Del nombre de los españoles
Pulse aquí para acceder al índice general del libro.
En esta página web no están incluidos los gráficos, tablas, mapas,
imágenes y
notas de la edición completa.
Pulsando
aquí puede acceder al texto completo del Tomo I en formato PDF (125 páginas,
668 Kb)
Pulsando
aquí puede acceder al texto completo del Tomo II en formato PDF (153
páginas, 809 Kb) |
Alfonso Klauer
El gran imperio de los inkas
Ahora bien, no podemos concluir esta parte sin explicitar los que consideramos
que han sido los supuestos a partir de los que, tan fácilmente, renombrados
historiadores han caído en tan erradas conclusiones.
El esquema general es muy simple: si A
el Imperio Inka era bueno, justo, la más
alta expresión de la cultura andina, etc.;
entonces, fue un error, una locura, una lástima,
una respuesta incoherente e, incluso, implícitamente,
hasta una traición, que B los
huancas los tallanes o los kollas, por ejemplo
, se aliaran con C los conquistadores
españoles.
Entre los primeros y que con más elocuencia
idealizaron al Imperio Inka se cuenta
el jesuita Blas Valera, que había nacido en
Chachapoyas. ...sus continuas alabanzas y
ponderaciones de la bondad y excelencia de
los Incas dice Riva Agüero [alentaron] de
manera decisiva las exageraciones idealizadoras
y apologéticas a que naturalmente propendía
Garcilaso.
Éste, pues, sin ser el primer apologista,
estuvo entre los primeros. Al fin y al cabo,
era hijo de princesa inka, nació en el Cusco y,
ciertamente, no tuvo la formación histórica ni
metodológica que le permitiera ver más allá
de lo aparente, ni la objetividad que le permitiera
ver más allá de los dictados de su corazón.
Ya en este siglo, al cabo de agotadoras
revisiones de las crónicas de la conquista, y
en mérito a sus propios análisis, historiadores
como Riva Agüero llegaron a la conclusión
del buen gobierno de los Incas.
Cargado de una subjetividad que nada tiene
de científica, Riva Agüero cae en su propia
trampa. Dice él, criticando a los críticos
del imperio: ...como si deslustrar el Imperio
Incaico no redundara en apocar las hazañas
de quienes lo domeñaron. Pues bien,
exactamente con el mismo criterio podemos
decir de él: como si lustrar al imperio no
redundara en apocar las inauditas barbaridades
que cometieron sus protagonistas y no
redundara en apocar el desastre al que condujeron
los inkas a los pueblos que sojuzgaron.
Pero desde vertientes completamente distintas
se ha llegado a conclusiones equivalentes.
El caso más notable porque al fin y
al cabo es el autor peruano más leído y traducido
de todos los tiempos, y el que ideológicamente
ha tenido más trascendencia,
ha sido el de José Carlos Mariategui.
En los célebres 7 ensayos de interpretación
de la realidad peruana, dijo Mariátegui: Al Virreinato le corresponde, originalmente,
toda la responsabilidad de la miseria y
la depresión de los indios. Poco después agrega:
A la República le tocaba elevar la
condición del indio. Y contrariando este deber,
la República ha pauperizado al indio, ha
agravado su depresión y ha exasperado su
miseria. Por último recogemos la siguiente
cita: La feudalidad criolla se ha comportado,
a este respecto, más ávida y más duramente
que la feudalidad española. En general,
en el encomendero español había frecuentemente
algunos hábitos nobles de señorío.
A estos respectos, hay dos errores de Mariátegui
que queremos poner en evidencia.
En primer lugar, de manera formalmente implícita
porque no lo menciona, y de modo
esencialmente explícito porque con el originalmente
que le hemos puesto en cursiva
en la primera idea, lo exime de absolutamente
toda responsabilidad, Mariátegui insisúa
que el Imperio Inka no ha jugado ningún rol
ni tuvo consecuencia alguna en la historia de
los pueblos a los que sojuzgó humilló, desarmó
y arruinó, eliminándoles toda posibilidad
objetiva de respuesta militar.
Y los seguidores de Mariátegui, con información
más reciente, reconociendo explícitamente
que los nativos peruanos fueron
sometidos y también doblemente explotados
por sus dominadores imperiales, a
pesar de ello, siguen sin corregir y menos aún
enjuiciar el error de Mariátegui.
Pues bien, no dudamos de nuestra reiterada
afirmación de que las fuerzas militares
del Imperio Español eran, a fin de cuentas y
en suma, inconmensurablemente superiores a
las de todos y cada uno de los pueblos americanos
a los cuales conquistó.
