Del nombre de los españoles
Pulse aquí para acceder al índice general del libro.
En esta página web no están incluidos los gráficos, tablas, mapas,
imágenes y
notas de la edición completa.
Pulsando
aquí puede acceder al texto completo del Tomo I en formato PDF (125 páginas,
668 Kb)
Pulsando
aquí puede acceder al texto completo del Tomo II en formato PDF (153
páginas, 809 Kb) |
Alfonso Klauer
Los tributos de los conquistados y la crisis del imperio
La historia ha registrado que en el siglo
III dC, cuando arreciaba la crisis del Imperio
Romano, las protestas contra los impuestos
se [tornaban] endémicas.
Dice también la historia que en esa época,
en el Imperio Romano, la inflación alcanzó
niveles gravísimos (...) una medida de trigo,
que en el siglo I dC costaba 6 dracmas, en
Egipto subió a 200 en el año 276, a 9 000 el
año 314 y a 78 000 el año 334, y más tarde a
más de 2 millones [de dracmas].
Es decir, más de 2 500 % sólo en la última
fase. ¿Estaba condenado el Imperio Español
a correr igual fortuna? ¿Qué causas podrían
explicar que el mismo fenómeno se
presentase en dos coyunturas históricas aparentemente
tan distintas? ¿Serían finalmente
iguales o equivalentes los desenlaces?
La riqueza que manaba de las provincias
conquistadas [por el imperio romano] (junto
con los ingresos obtenidos de la explotación
estatal de las minas) permitió suprimir totalmente
los impuestos directos a los ciudadanos
romanos. Todos los demás, esto es,
sólo los pobres, pagaban impuestos.
Diez siglos después, Isabel y Fernando,
los Reyes Católicos, a cuyos intereses resultaba
muy grata la antigua y primitiva
política romana, la mantuvieron en sus reinos.
Carlos V y Felipe II la harían perdurar
en su imperio: sólo los pobres pagaban
impuestos.
Hemos advertido ya en el tomo I, que, a
pesar de las ingentes cantidades de riqueza
que llegaban a España, el imperio era incapaz
de escapar de sus deudas y terminar de amortizarlas.
La bancarrota había sido declarada
oficialmente en 1552, 56, 57, 75 y 96. Felipe
III volvería a declararla en 1607; y sus sucesores
en 1627, 1653 y 1697.
¿Cómo podía ocurrir aquéllo, si sólo en
1680 en el virreinato del Perú se había recaudado
13 millones de pesos? Lo que en cifras
de hoy representaría aproximadamente 15
400 millones de dólares? ¿Nada de ello sobraba
para enviarse a la metrópoli? ¿Tal era
el nivel de gastos en los que incurría la sede
virreinal en Lima?
Ya hemos mostrado cómo, desde la obtención
misma del Rescate de Atahualpa, la
inflación fue erosionando el valor de las monedas
de Europa, en particular las de España.
Quizá existan pruebas, incluso, de que la metrópoli,
entre los siglos XVIII y XIX, ante su
incapacidad de pagar deudas y otras obligaciones
fiscales, empezó a practicar desaforadamente
lo que hoy se conoce como emisiones
inorgánicas de dinero monedas de
baja ley, dinero sin respaldo.
Así, mal podemos ya traer a valor presente los 68 millones de pesos que recaudó
México en 1809, cuando Napoleón había ya
paseado sus tropas por España, humillando a
todos los peninsulares. No conocemos en
cuánto erosionó el valor del dinero la inflación
acumulada a esa fecha.
Lo que sí se sabe, en cambio, es que ante
la crisis económica, ante el decrecimiento de
la recaudación en los demás rubros de la economía,
la Corona, desde inicios del siglo
XVIII, empezó a hacer uso cada vez más
intenso del que en su agotada imaginación,
aparecía como el último recurso que le quedaba
a mano: el incremento de la carga tributaria
que pagaban los miembros más pobres
de las naciones conquistadas, por el sólo
hecho de vivir en su tierra. El Imperio Español,
pues, siempre que le convenía repetía
las viejas políticas romanas.