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Alfonso Klauer
Cinco decisivas y trascendentales líneas de conducta
Apenas en el segundo dia de su estancia en el Perú, el 2 de setiembre de 1823, Bolívar expresó: todo está corrompido. Más tarde atestiguaría entre quienes lo rodearon las formas más ramplonas de sumisión y obsecuencia, así como expresiones delirantes de adulación 211, falta de probidad, falta de enteresa, etc
Tres años más tarde el marino inglés Hiram Paulding sería testigo de excepción de frases durísimas de Bolivar en referencia a los peruanos de entonces. Basadre recoge que habría dicho son unos cobardes y, como pueblo, no tienen una sola virtud varonil.
En ese mismo año 1826, esto es, cuando obviamente todavía prevalecía en el Perú que acababa de independizarse toda la herencia de actitudes y conductas que habían sido modeladas durante la Colonia, el diputado puneño Benito Laso advertía de la presencia en el país de malos hábitos, la falta de amor patrio, la existencia de clases privilegiadas, la abundancia de aspirantes y quejosos , etc. Unanue por su parte criticaba el racismo imperante . Y casi todos sabían de la existencia de funcionarios ladrones.
A contrapelo de esa penosa realidad como habíamos adelantado, José Faustino Sánchez Carrión proclamaba por la misma fecha, finquemos nuestra grandeza en traer un vestido llano y si más insignia que la de la honradez, la de la delicadeza republicana, la de la austeridad civil . Esto es, hace 175 años, a quienes asístía más autoridad moral reclamaban acabar con los vicios, faltas y delitos, y que se impongan como valores la honradez, la austeridad, el civismo, etc.
Harto y durante mucho tiempo se ha escrito en el Perú respecto de la necesidad de imponer nuevos valores y estilos. Y, recientemente, José María de Romaña, por ejemplo, ha dicho que para desarrollar el Perú urge una nueva cultura de esfuerzo, éxito, justicia, cumplimiento de los compromisos, competitividad, com- petencia, calidad total, veracidad, excelencia, ética, generosidad, imaginación, audacia, disposición al cambio y a la innovación, visión de futuro, pensamiento aplicado, ahorro. gobernabilidad, Estado pequeño y eficaz, iniciativa privada al máximo.
Ricardo Tenaud, a su turno, ha puesto énfasis en que debemos desterrar: la negligencia, la apatía, las quejumbres y lloriqueos, la resignación, la falta de sentido de responsabilidad, la viveza criolla, la falta de honradez, el incumplimiento de la ley, la carencia de sanciones, el machismo, el ridículo, el chauvinismo, el despilfarro; y que, al propio tiempo, debe imponerse el cuidado, la precaución, la previsión, la fiabilidad, la seriedad, la puntualidad, la disciplina, el rigor y el método y la organización, pero también la cortesía, la paciencia, la calma, la supresión del ruido y el respeto al público .
De una u otra manera, el empresario Octavio Mavila, con la misma buena voluntad, ha resumido todo ello en el ya famoso Decálogo del Desarrollo. Enhorabuena.
E igualmente encomiable puede resultar el planteamiento que hace la historiadora peruana Cristina Flórez, por recuperar mucho de esa autoestima que tanto hemos perdido en los últimos tiempos.
Sin embargo, ninguno de ellos, y nosotros tampoco, estamos descubriendo nada nuevo en torno al hecho incontrovertible de que no son precisamente los valores los que prevalecen en el Perú. Ya en las primeras décadas de la República se hablada de ello. Y Bartolomé Herrera fue uno de sus más notorios portaestandartes. Habló el celebrado sacerdote de la ausencia de una escala de valores, de la inmoralidad, de la corrupción, y de la pérdida del principio del orden y la obediencia.
Y cómo olvidar que, décadas más tarde, con ardor, vehemencia, sin dobleces ni medias tintas, don Manuel González Prada hizo lo propio. Largo se viene insistiendo en el asunto. ¿Nos hemos preguntado por qué, entonces, no logran ser prender ni ser internalizados los valores en la sociedad peruana? ¿No será acaso, como en realidad sabemos, que se inculcan más con el ejemplo que con la palabra, sobre todo cuando es evidente que ésta no es coherente con aquél? Hay sin embargo tres valores en los que, extraña y hasta sospechosamente, insisten poco y hasta silencias muchos de los cultivadores de valores: la consecuencia, la honorabilidad, y el coraje. El primero exige que invariablemente se practique todo cuanto se proclama. El segundo, para distinguirlo de honestidad, que por simplificación reduciremos a no robar; es el que impulsa a pelear y luchar para que otros no roben. Y el tercero es el que, en defensa de los legítimos intereses de la persona, el grupo social al que se pertenece, o el país, impele a denunciar, abiertamente y señalándolos, a los culpables de fechorías o crímenes.
Son justamente estos dos últimos valores los que distinguieron a Herrera de González Prada. Aquél fue apenas, y aunque no es poco, un hombre honrado. Don Manuel, en cambio, sólidamente consecuente con sus principios, de honorabilidad acrisolada, y corajudo como él sólo; supo de los sinsabores que se sufre al tener esos valores en una sociedad en la que prevalecen la hipocresía, la inconsecuencia, la corrupción y la cobardía.
Sería profundamente injusto afirmar que don Manuel González Prada fue el único que con valentía y ardor combatió la corrupción.
No, con mayor énfasis y consecuencia unos que otros, también lo hicieron José Manuel Osores, José María Químper, Luciano Benjamín Cisneros, Alberto Ulloa y Joaquín Capelo; y Felipe Pardo y Aliaga, Manuel Atanasio Fuentes, Fernando Casós, etc.
