Del nombre de los españoles
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Alfonso Klauer
El poblamiento extranjero de América
Tanto para pobres como para ricos, tanto para españoles como para otros europeos
y extranjeros, el móvil económico [constituyó], sin duda, el verdadero
aliciente de las huestes [de conquistadores], hasta el punto de que han sido
definidas como buscadores de oro. (...) el conquistador anhelaba ser rico, pero
más aún convertirse en encomendero, en señor de indios.
James Lockhart afirma que en los treinta
primeros años de la conquista del Perú residían
ya en estas tierras hasta 5,500 españoles,
171 portugueses y 240 italianos, además de
otros 100 de diversas nacionalidades (que incluían
a 39 no identificadas). Bajo las distintas
nacionalidades se mimetizaron muchos
judíos e incluso turcos.
América se vio poblada por andaluces
(37%), extremeños (17%), castellanos (30%),
leoneses (6%) y vascos (4%), cuando en el
siglo XVI fueron identificados hasta 55 000
migrantes españoles en América. Más tarde
llegarían contingentes de canarios, gallegos,
asturianos cántabros, navarros, catalanes, valencianos,
etc.
A pesar de la variedad, incluso idiomática,
a los hombres del Caribe y de los Andes
les resultó al principio imposible distinguir
las diferencias. Para ellos todos eran iguales.
Otro tanto, sin embargo, ocurrió como hemos
dicho en Tahuantinsuyo, el cóndor herido
de muerte con los propios conquistadores.
Para ellos, los caribeños eran todos
iguales, y, más tarde, los andinos eran también
todos iguales.
Al iniciarse la conquista de los Andes, los
conquistadores fueron incapaces de distinguir,
por ejemplo, entre inkas, chimú o aymaras,
siendo que, además de las obvias diferencias
de vestimenta, hablaban tres idiomas
diferentes.
Junto a los conquistadores llegaron a
América musulmanes, judíos, conversos, gitanos,
protestantes y condenados por la Inquisición
283.
Alexander Humboldt, el sabio y experto
minero que con tanto ahinco recorrió gran
parte de América Meridional, estimó que en
1800 había 3 millones 276 000 españoles en
América. Y se cree que en 1825 había ya cuatro
millones, 200 mil de los cuales provenían
de otras naciones de Europa.
Magnus Mörner por ejemplo, afirma
que entre 1506 y 1600 emigraron 242 853
españoles. Y BoydBowman fijó en unos
200 000 el total de emigrantes peninsulares
que llegaron a América.
Dado el período del que se habla, el de las
conquistas más violentas, dichas cifras probablemente
incluyen una proporción muy baja
de mujeres y aún más baja de niños. Siendo
así, los migrantes representaban poco más
o menos el 5% de la población española.
Para efectos de demografía, la migración
de un porcentaje como ése no puede considerarse
un porcentaje muy pequeño, como
erróneamente afirma M.L. Laviana,
Menos aún si apreciamos que los migrantes,
siendo mayoritariamente adultos, representaban
muy probablemente más del 10%
de la población masculina adulta de España
Si nos atenemos a la escasez de brazos
que llegó a darse en la península a partir de
1600, es pues probable que las cifras de Mörner
hasta sean las que más se acercan a la
verdad.
Por lo demás, si a inicios del siglo XIX
eran efectivamente 4 millones los criollos
españoles residentes en América, representaban
algo más del 20% de los españoles residentes
en la península (considerando que
para esa época la península tenía probablemente
18.5 millones de habitantes). Ninguna
de esas cifras es poca cosa.
A principios del siglo XIX uno de cada
seis españoles estaba pues en América.
¿Habrá habido otro caso similar de transplante
genético y cultural en la historia de la
humanidad?
Por otro lado, desde los primeros momentos
de la conquista, fueron traídos como esclavos
millones de hombres del África. Y
fueron obligados a participar en las escaramuzas
y batallas de la conquista militar. ¿Dudaría
alguien que, como carne de cañón, en la
primera fila de los combates?
Se trató, como dice Laviana, de una importación
más que de una migración. El comercio
o trata de negros fue controlado directamente
por la Corona, a través de la
concesión de licencias autorizaciones oficiales
de venta de esclavos.
La primera de las más importantes licencias
fue concedida en 1518 al flamenco Lorenzo
de Gorrevod: se le autorizó a vender en
América 4 000 esclavos. Así, doce años
después, y contra lo que en muchos textos se
sigue diciendo, Pizarro llegó a los Andes con
muchos esclavos negros para emprender la
conquista del Imperio Inka.
Rápidamente fue creciendo la importación
de esclavos procedentes de Senegal,
Gambia, Guinea, Mozambique y Angola. Sobre
todo, como veremos, cuando se tomó
conciencia de la catástrofe demográfica que
ya se había producido en América y que, para
satisfacer las exigencias económicas de la
Corona y las ambiciones de riqueza de los
conquistadores era impostergable repoblar,
a como diera lugar.
