Descentralización: Sí o Sí

 

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Alfonso Klauer

Factores endógenos

Entre los factores internos, debe tenerse prioritariamente en cuenta:

a) los intereses reales –y no sólo explícitos– de cada uno de los protagonistas del país –grupos sociales, grupos regionales, grupos étnicos, empresas, instituciones, etc.–, y, ciertamente, las urgencias o prioridades que prevalecen;

b) la magnitud objetiva de las fuerzas o presiones –militares, políticas, económicas, etc.– con que cada uno de los actores han y pueden seguir defendiendo sus intereses;

c) las alianzas internas relevantes, explícitas e implícitas;

d) el balance y especificidad de las diversas situaciones político–sociales que se han dado y las que pueden darse –unidad interna o enfrentamiento, por ejemplo–, o la presencia de problemas relevantes –sublevaciones, golpes militares, actuación gubernamental anticonstitucional, narcotráfico, terrorismo, etc.–;

e) las diversas coyunturas económico–financieras que se han dado en el país;

f) la estructura social interna –la homogeneidad social, habida cuenta de todo lo que ella implica, supone una ventaja muy significativa; por el contrario, la heterogeneidad y fragmentación social (como la que ha mostrado y muestra el Perú, desde hace 500 años) suponen una seria debilidad–, y;

g) la imagen que mutua y recíprocamente se proyectan pueblo y gobierno –que, en conjunto, fortalece si es mutuamente po- sitiva, y debilita si es mutuamente negativa–.

Resulta pertinente aquí volver a hacer un poco de historia. Los conquistadores españoles no dominaron al “pueblo” o a la “nación” peruana. No, conquistaron y dominaron a un variadísimo, muy heterogéneo y mutuamente conflictivo conjunto de pueblos. Al momento de la conquista, y con absoluta justificación, todos los pueblos del Perú antiguo odiaban a sus ex–conquistadores inkas. Pero había además entre muchos de ellos gravísimas contradicciones: los tallanes y limas no perdonaban las tropelías de sus antiguos conquistadores chimú, que hablaban el idioma muchik; los sobrevivientes cañetes no podían olvidar la alianza táctica con que los inkas y chinchas virtualmente casi los exterminan; pero a su vez estos últimos mantenían expectativas de venganza contra sus antiguos y crueles conquistadores, los chankas ayacuchanos; que, a su vez, rivalizaban con sus vecinos huancas, etc., todos los cuales hablaban quechua.

Pero además fueron sometidos los cajamarcas y los chachapoyas; y, ciertamente, los kollas, pacajes y lupacas, todos los cuales hablaban aymara. Por último también los antis, que se comunicaban en un sinnúmero de dialectos. ¿Puede ese heterogéneo conjunto seguir siendo considerado “una” nación? Durante los casi 300 años de la Colonia, las “reducciones” y el deliberado aislamiento con que los conquistadores las mantuvieron entre sí, impidieron que ese complejo espectro multinacional cambiara. Así, cuando el nuevo grupo “nacional” que se había formado con los herederos de los viejos conquistadores españoles, los criollos –decididamente apoyados por Inglaterra, Francia y Estados Unidos–, obtienen el triunfo independentista, se encuentran ante la insoslayable cuestión de que han pasado a administrar los asuntos de un extraordinariamente complejo país multinacional.

 Pero los criollos habían sido formados en la escuela del Virreinato: fueron sus “mejores” hijos y sus más dilectos “alumnos”. Es decir, no habían sido formados para desarrollar al Perú y a los pueblos y naciones del Perú, sino para conquistarlos y someterlos. Así, aunque ciegamente nunca se ha admitido, la novísima “república democrática” sólo lo ha sido de nombre, en apariencia. En verdad, en esencia, se había constituido un nuevo “imperio”: la “nación criolla” había pasado a convertirse –de hecho– en la conquistadora y sojuzgadora del resto de las “naciones” del Perú. En esencia, eso no ha cambiado un ápice hasta nuestros días. Pero un reciente cambio, de apariencia, puede contribuir a que se tenga realmente conciencia lúcida de que vivimos en un republicano “imperio”. En efecto, el hecho de que estemos gobernados por un presidente al que constantemente se le atribuyen ensoñaciones imperiales, bien puede coadyuvar al esclarecimiento final. Y esa imprescindible e impostergable toma de conciencia va a ayudarnos a comprender un aspecto sustantivo: éste, como todos los imperios en la historia de la humanidad, es un gigante con pies de barro. Ningún imperio se ha librado de que un vendaval lo eche por tierra.

