Del nombre de los españoles
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Alfonso Klauer
La primera escuela para nativos
Afirma M. L. Laviana que el primer objetivo
cultural de la Corona española en América
fue la asimilación de los indios, y ésta
fue encomendada a los religiosos, convertidos
así en educadores que junto con la doctrina
enseñaban instrucción primaria.
Esa trillada afirmación no pasa de ser una
declaración lírica que, una vez más, deforma
la verdad. Veamos.
En el Virreinato del Perú, en 1617, durante
la gestión del virrey Francisco de Borja
y Aragón, Príncipe de Esquilache, se fundó
la primera escuela a la que podían asistir nativos
peruanos. Su sede fue Lima por supuesto
, y su organización y dirección fue
encargada a la congregación jesuita.
El año de inauguración 1617, insistimos
resulta muy revelador de la verdadera
política educativa que, en función de sus intereses
hegemónicos, implantó el poder español
en el territorio andino. Éste, para entonces,
seguía siendo ampliamente su mayor
fuente de riqueza téngase presente que sólo
cincuenta años más tarde México pasará a ser
mayor productor de plata que PerúBolivia.
De manera muy significativa, esa primera
escuela para nativos se fundó en el Perú tan
postergadamente como 85 años después de
iniciada la conquista de los Andes. Porque en
México la primera escuela para nativos se
había fundado apenas 16 años después de iniciada
la conquista de ese territorio.
En efecto, la primera escuela para nativos
en México se había fundado en 1536. Es
decir, y en otros términos, recién se hizo en el
Perú lo que ya 81 años antes se había hecho
en México.
¿No tenemos derecho a preguntarnos por
qué alevosa y deliberadamente se postergó de
modo tan grosero una obra que, supuesta y
líricamente, era tan importante a los ojos
del poder imperial?
¿Por qué el organizador e inteligente
virrey Toledo, sabiendo cuando llegó al Perú
que hacía 33 años que funcionaba una escuela
para nativos en México no decidió otro
tanto para el Perú y Bolivia? ¿Por qué no lo
hizo tampoco en ninguno de sus largos 12 años
de gobierno?
¿No parece obvio que una orden expresa
del poder imperial indicaba que a los peruanos
y bolivianos sólo había que estrujarlos, y
que todavía no era necesario empezar a educarlos
con la tan sacralizada cultura occidental
y cristiana?
La certeza absoluta de que tal perniciosa
y malévola orden existía explícita o implícita,
pero existía, nos la ofrece el hecho incontrovertible
de que el mismo virrey Antonio
de Mendoza, que en su segundo año de
gestión en México inauguró allá la escuela,
fue después trasladado como virrey del Perú,
y extraña y sospechosamente no hizo lo propio
aquí.
Y tan extraña y sospechosamente no lo
hicieron tampoco los virreyes Martín Enríquez
de Almansa, Gaspar de Zúñiga y Acevedo,
conde de Monterrey, ni Juan de Mendoza
y Luna, marqués de Montesclaros, que,
como Antonio de Mendoza, también fueron
virreyes de México antes que del Perú y antes
de 1617. Difícilmente habremos de asumir
la ingenua conjetura de que por igual a
todos se les habría extraviado la idea de tan
feliz iniciativa. Era, sin duda, una postergación
maquiavélica y deliberada.
¿Por qué, sin embargo, el poder imperial
de repente se humaniza y da su brazo a
torcer en Lima en 1617? Nuestra hipótesis es
que ello habría tenido muchísimo que ver con
la estrepitosa crisis en la que habían entrado
ya los yacimientos de los Andes.
Como producto del genocidio y la brutal
explotación a la fuerza de trabajo, la producción
de aquél el más grande yacimiento productor
de plata en toda la historia antigua del
planeta descendía ya, indetenible e inexorablemente,
nada menos que desde 25 años atrás.
Era pues la evidencia inequívoca de una
crisis gravísima e irreversible. El inicio de la
producción de Oruro había permitido batir
todos los récords de producción. Mas la euforia
imperial apenas había podido durar un
lustro. Pues para 1615 ya había empezado
también a declinar.
Hacia 1617, entonces, el imperio tenía la
profunda convicción de que se estaba acabando
la riqueza fácil. Y que había que empezar
a buscar fuentes de riqueza que sustituyeran
a la que poco a poco se iba desvaneciendo
en los yacimientos de plata.