EL NIÑO-LA NIÑA. EL FENOMENO ACÉANO-ATMOSFERICO DEL PACIFICO SUR, UN RETO PARA LA CIENCIA Y LA HISTORIA

 

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Alfonso Klauer

Las principales manifestaciones del fenómeno (Continuación)

La cercanía física del Chira con el Piura permite suponer que éste también responde con gran sensibilidad a la presencia del fenómeno océano–atmosférico del Pacífico Sur.

Hay en todo caso la evidencia de cuánto se agigantó durante la ocurrencia del intenso fenómeno de 1983.

En efecto, mientras su descarga anual alcanza en promedio 1 000 millones de metros cúbicos 85, ese año, sólo en el período enero junio, aforó en cambio 10 955 millones de metros cúbicos 86. Pues bien, como se vio anteriormente para el caso de las lluvias, en el de las descargas de los ríos resulta también de enorme importancia conocer sus picos máximos de descarga, pues son éstos, y no tanto la magnitud del volumen anual que transportan, los que dan lugar a los catastróficos desbordes que inundan campos de cultivo y ciudades. Se sabe, por ejemplo, aunque como dato único y aislado, que el río Piura registró una descarga récord de 3 500 m3/seg en 1983. Ésta, sin embargo fue superada por la de 4 424 m3/seg que se registró el 12 de marzo de 1998 87. Y fue precisamente en esas circunstancias que se llevó de encuentro el tercio central de un enorme puente de concreto, inutilizándolo del todo.

Lamentablemente ninguna de las fuentes que se ha tenido a mano, consigna los picos de descarga (m3 / seg) que registran el Chira y el Piura en los años “normales”. Puede suponerse que ese mismo año en las riberas del Chira debió experimentarse una similar zozobra, en tanto que de enero a abril fluyeron 17 500 millones de metros cú-bicos 88 y apenas 1 288 en los restantes meses del año.

Lo que se desprende del hecho de que el Ministerio de Agricultura informa que el aforo total del año se elevó a 18 788 millones de metros cúbicos. Considerando siempre lo que ocurre en la vertiente occidental de los Andes, la descarga de los ríos de la costa peruana es producto de por lo menos dos factores.

Tanto de las precipitaciones que se dan en las partes bajas de los valles, cuando el fenómeno océano–atmosférico del Pacífico Sur rompe el fenómeno de inversión térmica. Como de las que se dan en las partes altas (por encima los 1 000 msn m, donde –como se ha visto en el Gráfico N° 3 (pág. 8)–, no se da esa anomalía en la gradación térmica. Y estos últimos son precisamente los territorios donde se forman y adquieren mayor caudal esos cursos de agua. Woodman 89 afirma que, en presencia del fenómeno océano–atmosférico del Pacífico Sur, cuando a nivel del mar aún faltan 1–2 °C en la temperatura superficial del mar para que se desate el proceso de lluvias, se dan ya precipitaciones en las partes altas de los valles, entre los 1 000 y 3 000 metros sobre el nivel del mar. Siendo que ésta es la única referencia encontrada sobre lo que ocurre en las partes altas de los valles costeños, parece evidente que se requiere enfocar bastante la atención sobre ellas, pues permanecen prácticamente sin estudio alguno, con el agravante de que es allí donde se generan las grandes y destructivas avenidas de piedra y lodo (huaicos). Por lo demás, en los últimos y más intensos eventos de este siglo (1971–72, 1982–83 y 1997–98), tanto por las lluvias de las zonas bajas como por las de las zonas altas de la costa, se forman pequeños y medianos nuevos cauces transitorios (como el que resultó denominado “río Loco”, que en 1983 inundó el bosque de Batangrande, en Lambayeque 90), se llenan de agua muchos de los que se daba por secos para siempre (como el Cascajal, en Piura), y llegan al mar otros que durante mucho tiempo habían dejado de hacerlo (como el río La Leche, en el departamento de Lambayeque). Pues bien, a pesar de la anual presencia de huaicos, de las siempre amenazantes crecidas de muchos ríos, y de la furtiva aparición de muchos viejos y nuevos cursos, todos los valles y ciudades de la costa peruana adolecen también de falta de canalización de cauces, de falta de limpieza periódica de los mismos,de obras públicas y en particular de puentes de diseño y/o estructuralmente mal construidos 91. Y, tanto peor, de la inaudita construcción de áreas urbanas en las zonas más bajas de los valles e incluso en cauces que se creía definitivamente secos. A pesar de los innumerables antecedentes e incontables catástrofes, “hay casas hasta en cauces naturales de huaicos”, acaba de denunciar en Lima el diario El Comercio en su primera plana (12 Enero 2000):

“El peligro se cierne sobre 80 mil familias que ocupan las riberas de los ríos en todo el país”. “El problema es tan grave que sólo en Lima existen 1 500 quebradas entre Chosica y Matucana, en muchas de las cuales se ha levantado viviendas...” 92 Quizá el ejemplo más patético, allí donde concurrieron todas esas deficiencias, se observó en enero de 1998 en el catastrófico desborde del río Ica, 300 kilómetros al sur de Lima.

La terrible inundación que sufrió la ciudad de Ica, de la que hasta hoy no se repone, fue –en palabras de geógrafo Alejandro Pavez

Wellmann–: “un desastre provocado por la improvisación y por el desconocimiento de la naturaleza y de su funcionamiento”.

