Descentralización: Sí o Sí

 

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Alfonso Klauer

Bien vale la pena releer la historia

Conocer más y mejor el fenómeno del centralismo, exige volver nuevamente los ojos a la historia, al pasado. Pero, por sobre todo, por tres razones: a) para tener más y mejores instrumentos para enfrentarlo hoy; b) para recoger información que nos permita prever los más probables desenvolvimientos y derivaciones del fenómeno, y; c) para tener más y mejores instrumentos que, en el largo plazo, nos ayuden a resolverlo –si es posible– del todo. Centralismo y descentralismo en la historia El centralismo en la historia de la humanidad es un fenómeno “reciente”. Surgió, aproximadamente, “apenas” hace 8,000 años. Apareció por primera vez en Mesopotamia, junto con las primeras guerras de conquista y al mismo tiempo que la esclavitud. Es decir, apareció recién en el último tercio de la vida del hombre actual. Esto es, y en función del presente, bien podríamos decir –a manera de analogía–, que es un achaque, una enfermedad de la “tercera edad” de la vida del hombre.

Mas –siguiendo con la metáfora– ni afecta necesariamente a todos los pueblos, ni afecta por igual a todos a quienes ataca. Después de Mesopotamia se reeditó sucesivamente en los diversos imperios del antiguo Egipto. Más tarde con el Imperio Romano. Y así, sucesivamente, con todos los imperios en la historia de Occidente. La humanidad, por el contrario, había conocido y experimentado solo la descentralización –y sólo ella– durante sus largos primeros 20 000 años de vida. Pero pocos pueblos la han conocido y disfrutado en estos últimos 8 000 años. Entre ellos, muy pocos y privilegiados la conocen y disfrutan hoy. No ha sido ajena a esa distribución de experiencias en el tiempo la historia del Perú.

Así, al cabo de miles de años de ocupación absolutamente descentralizada del territorio, el centralismo recién apareció en los Andes bajo el Imperio Chavín, hace 4 000 años, prolongándose durante largos mil años. Ese fue el período que los historiadores, empecinada y elípticamente, siguen denominando “Horizonte temprano”, período en el que, no por una simple casualidad, como solitario y único vestigio de la concentración de la riqueza –y de la población– aún se mantienen en pie las asombrosas construcciónes del Callejón de Conchucos, entre las que sin duda sobresale el magnífico templo megalítico de Chavín de Huántar.

La caída del primer imperio andino dio paso a un segundo período de descentralización. Tampoco por simple coincidencia fueron mil años de florecimiento y gran desarrollo material y cultural. Basta reconocer que entre el siglo V aC y el siglo V dC, surgieron las magníficas civilizaciones Mochica, Lima (Pachacámac), Paracas, Nazca y Tiahuanaco. Esto es, expresiones de creatividad y manifestaciones de riqueza en todo el territorio andino, y no en un solo rincón. Pero todo ello se sintetiza en los textos de hoy con el no menos elíptico nombre de “Intermedio temprano”. La feroz arremetida militar Wari –el “Horizonte intermedio”–, que desde Ayacucho conquistó un territorio de casi 600 000 km2, dio paso a la segunda y traumática experiencia de centralización compulsiva. Fue, felizmente, más breve que la anterior. Sólo se prolongó cuatrocientos años. Pero fueron suficientes para que quedaran destrozadas todas las manifestaciones de desarrollo que se habían estado dando en los Andes.

Tras la estrepitosa y violenta caída del Imperio Wari, sobrevino el tercer y hasta ahora último período descentralista en la historia de los pueblos del Perú. La descentralización volvió a mostrar sus enormes bondades. Así, en los siglos XIII y XIV dC, febrilmente florecieron los tallanes, en Piura; los cajamarcas, los chachapoyas, los chimú –que sin embargo desde Chan Chan devinieron luego centralistas–; los habitantes de los valles de Lima, que han dejado múltiples testimonios de la riqueza que fueron capaces de crear (Maranga, Pucllana, Mateo Salado, Armatambo, Puruchuco, Melgarejo, etc.); y, entre muchos otros más, los huancas, los pueblos de Cañete y Chincha, pero también los inkas, en los valles del Cusco. Esto es, y una vez más, expresiones de gran generación de riqueza en todo el territorio. A todo ello, asombrosamente, se le resume en la historiografía tradicional con la denominación de “Intermedio tardío”.

