DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA:

Del nombre de los españoles


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Alfonso Klauer

La corrupción en la historia

Para comprender el Perú de hoy, a cuyo estudio nos estamos acercando lenta y cuidadosamente, es necesario revisar todas las nefastas herencias coloniales de las que el país no ha podido desembarazarse.

Entre ellas, ciertamente, hemos estado dejando hasta el final una, que pasaremos a analizar apretadamente, porque sobre ella no se han preocupado en entregarnos mucho material los historiadores: la corrupción, en sus más variadas modalidades.

¿Quién da el ejemplo?

Para empezar, no nos cansaremos de repetir un principio básico de funcionamiento de las sociedades humanas, y que hoy recogen en sus textos, en distintas versiones, las “ciencias de la administración”: los grupos humanos, grandes o pequeños, se organizan y funcionan “a imagen y semejanza” de sus líderes. Máxime cuando la conducta de los líderes –la de los primeros y la de los que los suceden– se perenniza y repite en el tiempo, quedando casi como una huella profunda e indeleble por la que deben transitar los que vienen atrás.

El capitalismo, con más empeño y explicitamente que ninguna otra de las formas de sociedad humana que lo precedió, se ha encargado de exaltar la importancia racional y efectiva de los líderes, aquéllos que ocupan el vértice superior de las pirámides organizacionales.

Ayer esa posición la ocuparon en las sociedades de su tiempo, los faraones, los césares, los emperadores y los reyes. Y, en las colonias, los sátrapas, virreyes, comendadores, encomenderos, oidores, etc.

Sin duda, actualmente, con el desarrollo de la democratización en el mundo, los gobernantes no pueden hacer impunemente todo cuanto les viene en gana.

Aunque también es verdad que algunos antidemocráticos y corruptos tiranejos –en particular en las sociedades subdesarrolladas–, no sólo logran imponerse de cualquier modo, sino diferir significativamente la sanción que les corresponde. Mas estamos aquí precisamente para entender por qué sucede ello.

Uno de los grandes progresos de la civilización actual es que los líderes han aprendido que deben estar al servicio de los ciudadanos, y no éstos al servicio de aquéllos, como ha ocurrido durante miles de años –y como sigue ocurriendo en buena parte de los países subdesarrollados–.

En particular, desde el imperio romano para acá, las normas –las leyes– con las que explicitamente funcionan los grupos humanos, y a las que se deben ceñir tanto los subgrupos que los integran como los individuos, no sólo están escritas, sino que son cada vez más y mejor comprendidas por todos los ciudadanos.

Mientras más homogéneas socialmente son las organizaciones, y mientras más vitalmente están comprometidas con la democracia las personas, los líderes tienen menos autonomía para lanzarse a la práctica de su libre albedrío. Ello es más evidente en las sociedades más democráticas y avanzadas, y menos evidente –cuando no virtualmente inexistente– en las sociedades subdesarrolladas.

Los países subdesarrollados están más cerca de las viejas satrapías de antes, de los viejos estados feudales, o de los antiguos reinos, que de las modernas democracias. En nuestros países, buena parte de los líderes son los primeros en burlarse de las normas y de pasar campantes por encima de la Constitución.

Pues bien, el hecho de que los hijos desconozcan las taras de sus padres no significa que no las hereden; y el hecho de que no tengan conciencia de las tropelías que cometieron aquéllos no implica que no los afecten: aunque las ignoren las sufren, cargan con ellas y con la vergüenza consecuente.

Pues eso ocurre hoy con los ciudadanos del Perú en relación con los conquistadores; y con el Perú de hoy en relación al Imperio Español de ayer. Los peruanos y el Perú, aunque mayoritariamente ignoremos las causas –que sistemáticamente se nos ha escondido –, cargamos con las consecuencias de una barbarie a la que se le sigue presentando como “civilización”.

Veamos para mayor abundamiento.

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