Pero si en vez de encontrarse con un imperio
colapsado y con 59 pueblos derruidos, los conquistadores se hubieran encontrado
con sesenta pueblos independientes; en vez
de 59 aliados y un enemigo debilitadísimo, se
habría encontrado con 60 enemigos mortales
que, incluso, habrían hecho múltiples y sucesivas
alianzas, cada vez más grandes y crecientes,
que habrían modificado totalmente la
historia.
El historiador Juan José Vega sostiene
que la resistencia militar de casi 40 años que
lideró una pequeña fracción de la supérstite
élite imperial representó la muerte de unos
dos mil españoles. Asumamos que fue
sólo la mitad. ¡Cuán gigantesco esfuerzo y
sacrificio humano, despliegue de fuerzas y de
recursos habría tenido que mostrar el Imperio
Español para vencer a esos 60 pueblos con
alta moral, íntegras fuerzas militares e intactos
recursos logísticos!
Por lo demás, ¿no es fácil imaginar la reacción
en cadena y moralmente fortalecida
que habrían tenido el resto de los pueblos de
América al constatar que tras 30, 40 o 50 años
de lucha los pueblos de los Andes no
caían ni se rendían? Mariátegui, pues, yerra
gravemente. El daño inferido por el Imperio
Inka a los pueblos de los Andes fue infinito.
Y de ello, como podía esperarse, se aprovechó
el imperio conquistador europeo.
En segundo lugar, ¿fue acaso por ahorro
de palabras que Mariátegui obvió mostrar uno,
siquiera un hábito noble de señorío que
frecuentemente se encontrara entre los encomenderos
españoles? Doble autoengaño:
ni hubo tal hábito y, menos aún, fue frecuente.
Él ya no está para mostrárnoslo, ni
ninguno de sus seguidores podrá mostrarlo
jamás.
Como ninguno de los explícitos panegiristas
del Imperio Inka podrá mostrar nunca
un sólo hábito frecuente de noble señorío en
la élite imperial inka mientras dirigió los destinos
del imperio. Así como nadie que se
conduzca con objetividad podrá mostrar otro
tanto en el caso de la élite de Mesopotamia,
ni de la de Egipto, ni de la de Grecia, ni de la
de Roma.
Desengañemosnos de una vez por todas:
no ha habido ni habrá un solo imperio en la
historia de la humanidad que haya sido o
sea bueno para los pueblos sojuzgados. Y, ni
siquiera, para toda la propia élite imperial. Y
sino recordemos a todos los que murieron exterminados
durante la hecatombe final de
cada uno de los imperios.
Pues bien, la obra intelectual de José Carlos
Mariátegui ha sido una de los más, sino la
más trascendente de todos los esfuerzos intelectuales
que ha realizado peruano alguno
en el siglo XX. Muchísimos intelectuales peruanos
y extranjeros incluso sin advertirlo
han quedado encasillados en los esquemas
de Mariátegui, dado el enorme y justificadísimo
prestigio intelectual que adquirió en
su tiempo.
Y los historiadores, en particular, y a partir
del grave error de conceptualización que
tuvo en torno al Imperio Inka, reforzaron y
recrearon esa perspectiva y contra la historia
fueron encontrando cada vez más y más
virtudes al nefasto imperio.
Y, muy probablemente sin que estuviera
en las intenciones de Mariátegui, inundaron
entonces el mundo intelectual las tesis insólitas
del imperio socialista de los incas.
Porque si Garcilaso, el jesuita Blas Valera y
otros, habían ya dado pábulo, novelesco, anecdótico
y superficial para ello, la inmensa
autoridad intelectual de Mariátegui le terminó
otorgando carta de ciudadanía científica
a errores que, a partir del suyo, crecieron
como una bola de nieve rodando por la pendiente.
Serios y largos debates y estudios terminaron
sin embargo dando al tacho con la tesis
del imperio socialista de los inkas.
Ello, no obstante, no fue suficiente para
que los historiadores escaparan del error inicial
de conceptualización de Mariátegui sobre
el Imperio Inka. Mayoritariamente terminaron
por aceptar, pues, que no había sido
socialista. Pero, a pie forzado, dentro del esquema
implícito de Mariátegui, siguieron
considerando que había sido un gran imperio
un magnífico imperio, o que había
sido bueno justo, equitativo, sabiamente
redistributivo, o, por último, como seguramente
pensó Mariátegui, que no había representado
daño alguno a los pueblos del Perú.
Del Busto, por ejemplo, sin tener formación
marxista ni mucho menos, más próximo
en todo caso a Garcilaso y Riva Agüero que
a Mariátegui, en las 700 páginas de Perú
incaico y La conquista del Perú, más allá de
contadísimas, episódicas e inconsistentes críticas
alcanza a dejar, al cansado y saturado
lector, la sensación del gran por grandioso
Imperio Inka.