Del nombre de los españoles
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Alfonso Klauer
El virrey Toledo y el reparto del territorio
Si bien no se dispone hasta ahora de las
cifras que lo prueben, hay fundadas sospechas
con lo que reiteradamente se ha venido
mostrando hasta aquí de un mayor asentamiento
poblacional de conquistadores que
de sacerdotes en la costa norte. Y, a la inversa,
en el sur cordillerano, una mayor proporción
de sacerdotes que de conquistadores.
¿Puede encontrarse alguna racionalidad
en tan extraña división demográficoterritorial
de parte de las huestes civiles y religiosas
del imperio? ¿Fue acaso una simple casualidad?
¿Fue acaso un resultado inercial, sin
que mediara en ello planificación o directivas
de ningún género?
¿Cuáles son, en todo caso, las evidencias
incontrovertibles? En cuanto a la costa norte:
1) corresponde a un territorio a nivel del mar;
2) corresponde a los valles agrícolas más
grandes y ancestral y agronómicamente más
ricos;
3) hay muy pocas iglesias coloniales;
4) subsisten sin incluir a Lima magníficas
residencias coloniales de carácter no religioso.
Las dos primeras razones insistimos
son coherentes con nuestra hipótesis de que
los conquistadores, ante la agresividad tan
marcada del territorio andino, habrían preferido
asentarse en la costa que, para aquellos
que no formaban parte de la burocracia
virreinal, era, sin duda, el territorio más rentable.
Pero además, era el territorio en el que
mejor podían sacarle partido a su experiencia
profesional anterior, en España: la agricultura.
En efecto, siempre se ha hablado de la
procedencia geográfica de los conquistadores:
que si eran andaluces o extremeños, etc.
O de su religión: que si eran cristianos o
judíos. O si eran vagabundos, o cosechadores
de bellotas para cerdos. Pero nunca se ha enfatizado
que, en coherencia con el hecho de
que a fines del siglo XV más del 90 % de los
españoles eran agricultores o con alguna experiencia
en agricultura, era altamente probable
que, en proporción semejante, los hubiera
entre los que se embarcaron al Nuevo
Mundo.
Pues bien, las dos últimas evidencias corroborarían
que efectivamente más conquistadores
que sacerdotes se afincaron en la
costa norte, cálida y agrícolamente rica.
En la ciudad de Lima, la capital del virreinato,
en la costa central del territorio
véase el Gráfico Nº 25 (pág. 157), el proceso
de castellanización debió ser aún más
acusado, más notorio y, finalmente, de resultados
más acelerados.
En 1614 sobre un total de 25 154 habitantes,
9 630 eran españoles y 10 386 esclavos
africanos. Podemos entender que la
diferencia 5 138 personas, eran nativos
que trabajaban en las tierras agrícolas de las
que se habían posesionado los conquistadores
en las áreas inmediatas a la ciudad. Difícilmente
puede ponerse en duda que Lima
era el único pedazo del inmenso territorio
donde habían más conquistadores españoles
que nativos. El proceso de castellanización
debió ser, entonces, aceleradísimo.
En lo que al sur cordillerano se refiere, las
evidencias irrefutables son: 1) se trata de territorios
sumamente fríos y quebrados, situados,
en promedio, a alturas por encima de los
3 000 msnm, es decir, se trata de áreas objetivamente
muy hostiles, a las que no estaban
acostumbrados los conquistadores, pero tampoco
los sacerdotes; 2) salvo algunos valles,
la inmensa mayor parte del territorio es agrícolamente
pobrísimo y su mayor riqueza, en
territorios aún más hostiles, era la minera, en
la que muy pocos conquistadores tenían experiencia
previa; 3) la cantidad de iglesias
coloniales y conventos que subsisten es realmente
impresionante, y; 4) no son impresionantes,
en cambio, ni la cantidad ni las dimensiones
de las construcciones no religiosas.
Todo, pues, apunta a estimar mayor la
población de sacerdotes y congregaciones religiosas
que la de conquistadores.
En 1534, cuando los conquistadores españoles
aún fundían toneladas de joyas y utensilios
de oro en el Perú, se descubrieron en
México dos minas de plata, una cerca de la
ciudad de México y otra en Taxco. La noticia
sin duda muy pronto llegó al Perú.
Más aún, puede presumirse que desde la
metrópoli se dispuso que los conquistadores
del Perú rastrearan similares posibilidades,
aunque, como veremos más adelante, ello no
era precisamente necesario. Aparentemente
el primer hallazgo se produjo en 1545, al descubrirse
la riquísima mina de Potosí. También
aparentemente, el segundo descubrimiento
fue la mina de Porco, en 1549. Potosí
y Porco pertenecían a Charcas, hoy territorio
de Bolivia.
Y un descubrimiento complementario,
pero sensacional, se produjo en 1559: una
mina de plata resultó ser también productora
de mercurio o azogue, en Huancavelica en
el Perú. Todos, pues, en el agreste y hostil
sur cordillerano, a fatigantes e irrespirables 4
000 msnm, allí donde no querían hacerse presentes
los conquistadores. Mas ni ellos ni el
imperio iban a permitir que esa extraordinaria
riqueza permaneciera intocada en el subsuelo.
Así, los conquistadores más poderosos,
sacrificando una parte de los beneficios a obtener,
contrataron administradores que se hicieron
cargo, tanto de la explotación intensiva
de dichas minas cuanto del acarreo, a como
diera lugar, de nativos que las trabajasen.
Estaban disponibles para ello miles de
españoles en el Perú. Según informó Andrés
Hurtado de Mendoza, cuando se embarcaba
para hacerse cargo del virreinato, apenas en
1556 de 8 000 españoles que trataban de
ganar fortuna en el Perú, sólo 480 o 500 gozaban
del privilegio de las encomiendas....
