RIQUEZA, POBREZA Y DESARROLLO SOSTENIBLE
 

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David Barkin

G. DESARROLLO AUTÓNOMO: UNA ESTRATEGIA PARA LA SOSTENIBILIDAD

El desarrollo sostenible no es consistente con la expansión de la agricultura comercial "moderna". La producción especializada basada en el uso de maquinaria y/o agroquímicos que surgió del enfoque tecnológico de la revolución verde, ha producido un enorme caudal de alimentos y otros productos primarios; sin embargo, los costos sociales y ambientales son demasiados altos. El desarrollo rural comercializado ha traído en su estela la progresiva marginación de las poblaciones campesinas e indígenas.

La integración global está creando oportunidades para algunos y pesadillas para muchos. La producción doméstica se está ajustando a las señales del mercado internacional, respondiendo a las demandas del exterior e importando aquellos bienes que pueden ser adquiridos más baratos en cualquier otro lugar. La expansión urbano-industrial ha creado polos de atracción para la gente y sus actividades que no pueden ser absorbidos productiva o saludablemente. Las ciudades perdidas y los deteriorados vecindarios albergan a quienes buscan empleos marginales, mientras los gobiernos locales están abrumados por las tareas imposibles de administrar estas áreas infernales con presupuestos inadecuados. Al mismo tiempo, las comunidades campesinas están siendo desmembradas, y sus residentes forzados a emigrar y abandonar los sistemas tradicionales de producción. Ellos también han dejado de ser buenos administradores de los ecosistemas de los cuales son parte.

En esta yuxtaposición de ganadores y perdedores, debe considerarse una nueva estrategia de desarrollo rural: una estrategia que revalorice la contribución de la producción tradicional. En la economía global, la vasta mayoría de productores rurales del tercer mundo no puede competir en los mercados internacionales con productos alimentarios básicos y otros primarios: la tecnología y financiamiento de los productores en las naciones ricas puede combinarse con la necesidad política de exportar sus excedentes para bajar los precios internacionales, con frecuencia por debajo de los costos reales de producción en el tercer mundo, especialmente si estos agricultores fueran a recibir un salario competitivo. Sus productos tradicionales no podrían comercializarse fuera de las mismas comunidades pobres.

Los productores rurales marginados ofrecen una promesa importante: si se fomenta su producción, pueden sostenerse por sí mismos y hacer contribuciones importantes al resto de la sociedad. En contraste, si prevalecen las políticas rurales que los países del tercer mundo definen como “eficiencia” por el criterio del mercado internacional, basadas en la estructura política y tecnológica de las naciones industrializadas, los campesinos serán arrebatados de sus campos de siembra tradicionales y las importaciones de alimentos comenzarán a competir fuertemente por las divisas, desplazando a los bienes de capital y otras prioridades nacionales, como ha pasado en muchos países. (Barkin, Batt y DeWalt, 1991) El enfoque sugerido por la búsqueda de sostenibilidad y participación popular tiene el fin de crear mecanismos dondequiera que las comunidades campesinas e indígenas encuentren apoyo para continuar cultivando sus propias regiones. Aún con el criterio estricto de la economía neoclásica, este enfoque no debe ser descartado como un proteccionismo ineficiente, ya que la mayoría de los recursos implicados en este proceso tendrían poco o ningún costo de oportunidad para toda la sociedad.¹

Por ello, proponemos la formalización de una economía autónoma. Reconociendo la permanencia de una sociedad drásticamente estratificada, el país estará en mejor posición para diseñar políticas que reconozcan y tomen ventaja de estas diferencias a fin de mejorar el bienestar de los grupos de ambos sectores. Una estrategia que refuerce a las comunidades rurales, un medio para hacer posible la diversificación, hará que el manejo del crecimiento sea fácil en aquellas áreas que desarrollan lazos con la economía internacional. Pero más importante es que tal estrategia ofrece una oportunidad para que la sociedad confronte activamente los cambios del manejo del ambiente y la conservación de una manera significativa, con un grupo de gente calificado de manera única para tales actividades.²

