Descentralización: Sí o Sí

 

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Alfonso Klauer

No nos engañemos, es un asunto de siglos

Las grandes conquistas económico–sociales de los pueblos en su historia –como ha insistido Jacques Lambert  se han labrado a lo largo de siglos.

Es el caso del desarrollo–descentralización– bienestar, de los pueblos de Europa, Estados Unidos o Japón, por ejemplo.

Desgraciadamente, sin embargo, los textos de Historia no dejan esa sensación, ni consistentemente muestran esa enseñanza.

Ni ilustran adecuadamente tampoco que ello sólo pudo ser logrado dentro de un contexto internacional favorable, y nunca, ni por excepción, dentro de un contexto adverso, esto es, a la sombra de la hegemonía de otro.

Aunque de una manera muy esquemática, el Gráfico N° 3 pretende mostrar la significativa diferencia que existe entre la progresión histórica de algunos países desarrollados (Japón, Suiza, Inglaterra y Estados Unidos –para el que hemos forzado el esquema–) con la de los países subdesarrollados de América Latina.

En el caso de los primeros, Japón es el único que nunca ha experimentado en su territorio la hegemonía de una potencia imperial.

Nunca ha sido colonia. Suiza e Inglaterra, en cambio, han tenido en su experiencia, durante varios siglos, la hegemonía romana.

No obstante, de ello hace tanto como mil seiscientos años.

Es decir –como indicaba hace décadas Augusto Salazar Bondy–, llevan 16 siglos sin ver inhibido o interrumpido su crecimiento y desarrollo por la hegemonía y dominación de otro u otros pueblos.

A otro tanto equivale la experiencia histórica de Estados Unidos (como un brazo de la experiencia de Inglaterra, mas no en la experiencia de los pueblos nativos de norteamérica, que fueron virtualmente exterminados).

Así, continuamente han ido alcanzando cada vez mayor desarrollo y riqueza. No puede sin embargo dejar de destacarse que esos pueblos, durante los períodos de hegemonía del que han sido protagonistas en los últimos siglos, han incrementado su riqueza con la que extrajeron de sus colonias, y con la que siguen extrayendo de los espacios económicos que tienen absolutamente dominados.

Los pueblos de América Latina, en cambio, hace cinco siglos que ven frustrada la realización de su Proyecto Nacional, sometidos sucesivamente a la hegemonía de España, Inglaterra y Estados Unidos, y otros a la de Portugal, Holanda o Francia; hacia cuyos territorios, de muy diversas formas, han transferido y siguen transfiriendo riqueza.

Es decir, en más de un sentido (dependencia y pobreza relativa), casi podría decirse –como lo indican las flechas en el gráfico– que recién estamos como cuando Suiza o Inglaterra transitaban las últimas décadas de la hegemonía romana.

Resulta “ideal” la historia de aquellos pueblos que nunca han estado sometidos a la hegemonía de otros. ¿Es quizá ese el caso de Japón? Así parece haber ocurrido, en todo caso, en los últimos 22 siglos.

Ese trascendental privilegio –que de manera inadmisible soslayan algunos autores– es el que permite que hoy pueda decirse que uno de los aspectos más destacables de la historia japonesa ha sido –como afirma Toyomasa Fusé– “la capacidad que tuvo para combinar un alto grado de desarrollo económico con el mantenimiento de su identidad cultural”.

Lo que Toyomasa Fusé se niega sin embargo a admitir –y ese es su problema– es que esa capacidad es una consecuencia de la independencia, de la libertad de que ha gozado Japón, resultante a su vez, casi fundamentalmente, de su azaroso aislamiento en el Extremo Oriente.

No se pretende indicar que para que los pueblos de América Latina alcancen el Desarrollo del que hoy disfrutan los suizos o japoneses deban necesariamente transcurrir veinte siglos. Pero sí que el asunto, largamente, es cuestión de siglos, y no de décadas como ilusoriamente por lo general se cree.

Y también debe quedar claro que para iniciar el despegue, para poder iniciarlo realmente, debe quebrarse la dependencia de la hegemonía político–económica de Estados Unidos y, tan importante como ello, no caer en otra –porque ese peligro siempre estará latente–.

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