A ese floreciente descentralismo habrían de sucederlo, sin pausa, tres fenomenales centralismos: el del Imperio Inka, desde el Cusco, y por espacio de sólo un siglo; el de la Colonia, y el de la República, desde Lima, y que llevan ya acumulados casi 500 años. Frente a los variadísimos, regados por todo el territorio y notables logros de los períodos descentralistas, palidecen las realizaciones de los períodos centralistas e imperiales.

Durante el Imperio Chavín sólo destacó Chavín de Huántar. Durante el Imperio Wari sólo la ciudad Wari, en Ayacucho. Y durante el Imperio Inka, exclusivamente el Cusco. El resto de sus grandes realizaciones materiales fueron fortalezas y centros administrativos del aparato imperial. Mas no testimonios de un desarrollo homogéneo ni de progreso social. No obstante –para la historiografía tradicional–, todas esas realizaciones materiales imperiales son la expresión más alta de “la grandeza de [la historia del Perú]”, como sin atenuantes se engaña un intelectual peruano como Jorge Cornejo Polar.

No han quedado registrados los nombres de quienes se empinaron sobre los demás para formar los imperios Chavín y Wari. Sí en cambio en el caso de los inkas. De ahí que los más efusivos y grandilocuentes de los historiadores tradicionales pueden por ejemplo decir, como el político y académico Enrique Chirinos Soto: “...[el Emperador Túpac Yupanqui, padre de Huayna Cápac], por la cantidad de tribus sometidas y por la extensión de tierras conquistadas, [es] más grande que Alejandro Magno (...); más que Julio César (...); y más todavía –y éste es el mayor elogio que yo pueda tributarle– que Napoleón Bonaparte...”.

En esos miopes, erróneos y megalómanos sustentos se fundan aspiraciones como la del también político y académico Raúl Diez Canseco, pero también de Barrenechea Lercari, que ilusamente pretenden vender al resto de los peruanos la idea de reeditar, “en la era moderna”, “ese Perú de los Incas” . Muy a propósito resultan, entonces, las sentidas pero certeras conclusiones de Fernando Silva Santisteban : “...me preocupa el enorme desconocimiento de nuestro pasado, no sólo por parte del común de la gente, de los estudiantes universitarios, sino de muchos profesores de historia e inclusive intelectuales”. La experiencia autóctona de centralismo en el Perú, aun cuando históricamente “reciente”, ha sido pues bastante prolongada y nefasta. Ha sido recurrente. Ha estado bajo la responsabilidad de los antiguos chavín, de los antiguos ayacuchanos y de los antiguos cusqueños.

Pero –¿puede suponerse acaso que por simple casualidad?–, todas han derivado en los mismos resultados: enriquecimiento –aunque pasajero y superfluo– del centro y sus protagonistas, y empobrecimiento del territorio de la periferia y sus pobladores. Y tampoco es una sencilla coincidencia que, posteriormente y hasta ahora, siendo implícitamente monitoreada desde España, Inglaterra y Estados Unidos, siga reportando los mismos frustrantes y nefastos resultados: un gigante con pies de barro en Lima, y el abrumador atraso, pobreza y abandono de las provincias del Perú.

Así, pues, debe resultarnos meridianamente claro que si, actualizándolo, algo del pasado tenemos que reeditar en el Perú de hoy y de mañana, es el grandioso y fértil descentralismo preinka. Pero debemos sí desterrar la idea de reeditar cualquiera de nuestras propias o ajenas formas de imperialismo.

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