Rebelión contra el centralismo

 

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Alfonso Klauer

Agroindustria, turismo y pequeña y mediana minería: opciones estratégicas

A éste como a otros respectos, debemos también volver los ojos a los países desarrollados del Norte, prescindiendo de ese caso tan excepcional que constituye Estados Unidos, cuya magnitud de riqueza resulta inigualable –habida cuenta de las otras razones por las que ha alcanzado el Desarrollo–.

Dejando de lado esa excepción, podemos preguntarnos entonces, ¿acaso los países desarrollados se han catapultado en la explotación de todos los sectores de sus economías? ¿En ellos sus poblaciones se embarcaron a explotar inercial y espontáneamente, y por igual, todos los sectores de sus economías? ¿Dejaron erráticamente que todos y cada uno de los sectores económicos se desarrollaran como pudieran? No, por el contrario, han sido racional y estratégicamente muy selectivos. En efecto, todos ellos –deliberadamente o no, pero de hecho–, en los últimos siglos pusieron gran énfasis en aquellos sectores en los que tenían una gran ventaja comparativa o una ventaja comparativa absoluta.

Ese ha sido el secreto de cómo esos pueblos han podido concretar lo que en teoría económica se conoce como “modelo de acumulación”. Esto es, qué hicieron, cómo estructuraron sus economías, en qué se apalancaron o impulsaron para que éstas fueran capaces de generar los grandes excedentes económicos con los cuales solventar sus necesidades de infraestructura y desarrollo social (vivienda, salud, educación, etc.).

Inglaterra explotando sus grandes minas de hierro y carbón, y otro tanto Alemania. Francia y Bélgica; así como Suiza, en la explotación de los sectores pecuarios y agropecuarios. Y hoy buena parte de la riqueza de España, Francia e Italia se está logran- do a partir del turismo, dado que en él tienen ventajas comparativas enormes, cuando no absolutas en comparación con el resto de los países de Europa.

Siempre, pues, ha habido una gran selectividad a la hora en que los grandes países han optado por “escoger las palancas” de su Desarrollo. Quizá muchas veces no ha sido una selección explícita, quizá nunca ha figurado explícitamente en un gran plan nacional o en un proyecto nacional. Pero ha habido, sí, y siempre, una sabia selectividad implícita, efectiva y altamente eficiente.
¿Por qué no vamos a actuar nosotros en términos similares y equivalentes? ¿Qué nos impide seguir un camino tan seguro y exitoso como ése? ¿Tiene el Perú alguna o varias grandes ventajas comparativas reales, o algunas o varias ventajas comparativas absolutas? Claro que las tiene. Pero, precisamente en el contexto de la dependencia, en contra de los intereses del país, han sido sistemáticamente dejadas de tener en cuenta. Y es que, coherentemente, a los centros hegemónicos nunca les ha interesado desarrollar y descentralizar al Perú. Pero a nosotros sí.

El Perú tiene tres rubros en los que cuenta con ventaja comparativa absoluta respecto de muchos pueblos de la Tierra, y sobre todo de los de nuestro contexto geográfico inmediato:

 

1) su riquísima potencialidad agronómica y de producción pecuaria muy especializada (alpacas y vicuñas, es particular), en razón de su azarosa pero virtuosa combinación de latitud geográfica y diversidad de pisos ecológicos; 2) su enorme potencialidad turística, y;

3) su gigantesca potencialidad minera polimetálica, y no metálica, a disposición de una masiva mediana y pequeña minería; y, en particular, y de larguísimo afianzamiento histórico, grandes depósitos de minería en lavaderos de oro.

De manera extraordinaria nuestras tres grandes potencialidades están bastante bien repartidas a lo largo y ancho del territorio peruano. Es decir, las tres son de una potencialidad descentralista extraordinaria. Y, lo que es tanto o más importante, para la explotación de ninguna de esas tres grandes riquezas es necesario convocar a ninguna de las más grandes empresas transnacionales del mundo.

Basta, para explotarlas y desarrollarlas, con convocar el concurso de cientos y miles de medianas y pequeñas empresas peruanas, formadas o por constituirse en el contexto de la descentralización. Pero también debemos ser capaces de convocar a cientos y miles de grandes, medianas y pequeñas empresas del mundo, ninguna de las cuales exigirá sin embargo al país las condiciones que por lo general plantean las gigantes transnacionales del mundo.