Así, entre 15951600, Pedro Gómez Reinel,
a cambio de 900 000 ducados, fue autorizado
a llevar a Colombia algo más de 25
000 esclavos, cada uno de los cuales, a valores
de hoy, resultó costándole poco más de
63 000 dólares. No disponemos de cifras sobre
el valor de venta. Pero podemos imaginar,
conservadoramente, que cada uno de ellos
fue vendido en el equivalente de 75 000
dólares.
Sin embargo, tampoco a este respecto las
cifras son consistentes. Estudios recientes indican
que el total de 950 000 llegados entre
principios del siglos XVI y 1807, por lo
menos, debe duplicarse. Y Mellafe afirma
que habrían sido hasta tres millones los esclavos
importados.
Si el costo unitario que hemos estimado
anteriormente fuera correcto, quedándonos
sólo con el sub total que hemos registrado
(949 260 esclavos), el comercio de esclavos
habría significado una cifra tan asombrosa
como el equivalente actual de casi 75 000
millones de dólares. Y enormes las utilidades
que ellos habrían generado a sus dueños. Aquí,
pues, abriendo un breve paréntesis, podemos
preguntarnos ¿cuánto representó a su
vez a los Estados Unidos el aporte de los esclavos
llevados desde África?
En los primeros años de la conquista, la
emigración de mujeres adultas desde España
alcanzó a poco más del 6 % del número de
conquistadores. Así, como anota la propia
María Luisa Laviana, en campañas que se
prolongaban por meses y años, los conquistadores
cometieron por doquier raptos y violaciones.
Los jefes de la conquista, desde el descubrimiento
en adelante, como parte de la
compensación que debían dar a sus huestes,
regalaban tal y como si fueran suyas a las
mujeres adultas e hijas de los pueblos a los
que sometían por la fuerza. Recuérdese a este
respecto el descarnado y patético relato que
hemos transcrito de Michel de Cúneo, que
recibió de manos de Colón a una bella muchacha
caribeña.
Los conquistadores cristianos, en los hechos,
y pisoteando los principios de su religión,
se convirtieron en los musulmanes
que ellos tanto despreciaban: muchos conformaron
para sí su propio harén.
Así, conforme se expresaron indignados
algunos frailes:
aquello parecía un paraíso de Mahoma.
Bernal Díaz cuenta que uno de sus compañeros
tuvo treinta hijos en tres años.
Si bien la Corona en 1501 autorizó los
matrimonios de españoles con mujeres de
América, ello ciertamente fue poco frecuente. Con gran hipocresía se multiplicaron en
cambio los ilegales concubinatos, porque
como dice María Luisa Laviana las
uniones ilegales podían ser toleradas por la
sociedad, pero no las uniones legales.
El cristianismo de los conquistadores
estaba pues cargado de inocultable racismo.
Sólo considerando el desprecio a los pueblos
nativos de América puede entenderse tamaña
incoherencia con los principios del cristianismo:
cuando de las mujeres americanas se
trataba, el matrimonio legal, piedra fundamental
de la religión Católica, era castigado
con la intolerancia y el desprecio de la población
española; y el concubinato y los harenes,
tan reprimidos por la religión de Isabel,
eran, por el contrario tolerados.
Así, los mestizos resultantes de uniones
legalmente consagradas, han sido una insignificante
minoría en la historia americana de
los siglos de la conquista.
Pocos españoles estuvieron dispuestos a
soportar y dejar que sus hijos soportaran la
estigmatización del resto de los peninsulares
afincados en el Nuevo Mundo.
Con los mulatos, hijos de africanas y
españoles, y los zambos, hijos de pobladores
americanos y pobladores africanos, ocurrió
tanto peor. Fueron aún más despreciados.
Porque a la ilegitimidad de su origen se unía
el estigma de la esclavitud.
Algunas mujeres españolas, quizá no
pocas, fueron objeto de grave vejamen por
parte de la misma Corona de España. Se sabe,
por ejemplo, que Carlos V envió tres españolas
de regalo al Obispo del Cusco. Éste
nunca se sabrá si por convicción o sólo para
guardar las formas se deshizo de ellas
poniéndolas en subasta en un mercado.
Para entender a la América de hoy, y muy
particularmente al Perú, debe tenerse presente
que todas estas expresiones de desprecio
y racismo han estado presentes en la sociedad
por espacio de los trescientos años de
la Colonia. Y que, en el caso del Perú, muchas
de esas crueles manifestaciones de desprecio
y racismo han prevalecido durante más
de 150 años después de la Independencia.
Se trata, pues, de una herencia sumamente
pesada, e individual y socialmente
traumática, que ningún estudioso puede tener
la irresponsabilidad de considerar como un
hecho simplemente episódico y de poca trascendencia
y significación.