EL NIÑO-LA NIÑA. EL FENOMENO ACÉANO-ATMOSFERICO DEL PACIFICO SUR, UN RETO PARA LA CIENCIA Y LA HISTORIA

 

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Alfonso Klauer

Las advertencias del fenómeno vienen del oeste

Resta sin embargo que explicitemos dos consideraciones de gran importancia. Por obvio que resulte, la primera puede formularse sintéticamente con la frase “las advertencias del fenómeno vienen del oeste”. En efecto, gestándose en el Pacífico Occidental (Oceanía), es allí donde empiezan a manifestarse los primeros indicios, que sólo meses más tarde se hacen ostensibles en las costas sudamericanas, pero en particular en Ecuador y Perú, a miles de kilómetros de distancia.

El Gráfico N° 15 (en la página siguiente) resulta muy elocuente. Corresponde al fenómeno océano–atmosférico de 1982–83, el más grave de los últimos siglos y, aparentemente al menos, un caso paradigmático.

En el gráfico se ha representando las tres manifestaciones que hasta la fecha asoman como las más evidentes y significativas: las anomalías de diferencia de presión atmosférica entre Darwin y Tahiti, que se expresan en el Índice de Oscilación Sur (IOS), las anomalías en la elevación del nivel del mar y, finalmente, los anómalos incrementos de la temperatura superficial del mar.

Corresponde sin embargo hacer tres aclaraciones previas al análisis. En primer lugar que, para facilitar la explicación –y hacer más patética la evidencia–, la curva del Índice de Oscilación Sur se ha colocado invertida (la convexidad debería quedar hacia arriba, en tanto los valores absolutos del IOS son negativos y deberían figurar pues debajo del 0).

En segundo lugar, debe reconocerse que no es precisamente lo más acertado presentar las temperaturas superficiales del océano, en un punto: Chicama; y los niveles del mar, en otro: Callao; cuando entre uno y otro puerto

hay algo más de 500 kilómetros de distancia. Para todos los efectos habría sido mejor presentar uno y otro dato pero de la costa de Piura (Paita), por todos reconocido como el punto neurálgico de impacto del fenómeno. Mas, ¿qué hacer si ninguna fuente proporciona los datos correspondientes de Paita, ni los complementarios: las variaciones del nivel del mar en Chicama y/o las variaciones de temperatura en el Callao? Por último, para no hacer engorroso el gráfico, y porque para ilustrar el caso resulta irrelevante (aparentemente al menos), no se ha incluido en él las escalas de °C y cm que corresponden. Entendemos que es la forma de la curva, y las tendencias que se expresan en su evolución, las que resultan lo más relevante (los especialistas sin embargo tienen la palabra).

Pues bien, lo primero  que hemos destacado en el gráfico es que –del análisis posterior de los acontecimientos, en palabras de un especialista como Pierre Pourrut–, se puede afirmar “que todo demuestra que el

evento [empezó] en mayo de 1982”. Y la gráfica efectivamente muestra que el IOS que se mide en Oceanía a esa fecha había adquirido niveles inusuales, realmente extraordinarios (–1,1 mbar).

Pero además, simultáneamente, se ponía de manifiesto un anormal incremento de temperaturas superficiales del mar en esa misma área del Pacífico.

El gráfico destaca, en segundo lugar (1’), que al mes siguiente, coincidiendo con un nuevo y ostensible salto del IOS (a –2,6 mbar), se registró en Nauru (a 11 000 kilómetros de las costas sudamericanas) la primera y significativa anómala elevación del nivel del océano, la misma que recién se manifestó en las costas sudamericanas (Callao) sólo 3 1/2 meses después, en setiembre (2). Y –aunque parece poco consistente–, recién en octubre los marégrafos de Galápagos y de la península de Santa Elena, Ecuador (ver ubicación en Gráfico N° 11, pág. 34), “registraron un primer alzamiento muy brusco (17 cm) a principios de octubre”.

Se ha destacado en el gráfico además (3) que los anómalos incrementos en la temperatura superficial del mar (frente a Chicama), recién se experimentaron a mediados de setiembre de 1982, cuatro meses más tarde de la marejada en Nauru y cinco meses después del primer salto del IOS. Merece sin duda un estudio cuidadoso el impacto de los saltos del IOS en octubre y diciembre de 1982. Sólo la temperatura superficial del mar en Chicama reaccionó positivamente en ambos casos, pero a los 3 1/2 meses. Y debe igualmente estudiarse el papel que cumple el verano austral cuando el fenómeno está en pleno proceso de expansión, como claramente ocurrió en el evento de 1982–83.

