EL NIÑO-LA NIÑA. EL FENOMENO ACÉANO-ATMOSFERICO DEL PACIFICO SUR, UN RETO PARA LA CIENCIA Y LA HISTORIA

 

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Alfonso Klauer

El fenómeno en la historia antigua del Perú

En el territorio peruano, la referencia que por ahora parece más remota (10 000 años o más) alude a la ocurrencia de un aluvión previo a la ocupación humana en las costas de Ancón, 30 kilómetros al norte de Lima 31.

Con una datación de entre 10 000 a 7 500 años, la presencia de un molusco de aguas calientes (Donax obesulus), entre los restos arqueológicos de Anillo, en las proximidades de Ilo (cerca a Moquegua, casi en el extremo sur del Peru), “ha sido citada como una evidencia probable de ocurrencias del fenómeno El Niño”.

Y también para este período precerámico, pero esta vez en Asia, ligeramente al sur de Lima, “la espectacular abundancia [de restos del molusco] Argopecten purpuratus parece estar estrechamente relacionada con (...) episodios El Niño fuertes”.

Una vez más en las playas de Ancón hay indicios de otro evento de tanto como 4 500 años de antigüedad (pre Chavín), que eventualmente pudo ser el mismo que destruyó y sepultó con una avalancha de lodo el Templo de Punkurí, en Casma, 300 kilómetros al norte Lima, y el primer gran edificio de Cerro Sechín en las inmediaciones. En el mismo valle del río Casma, la investigadora L. E. Wells ha logrado rastrear indicios de fenómenos de hasta 3 200 años de antigüedad.

Para un pasaje menos remoto, el colapso de la civilización e Imperio Chavín, de hace 2 500 años, la arqueóloga peruana Rebeca Carrión Cachot propuso la que Peter Kaulicke estima una “visión apocalíptica”. Carrión postula que Chavín colapsó víctima de, entre otros fenómenos naturales: “... aluviones, cuyas huellas quedan en muchos sitios arqueológicos... [En la costa] se produjeron lluvias torrenciales e inundaciones que asolaron zonas íntegras; valles antes florecientes con densas poblaciones y vida económica próspera fueron sepultados o arrasados por violentos aluviones. Ciertos valles sufrieron más que otros, entre ellos los de Lambayeque, Nepeña y principalmente Casma”. Chavín, pues, aunque por más razones que sólo las de la naturaleza –como extensamente desarrollamos en Los abismos del cóndor–, habría colapsado en el contexto de un devastador evento océano–atmosférico. No obstante, según innumerables indicios, los especialistas de Chavín habían sido precisa- mente los primeros en empezar a conocer los secretos” del fenómeno.

En efecto, la presencia en sus manos de la afamada concha spondylus (o mullu, en quechua) traída desde las costas de Panamá y Colombia, pero –según el historiador ecuatoriano

Jorge Marcos –, también desde las costas de Ecuador, les habría revelado valiosísima información hidro–meteorológica relacionada con el fenómeno. No obstante, como puede colegirse, ello no fue suficiente para que se vieran libres de sus gravísimas acechanzas.

Peter Kaulicke, refiriéndose a la Cultura Vicús (Alto Piura, Piura) habló de la ocurrencia de eventos importantes entre 250–300 dC y 550–600 dC 38.

Eventualmente el primero habría sido uno de los cuatro o cinco eventos que, según el reputado arqueólogo peruano Walter Alva, habrían afectado el Templo de Sipán , o mejor –decimos–, a la población de Sipán, en las inmediaciones de Lambayeque.

Puede además suponerse que el segundo habría sido –como advierten Uceda & Canziani– el último de al menos cuatro eventos sucesivos “que afectaron el Templo de la Luna en el valle del Río Moche [...lo...] que habría causado el abandono definitivo del sitio” 40, o, mejor –también decimos–, lo que habría marcado el inicio del colapso definitivo

de la Cultura Mochica, en los valles de La Libertad.

De otro lado, ya en la primera edición de Los abismos del cóndor nos habíamos preguntado:

“¿Fue Tiahuanaco la resultante de una larga, espléndida e inusual centuria de bonanza agrícola y pecuaria” 41, que sólo podría explicarse por una sustancial alteración de las condiciones hidro–climatológicas? ¿Y cómo explicar su también enigmático colapso?

Como bien se sabe ahora, el anormal calentamiento de las aguas costeras del norte peruano, al propio tiempo que genera inundaciones en esa parte del territorio, da lugar a sequías en el Altiplano. Josyane Ronchail, por ejemplo, refiere que en el Altiplano boliviano “se verifica un déficit promedio de 30% [de lluvias] de enero a abril” en siete de ocho eventos El Niño.

Pero mucho más grave que ese déficit promedio de lluvias fue el que produjo el evento 1982–83 en Puno, en el lado peruano del lago. Allí en efecto, los promedios de precipitación de diciembre a febrero de los años “normales” (346 mm), se redujeron a sólo el 32 % (114 mm). A partir de aquí, a lo largo del texto colocaremos entre comillas las palabras “normal” y “normales”. Con ello queremos expresar que ponemos en tela de juicio la validez de dichos conceptos. Mas como resultará claramente comprensible al final, dejamos para las postrimerías de este trabajo la explicitación de nuestras razones para enjuiciar la validez de esos términos.

Fue la peor sequía de Puno en 50 años: se perdió el 93 % de la cosecha de papa y el 80 % de las cosechas de cebada y quinua, resultando afectado el 95 % de la población 43: una hecatombe.

Pero tanto o más grave es la conclusión que puede extraerse de los datos de precipitación en Copacabana (al borde del Titicaca) que proporcionan la propia J. Ronchail y R. Maldonado & S. Calle: entre 1972 y 1992 se viene registrando una notable tendencia decreciente de lluvias. Esto es, directamente influida por el fenómeno océanico, y probablemente también por otros factores locales aún no precisados, el Altiplano estaría atravesando por un largo y cada vez más grave período de sequía. ¿Advierte la actual larga crisis que el Altiplano estaría atravesando por un “mega–evento” como aquellos de los que se ha hablado líneas arriba? En todo caso, corresponde

suponer que un fenómeno de esa naturaleza, geográficamente focalizado en la extensa zona lacustre, habría sido el que hizo colapsar a Tiahuanaco. El Gráfico N° 9 muestra claramente cómo en las últimas dos décadas se viene poniendo de manifiesto una decreciente tendencia de precipitaciones en el Altiplano y, por el contrario, una tendencia creciente de lluvias en el área selvática de Bolivia. ¿Forma quizá parte del mismo alarmante cuadro la también decreciente tendencia de precipitaciones que se viene registrando en Ecuador? Cáceres y otros, en efecto, muestran que en el largo período 1901 a 1992 se está dando una tendencia decreciente de precipitaciones tanto en la costa (Guayaquil) como en la cordillera (Cotopaxi, 3 550 msnm).

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