Quizá pensando en ellos y seguramente otros más Basadre expresó: Ha habido (...) aquí gente proba y sana. Muchos han sido los que han trabajado por el Perú, han muerto por el Perú, han soñado en el Perú. ¿Pero quién se acuerda de ellos nos preguntamos; más aún, quién los conoce en el Perú? ¿Se han preguntado los impulsores de campañas de valores, por qué la Historia (oficial y oficiosa) ha silenciado precisamente a los hombres cargados de valores; y, más bien, realza, ensalza, llena de reconocimientos y premia a quienes adolecen realmente de ellos? No hay duda, para el ladrón, son incómodos, y hasta enemigos a los cuales hay que silenciar, cuando no liquidar, todos aquellos que los enfrentan y acosan.
Estos acosadores, sin embargo, siempre fueron una ínfima minoría en nuestro país. No eran la norma sino la excepción. No eran producto de la sociedad aristocrática, sino de excepcionales familias honorables que lograron superar los embates de aquélla.
En minoría abrumadora, fueron derrotados. De allí que los escribas de los triunfadores los silencian. Y de allí que los alcaldes no bautizan con esos nombres las plazas y calles de las ciudades. Habrá que voltear la tortilla. Y poner arriba a los que están abajo. Y, merecidamente, hacer también lo inverso.
Pues bien, no estamos opuestos, faltaba más, a que se sigan llevando a cabo grandes campañas de valores. Discrepamos sí de las prioridades. A nuestro juicio, ninguno de esos valores o virtudes, ni individualmente ni en conjunto, conduce por sí mismo al Desarrollo. Sino que todas esas encomiables virtudes se imponen, generalizan y asumen por toda la sociedad dentro de un contexto desarrollado. Pero éste, a su vez, sólo se alcanza a partir del nocentralismo. Quienes postulan la urgencia de imponer primero en la sociedad todo ese cúmulo de virtudes, no están sino recreando la vieja, equívoca y engañosa tesis de Weber sobre el supuesto rol decisivo que tuvo la ética protestante en el desarrollo del capitalismo, y del norteamericano en particular.
Pero tanto Weber como sus seguidores sistemáticamente obvian de considerar cuán extraordinariamente homogénea fue la sociedad norteamericana que, desde mucho antes de 1777, se lanzó a la construcción del gran país del norte. Y, dígase también de paso, no deja de ser patético que a la mayor parte de los analistas se les pase que, aun cuando supuestamente llenos de esas virtudes, los padres de la patria estadounidense no tuvieron reparo alguno en virtualmente exterminar a millones de nativos norteamericanos.
Así las cosas, todo indica que no eran poseedores de todas las virtudes de que gratuitamente se les adorna.
Hay, no obstante, otra observación muy importante que hacer al propio Weber y sus seguidores. En efecto, sistemáticamente han obviado que los padres de la patria estadounidense estaban agrupados en 13 colonias y no en una. Es decir, ya desde que sus abuelos llegaron de Inglaterra, Irlanda y Escocia, arribaron provistos de una actitud eminentemente descentralista, porque así era el mundo de donde llegaron, muy descentralizado.
Hay fundadas razones para sospechar que mientras la actitud descentralista y el nocentralismo de las 13 colonias eran una realidad incuestionable, las tan mentadas y excelsas virtudes aún estaban completándose. Aquéllo es anterior a éstas en el proceso del desarrollo.
Quizá la mejor prueba la constituye el hecho de que miles y millones de hombres y mujeres llenos de esos defectos que hay que desterrar, asumen como por encanto todas y cada una de las virtudes señaladas cuando se trasladan a vivir y trabajar a los países del Norte. Y allí, además e incluso también como por encanto, parecen adquirir la autoestima de que adolecían estando aquí.
Es a propósito de esta última constatación que podemos poner en tela de juicio la afirmación que anteriormente recogimos de la historiadora peruana Cristina Flórez. ¿Recuperar la autoestima perdida? ¿Alguna vez la tuvimos como pueblo? ¿Cuál pueblo? La autoestima se labra y forja con y en los éxitos, con y en las conquistas, con y el trabajo, con y en el desarrollo; no con los fracasos, ni las derrotas, ni el desempleo y la miseria.
Sin duda debemos aspirar a desterrar todos y cada uno de los defectos que se ha señalado, y a imponer la larga lista de virtudes que los sustituya. Pero además, y sobremanera importante, debemos imponernos la tarea de forjar una auténtica y firme identidad peruana, y labrar asimismo una sólida autoestima. Habrá que sustentarla en grandes éxitos, en grandes triunfos.
¿Pero cuáles nos quedan como alternativa, sino los que se derivan del desarrollo? ¿Y cómo alcanzar éste si no es a través de la descentralización? He aquí que ésta se puede constituir en la verdadera y gran forjadora de la identidad peruana, síntesis de la multiculturalidad horizontal de la que sabiamente habla Jürgen Golte . Y, ciertamente, en la por fin forjadora de la autoestima de los peruanos. Son, sin embargo, grandes metas de largo plazo.
Pero entre tanto, aquí y ahora, en la actual coyuntura del Perú, estratégicamente resulta muy importante que nos impongamos cinco trascendentales líneas de conducta durante el proceso de descentralización. Con ellas, en el contexto del proceso, como resultado del riquísimo control social que habrá de desatarse, empezarán a imponerse una a una todas las virtudes ya señaladas. Tales líneas de conducta son las siguientes:
diálogo;
auto reconocimiento al derecho a equivocarnos;
estímulo permanente y sin excepciones, tanto para generar el acierto como para premiar el logro;
responsabilidad, esto es, asumir sin excepción el costo de todos nuestros actos y omisiones, y;
competir permanentemente y con limpieza.