Del nombre de los españoles
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Alfonso Klauer
¿Rebeliones anti imperialistas?
Mucho se ha especulado en la historiografía tradicional en torno al
planteamiento de qué hubiera pasado si triunfaban los movimientos rebeldes y
presuntamente independentistas de los conquistadores españoles del Perú.
Sin embargo, casi todas las especulaciones
se han fundado en un supuesto inverosímil:
los excedentes de la riqueza extraída de
los Andes hubieran quedado en los Andes.
A partir de ese idealizado e indemostrable
supuesto, el reputado historiador peruano Pablo
Macera, por ejemplo, concluye: el Perú
hubiese tenido un desarrollo históricoeconómico
similar al de Japón.
Como otros, Macera no ha tenido en cuenta
que para alcanzar el desarrollo económico
no basta con tener (a) una gran capacidad
de generación de riqueza, aunque fuera
gigantesca como la que se extrajo de Huancavelica,
Potosí y Oruro.
Es imprescindible, además, e insustituible,
que se cumplan otras tres condiciones:
(b) que una gran proporción de los excedentes
generados por esa riqueza se inviertan en
vez de gastarse; (c) que se inviertan en el territorio
en que se produjeron, y; (d) por añadidura,
que se inviertan de manera descentralizada
[esta tesis la hemos desarrollado extensamente
y por primera vez en Descentralización:
Sí o Sí].
Pues bien, no hay absolutamente ningún
indicio que nos permita asumir que pudiera
cumplirse la segunda condición, esto es, que
Gonzalo Pizarro, Francisco Hernández Girón,
y el resto de los grandes encomenderos
mineros, tuvieran alguna, siquiera mínima
proclividad a la inversión. Eran, por el contrario,
absolutamente fatuos y derrochadores.
No pudiéndose cumplir esa exigencia indispensable
quedaban asimismo frustradas las
dos restantes, igualmente indispensables e insustituibles.
Nada, absolutamente nada hay que nos
permita presumir que eran ideológica, pragmática
y moralmente distintos a quienes los
derrotaron y ajusticiaron.
Unos y otros estaban hechos de la misma
endeble y apolillada madera, y habían sido
modelados en la misma siniestra, envilecida,
inescrupulosa y dilapidadora escuela en la
que se formaron Isabel, la Católica, Rodrigo
de Borgia y compañía, etc.
Así, ninguno de los anónimos encomenderos
mineros que ajusticiaron y heredaron
a Gonzalo Pizarro y Hernández Girón mostró
nunca la más mínima proclividad a la inversión,
sino más bien al gasto superfluo, intrascendente
e inútil.
De allí que hicieron de Potosí, y aunque
de vida efímera, absolutamente dependiente
y parasitaria, un burdel gigante cuando, por lo
menos, pudo ser la metrópoli más grande,
mejor equipada y hermosa de la América colonial.
Desde los inicios de la Colonia se traía
brea, cochinilla, tabaco, cera amarilla, miel
de abejas, bálsamos (...), paños finos, sedas,
terciopelos, entorchados y pasamanería, damascos,
tafetanes y sedas mandarias que venían
de la China..., y mil superchería más.
Las mujeres de los encomenderos agrícolas
y mineros, y de los grandes burócratas
del virreinato lucían muy adornadas con cadenas
de oro, gruesas perlas, sortijas, gangantillas
y cintillas de diamantes, rubíes, esmeraldas
y amatistas, pero además todos
los meses jugaban toros (...), de continuo había
comedias y músicas (...), meriendas y banquetes....
Y, las pocas veces que manifestaron alguna
vocación de inversionistas si es que a eso
y no a actividades esencialmente rentistas se
refiere el cronista que citaremos, tampoco
las concretaron en el territorio de Perú ni
en Bolivia, sino fuera:
envían dineros a emplear a España y a
México y otras partes, y algunos tienen
trato en la Gran China.
¿A título de qué presuponer que Gonzalo
Pizarro y Hernández Girón habrían actuado
de distinta manera que sus herederos? ¿Y a
su vez éstos, en el Perú y Bolivia, fueron la
excepción a la regla del tipo de los conquistadores
de la América colonial?
