Rebelión contra el centralismo

 

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Alfonso Klauer

La importancia del contexto internacional

Hace cuarenta años, en una de las escasísimas creaciones intelectuales originales de América Latina, surgió entre nosotros la teoría de la dependencia. Y fue, precisamente en el contexto de esa estudiada y analizada dependencia, que los autores intelectuales de la idea perdieron la batalla: ya no se habla más del asunto (aunque el asunto sigue completamente vigente).

El hecho de que la vida de unos pueblos esté supeditada, y, en casos extremos, incluso completamente decidida por otros pueblos, no es un asunto nuevo en la historia de la humanidad, y tampoco por cierto entonces en la del Perú.

Ya en la remota antigüedad de este rincón del planeta, el pueblo chavín logró erigirse en imperio, conquistando y sojuzgando a diversos pueblos de su entorno, en un área de casi 300 mil kilómetros cuadrados. Los sujetó con lazos de dependencia, tecnológica al principio, y militar después, por espacio de casi mil años. Durante ese lapso, sólo se desarrolló en el territorio la ciudad Chavín de Huántar, que, sin duda, se convirtió en el centro de atracción general.

Siglos más tarde ese mismo rol le cupo al pueblo chanka, protagonista del imperio Wari. Durante casi cuatrocientos años, múltiples pueblos del entorno cercano y hasta lejado de Ayacucho, en 600 mil kilómetros cuadrados, no tuvieron otra alternativa que dejar que su destino estuviera señalado por lo que el poder imperial decidía desde la sede imperial. Así, lo que se decidía en la ciudad Wari, y como no podía ser de otro modo, era en beneficio exclusivo de la élite dominante urbana, y en perjuicio de todo el resto. La sede imperial llegó a albergar hasta 50 mil habitantes, muchos de los cuales, con toda seguridad, eran extranjeros.

Y, como bien sabemos, en las primeras décadas del siglo XV surgió el tercer y más grande imperio de los Andes: el Tahuantinsuyo, o Imperio Inka, que alcanzó a controlar 1 700 000 kilómetros cuadrados. La élite cusqueña hizo depender de sus designios a un sinnúmero de pueblos y naciones andinas. Mas, muy rápidamente, esta vez en menos de un siglo, quedó en evidencia que el proceso de sometimiento, dependencia y explotación desata enormes contradicciones que, a la postre, hacen sucumbir al poder hegemónico. Pero, como también sabemos, esa victoria no le cupo a los pueblos conquistados sino a un nuevo conquistador. Éste encontró en el Cusco una ciudad de ensueño. Pero también encontró que miles y miles de sus pobladores eran extranjeros.

El brevísimo recuento de la historia andina muestra cuatro constantes, que se cumplen también cuando el objeto de estudio es la historia mundial, y la de Occidente en particular:

1) los territorios dominados son cada vez grandes y los pueblos dominados más numerosos;

2) la sede imperial, concentrando la mayor parte de la inversión que extrae del área conquistada, es el único espacio que se desarrolla;

3) en virtud de ello, la sede imperial atrae a miles y miles de pobladores de las áreas dominadas, y;

4) el poder hegemónico tiene una vigencia cada vez más corta (terminando siempre, con enorme sorpresa de sí mismos, cuando menos se lo esperan sus protagonistas)

Pues bien, y aunque la Historia (oficial y oficiosa) se resista con terquedad a explícitamente reconocerlo, y aunque el poder hegemónico actual haya logrado su pírrico triunfo “intelectual”, lo cierto e incontrovertible es que la suerte de todos los pueblos de América Latina, y la de los pueblos del Perú por consiguiente, depende desde los primeros años del siglo xx del poder político, el poder económico, el poder financiero, el poder tecnológico y el poder ideológico de los Estados Unidos.Y las cuatro constantes se vienen cumpliendo inexorablemente.

En efecto, el espacio dominado es inmenso. Hoy, en el contexto de la unipolaridad mundial, ya no puede ser más grande.

