La propuesta 
En la tarde y noche del miércoles, en una maquina de 
escribir prestada por la administración del hotel el computador portátil aún no 
estaba disponible- me encerré en la habitación para preparar un documento que 
podría orientar las discusiones que debían realizarse en la reunión del jueves. 
En el documento  resumía los cuatro argumentos que, en nuestro personal 
criterio, respaldaban la idea de unificar las gestiones de los países deudores 
para lograr negociar en un nivel de igualdad frente al unificado Sindicato de 
Acreedores. 
El primer argumento puntualizaba la eficiencia que podría 
obtenerse al concentrar las negociaciones en una sola entidad administrativa, en 
lugar de que cada país tenga que organizar sus propias oficinas y cuerpos 
burocráticos. Este argumento en realidad se limitaba a plagiar uno de los 
razonamientos que ya habían sido utilizados por los acreedores para unirse entre 
sí. 
  
En efecto, a partir de la 
moratoria declarada por México, los acreedores es decir, los bancos 
transnacionales asociados en el Club de Londres, los gobiernos agrupados en el 
Club de Paris y los organismos financieros integrantes del Grupo Multilateral- 
habían justificado su accionar monopólico arguyendo que si cada prestamista 
comenzaba a renegociar individualmente con los deudores se produciría una 
caótica mezcolanza de tasas de interés, plazos de amortización y condiciones de 
pago, que podría quebrantar el equilibrio existente en los mercados financieros 
y de capitales.
Para evitar esa posibilidad, 
el Chase Manhattan Bank había reunido a un grupo de acreedores en el centro de 
conferencias ubicado en el Ditchley Park de Londres, con el propósito de 
planificar las acciones necesarias para que los bancos, en lugar de competir 
entre sí tratando de ser los primeros en cobrar las deudas, más bien puedan 
negociar y enfrentar juntos la poca capacidad de pago de los países deudores.
Una de las primeras 
resoluciones adoptadas por el Grupo Ditchley -como inicialmente se denominó- 
fue la de organizar un instituto capaz de centralizar toda la información 
referente a la deuda del tercer mundo. Efectivamente, en un plazo más bien 
corto, el 12 de enero de 1983 se inauguró en Washington el Instituto de Finanzas 
Internacionales el IFI- cuyos fundadores fueron los 35 bancos más grandes que 
entonces contabilizaban una acreencia en el tercer mundo superior a 270 mil 
millones de dólares.
Sobre la base de ese 
antecedente ya en Panamá- creímos  que el mismo argumento de eficiencia 
administrativa utilizado para crear el Grupo Ditchley, podía servir para 
unificar a 18 países latinoamericanos cuya deuda conjunta superaba los 320 mil 
millones de dólares.
  
El segundo argumento también se inspiró en el accionar de 
los propios bancos. Al atardecer del lunes y como consecuencia del discurso del 
banquero orador que puso en evidencia un posible conflicto entre acreedores- 
cruzando información con varios asistentes nos percatamos que a lo largo de los 
siete meses transcurridos desde la declaración de la insolvencia de México, los 
acreedores habían evitado realizar ninguna gestión de cobro individual; 
abstencionismo que resultaba insólito en virtud de que los contratos de la deuda 
sí habían originalmente sido negociados de manera individual entre acreedor y 
deudor.
Ese abstencionismo, entonces, solo podía indicar un pacto 
informal entre acreedores para evitar que entre ellos se realice cualquier 
competencia desleal.
Eventualmente ese pacto fue 
formalizado y reubicado bajo la responsabilidad de los deudores, a través de los 
contratos de renegociación de deudas suscritos a partir segundo semestre de 
1983, en los cuales se prohíbe a los deudores dar preferencia de pago a ningún 
acreedor en particular. Esta prohibición se oculta bajo la denominada cláusula 
del
 pari passu,
Así, en nuestro segundo 
argumento aceptábamos como un hecho consumado la decisión de los acreedores de 
no negociar individualmente con nosotros los deudores; pero concluíamos  que los 
deudores tampoco debíamos negociar individualmente con los acreedores. 
 