Todavía en ausencia de formas de predicción –que certeramente anticipen la ocurrencia del fenómeno–, la detección de anomalías de presión en Oceanía y los primeros incrementos del nivel medio del mar en esa misma área, constituyen por ahora las formas de alarma y detección temprana del fenómeno. Por último se destaca que después de haber alcanzado el IOS sus valores estándar, recién 2 1/2 meses más tarde recupera su registro “normal” el nivel del océano en el Callao; y cuatro meses más tarde ocurre otro tanto con la temperatura superficial del mar en Chicama, prolongándose pues hasta agosto de 1983 las anomalías climáticas en el sur de Ecuador y norte del Perú.

Pourrut sostiene que el fenómeno de 1982–83, pero también los de 1940–41 y 1997–98, corresponden a lo que define como los “ENOS atípicos”, para distinguirlos de la inmensa mayoría a los que define como los “ENOS estándar”. Serían pues “atípicos” –afirma Pourrut– aquellos fenómenos –como el que estamos analizando– en los que los anómalos incrementos de la temperatura superficial del mar se manifiestan primero en Oceanía y luego en las costas ecuatoriales sudamericanas. O, dicho en otros términos, aquéllos en los que las bruscas caídas negativas del IOS constituyen una importante “alarma temprana”. Y, para decirlo en términos gráficos,

aquellos en los que el cono de anomalías térmicas en el océano tiene su vértice en Oceanía y su base enSudamérica, como el que aparece en el Gráfico N° 7 (pág. 17). Pourrut postula que, por el contrario, los “ENOS estándar” manifiestan incrementos anómalos en la temperatura superficial del mar, primero en las costas sudamericanas, y luego se extienden en dirección a Oceanía. Y –recogiendo un postulado de S.G.H. Philander– afirma que habrían sido los fenómenos más recurrentes “porque es más fácil que un calentamiento costero [sudamericano] se extienda hacia el oeste [en dirección a Oceanía]”  que a la inversa.

Puede desprenderse –aun cuando Pourrut no lo explicita–, que en los “ENOS estándar” el anormal calentamiento de las aguas ecuatoriales sudamericanas se produce cuando el IOS, con valores todavía positivos, no ofrece ninguna señal de alarma, resultando, pues, una verdadera sorpresa la aparición del fenómeno. Aceptando provisionalmente que así ocurriera las más de las veces, ¿debemos entender, entonces, que para la mayoría de los fenómenos no hay todavía ninguna forma de detección temprana, como tranquilizadoramente nos habían advertido los especialistas?

El asunto no deja de ser seriamente preocupante. Y plantea más de una interrogante importante sobre la que Pourrut no ofrece ninguna pista. ¿Cuál sería entonces en la mayoría de los casos el agente causante del anormal incremento de temperaturas en las aguas ecuatoriales sudamericanas? ¿Cuán grande y caliente es la masa oceánica afectada en las costas sudamericanas para impactar al océano adyacente y alcanzar Oceanía? ¿No correspondería a los “ENOS estándar” un cono invertido –como el del Gráfico N° 7– el que representaría las anomalías térmicas del océano? ¿Es que en los descubrimientos de Belarge, Boer y Bjerknes no importa si las alteraciones de presión en Oceanía se dan antes o después de la aparición del fenómeno en las costas sudamericanas? Revisemos entonces (Gráfico N° 16) el caso de un supuesto “ENOS estándar” como el de 1972–73, en el que por la razón ya expuesta se ha invertido también la curva del Índice de Oscilación Sur. Por lo demás, para ayudar a la comprensión del fenómeno, se conserva en líneas punteadas lo ocurrido en el evento 1982–83. Lo primero que destaca es que efectivamente en el período enero–abril de 1972, teniendo el IOS en Oceanía valores positivos, sorprendentemente y contra lo esperado, se manifiestan anomalías tanto en el nivel medio del mar (Callao), como en la temperatura superficial del mar (Chicama).

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