EL NIÑO-LA NIÑA. EL FENOMENO ACÉANO-ATMOSFERICO DEL PACIFICO SUR, UN RETO PARA LA CIENCIA Y LA HISTORIA

 

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Alfonso Klauer

El fenómeno en la historia antigua del Perú (CONTINUACIÓN)

Coherentemente entonces, ¿no es razonable asumir que un gran y prolongado evento de naturaleza opuesta, con generosas lluvias –que de igual forma sólo habría afectado focalmente al Altiplano–, sea precisamente el que explique la extraordinaria e insólita capacidad de generación de riqueza de la que hizo gala Tiahuanaco, sobre ese altísimo, frío, poco hospitalario y yermo paraje del planeta?

Revisando la historia del fenómeno, hemos venido acercándonos paulatinamente en el tiempo. Estamos pues a las puertas del surgimiento del segundo imperio de los Andes: Wari, con sede en la zona surcordillerana del territorio peruano, y protagonizado por la nación chanka.

Siendo un período bastante más reciente (600–1000 dC), deberíamos pues contar con más evidencias del impacto de la naturaleza en los pueblos andinos de ese tiempo. No obstante, no las hay –todavía–. Nada por ahora sugiere pues que el surgimiento del Imperio Wari y su expansión –como seguimos suponiendo para el caso de Tiahuanaco– tuvieran algo que ver con alteraciones climáticas y en general de la naturaleza. Mas la existencia de depósitos y graneros en Ñawinpuquio –la primera gran capital Wari, inmediatamente anterior al asalto chanka del territorio andino– nos advierte de la existencia de una producción excedentaria, fruto de lluvias generosas, pero también de las precauciones que se tomaba en relación con los ya conocidos e intermitentes períodos de sequía.

En todo caso, y según muchos indicios, la caída del Imperio Wari habría sido precipitada por una grave y prolongada sequía en Ayacucho y probablemente toda el área surcordillerana. Para el período inmediatamente siguiente a la liquidación del Imperio Wari, Kaulicke da cuenta de la ocurrencia en el Alto Piura de un evento de grandes proporciones, previo a la ocupación y sometimiento de ese territorio por los chimú.

Habría sido el fenómeno que –como propusieron Nials y otros, bautizándolo además como “Chimu flood” (“El Niño de Chimú”) – dio origen a una “enorme inundación ocurrida alrededor del año 1100 dC” en Trujillo.

Aún no está del todo claro si este último es el mismo evento que –bautizado como “El Niño de Naylamp” (“Naylamp flood”) por Craig & Shimada – inundó también Batán Grande, a 30 kilómetros de Lambayeque; o si “El Niño de Naylamp” fue el que ocurrió alrededor de 1330 dC.

“El Niño de Naylamp”, aunque de fecha pues imprecisa, fue, en todo caso, el primer evento del que hay referencias escritas: las del cronista español Cabello Valboa.

Por lo demás, el nombre de la leyenda de origen del pueblo de Lambayeque tiene aún hoy grafía y pronunciaciones muy diversas: Naylamp, Naimlap, Ñaiñlap 50; Ñyamlap (Craig & Shimada); Naymlap (Kaulicke).

En adelande usaremos la versión que está más arraigada en Lambayeque: Naylamp (¿acaso porque “lamp” remite fonética y directamente a “Lambayeque”?). Definir con precisión la fecha de ocurrencia de El Niño de Naylamp y el ámbito territorial que afectó, podrían contribuir a explicar el proceso de expansión imperial Chimú.

Podría haber ocurrido –postulamos como hipótesis–, que afectando sólo a Piura y Lambayeque, El Niño de Naylamp habría sido decisivo para facilitar la expansión del Imperio Chimú hacia los territorios al norte de Trujillo. Nada se ha dicho del papel que eventualmente pudo haber desempeñado la naturaleza en el arrollador despegue del pueblo inka, que en las primeras décadas del siglo XV pasó a protagonizar y dar forma al tercer

imperio de los Andes.

Sólo para casi tres décadas después de haberse iniciado el proceso imperial de conquistas, una aislada referencia nos habla de un evento océano–atmosférico alrededor del año 1460 dC 51, cuando todavía seguía en el poder el Inka Pachacútec –el primer emperador del Tahuantinsuyo–, es decir, casi setenta años antes de que asomaran los primeros conquistadores europeos en las costas

del Perú.

La historia precolombina –hasta hoy conocida– del fenómeno océano–atmosférico del Pacífico Sur termina con la referencia que proporciona Quinn sobre los eventos ocurridos en 1525–26 y 1531–32 52. Por azarosa casualidad, los primeros viajes exploratorios de los conquistadores europeos en las costas del Perú en los que capturaron frente a Tumbes a los niños tallanes que habrían de ser sus valiosísimos intérpretes 53 se realizaron entre uno y otro evento,

sin que alcanzaran pues todavía a vivir la experiencia.

Y cuando estaban ya en el viaje que definitivamente los condujo a la conquista de los pueblos del Perú, viniendo de los tórridos climas de Centroamérica, ninguno de los conquistadores pudo percatarse –en la isla de

Puná, frente a Guayaquil, en la Navidad de 1531 54–, que estaban en la plenitud de un gran evento océano–atmosférico. Y cuatro meses más tarde, en abril de 1532, cuando arribaron a Tumbes, seguramente tampoco fueron concientes de que los estragos causados en la agricultura por el fenómeno océano–atmosférico –y los destrozos

que habían causado los ejércitos de Atahualpa, en represalia por la supuesta alianza de los tallanes con Huáscar– se habían confabulado para facilitar la conquista de Tumbes y Piura, abriendo así al Viejo Mundo las

puertas de los Andes.