En gran parte de Latinoamérica, si los campesinos cesaran de producir los cultivos básicos, las tierras e insumos no serían simplemente transferidos a otros para la producción comercial. Los bajos costos de oportunidad de la producción primaria en las regiones campesinas e indígenas derivan de la falta de empleos productivos alternativos para la gente y las tierras de este sector. Aunque la gente generalmente tiene que buscar ingresos en el "sector informal", su contribución al producto nacional sería magro. La diferencia entre el criterio social para evaluar el costo de este estilo de producción y la valoración del mercado está basada en la determinación de los sacrificios que la sociedad haría para tomar una u otra opción. La base teórica para este enfoque vuelve como punto de partida al ensayo inicial de W. Arthur Lewis (1961) y estudios posteriores que encuentran su última expresión en la demanda de un enfoque "neoestructuralista" para el desarrollo de Latinoamérica (Sunkel 1993).

La economía política de la autonomía económica no es nueva. A diferencia del modelo actual que permea todas nuestras sociedades, confrontando a ricos y pobres, la propuesta pide la creación de estructuras de modo que un segmento de la sociedad que elige vivir en las áreas rurales encuentre apoyo en el resto de la nación para instrumentar un programa alternativo de desarrollo regional. Este modelo de autonomía comienza con la base heredada de la producción rural, mejorando la productividad mediante el uso de la agroecología. También implica la incorporación de nuevas actividades que se construyan sobre la base cultural y de recursos de la comunidad y de la región para su desarrollo posterior. Requiere respuestas muy específicas al problema general y, en consecuencia, depende fuertemente de la participación local para su diseño e instrumentación. Mientras los planes generales son ampliamente discutidos, los específicos requieren programas bien definidos de inversión de los productores directos y sus socios. Nuestro trabajo con las comunidades locales en las zonas de hibernación de la mariposa monarca en el centro-oriente de México, es un ejemplo de este enfoque hacia el desarrollo.³

Lo que es nuevo es la introducción de una estrategia explícita de fortalecimiento de la base social y económica para una estructura que permite a estos grupos mayor autonomía. Mediante el reconocimiento y fomento para que los grupos marginales creen una alternativa que les ofrezca mejores perspectivas para su propio desarrollo, la propuesta de la economía autónoma podría mal interpretarse como una nueva encarnación de la "guerra (norteamericana) contra la pobreza" o el enfoque mexicano de "solidaridad" para aliviar los efectos más negativos de la marginalidad. Esto sería un gran error; no se trata de una simple transferencia de recursos para compensar a los grupos atrasados por su pobreza, sino un conjunto integrado de proyectos productivos que ofrezca a las comunidades rurales la oportunidad de generar bienes y servicios que contribuyan a elevar sus estándares de vida y los de sus conciudadanos, mientras mejoran el ambiente en el que viven.


1. Este es un elemento crucial. Muchos analistas descartan a los productores campesinos por trabajar a una escala demasiado pequeña y con muy pocos recursos para ser eficientes. Mientras sea posible y aun necesario promover un incremento en la productividad, consistente con una estrategia de producción sostenible, como la definen los agroecólogos, la propuesta de animarlos para mantenerse como miembros productivos de sus comunidades debería ser instrumentada bajo las condiciones existentes.

2. Mucha de la literatura sobre participación popular enfatiza la contribución multifacética que la incorporación productiva de los grupos marginales pueden hacer a la sociedad. (Friedmann 1992; Friedmann y Rangan 1993; Stiefel y Wolfe 1994) Mientras se ha hecho muy poco sobre estrategias específicas de sostenibilidad en las comunidades rurales pobres, es claro que mucha de la experiencia referida por quienes la practican con los grupos de base (e.g. Glade y Reilly 1993) es consistente con los principios enunciados por los teóricos y analistas como Altieri (1987).

3. Para una discusión más general, ver Adelman 1984, Barkin 1991, cap. 6 y FUNDE 1994, el cual ofrece un programa específico para la reconversión de El Salvador, basada en los principios discutidos en la Sección 4 de este documento. Las propuestas de los grupos como la IAF y la RIAD ofrecen ejemplos específicos de los esfuerzos que las bases están llevando a cabo para instrumentar alternativas como aquellas discutidas en el texto. El Centro de Ecología y Desarrollo en México (Chapela y Barkin 1995) está iniciando un programa de desarrollo regional consistente con la estrategia propuesta.

 

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