LOS LENGUAJES DE LA ECONOMÍA

Un recorrido por los marcos conceptuales de la Economía.

PARTE PRIMERA

CAPÍTULO 2.- FILOSOFÍA DE LA CIENCIA.

Realidad a priori versus realidad a posteriori

Al titular como “Es gibt nur das Gegebene” (“Sólo se da [hay] lo dado”) el apartado donde hemos presentado algunas ideas del positivismo lógico, el lector podría pensar que lo que se ha dicho es el sentir común de esta posición. Esto no es del todo correcto, pues no todo lo dado de esta corriente filosófica ha sido examinado y puesto sobre el tapete. Tampoco, hemos mencionado algunos puntos encontrados entre sus miembros. Resaltar uno de ellos es nuestro interés inmediato.

“Entre las doctrinas metafísicas que carecen de sentido teorético he mencionado también el positivismo, a pesar de que en ocasiones se ha designado al Círculo de Viena como positivista. Es dubitable si tal designación resulta adecuada para nosotros. De cualquier manera, nosotros no afirmamos la tesis de que sólo lo dado es real, que es una de las tesis principales del positivismo tradicional. El nombre de positivismo lógico parece más adecuado, pero también puede dar lugar a equívocos. En todo caso lo importante es entender que nuestra doctrina es lógica y no tiene nada que hacer con las tesis metafísicas de la realidad o irrealidad de cosa alguna.” (Carnap, 1934, p 14). Entonces, cuál es el papel que juega la «realidad». Si éste no es un papel a priori; ¿puede serlo a posteriori?

Para responder a esta posibilidad, saldremos del marco del positivismo lógico y nos remitiremos a otros autores. Empecemos con Karl R. Popper y su obra La lógica de la investigación científica. La tarea de este texto remite exclusivamente a la lógica del conocimiento. Ésta para Popper consiste pura y exclusivamente en la investigación de los métodos empleados en las contrastaciones sistemáticas a que debe someterse toda idea nueva antes de que se la pueda sostener sistemáticamente. En absoluto trata la cuestión acerca de cómo se le ocurre una idea nueva a un investigador o persona (Popper, 1934).

Pero antes de introducirnos en los escritos de Popper quisiéramos exponer algunos puntos relacionados con el «problema de la inducción». En particular, uno, sobre la importante distinción popperiana entre verificación y falsabilidad; y, dos, sobre un punto relativo al problema de la inducción que no hemos abordado.

Dado el silogismo hipotético: “si Blaug es un experto filósofo, sabrá cómo usar correctamente las reglas de la lógica; Blaug sabe como usar correctamente las reglas de la lógica, luego Blaug es un experto filósofo (cosa que no es cierta).” En consecuencia, es lógicamente correcto «establecer el antecedente», pero «establecer el consecuente» es una falacia lógica. Lo que si que podemos hacer, en cambio, es «negar el consecuente» y esto sí que es siempre lógicamente correcto. Si expresamos: Si Blaug no usa correctamente las reglas de la lógica, estaremos lógicamente justificados para concluir que no es un experto filósofo.

Ésta es, en opinión de Blaug, una de las razones por las que Popper subraya la idea de que existe una asimetría entre verificación y falsación. Desde un punto de vista estrictamente lógico, nunca podemos afirmar que una hipótesis es necesariamente cierta porque esté de acuerdo con los hechos; al pasar en nuestro razonamiento de la verdad de los hechos a la verdad de la hipótesis, cometemos implícitamente la falacia lógica de «afirmar el consecuente». Por otra parte, podemos negar la verdad de una hipótesis en relación con los hechos, porque, al pasar en nuestro razonamiento de la falsedad de los hechos a la falsedad de la hipótesis, invocamos el proceso de razonamiento, lógicamente correcto, denominado «negar el consecuente». Para resumir la anterior argumentación podríamos decir que no existe lógica de la verificación, pero sí existe lógica de la refutación (Blaug, 1980; pp 31-2).

Pasemos al segundo punto. “La obtención de generalización inductivas no es posible porque, en el momento en que hayamos seleccionado un conjunto de observaciones de entre el infinito número de observaciones posibles, habremos establecido ya un cierto punto de vista y ese punto de vista es en sí mismo una teoría, aunque en estado burdo y poco sofisticado.” (Blaug, 1980, p 33). Pero, sin embargo, en el campo de las ciencias, al igual que en las formas cotidianas de pensamiento, nos vemos continuamente enfrentados a argumentos denominados también «inductivos» y que tratan de demostrar que una determinada hipótesis se ve apoyada por determinados hechos.

Tales argumentos pueden denominarse «no-demostrativos», en el sentido de que las conclusiones no están lógicamente «ligadas» a las premisas; incluso si éstas son ciertas, una inferencia inductiva no-demostrativa no puede excluir lógicamente la posibilidad de que la conclusión sea falsa. La argumentación: «He visto un gran número de cisnes blancos; nunca he visto un cisne negro; por tanto, todos los cisnes son blancos», es una inferencia inductiva no-demostrativa que no se deduce de las premisas mayor y menor, con lo que ambas premisas pueden ser verdaderas sin que la conclusión se siga de ellas lógicamente. En resumen, un argumento no-demostrativo puede, en el mejor de los casos, persuadir a una persona ya convencida, mientras que un argumento demostrativo debe convencer incluso a sus más obstinados oponentes.

Por tanto, no debe pensarse que existe una dicotomía entre inducción y deducción. La dicotomía relevante se plantea entre inferencias demostrativas e inferencias no-demostrativas. Y, para resolver esta dicotomía conviene reservar el término de inducción a argumentos lógico-demostrativos, y el de «aducción» para las formas de razonamiento no-demostrativas. Pero, la inducción demostrativa no existe, y la aducción no es en absoluto lo opuesto de la deducción, sino que, de hecho, constituye otro tipo de operación mental completamente diferente. La aducción es la operación no-lógica que nos permite saltar del caos que es el mundo real a la corazonada que supone una conjetura tentativa respecto de la relación que realmente existe entre un conjunto de variables relevantes. La cuestión de cómo se produce dicho salto pertenece al contexto de la lógica del descubrimiento y puede que no sea conveniente dejar de lado despectivamente este tipo de contexto, como los positivistas, e incluso los popperianos, desean. Pero lo cierto es que la filosofía de la ciencia se ocupa, y se ha ocupado siempre, de forma exclusiva, del paso siguiente del proceso, es decir, de cómo esas conjeturas iniciales se convierten en teorías científicas por medio de su inserción y articulación dentro de una estructura deductiva más o menos coherente y completa y de cómo esas teorías son posteriormente contrastadas con las observaciones. En definitiva, no debemos decir que la ciencia se basa en la inducción: se basa en la aducción seguida de deducción (Blaug, 1980, pp 33-4).

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