Pero como al grupo imperante también le resultaba necesario prevalecer de derecho, sistemáticamente fue legislando para convalidar y afianzar su poder. Así, la inmensa mayoría –quizá más del 95 %– de las leyes dictadas en el país, han girado en torno a los intereses del grupo hegemónico, a despecho de los intereses del resto y gran mayoría de los peruanos. Es decir, internamente, del variopinto conjunto de intereses sociales, regionales y nacionales que se daban en el país, largamente prevalecieron los de los criollos del período de la independencia, y los de los aristócratas, oligarcas y tecnócratas y liberales de todo género a los que ellos han dado origen.

Controlando el aparato del Estado –pero sobre todo el Ejecutivo, el Congreso, el presupuesto y la Fuerza Armada y Policía–, y controlando monopólicamente el resto de los intrumentos de poder efectivo –empresas, instituciones, prensa, etc.–, el grupo social constituido por los criollos y sus descendientes acumularon una fuerza inconmensurablemente más grande que la de cada uno de los otros distintos grupos sociales existentes en el país. ¿Y cuál ha sido, a lo largo de los últimos 200 años, sin excepción, el centro de residencia, la sede del grueso del grupo social hegemónico dentro del país? Coherentemente con sus objetivos e intereses, en los últimos 200 años también, el nuevo conquistador fue trasladando sistemáticamente la riqueza de los pueblos sojuzgados a la sede imperial: Lima. Así se fue reforzando y agudizando el centralismo que había dejado como pesada herencia la Colonia.

En el país la correlación interna de fuerzas, sin solución de continuidad, ha sido también absoluta y muy desproporcionadamente favorable al centralismo. No ha habido tampoco nunca la más mínima posibilidad de equilibrio. Así, nunca han podido prevalecer los objetivos e intereses descentralistas.

En ese contexto, el resto de los factores endógenos, individualmente y en conjunto, no han tenido nunca influencia relevante. Pero, en el futuro, será necesario manejarlas adecuadamente en todos los intentos y esfuerzos por revertir el centralismo imperante. Pero, por sobre todo, el que se refiere a las alianzas político–sociales, que pueden y habrán de jugar un rol trascendental. Factores combinados Las alianzas económicas –sobre todo ellas–, vienen jugando en la historia un papel preponderante. En efecto, la asociación económica entre intereses nacionales y extranjeros constituye un importantísimo factor combinado –dado que no es puramente exógeno ni exclusivamente endógeno–. Nunca hemos visto investigaciones que respondan, por ejemplo, a las siguientes preguntas: ¿cuánto del PBI de las naciones desarrolladas –y descentralizadas– ha sido aportado por empresas en las que hay participación extranjera? ¿Estaremos muy errados presumiendo que es un porcentaje menor, quizá incluso insignificante? ¿Y cuánto del PBI de los países subdesarrollados –y centralizados– ha sido aportado por empresas en las que hay participación extranjera? ¿Estaremos muy errados presumiendo que en un alto porcentaje, quizá incluso muy gravitante? ¿Por qué podríamos conjeturar que, en nuestros países, dichos grandes intereses son concurrentes con los de los grupos sociales que aspiran a descentralizar el país? ¿No es acaso razonable, más bien, presumir lo contrario? ¿Tenemos en nuestras manos alguna forma de revertir esa tenden- cia? ¿Estamos o estaremos dispuestos a pagar algún precio para revertir esa tendencia, y de esa forma alentar que dichos intereses realmente coadyuven a la descentralización del país? ¿Se tuvo por ejemplo eso en mente cuando se desarrollaron las negociaciones con Shell–Mobil para la explotación del gas de Camisea? En todo caso, nos resulta bastante claro que, en el futuro, toda negociación internacional de ese género deberá estar, prioritariamente, guiada por el objetivo de descentralizar al país. Pero también nos resulta claro que, con la debida y conciente participación de las poblaciones involucradas, éstas sabrán reconocer adecuadas compensaciones a los “socios extranjeros” de la descentralización.

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