En el tercer argumento rebatíamos la tesis expuesta por 
los acreedores, para quienes el unificar las gestiones del Club de Paris, del 
Club de Londres y del Grupo Multilateral bajo un solo cartel o sindicato, tenia 
como único propósito el de posibilitar una 
negociación de suma 
positiva.
 Es decir, una negociación en la cual todos los participantes ganan 
o, en un caso límite, el participante que no gana tampoco pierde.
 
Nosotros replicábamos que en 
el sector financiero cualquier 
negociación de suma positiva, es 
factible únicamente cuando ambos participantes están en el mismo lado: acreedor 
con acreedor, deudor con deudor, inversionista con inversionista, etcétera; pero 
que cuando los participantes se encuentran en lados opuestos -como es el caso de 
acreedores versus deudores- la creación de cualquier cartel o 
club, 
necesariamente tendría como resultado final una 
negociación de suma cero. 
Es decir, una negociación donde la mayor ganancia de un participante, 
forzosamente requiere una mayor perdida del otro. 
       
El cuarto argumento el más trascendente- recalcaba el 
hecho de que si los acreedores negociaban en bloque y los deudores lo hacíamos 
individualmente, quedaríamos excluidos de participar en él -hasta ese entonces- 
mercado 
libre de capitales.
  
Para explicar este cuarto argumento, destacábamos que el 
mercado internacional de capitales esta constituido por dos segmentos: el 
mercado
 primario y el mercado
 secundario.
El 
mercado primario 
corresponde a aquella instancia en la que el prestamista le entrega dinero al 
prestatario quien, en garantía, suscribe los pagarés en los cuales se especifica 
el monto, el plazo y los intereses del préstamo. 
El 
mercado secundario, 
por otro lado, se genera cuando los pagarés recibidos por el prestamista son 
puestos a la venta y adquiridos por un tercero que pasa a ser el nuevo acreedor. 
Desde luego, en un mercado libre los pagarés también pueden ser comprados por el 
propio deudor que desee rescatar parte de su deuda.
Así, la principal diferencia entre el 
mercado primario 
y el 
 secundario, es que en el primero la transacción se realiza entre el 
acreedor y el deudor; mientras que en el 
secundario la transacción puede 
realizarse entre dos acreedores o también entre acreedor y deudor. Era esta 
última alternativa la que se  eliminaba con la cláusula del
 pari passu, 
que en definitiva prohibía a los deudores intervenir en el 
mercado 
secundario. 
 Nuestra preocupación, desde luego, no se limitaba a 
tratar de preservar el buen funcionamiento del mercado libre, sino que la crisis 
financiera nos hacia prever una drástica caída en el precio de los pagarés. 
Desde esa perspectiva, si es que los deudores quedábamos excluidos de negociar 
en el 
mercado secundario, la caída en los precios beneficiaría 
exclusivamente a los nuevos acreedores.   
En virtud de que esos cuatro precedentes el 
Grupo 
Ditchley, el pacto del 
pari passu, la 
alianza suma cero 
y el cierre del 
mercado secundario- concentraban el poder de negociación 
en manos de los acreedores al impedir que el mercado funcione; presumía que en 
la reunión una mayoría de asistentes apoyaría nuestra propuesta a favor de que 
los países deudores también nos unamos. 
   
    
  
    
     
    El vocablo Pagaré se origina en la frase Debo y pagaré... que consta en 
    los documentos de crédito. Según la clase de transacción, pueden usarse 
    otros vocablos: bonos, certificados, títulos, cupones, opciones y 
    otros más sofisticados; pero el concepto es el mismo: aceptar por escrito el 
    compromiso de pagar en cierto plazo un determinado monto de capital e 
    intereses.