Del nombre de los españoles
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Alfonso Klauer
Potosí: infierno y gloria
Los inescrupulosos administradores y capataces
que actuaron en Potosí, en connivencia
con los conquistadores propietarios, fueron
los que impusieron la brutal y despiadada
esclavitud en las minas. Cuenta a propósito
fray Buenaventura de Salinas:
...es lástima ver a los indios de cincuenta
en cincuenta, de cien en cien, ensartados
como malhechores, en ramales y argolletas
de hierro, (...), y las mujeres, hijos
y parientes [despidiéndolos] (...), sin esperanzas
de volverlos a [ver], porque allí
se quedan y mueren infelizmente en los
socavones y laberintos de Huancavelica
[así como de Potosí y luego de Oruro].
Y fueron los mismos que según refirió el
mismo fraile, provistos de las adecuadas armas
para el chantaje, obligaron a los padres
que alquilaran y prostituyeran...
a sus hijas y mujeres (...) por verse libres
de la mina...
El inteligente y organizador virrey, sin
embargo, no vio nativos encadenados camino
a las minas, no vio chantajes ni vejámenes de
ninguna especie, ni vio siniestros e insalubres
socavones.
Vio, en cambio, que los nativos no utilizaban
monedas, y decidió imponerlo. Y vio
que Huancavelica no tenía el nombre que
correspondía, decidió entonces cambiarlo, y,
en nostálgico y agradecido homenaje a su
hermano, el conde de Oropesa, la bautizó
como Villa Rica de Oropesa.
Satisfecho de lo que vio y de lo que decidió
no ver, resolvió entonces regresar a Lima.
Sus objetivos más importantes ya se habían
cumplido.
Para fines de ese siglo, cuando Toledo estaba
de vuelta en España, Potosí tenía catorce
salas de baile, treinta y seis casinos,
setecientos u ochocientos jugadores profesionales,
un teatro, ciento veinte prostitutas y
docenas de espléndidas iglesias barrocas.
En ese período llegó a tener más población
que Lima e incluso que México. Se
estima que hasta 150 000 habitantes, una de
las mayores del mundo cristiano (...). Era una
villa violenta y arrogante, llena de exuberantes
y extravertidos millonarios.
Pero nunca tuvo un desarrollourbano del
cual preciarse, aun cuando sobró dinero para
que ello pudiera darse. Ni tuvo escuelas y,
mucho menos, una universidad. Enclavada
en la mina que más plata ha regado sobre la
faz de la Tierra, Potosí no era sino un hediondo
y gigante burdel, lleno de tantos y tan falsos
oropeles como gratuitas loas se ha vertido
sobre su más importante mentor.
Ya nada, sin embargo, podía inquietar la
conciencia del virrey. Menos aún cuando,
agradecido, Felipe II había mandado agregar
en el escudo de Potosí el lema:
Para un emperador poderoso o un rey
prudente, esta alta montaña de plata podría
conquistar el mundo.
Potosí no conquistó el mundo, pero el
mineral de sus entrañas permitió el despegue
definitivo del sistema capitalista a nivel planetario.