¿No es una sólida evidencia de que todos
los conquistadores estaban hechos de la misma
madera, el hecho de que quienes derrotaron
los movimientos rebeldes en Guatemala,
Nicaragua, Paraguay y México fueron
igualmente dispendiosos y fatuos como los
de los Andes? ¿Y que como éstos tampoco
realizaron en ninguno de esos territorios inversiones
de ningún género?
Se ha idealizado pues las potenciales repercusiones
económicosociales de las rebeliones
de Gonzalo Pizarro y Hernández Girón.
Y es que si bien sus propósitos económico
militares de corto plazo eran coyuntural y
circunstancialmente independentistas, y de
hecho atentatorios contra los intereses imperialistas
de España, no por ello incluían objetivos
nacionalistas, y menos todavía peruanobolivianos.
No nos engañemos, era un proyecto colonial,
tan nefasto y perverso como aquel contra
el cual empuñaron sus armas. Porque en
el supuesto que también nos negamos a admitir
, de que militarmente hubieran triunfado,
habrían instaurado un imperio que, aunque
independiente y hasta rival del de España,
habría sido igualmente nefasto para los
pueblos de Perú y Bolivia.
Por igual habrían destrozado a la población
nativa en las minas; por igual se habrían
enriquecido a sus costas; y por igual habrían
dilapidado sus fortunas trayendo del exterior,
e incluso desde la lejana China, todo aquello
que fuera menester para satisfacer sus afanes
de derroche y superflua ostentación.
Por igual, pues, habrían canalizado la riqueza
de los Andes hacia otros confines, para
contribuir al desarrollo de otros rincones del
planeta. Y, por añadidura como también hicieron
sus herederos, por igual y por doquier
habrían sembrado los lastres del ulterior
subdesarrollo de los pueblos del riquísimo territorio
andino.
¿Hubiera impedido acaso ese proyecto la
presencia masiva en los centros mineros de
aventureros ambiciosos, bandoleros timadores,
tratantes de blancas, y de toda la canalla
que, una vez hecha su fortuna, salía con ella
de los Andes sin dejar un ápice aquí? No, ni
Gonzalo Pizarro y Hernández Girón, ni nadie,
habría siquiera intentado impedirlo, porque
los habría ahuyentado y, entonces, no habría
habido quién administre y explote las minas.
También el idealismo lleva en este caso
a Fernando Iwasaki, a una conclusión en la
que, además de no tener ningún fundamento,
y de contener un gravísimo error de concepto
y perspectiva histórica, hay una flagrante ausencia
de rigor.
Dice en efecto Fernando Iwasaki: para
nosotros, los encomenderos rebeldes fueron
los primeros peruanos.
Iwasaki, a este respecto y erróneamente
en nuestro concepto, razona como los historiadores
españoles Américo Castro y Pedro
Laín Entralgo (ver Nota 75 del Tomo I), pero
incurriendo en otro gravísimo error. Y es que
ni Gonzalo Pizarro ni Hernández Girón lucharon
por el Perú, en función de los intereses de los peruanos. Sino única y exclusivamente
en función de sus mezquinos intereses
personales.
Por otro lado, y hasta donde se conoce, y
en perspectiva histórica, los peruanos existimos
desde hace 20 000 años, y no a partir de
la rebelión de Gonzalo Pizarro y compañía.
Si la milenaria historia de los hombres andinos no
es de ni corresponde a los peruanos, ¿qué hacemos
desgañitándonos y mareando a los niños y jóvenes
estudiándola y, tanto peor, tratando de memorizar
versiones tan aburridas y malas de ella?
¿Cuánta tinta y papel se habría ahorrado el Perú
de haberse impuesto ese estrecho criterio etnohistórico?
Quienes lo enarbolan, coherentemente deberían
proponer que los niños y jóvenes peruanos estén exentos
del estudio obligatorio de esa milenaria historia, porque
no pertenece a los peruanos, porque es anterior
a nuestra existencia. Por lo demás, es una inútil frivolidad
tratar de descubrir el nombre del primero de
los peruanos.
Hay quienes al menos en apariencia, se muestran
autoconvencidos de estar cargados de objetividad
y originalidad haciendo un corte en el tiempo y concluyendo:
a partir de aquí existen los peruanos.
Hoy en el Perú hay casi dos millones de personas
monolingües, ya en sea quechua, aymara o en cualesquiera
de la gran cantidad de dialectos que se habla
en la Amazonía.
