrumento de liberación y universalidad, en realidad es un privilegio” (Eakin,2001, página de internet).

 

Con estos elementos se define que “el espacio social[1] es construido de tal modo que los agentes o los grupos son distribuidos en él en función de su posición en las distribuciones estadísticas según los dos principios de diferenciación que son sin ninguna duda los más eficientes: el capital económico y el capital cultural” (Bourdieu, 1998:30). Con esta idea podemos decir que los agentes que se hallan dentro del espacio social se aproximan más mientras estos dos principios  de diferenciación  estén más próximos y viceversa. Es decir “las distancias espaciales sobre el papel equivalen a las distancias sociales” (Bourdieu, 1998:30).

 

En este sentido, Néstor García Canclini, concuerda con la visión del pensador francés al sostener que “las concepciones democráticas de la cultura –entre ellas las teorías liberales de la educación- suponen que las diversas acciones pedagógicas que se ejercen en una formación social colaboran armoniosamente para reproducir un capital cultural que se imagina como propiedad común. Sin embargo, los bienes culturales acumulados en la historia de cada sociedad no pertenecen realmente a todos (aunque formalmente sean ofrecidos a todos)” (García, 1984:24). 

 

Con ello lo que se quiere significar es la desigual distribución del capital global en la sociedad, entendiendo a éste como la suma del capital económico, cultural y social, el cual se concentra como es lógico pensar en las clases más pudientes. Entonces, si se considera que la región latinoamericana presenta indicadores de una creciente desigualdad en la distribución del ingreso, podremos deducir la forma en que se concentran estas formas de capital. En este sentido se advierte, por otra parte, que “la cultura de la élite está tan cerca de la cultura de la Escuela que el alumno que procede de un medio pequeño-burgués (y a fortiori si procede de un medio campesino u obrero) no puede adquirirla sino a base de un esfuerzo continuado mientras que a un alumno de clase culta el estilo, el gusto, el refinamiento, en una palabra, esas pautas de conducta y de vida que son propias de una clase determinada porque constituyen la cultura de tal clase, le vienen dados por su posición social. De modo que, para unos, el aprendizaje de la cultura de la élite es una verdadera conquista que se paga a un precio muy alto mientras que, para otros, constituye una herencia que comporta, al mismo tiempo, la facilidad y las tentaciones de la facilidad” (Bourdieu, 1969:51). Este elemento de distinción en el modelo neoliberal, por presentar un carácter estrictamente excluyente, tiende a acentuarse y, sobre todo, a expresarse –como muchas cosas en el sistema- en forma soterrada.

 

En este sentido, por ejemplo, “no basta que los museos sean gratuitos y las escuelas se propongan transmitir a cada nueva generación la cultura heredada. Sólo accederán a ese capital artístico o científico quienes cuenten con los medios, económicos y simbólicos, para hacerlo suyo. Comprender un texto de filosofía, gozar una sinfonía de Beethoven o un cuadro de Mondrian, requiere poseer los códigos, el entrenamiento intelectual y sensible, necesarios para descifrarlos” (García, 1984:25).

 

Y algo que resulta importante subrayar es que las clases no se diferencian o distinguen solamente por el capital económico que han acumulado. No, existe algo más.  Se verifica que “las prácticas culturales de la burguesía tratan de simular que sus privilegios se justifican por algo más noble que la acumulación material. Coloca el resorte de la diferenciación social fuera de lo cotidiano, en lo simbólico y no en lo económico, en el consumo y no en la producción. Crea la ilusión de que las desigualdades no se debe a lo que se tiene, sino a lo que se es. La cultura, el arte y la capacidad de gozarlos aparecen como ‘dones’ o cualidades naturales, no como resultado de un aprendizaje desigual por la división histórica entre las clases” (García, 1984:25). Sin embargo, esa posición engañosa no puede diluir o distorsionar un hecho tan objetivo como el que “la actitud cultural no viene dada sino que se adquiere; pero se adquiere mucho más fácilmente por los que, en cierto modo, las heredan; es decir, por los que viven desde su nacimiento en un ambiente cultural intelectualizado o refinado, que por los jóvenes de las clases inferiores, cuyo entorno y cuya lengua son completamente ajenos y aún opuestos a los usos del mundo universitario” (Aranguren, 1969:9). En este aspecto, Pierre Bourdieu, aclara que “en los ambientes más cultivados es, tal vez, donde menos necesidad hay que predicar la devoción a la cultura o de preocuparse, de un modo deliberado, por la iniciación cultural de los hijos. En contraste con la pequeña burguesía, donde los padres, en la mayoría de los casos, no pueden transmitir a sus hijos más que su buena voluntad cultural, las clases cultas irradian incitaciones difusas mucho más propicias para suscitar, por una suerte de persuasión clandestina, la adhesión a la cultura” ( Bourdieu, 1969:46).

 

Lo anterior nos lleva a ratificar aquello de que desde la visión neoliberal, los análisis y cuestionamientos que se realizan, por lo general, generan distorsiones no tanto por lo que dicen sino especialmente por lo que ocultan o por lo que se construye en forma subrepticia, como lo acabamos de advertir en el campo de la cultura.

 

En la tarea de descubrir o develar esas verdades escondidas que nos presenta el neoliberalismo, es que Bourdieu apunta sus trabajos, inclusive, en cierta forma, “prolonga el trabajo del marxismo”;  pues, “si suponemos que el método marxista consiste en explicar lo social a partir de bases materiales y tomando como eje la lucha de clases, hay que reconocer que libros como La reproducción y La distinción lo hacen al descubrir las funciones básicas de las instituciones, las que se disfrazan bajo sus tareas aparentes “ (García, 1984:43). Con este comentario lo que se expresa es que, por ejemplo, la escuela no solamente tiene la función de enseñar y transmitir conocimientos. No. Detrás de esa noble misión la escuela “es la instancia clave para producir la calificación y las jerarquías (García, 1984:43-44). Este enfoque  bourdieuano resulta importante tomar en cuenta en la medida en que “Bourdieu confiere al análisis marxista  una coherencia más exhaustiva; porque al descuidar el consumo y los procedimientos simbólicos de reproducción social el marxismo aceptó el ocultamiento con que el capitalismo disimula la función indispensable  de esa – como de otras – áreas. Cuando la sociología de la cultura muestra cómo se complementan la desigualdad económica y la cultural, la explotación material y la legitimación simbólica, lleva el desenmascaramiento iniciado por Marx a nuevas consecuencias” (García, 1984:44).


 

[1] “Conjunto de posiciones distintas y coexistentes, exteriores las unas de las otras, definidas las unas en relación con las otras, por relaciones de proximidad, de vecindad, o de alejamiento y también por relaciones de orden como debajo, encima y entre; numerosas propiedades de los miembros de las clases medias o de la pequeña burguesía pueden por ejemplo deducirse del hecho de que ocupen una posición intermedia entre las dos posiciones extremas, sin ser identificable subjetivamente ni identificadas subjetivamente en una ni en otra” (Bourdieu, 1998, 30).

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