Descentralización: Sí o Sí

 

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Alfonso Klauer

Importantísima clarinada de alerta

El mundo desarrollado, esto es, en general el Norte, ha puesto particular énfasis, a través del FMI y del BM, pero también en nuestros días por medio de la receta del “Consenso de Washington”, en la importancia de las inversiones extranjeras directas en los pueblos subdesarrollados, en el entendido de que ellas pueden y deben precisamente constituirse en “palancas” y “factores motrices” de nuestro Desarrollo.

Esa parte de la receta es quizá el menos nuevo de sus componentes. Tanto que tiene ya largamente casi un siglo de vigencia. Más aún, es uno de los principales paradigmas con los que se forman los economistas de casi todo el mundo. Y se nos repite tanto que casi podríamos decir que en las últimas generaciones ha reemplazado a las canciones de cuna de antes. Y en verdad se ha internalizado casi tanto como éstas. Pero, ¿cuánto hay de verdad en todo ello? Veamos.

La receta de la bondad genérica de la inversión extranjera directa ha estado sustentándose en los principios más “sagrados” y profundos de la teoría económica neo–clásica.

Ella sostenía que “todos los productos son, en principio, intrínsecamente iguales entre sí”. Así –tal como se infirió–, resultaba tan “bueno” para las sociedades que se estableciese una fábrica de jabones que una de automóviles, por ejemplo.

A partir de allí, sin más, se coligió que era igualmente benéfico para nuestros países que se instalara entre nosotros una transnacional para producir muebles o tractores u otras para extraer hierro, cobre, petróleo, gas natural o fosfatos.

Con ese sustento “teórico”, desde hace ya bastante tiempo, en realidad desde la primera década de este siglo, empezaron a llegar a nuestros países innumerables empresas transnacionales.

Las primeras, como está dicho, actuaron con desenfreno e inescrupulosa voracidad, interviniendo incluso descaradamente en la vida política de nuestros pueblos.

Tanto que al poco tiempo más de una de nuestras repúblicas pasó a ser considerada una simple “republiqueta”, llevada y traída a voluntad por las transnacionales más poderosas y prepotentes.

Hacia los años cincuenta, como debe recordarse, empezaron a surgir las primeras voces de alerta. En efecto, lúcidos intelectuales empezaron a advertir que en nuestro suelo recalaban sólo empresas transnacionales exclusivamente orientadas a la actividad primario–extractiva: plátano, azúcar, café, cacao, algodón, caucho, petróleo, cobre, hierro, zinc, tungsteno, harina de pescado, etc. Por lo menos en el caso de la mayoría de los países de América Latina. Así, en poco tiempo, habíamos pasado a ser, en más de uno de esos rubros, los mayores exportadores mundiales. Y se nos hizo sentir un gran orgullo por eso.

Pronto sin embargo quedó en evidencia que al propio tiempo que éramos grandes exportadores de materias primas casi sin ningún valor agregado, casi sin ningún tipo de transformación industrial, éramos también, y crecientemente, grandes importadores de productos industrializados cada vez más elaborados, ya sea como bienes de capital para la instalación de industrias caseras, o como bienes de consumo: vehículos, artefactos electrodomésticos, etc.

En ese contexto, y hacia la década de los sesenta, quedó claramente perfilada entre nosotros, en buena parte con la contribución de estudiosos latinoamericanos –entre los que ciertamente destacaba el actual presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso–, la teoría económica del “deterioro de los términos de intercambio”.

Mediante ésta quedó en evidencia que los productos que exportábamos eran cada año más baratos, y los productos que importábamos eran cada año más caros. Esto es, cada año teníamos que exportar –y trabajar– más, para comprar del extranjero lo mismo que en el año anterior.

En verdad nuestras exportaciones de materias primas eran cada vez más baratas por la conjunción de dos razones: por un lado, la oferta de materias primas había aumentado considerablemente, en tanto que las propias transnacionales, en competencia, habían instalado empresas extractivas en muchos lugares del mundo; y, del otro, en el desarrollo tecnológico despuntó la miniaturización, es decir, no otra cosa que la disminución de la demanda. Sólo uno de esos factores habría sido suficiente para deprimir los precios.

La presencia de ambos factores llevó sin embargo, y sin remedio, los precios al suelo.

Mas las propias transnacionales extractivas no salieron perjudicadas ni con la caída de los precios ni con la caída de la demanda. Es decir, la crisis estructural que habían suscita- do no las afectó mayormente. Porque ellas, virtualmente sin excepción, pertenecían a grandes cadenas de integración productiva en las que lo que habían dejado de ganar en la actividad extractiva, lo recuperaban con creces en sus actividades de transformación industrial.

En verdad, con el “deterioro de los términos del intercambio” –que hoy es aún más acusado que antes–, los únicos que se perjudican son los países subdesarrollados anfitriones de las empresas transnacionales primario– extractivas. Porque irremediablemente disminuye la captación proporcional de divisas e irremediablemente decrece su proporcional captación tributaria.