Virtualmente es todo el planeta. Los pueblos latinoamericanos, sin embargo, estamos en el entorno inmediato. Formamos parte del “patio trasero” del imperio. Somos profunda e invariablemente dependientes. De allí nuestro generalizado atraso, nuestra generalizada pobreza, nuestro común tercer y hasta cuartomundismo.
Como no podría ser de otra manera, la sede imperial obtiene la mayor cuota de los beneficios, recibe el grueso de la inversión.

En el año 2000, por ejemplo, Estados Unidos recibió 219 mil millones de dólares de inversión extranjera, más que todo el resto de América junta. Es decir, inmensamente más de lo que captó el Perú.

De allí que, al cabo de décadas de darse el mismo fenómeno, hoy cada norteamericano, en promedio, es catorce veces más rico que cada peruano. Y, por el mismo fenómeno, muchas empresas transnacionales norteamericanas son ya económicamente mucho más grandes que el Perú: venden ya 10 y 20 veces lo que nosotros exportamos.

Cada vez la riqueza de la sede imperial y de sus habitantes se aleja más de la nuestra, la de los peruanos y latinoamericanos que, a efectos de superar la insuficiencia de inversiones en nuestro espacio, nos endeudamos crecientemente. Así, a fines de 1996, la deuda externa de América Latina ascendía ya a 645 mil millones de dólares, lo que, cada año, nos obliga a remitir al exterior 108 mil millones de dólares.

Nos sobran brazos y nos faltantos de trabajo. Mas, como no podemos generar tecnología propia, dependientes como somos en ello, debemos importar la que diseña el imperio en función de sus intereses (que no son los nuestros). De ese modo –como señala de Rivero –, llegan a nuestro suelo “tecnologías que ahorran empleo” cuando requerimos exactamente todo lo contrario. Mal puede entonces extrañar que, especialistas como Víctor Tockman, exfuncionario de la Organización Internacional del Trabajo, admitan que las tasas de desempleo en América Latina son casi el doble de las que había hace veinte años.

Así, en ausencia de empleo acá, intuyendo que en estas tierras, y en el lapso de sus vidas, no hay ninguna posibilidad de realización humana, como muchos otros latinoamericanos, casidos millones de peruanos han optado por migrar al extranjero.

¿Acaso al África pobre? No, fundamentalmente, a la sede del imperio actual; y, en segundo lugar, y no precisamente por casualidad, a la que fue sede del imperio que nos sojuzgó por casi tres siglos.

En Estados Unidos, donde a principios del siglo XX, se contaban muy pocos, viven ya 47 millones de latinoamericanos, entre los que hay más de un millón y medio de peruanos. Y en España residen, por lo menos, según reconoce su actual embajador en el Perú, 50 mil peruanos . Estados Unidos, pero también España, como Roma y el Cusco en sus días, ven llegar la hora en que residan en sus territorios más extranjeros que nativos. Para el caso de Estados Unidos, habrá llegado para entonces el fin de su imperio. Y ello –a nuestro juicio–, habrá de darse en el siglo que acaba de empezar.

Entre tanto, reuniendo en su suelo la porción más considerable, y envidiable, de inversión extranjera, pero desperdiciando gran parte de la riqueza en su autoasumido rol de gerdarme mundial, Estados Unidos seguirá liderando durante algún tiempo la “jungla global” –como la denomina de Rivero –.

Del conjunto de ella poco debemos esperar. E individualmente ni de Estados Unidos ni de España. Aunque ésta se desgañite en proclamar –discurso explícito, recordémoslo–. que “Perú es una prioridad” para ella ; o que es –en expresiones de Juan Carlos I, rey de España –, el país que más inversión española está recibiendo en el mundo. Y aunque lo fuera, sólo ha recibido una fracción de los 70 mil millones de dólares que empresas españolas han invertido en toda América Latina en el período 1996–2000, según expresó en Lima José María Aznar .

