DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA:

Del nombre de los españoles


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Alfonso Klauer

Españoles y castellanización

Había pues ambiente para todo menos para la difusión del castellano. ¿Qué interés podían tener en enseñarlo quienes llevaban encadenados a los nativos a morir en las minas? Hay, sin embargo, un dato que, aunque incompleto e impreciso, conviene analizar.

En efecto, de la información que ofrece el anónimo portugués que cita Riva Agüero, puede extraerse el siguiente cuadro, sobre la distribución de la población de españoles y demás conquistadores, incluidas sus familias, en el territorio del Perú hacia 1605, y en relación con el “reparto del territorio” al que hemos aludido en nuestro Gráfico Nº 25.

Así, incluyendo estas aproximaciones, el total en la costa agrícola del norte se elevaría a 3 650 pobladores españoles.

En cambio, en el área minera surcordillerana –ver Gráfico Nº 25– la única población importante no registrada por el cronista fue Puno, donde a lo sumo quizá se encontraban 500 españoles. Así, el total en los Andes mineros se habría elevado a 36 000 españoles.

Esto es, la población conquistadora involucrada en la economía minera, sea directamente en la explotación de las minas, en la producción metalúrgica, en el reclutamiento masivo de fuerza de trabajo, y en las actividades comerciales correspondientes, era casi once veces mayor que la concentrada en la economía agrícola. Las ubicaciones de cada población pueden encontrarse en el Gráfico Nº 31, que figura más adelante.

Pues bien, en las áreas geográficas sujetas a análisis, en 1981 la costa norte tenía 35 % más habitantes que el área surcordillerana, y la densidad poblacional de aquélla era casi tres veces la de ésta. Y no existe razón de peso –ni siquiera las migraciones de este siglo – para considerar que, a inicios del siglo XVII, las cifras fueran, en términos de proporción, sustancialmente diferentes y, menos aún, que el sur cordillerano tuviera una población nativa 11 veces mayor que la del norte, pues sólo con esa condición en ambas áreas del territorio peruano habría habido la misma proporción entre nativos y españoles.

Así, pues, debemos concluir que en el sur cordillerano había muchísimos más españoles por población nativa que en el norte. Y, consecuentemente, podía esperarse de ello, que, exactamente a la inversa de lo que ha ocurrido, fuera en el sur cordillerano donde primero se concretara el proceso de castellanización.

¿Cómo entender que ello no se haya producido? Más aún, ¿cómo entender que, hasta comienzos del presente siglo, las poblaciones del sur cordillerano, casi íntegramente, fueran monolingües, quechua o aymara parlantes? Intentaremos una explicación. Sin duda, la actividad agronómica –siembra, labores agrícolas intermedias y cosecha– requería una fuerza de trabajo más calificada que la que demandaba el picado de la roca y el acarreo de los minerales en los socavones de las minas.

Ésta era, casi exclusivamente, fuerza bruta de trabajo.

Así, para mantener o mejorar la producción y la productividad, la agricultura demandaba un diálogo más fluido y constante, y con muchos y pequeños grupos de trabajo.

Por el contrario, para dirigir técnicamente el trabajo de los miles de quechuas y aymaras que llegaban encadenados a los socavones, a los españoles virtualmente sólo les resultaba necesario manifestarse con señas.

Por lo demás, no es difícil imaginar que quienes se integraban a la economía agrícola eran españoles decididos a permanecer definitivamente en el Nuevo Mundo. Se instalaban con sus familias en las poblaciones próximas a sus tierras de cultivo. Y les convenía difundir el idioma para comunicarse con su entorno.

Pero sin duda los niños españoles y “criollos”, tanto o más que los adultos, contribuyeron también a la expansión del castellano entre los nativos, con quienes por múltiples razones alternaban. Por el contrario, resulta obvio comprender que los conquistadores que llegaban a las minas, lo hacían solos, sin familia.

De allí, como está dicho, la notable presencia de prostíbulos en Potosí por ejemplo.

Pero también resulta obvio entender, que la riqueza que tan fácil y rápidamente se hacía en las minas, convocaba sólo a aventureros ambiciosos que, una vez enriquecidos, “volvíanse a vivir a España”. Así, técnicamente, no tenían la más mínima necesidad de comunicarse con los nativos, y, en su condición de aves de paso, ningún interés en difundir el castellano.

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