La inmensa mayoría de ellos no tiene la más mínima
sangre europea, asiática ni africana. Sus ancestros
andinos, pues, son milenarios, irrecusable e inembargablemente.
¿Cómo entonces puede considerarse,
por ejemplo, que la historia de los Huamán, quechuas
e inkas; y de los Cachicatari, aymaras y kollas; es
peruana sólo partir de 1542 y no peruana de esa fecha
para atrás?
Debemos dejar de confundir pueblos con las
culturas. Son diferentes. Son objetos de conocimiento
científico distintos. Así como una cultura
puede predominar en varios pueblos, y de hecho por
ejemplo la cultura occidental predomina hoy en
muchos pueblos del planeta; también un pueblo puede
en el tiempo desarrollar y asimilar muchas culturas.
Así, una parte del pueblo peruano, los kollas aymaras
por ejemplo, han visto sucederse y/o predominar
en su territorio, como mínimo: 1) la cultura kolla
primitiva, 2) la cultura tiahuanaquense, 3) la cultura
inka, 4) la cultura hispana, 5) la cultura mestiza hispano
aymaraoccidental, y, 6) la cultura occidental.
Así, con el estrecho criterio que venimos enjuiciando,
primero fueron kollas, después tiahuanaquenses,
luego inkas, más tarde hispanos, tras de ello mestizos
hispanoaymaraoccidentales y, por último, hoy,
occidentales.
¿Cuándo entonces fueron peruanos? Así, pues,
justamente porque el criterio es estrecho nos lleva al
absurdo. ¿Es en ese criterio en que se fundan, por ejemplo
los fundamentalistas etarras, para no considerarse
españoles? Pues no nos extrañaría. Pero mal que
les pese, son ya tan legítimamente etarras como españoles.
Como los puneños son ya tan legítimamente
kollas como peruanos.
En algún momento alguién a este territorio le llamó
Perú. A fin de cuentas poco importa cuándo y
quién lo hizo. Más aún, no dudamos en afirmar que, a
ciencia cierta, nunca se tendrá esas respuestas. ¿Para
qué entonces buscarlas? Nos resulta suficiente con
saber que, en pocas décadas, indistintamente se le denominó
Birú, Berú, Pirú y Pelú y derivó
finalmente en Perú, nombre al que desde hace
quinientos años aceptamos, con el que nos reconocemos
e identificamos y al que amamos.
Y si hace quinientos años a este mismo rincón del
mundo le hubieran llamado Andes, hoy probablemente
seríamos la República de los Andes, son seguridad
orgullosamente nos llamaríamos andinos, y
nuestro escudo probablemente sería un cóndor de
la misma manera que un águila asoma en otros escudos
, e igualmente apreciaríamos todos esos nombres.
Todo el pasado de los pueblos de este territorio nos
pertenece, es nuestro. Y todos sus hijos, hasta los más
remotos, son peruanos.
Si el gentilicio peruano es relativamente reciente,
no lo es en cambio el hombre ni el conjunto de
pueblos a los que se dio ese nombre.
Los encomenderos rebeldes no fueron pues
los primeros peruanos. Pero además, y si a
ese respecto al identificarlos como los primeros
se pretende hacerles un elogio, no les
corresponde.
Frente a sus múltiples e inauditas fechorías,
¿les corresponde uno, siquiera un elogio?
Pues que lo haga Iwasaki, que lo hagan
los más ciegos historiadores españoles, que
lo hagan los panegiristas imperiales, más no
lo haremos nosotros, pero no porque seamos
peruanos y ellos no, sino porque objetivamente
no se lo merecen.
La esquiva suerte de Gonzalo Pizarro,
Hernández Girón y el resto de los grandes
encomenderos mineros, es que su circunstancia
tuvo un cuarto de siglo de desfase.
Fueron derrotados y ajusticiados 25 años antes
de que, por encargo de la Corona, el virrey
Toledo llegara al Perú enarbolando la
misma bandera por la que ellos habían muerto:
la libertad y el derecho de los encomenderos
mineros de esclavizar a los nativos.
Y ni en sus manos ni es las de Toledo
como de hecho ocurrió, dicha política podía
beneficiar en nada a los peruanos ni a los
bolivianos. Mas Iwasaki ni Macera han repararado
en ello.