Por lo demás, los tres sectores son altamente proclives a la reinversión; son necesariamente más intensivos en creación de puestos de trabajo; son susceptibles de dar gran valor agregado a su producción; e invariablemente demandan gran cantidad de insumos y bienes y servicios locales.

En lo que a potencialidad agronómica, pecuaria, forestal y agroindustrial se refiere, todo habrá de pasar por decisiones firmes y audaces. Se trata de convertir en fuente inagotable de riqueza un territorio con potencialidades que para dichos rubros son enormes e inestimables.

A diferencia de las grandes planicies de granos de Estados Unidos, Rusia, China, Argentina e incluso Egipto, de vocación natural para el monocultivo, los variadísimos 84 distintos ecosistemas que se dan en el Perú –de los 103 que existen en el planeta–, en las más diversas latitudes –desde las ecuatoriales a las meridionales–, en las más diversas altitudes –desde el nivel del mar hasta por encima de los 5 000 metros sobre el nivel del mar–; y en muy diversos meridianos –desde el Pacífico hasta la inmensa amazonía–, ofrecen una inacabable vocación natural hacia el pluricultivo.

Por lo demás, en términos relativos, pocos países del mundo podrían aumentar la frontera agrícola en la impresionante proporción en que podría hacerlo el Perú, precisamente porque muy poco se ha hecho en estos últimos dos siglos. Sólo recuperando y poniendo nuevamente en producción la gigantesca andenería abandonada en estos siglos, incorporaríamos a la producción tanto como 50 veces el tamaño de Israel.

A su vez, dos y tres veces el territorio de Suiza podría incorporarse con pequeñas y medianas irrigaciones en los Andes. Y una extensión incluso más grande que el territorio de Japón, con las grandes irrigaciones que, en el largo plazo, podría ejecutar el Perú. Dispone para ello de esas inmensas y desérticas costas que, paradójicamente, hoy ven discurrir hacia el océano, en interminables torrentes de agua dulce, buena parte del 5 % de los recursos de agua dulce del planeta que circulan por territorio peruano, no obstante que su extensión es apenas es el 0,87 % del área continental del globo terráqueo.

El empresario peruano Miguel Vega Alvear ha dirigido una investigación en la que, además de revelarse que en 2,2 millones de hectáreas de cultivos los agricultores han obtenido ingresos brutos promedio de sólo 1 000 dólares por hectárea, hay hasta 500 mil hectáreas en las que con riego y explotación tecnificados esos ingresos pueden multiplicarse 6, 7 y hasta 10 veces, e incluso hasta 20, incorporando el valor agregado necesario para la exportación. Imagínese que la tierra agrícola de que hoy se dispone, y toda la que pueda incorporarse en el mediano plazo, se exploten con los más avanzados sistemas de riego y producción.

A ese respecto resulta asombroso que en el país siga prevaleciendo la idea de que no deben haber bienes con aranceles absolutamente privilegiados. Tiempo hace que todos los sistemas y equipos de riego tecnificado deberían tener arancel cero. Y tiempo hace que el país debió convocar a licitación internacional el establecimiento de fábricas de esa naturaleza.

Por su parte, en términos de turismo, el Perú es capaz de ofrecer uno de los abanicos de posibilidades y motivaciones de viaje más grande que existe: mil facetas distintas en turismo de aventura, en las playas, en los ríos, en la cordillera; mil alternativas de turismo deportivo, en sus costas, lagos y ríos, en la cordillera y en sus cumbres nevadas; mil oportunidades de turismo ecológico, en parques nacionales y ecosistemas naturales únicos en el globo, atrayentes tanto para especialistas como para no iniciados; mil variantes de turismo recreativo–cultural, la más variada diversidad de danzas, música, comidas y mitos, en los más variados y sublimes paisajes; mil posibilidades de turismo científico, para geólogos, mineros, hidrobiólogos, ornitólogos, entomólogos, etc.

Y, para concluir –aunque no por ello hayamos agotado el repertorio–, infinitas atracciones históricas, desde el paleolítico hasta la Colonia, pasando ciertamente por el inkanato y su más portentosa joya, Machu Picchu. Agréguese a todo ello el involuntario pero virtuosísimo privilegio del Perú. En efecto, a diferencia de los grandes centros de atracción turística del mundo, por sus particulares características climatológicas, la mayor parte de los atractivos turísticos del Perú pueden ser visitados los doce meses del año.