Es decir, la inmensa mayoría de los españoles
en el Perú estaba disponible para desterrarse
en las alturas a cambio de honorarios
que lo justificaran. Y eran, sin duda, aquellas
gentes sin oficio y que [carecían] de cualidades
morales recomendables, a las que aludió
también el citado virrey. Cuán distintas
las calificaciones de esos facinerosos que
llegaron a hacerse riquísimos, de las virtudes
que se exigía a los nativos para llegar a
ser humildes alcaldes.
Pues bien, coincidiendo en el tiempo con
el descubrimiento de las minas de plata, los
dos primeros obispos de Lima recomendaron
a su clero el aprendizaje de los idiomas nativos
y, el segundo de ellos, Toribio de Mogrovejo
que más tarde sería elevado a los
altares dio el ejemplo predicando en quechua.
¿Pero aprender quechua o aymara para
predicar en quechua o aymara dónde? ¿En
las iglesias de Lima acaso, ante una feligresía
de conquistadores españoles? No, sin duda
no. ¿Acaso en el norte, donde la mayor parte
de los nativos hablaba el idioma chimú? No,
tampoco. Lo más probable, pues, es que fuera
en algún retirado rincón del sur cordillerano,
próximo a las minas de mercurio y de
plata.
Hacia 1560, a la luz de los objetivos del
imperio y de sus insaciables exigencias de
dinero, controlar y someter eficientemente
la población del rico territorio surcordillerano
era sobremanera importante.
Habiendo sido descubiertas las ricas minas
de plata en Potosí, y la importantísima
mina de mercurio de Huancavelica, no podían
sin embargo entrar en producción intensiva
mientras en el Cusco no se doblegara total
y definitivamente la resistencia guerrera
que lideraba Manco Inca.
El pesadísimo mercurio sólo tenía valor
si, atravesando el territorio del Cusco y las
orillas del Titicaca, llegaba a la mina de Potosí
para el procesamiento de la plata. Pero la
resistencia inka en el Cusco se interponía en
el camino.
Como seguramente también se interponía
en el camino de las enormes cuadrillas de trabajadores
forzados encadenados que los conquistadores
llevaban a las minas, y a los que
quizá en innumerables oportunidades liberaron.
En todo caso como se verá poco más
adelante, hay razones para sospechar que
esto efectivamente ocurría.
Sin duda, las lentas y pesadas caravanas,
sea que llevaran mercurio a Potosí, o que de
vuelta acarrearan plata hacia Lima para embarcarla
a España, eran fácil blanco de las rebeldes
huestes de Manco Inca.
Cuando en 1556 Felipe II accede al trono
en España, el imperio se debatía en bancarrota.
Debió entonces saberle a miel al emperador
la oferta de los encomenderos del Perú,
que en el año anterior había dejado sin responder
Carlos V, según la que, si se les concedía
a perpetuidad el usufructo de las encomiendas,
entregarían al rey 7 600 000 pesos.
Tanto como 33 mil millones de dólares de
hoy. O el valor de seis años de los ingresos
que legalmente percibían los 467 encomenderos
del virreinato, cada uno de los cuales,
en promedio, estaba pues dispuesto a entregar
a la Corona algo más de 70 millones de
dólares.
Qué duda pueda caber que los ingresos
reales de cada encomendero eran muy superiores
a dicha cifra. El rey ordenó estudiar la
propuesta.
En 1560, con la aparente mediación de
fray Bartolomé de las Casas, un grupo de
kurakas caciques del Perú hizo llegar al
rey su contrapropuesta en contra de las
encomiendas: 100 000 ducados más que la
máxima oferta de los encomenderos. ¿Cómo
se financiaría? Es todo un enigma, y un
enigma que bien merecería ser estudiado.
Lo que en cambio no es un enigma es que
el clero del Perú desencadeno tal campaña
de sermones condenando la perpetuidad de
las encomiendas que el virrey conde de Nieva
tuvo que convocar a los superiores de las
órdenes y amenazarlos con aplicar severos
castigos a los religiosos que siguieran agitando
a los indios del sur cordillerano, según
puede colegirse.
Se desató entonces una polémica costosísima,
que se prolongó por más de una década,
con innumerables viajes de representantes
a España. Fue una orgía de retórica,
insultos, maquinaciones e idealismo afirma
Hemming.
En medio de ese tráfago, un hecho fortuito
permitió que la Corona se enterara que el
virrey, conde de Nieva, había incurrido en
gravísimas corruptelas, amasando enorme
fortuna.
Cuando el licenciado Lope García de
Castro llegó al Perú, en 1564, con el encargo
de arrestar al conde de Nieva, éste acababa de
morir asesinado en una orgía carnal, en la
que lo descubrió un marido engañado.
Engañándose y engañando, los oidores y
el arzobispo Loayza hicieron saber al rey que
su representante había muerto de apoplejia.
Mas tarde sin embargo llegaron al rey las
noticias verídicas, que terminaron por desacreditar
totalmente las recomendaciones de
perpetuidad de las encomiendas que había
firmado el finado amante.
Entre tanto, para ese año 1564 ya se habían
cumplido cinco largos años de frustrados
intentos de enlace entre la mina de mercurio
de Huancavelica y la mina de plata de
Potosí.
El Cusco y la resistencia inka se seguían
interponiendo entre el mercurio y la plata, y
entre la realidad y los sueños del económicamente
desesperado Felipe II.
Para entonces, ni el virrey Hurtado de
Mendoza, ni el conde de Nieva, ni Lope García
de Castro habían sido capaces de derrotar
la pequeña pero, entonces, altamente significativa
y, para el poder imperial español,
económicamente nefasta resistencia inka.