La mencionada cifra, aunque nada despreciable, comparada sin embargo con las descomunales brechas de América Latina, representa tan sólo una pequeñísima fracción de todo cuanto nos es indispensable. Y siendo como es, tan sólo el 2,5 % del PBI español de ese período (en tanto que en el pequeño territorio de la península se invirtió cinco veces más), claramente deja entrever cuán marginal es todavía la llamada cooperación internacional. De ésta, insistimos, poco debemos esperar.

En la jungla global las mayores inversiones del planeta irán dando forma a 40 megalópolis 200 en las que se concentrarán tanto como 520 millones de habitantes. El ellas, con apenas el 5 % de la población mundial, controlando el 98 % de los recursos para innovación científica y tecnológica, seguirá concentrándose aún más la riqueza del mundo, de la que ya poseen más del 80 %.

¿Puede cabernos duda de que ese centralismo global es el que da la pauta de nuestro centralismo en Lima? ¿Y de que el centralismo en Lima explica también las tendencias de centralis-mo regional en las capitales de departamento? ¿Y el provincial en las capitales de provincia? ¿Y el distrital sobre los caseríos más pobres de los Andes y la Amazonía? Ya sea que se observe el modelo de centralización, o la disponibilidad de capitales, o lo que se quiera, nuestra suerte depende de cuanto ocurre fuera, pero, sobre todo, en los centros de poder hegemónico, y en particular en Estados Unidos. “El desarrollo –dice de Rivero– no depende más de esfuerzos y decisiones democráticas nacionales sino de fuerzas y tendencias globales”.

Como demuestra la terca realidad, somos dependientes. Si la teoría de la dependencia ha perdido adeptos, más aún entre quienes cambian modelos teóricos como cambian camisas, no significa por ello que haya perdido certeza y validez.

¿Puede cabernos duda de que sometidos como estamos a los designios de la centralizada jungla global, nunca vendrán de fuera los más importantes impulsos hacia la descentralización, del mismo modo que no vendrán del exterior los ingentes capitales imprescindibles para nuestro desarrollo? Mal haríamos sin embargo en concluir que la dependencia nos convierte necesariamente en pueblos o seres inertes, condenados a total inmovilismo. No, no es lo mismo estar encadenados que muertos. No hemos muerto. Tenemos grados de libertad que podemos y debemos ser capaces de potenciar y explotar en nuestro propio beneficio.

Así, a pesar de las enormes restricciones que nos imponen la jungla global y el poder hegemónico internacional, podemos emprender, por ejemplo, el inicio de la gran cruzada por la descentralización completa y absoluta del país.

En el camino podemos obtener apoyos, incluso de fuera, que antes eran inimaginables. Hoy, por ejemplo, colocándose al respecto a la vanguardia de los organismos multilaterales, la Corporación Andina de Fomento tiene, además de otros diez programas, el de “fortalecimiento de la descentralización”.

Con esas y otras contribuciones, siempre que seamos capaces de hacerla con racionalidad y responsabilidad, esto es, con eficiencia y sin violencia, la descentralización no representa una grave contradicción con los intereses hegemónicos internacionales, sino que, incluso, hasta puede despertar su propia aun cuando legítimamente interesada conveniencia.

Porque a su turno, si llegan a ser capaces de percibir las bondades de la descentralización, tanto la del Perú como la del mundo, llegará el momento en que, para sobrevivir en paz, para no verse invadidos por el mundo subdesarrollado, tengan que impulsarla. Ello permitiría que todos, nosotros y el resto del mundo, dejemos atrás la política tradicional, e inmediatista, aquella en la que –como registra Macera–, “no se elige entre el bien o el mal, sino que se busca el mal menor”, pero que a la postre beneficia sólo a unos pocos. Y pongamos en práctica una nueva, con perspectiva de largo plazo, en el afán de alcanzar un bien superior y mayor, en beneficio de todos.

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