Por otro lado, y como bien se conoce, el territorio andino es un riquísimo depósito de minerales de muy variada índole. Pero además, y también dejado hasta ahora de lado, nuestra tradición minero–metalúrgica es de las más antiguas y virtuosas del mundo, pero no precisamente en la grande sino en la pequeña y mediana minería. Tenemos obligación histórica de recuperar el sitial perdido, colocando a la pequeña y mediana minería en estrecha relación con la también invalorable experiencia artesanal que felizmente se mantiene incólume.

¿Qué ocurriría si, tras políticas y decisiones audaces, ingeniosas y firmes, el Perú, en veinte –o menos– logra atraer no los 700 mil turistas que hoy casi inercialmente llegan al país, sino tantos como los 50 millones que llegan anualmente a España, por ejemplo? Pues simple y llanamente, sólo por ese concepto, se incrementaría en 100 % el PBI actual del país.

¿Y qué ocurriría si en esos mismos veinte años –o también menos– fuésemos capaces de poner bajo riego y producción tecnificados el 50 % de toda el área agrícola actual del país, el 30 % de la andenería hoy abandonada, y hasta 200 mil hectáreas de nuevas tierras? Pues quizá también duplicaríamos nuestro actual PBI.

¿Y no podríamos además proponernos que la pequeña y mediana minería, en el plazo de los mismos veinte años, alcancen a igualar el aporte que actualmente tiene la gran minería en el PBI país, con la salvedad de que darían por lo menos diez veces más fuentes de trabajo? Sólo con el aporte incremental de esos sectores de la economía alcanzaríamos a triplicar el PBI actual del Perú. Es decir, sin contar con el crecimiento de la pesquería, la gran minería, la industria tradicional, la construcción y todo el resto de las actividades productivas del país que, en el mismo plazo, podrían contribuir en total con la duplicación de la producción actual del país.

En total, pues, podríamos quintuplicar las pobrísimas cifras presentes.
Comparativamente, con el modelo neoliberal sin palancas de desarrollo que prevalece hoy en día en el país, requeriríamos por lo menos de 33 años para alcanzar los mismos objetivos. La diferencia, pues, es sumamente significativa.

Los tres son entonces los rubros de nuestra economía en los que el país tiene ventaja comparativa absoluta. ¿Por qué? Porque Estados Unidos, por ejemplo, podrá cosechar naranjas y limones, paltas y chirimoyas, o maca y uña de gato, en costosos invernaderos en Colorado o en Oklahoma, pero no podrá jamás llevarse a su territorio la cordillera de los Andes y sus climas, ecosistemas, paisajes, ni su riqueza mineral; pero tampoco Machu Picchu ni Chavín de Huántar, y tanto menos la Amazonía y el Titicaca. Nuestras riquezas aún no explotadas son irrepetibles e irreproducibles. Lo son, en cambio, Epcot y Disneyworld, e incluso la Torre Eiffel.

¿Será necesario explicitar que ninguno de esos tres sectores es susceptible de verse afectado por el contrabando, el dumping y la subvaluación, por ejemplo, que tanto daño hacen a la industria tradicional y al comercio honesto? Debemos ser capaces de adoptar grandes y audaces decisiones de política económica, promoción y capacitación profesional, premios, control de calidad, etc., para potenciar la capacidad de desarrollo descentralizado de ésas nuestras grandes e inigualables ventajas comparativas. Ello ciertamente pasa por la adopción de selectivas y privilegiadas políticas arancelarias; y de tributación al valor agregado, a la renta y la reinversión.

Pero también por establecer una estrechísima vinculación entre la formación técnica y universitaria y esos sectores económico–productivos. Pero además por compenetrar a los estudiantes, desde la escuela primaria, con la natural vocación del Perú hacia esos sectores; y desde la escuela secundaria involucrarlos en el proceso productivo. Pero pasa también por el establecimiento de premios e incentivos sicológicos y espirituales especiales hacia esos sectores. Pero, al propio tiempo, por el establecimiento de exigentes sistemas de control y supervisión de calidad. Y, por cierto, muy drásticas y expeditivas sanciones a quienes incumplan o trasgredan las normas.

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