El territorio agrícola que en Tumbes conocieron los conquistadores es sustancialmente distinto del

actual. Mas no precisamente, como cabría esperar, porque hoy sea más grande, sino al contrario.

Según el científico Antúnez de Mayolo, a la llegada de los conquistadores se cultivaba en Tumbes

114 000 hectáreas, a diferencia de sólo 10 000 hectáreas que se trabajan en la actualidad 55.

Resulta harto evidente, pues, que –como bien observan Macharé y Ortlieb 56–: “los datos arqueológicos parecer ser útiles para documentar eventos muy fuertes del fenómeno El Niño (...) cuyo

impacto afectó en alto grado el normal desarrollo de las sociedades [del antiguo Perú]”.

Hoy resulta muy claro que mientras más al sur llegan los efectos tanto más grave es el fenómeno.

Puede entonces colegirse –aunque con cargo a comprobación– que aquéllos que impactaron desde Piura a Trujillo habrían sido de magnitud devastadora.

¿Y qué decir –como se ha visto– de los que afectaron hasta Casma? ¿Y fue aún peor

o, como se supone alternativamente, sólo de impacto local, el evento que afectó Nazca

(700 kilómetros al sur de Lima), y sobre el que han reportado Orefici y Grodzicki 57?

En todo caso, y como otros, el colapso de la afamada civilización de las Líneas de Nazca

–y su conquista por el Imperio Wari– siguen siendo en gran parte un misterio. ¿Y qué decir de aquel otro evento que llevó especies de aguas calientes hasta Ilo, en el extremo sur de la costa peruana? ¿Fue y habría que denominarlo “híper–ENOS”? ¿Puede entonces seguirse afirmando que la de Carrión Cachot es una visión apocalíptica, al cabo de lo que hoy conocemos del fenómeno? Ciertamente parece que no.

Menos aún considerando que, con la tecnología de entonces, cuando la inmensa mayoría de las viviendas y demás edificaciones eran exclusivamente de adobe con techaduras poco sólidas y permeables, las poblaciones

eran inmensamente más vulnerables que en la actualidad. Sin duda, los que hoy se considera fenómenos “moderados” debieron tener consecuencias devastadoras en el Perú precolombino.

Mal puede extrañar, entonces, que –como admite el propio Kaulicke–, muchas de las catástrofes aluviónicas, y/o las sequías con las que se alternan, originadas por el fenómeno océano–atmosférico del Pacífico Sur, hayan dado lugar al “abandono” 58 temporal –o definitivo– que muchos pueblos de la antigüedad se vieron obligados a hacer de su territorio.

Ello permitiría explicar, entre otros, los innumerables casos en la costa peruana de restos arqueológicos en áreas hoy completamente secas y desérticas. Así, por ejemplo, en el extremo occidental de Piura (península de Illescas), en lo que hoy es el extremadamente seco desierto de Sechura, hasta el siglo XVII existió el cacicazgo de Nonura .

Y muchos testimonios arqueológicos insinúan cuán habitado estuvo el que hoy es el habitualmente seco cauce del río Cascajal que atraviesa el desierto 60. En general, a estos respectos, la historiografía tradicional lamentablemente ha dejado de explicitar que, durante la mayor parte del tiempo de la historia precolombina, el territorio andino estuvo ocupado por muchos pero demográficamente pequeños y medianos grupos humanos, en igualmente pequeños y

medianos territorios.

Éstos, en presencia de grandes aluviones, resultaban totalmente asolados, sin que nadie quedara en ellos a salvo para acudir en auxilio de los siniestrados. Sólo cabía la migración forzada de los sobrevivientes.

Las naciones vecinas, con las que por lo general había conflicto, si acaso no habían sufrido los embates de la naturaleza, no estaban precisamente para acudir en ayuda, sino, por el contrario, para capitalizar el drama de las inmediaciones.

Ellas eran generalmente las que terminaban expandiendo su territorio al ocupar el que acababa de ser abandonado. De allí que Kaulicke 61 admite que muchos de los territorios precipitadamente desocupados fueron reocupados posteriormente por poblaciones distintas a las originales.

¿Pero quiénes pues, sino fundamentalmente las de la vecindad? En muchas ocasiones el territorio andino –pero también el resto del planeta– ha sido escenario de esas y otras modalidades de canibalismo territorial.

Hoy puede sostenerse pues que el larguísimo período que va desde la primera ocupación humana del territorio andino, hasta los primeros triunfos militares de conquistadores europeos, ha estado estrecha y dramáticamente

afectado por el fenómeno océano–atmosférico del Pacífico Sur. La intervención de éste en la historia ha sido un factor recurrente e importantísimo, decisivo y trascendental, inmensamente más relevante que miles de datos de que está atiborraba la historiografía tradicional.

Resulta previsible que, con el solo propósito de incluir –en su verdadera dimensión–, el papel del fenómeno océano atmosférico del Pacífico Sur en la historia, será necesario reformular la Historia de los pueblos andinos.

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