Aquélla es la piedra de toque de nuestra estructura económica intrínsecamente devaluatoria, y ésta la piedra de toque de nuestra fuerte tendencia a los déficits fiscales y emisión inorgánica, que a su turno son la piedra de toque de nuestra estructura económica también intrínsecamente inflacionaria, que con ello a su vez refuerza su vocación devaluatoria.

Nuestra estructura económica es intrínsecamente perniciosa, tanto por el lado de su “vocación devaluatoria”, cuanto por el de su “vocación inflacionaria”.

Sobre esa sólidamente dañina base, políticas económicas aventureras e irresponsables, como las prevalecientemente inflacionarias que se instrumentalizó durante el gobierno del presidente García, no podían sino tener resultados catastróficos, porque exacerban la “vocación inflacionaria” de nuestra economía.

Pero también resultan nefastas las políticas económicas del liberalismo a ultranza, como las que durante los últimos nueve años viene aplicando el gobierno del presidente Fujimori. De hecho, y por sí mismas, desatan una cada vez mayor brecha en la balanza comercial, exacerbando la “vocación devaluatoria” de nuestra economía, y cuyo carácter nocivo se potencia aún más en ausencia de una agresiva política de fomento a las exportaciones, como viene ocurriendo en estos ya largos nueve últimos años.

En esas condiciones, nuestra capacidad de acumulación de Reservas Internacionales, por ejemplo, es mínima. Y eso es, precisamente, y a despecho de la tendenciosa campaña oficial que insistentemente se nos presenta a los peruanos, lo que viene ocurriendo en el Perú.

En efecto, ¿nos hemos puesto a pensar a cuánto ascenderían hoy nuestras Reservas Internacionales si no se hubiera emprendido la agresiva campaña de privatizaciones? Pues muy simple, réstese a los 9 000 millones de dólares de Reservas Internacionales de hoy los 8 500 millones de dólares obtenidos por las privatizaciones, y veremos cuán poco ha sido capaz este presuntuoso y sistemáticamente manipulador gobierno también a este respecto. En todo caso, y habida cuenta del monto negativo en que encontró las Reservas Internacionales en 1990, el promedio anual no pasa de ser paupérrimo.

Pues bien, un atento análisis de nuestra estructura económica, fácilmente nos mostrará que gran parte de la responsabilidad de la enorme fragilidad de la economía peruana reposa en el hecho de que una enorme proporción del valor bruto de nuestra producción corresponde a las actividades primario– extractivas.

Desgraciadamente allí no queda todo. Los economistas peruanos Santiago Roca y Luis Simabuko –profesores de la Escuela de Administración de Negocios para Graduados, ESAN–, acaban de hacer una trascenden- tal y sensacional revelación científica que directamente tiene que ver con lo que venimos analizando.

Roca y Simabuko, rastreando un largo período, nada menos que los 48 años de la economía peruana que van de 1950 a 1997, han demostrado que ha existido –mas debieron decir existe– “una relación inversa entre la primarización de las actividades económicas y el nivel de vida o ingreso de la población [peruana]”.

En otros términos, cada vez que se incrementa la participación de las actividades primario– extractivas en la composición del PBI del Perú, decrecen tanto el consumo per cápita como el promedio de los sueldos y los salarios reales de los peruanos. En la práctica ello virtualmente equivale a decir: a) cuanto mejor es la situación de las empresas nacionales o transnacionales de actividad primario–extractiva –mineras, pesqueras, petroleras, etc.–, peor es la situación de los peruanos en general, y; b) mientras más empresas nacionales o transnacionales primario–extractivas haya en el Perú, peor será la situación económica de los peruanos en general. El asunto es realmente gravísimo.

De allí que Roca y Simabuko concluyen en que los peruanos cada vez estamos “trabajando más y viviendo peor”. Pero eso, muy probablemente, ni lo sabe ni está dispuesto a conocerlo y menos a creerlo el presidente Fujimori.

En todo caso, y como deberán revisar y definir exhaustivamente el resto de los economistas peruanos y del mundo, las implicancias teóricas de esa constatación quizá resulten trascendentales, porque –a lo que parece– amenazan seriamente remecer todo el andamiaje teórico de la economía neo–clásica, al mostrar que: “no todos los productos son intrínsecamente iguales, y no todas las inversiones son intrínsecamente iguales” –por lo menos en lo que a sus efectos en el mundo subdesarrollado se refiere.

Tal parece, pues, que –al interior del mundo subdesarrollado por lo menos– algunas grandes inversiones no sólo no son benéficas, sino que incluso son dañiñas para nuestros pueblos. Pero, como se sabe, esta hipótesis sí no es nueva, pues estaba ya en la base misma de la teoría del “deterioro de los términos del intercambio” que fue acuñada hace ya tanto como medio siglo.

Eventualmente, con el aporte de Roca y Simabuko, estamos ante el más grande aporte peruano a la teoría económica mundial. La crítica y evaluación final de los especialistas dirá en algún momento –y cuanto antes mejor–, su última palabra.