Baste decir, por ejemplo, que el cauce artificial que cruza la ciudad está a 3 y 4 metros por encima del centro y de varias de las áreas urbanas periféricas de la misma. Pero además, el reciente estudio de una misión técnica israelí demuestra –y de hecho implícitamente denuncia– que la deficiente limpieza de ese cauce artificial puede dar origen a catástrofes equivalentes cada 5 u 8 años, en tanto la historia del río demuestra que con esa periodicidad el curso alcanza picos de descarga de 250 o más metros cúbicos por segundo 93 con los que se rebalsa el cauce artificial.

Y si de la historia de los ríos se trata, bien vale la pena poner un instante la atención en el caso del río Jequetepeque, porque puede ayudar a entender algunas de las grandes catástrofes de la historia antigua del Perú. Para el registro de los últimos 49 años de su historia, la estadística oficial muestra que su promedio de descarga anual es de 952,2 millones de metros cúbicos (ligeramente superior a del Rímac, que afora como promedio anual 829,8 millones de metros cúbicos). Poco sin embargo pueden enseñarnos esas cifras. Y, en todo caso, nada de especial. El particular historial del río Jequetepeque recién puede en cambio empezar a apreciarse con los datos del Cuadro Nº 2. Habiendo sólo 230 kilómetros de separación entre el Jequetepeque y el Chira, no debería sorprendernos que sus historiales hidrológicos sean equivalentes. Por cierto, aunque con muy distintos caudales, los números de años por cada tipo de período son virtualmente los mismos: también el Chira ha tenido, por ejemplo, 15 años secos. E incluso son muy parecidas las relaciones entre los volúmenes de los años “normales”, lluviosos y torrenciales respecto de los de los años secos: en ambos casos los años torrenciales equivalen a 22–23 veces los años secos. ¿Cuál es pues entonces la particularidad del Jequetepeque? Pues simple y llanamente lo que llamaremos la “capacidad de sorpresa enorme” que ha acumulado dicho río. Porque en efecto, mientras las últimas grandes avenidas del Chira se han producido en 1983 y 1998, y están entonces muy “frescas en la memoria”, la única y extraordinaria gran avenida del Jequetepeque fue experimentada en 1952, hace casi medio siglo, habiendo pues virtualmente desaparecido esa experiencia de la memoria colectiva. Así, si eventualmente se repite –y puede

ocurrir en el año menos pensado, aunque casi sin duda al cabo de un largo o medianamente largo período seco–,puede tener consecuencias inimaginables. Baste recordar lo que ocurrió con Zaña en 1720. ¿Están preparados el valle del Jequetepeque, la presa de Gallito Ciego y las poblaciones de Tembladera, Guadalupe, Pacasmayo y Jequetepeque misma para una nueva e impredecible avenida anual de 8 900 millones de metros cúbicos? No basta decir –como con complacencia afirma Woodman– que Piura y otras ciudades “no están preparadas” para enfrentar adecuadamente el fenómeno. ¿No eran acaso suficientes las informaciones y advertencias escritas que nos llegaban desde los siglos de la Colonia? ¿Y no fue suficiente llamada de alerta la recopilación que hace 100 años elaboró Víctor Eguiguren? ¿No eran suficientes 100 años para prepararse adecuadamente? Más acertadas resultan pues las expresiones de Pavez que acabamos de transcribir. Y las del biólogo y oceanógrafo peruano Manuel Vegas Vélez que sostiene: “sería equívoco referirse al Niño como un desastre natural”. “La mayor parte de los daños provinieron de la imprevisión humana”. Más yerra Vegas cuando habla en pasado (“provinieron”), porque todavía provienen y, al paso que vamos, muy probablemente seguirán proviniendo de la imprevisión humana.

Y yerra también cuando atribuye deshonestidad sólo a “las empresas encargadas de la supervisión [de obras]” 94.

No, muchísima más responsabilidad que en las empresas supervisoras ha recaído, recae y recaerá sobre el Estado, en términos generales, y, específicamente, en todos y cada uno de los gobiernos involucrables.

Sin género de duda, el nefasto centralismo político y económico de que adolece el Perú –aún más grave hoy que antaño–, carga con el gravísimo abandono de las provincias, en general, y, para el caso que venimos tratando, con la absoluta indolencia histórica que se ha puesto de manifiesto en torno al fenómeno océano–atmosférico del Pacífico Sur y sus consecuencias. Mal puede obviarse sin embargo la responsabilidad de las autoridades locales (prefectos, subprefectos, y alcaldes provinciales y distritales), que han sido incapaces de imponer en los procesos de expansión urbana las más elementales medidas de resguardo y previsión.

No obstante, mal haríamos en desconocer la responsabilidad histórica de las propias poblaciones. Pero cómo dejar de considerar que la inmensa mayoría de quienes han optado por vivir en los cauces aluviónicos próximos a las ciudades son migrantes recientes, huérfanos en el conocimiento del territorio que acaban de hacer suyo en las últimas décadas: nunca se les ha hablado de ello ni en los libros de Historia ni en la escuela en general. Por lo demás,  los medios de comunicación en el Perú están para todo, menos para educar y concientizar adecuadamente a la población.

La cuarta de las más obvias manifestaciones del fenómeno en las costas tropicales sudamericanas es la elevación del nivel del mar. No sólo por la adición de las grandes masas de agua que llegan desde el Pacífico Occidental, sino porque siendo calientes tienen mayor volumen que las aguas frías, o, lo que es lo mismo, tienen menor peso que éstas –como indica Woodman 95–. Como se aprecia en el Gráfico N° 14 (en la página siguiente), es precisamente durante la ocurrencia de los fenómenos más severos cuando más se eleva el nivel medio del mar. En el caso del Callao llega pues a estar hasta 35 cm por encima del nivel “normal” y hasta 50 cm por sobre el nivel más bajo registrado (en 1975).

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