Entre tanto, ha resultado inadvertida pero paradójicamente virtuosa la hora en que el presidente Fujimori decidió prescindir de los servicios profesionales de Santiago Roca. Éste, en el tráfago de la actividad burocrática, no habría podido estudiar y menos plantear lo que acaba de hacer.

Concurrentemente, las implicancias políticas y económicas de la constatación de Roca y Simabuko son enormes. Mas ninguna de ellas –como erróneamente más de uno podría estar deduciendo a estas alturas del texto–, es que el país debe prescindir y ahuyentar la inversión extranjera, y ni siquiera en las actividades primario–extractivas. No, las implicancias del aporte de Roca y Simabuko son más inteligentes, ricas y sugerentes. He aquí, pues, algunas de ellas: a) el país –“copiando uno de los viejos pero verdaderos y genuinos secretos del Desarrollo de los países del Norte”– debe diseñar y poner en práctica una estrategia de desarrollo –industrial y de servicios– en la que cada vez los productos finales tengan más valor.

b) el país –“copiando uno de los nuevos, verdaderos y genuinos secretos del Desarrollo de los países del Norte”–, debe diseñar y poner en práctica una estrategia de desarrollo a resultas de la cual cada vez más dejemos de producir en actividades con rendimientos decrecientes, y cada vez más nos orientemos a ofrecer bienes y servicios con rendimientos crecientes.

c) el país, en concierto con las empresas involucradas, nacionales y transnacionales, debe proponerse firmemente incorporar cada vez mayor tecnología a las actividades extractivas –minería metálica y no metálica, agricultura, extracción forestal, pesca, petróleo, gas, fosfatos,etc.–, porque aunque sólo fuera ello, ya contribuiría a incrementar los estándares de vida de la población.

d) el país, en concierto con las empresas involucradas en actividades primario– extractivas, nacionales y transnacionales, actuales y futuras, debe proponerse firmemente incursionar en actividades de transformación industrial progresivamente cada vez más elaboradas, tanto para el mercado interno como para la exportación.

e) la reducción del índice de participación de las actividades primarioextractivas en la economía del país no puede dejarse a la “acción libre del mercado”, porque los resultados que se obtienen por esa vía son pobrísimos. Debe pues consistentemente ser estimulada.

f) Así –anotan Roca y Simabuko–: “a diferencia de la mayor parte de la teoría neo–clásica, el crecimiento y el nivel de vida depende del tipo de bienes y servicios que un país produce.

Se puede poseer todos los factores exógenos y endógenos responsables del crecimiento económico (...mano de obra, capital, recursos naturales..., etc.) pero si todos estos elementos se orientan hacia la producción de los ‘productos equivocados’, se termina trabajando más y viviendo peor.” g) Finalmente –y como también afirman Roca y Simabuko –los peruanos “debemos enfrentar la nueva era de globalización y comercio no necesariamente haciendo lo que los organismos multilaterales y economías desarrolladas ‘nos dicen que hagamos’, sino logrando que –en la conjunción de las estrategias productivas y las señales del mercado–, se asegure la producción de aquellos bienes y servicios que generen un crecimiento más rápido y una mejora en el nivel de vida para todos los peruanos.” Pues bien, todos estos lineamientos significan en términos prácticos por ejemplo lo siguiente: 1) El país no debe aceptar ninguna nueva inversión en actividades primario–extractivas si no incluyen por lo menos las actividades de transformación industrial inmediatamente subsecuentes.

2) Mas debemos tener absoluta conciencia de que ello no va a lograrse simplemente porque nosotros lo queremos y planteamos así. No, tenemos que ser objetiva- mente realistas y sensatos, e igualmente firmes y honestos con nosotros mismos que con los demás. Estamos metidos en un amplio mundo subdesarrollado cada vez más competitivo, en el que los pueblos legítimamente compiten ofreciendo incentivos cada vez más contundentes para atraer inversiones foráneas. No podemos dar la espalda a esa realidad.

3) En tal sentido, en negociaciones absolutamente limpias y transparentes, con la participación de los mejores especialistas, con la participación de las regiones involucradas y respetando sus aspiraciones y legítimos intereses, debemos ser capaces de ofrecer los mejores estímulos posibles a fin de concretar inversiones en las que la actividad primario–extractiva se complemente con actividades de transformación industrial.

4) Estamos sin duda hablando, por ejemplo, del caso del gas de Camisea. Pero también de los depósitos aún no explotados de petróleo y minerales metálicos y no metálicos. Pero además de las tan ampliamente exigidas concesiones de bosques maderables. El Perú debe tener conciencia de que no debe exportar madera sino producir y exportar muebles y partes y piezas.

5) Pero también estamos hablando de la necesidad imperiosa de negociar con las grandes empresas transnacionales ya establecidas en el Perú, como la Southern, la Occidental y muchas otras, para que se lancen decididamente con nosotros a la tarea de construir plantas industriales de procesamiento de las materias primas que vienen actualmente extrayendo. Por cierto el reto es fenomenal. Pero actuando de buena fe, con inteligencia y recíproca generosidad, y con audacia responsable, podemos lograrlo.

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