Del nombre de los españoles
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Alfonso Klauer
Carlos V y Felipe II en la historia
Diez años después del descubrimiento de
América, España no había alcanzado a superar,
ni en lo más mínimo, la gravísima situación
económica en la que quedó al cabo
de la guerra de expulsión de los moros.
México, Bolivia y el Perú, además de solventar
la insaciable ambición personal de los
propios conquistadores españoles, tuvieron
que financiar gran parte de la inacabable necesidad
de riquezas de la corona en Madrid.
Desde los inicios mismos de la conquista
del Nuevo Mundo, pero particularmente durante
el período imperialista de Carlos V, España
gastaba muchísimo más de lo que recaudaba
en impuestos.
Carlos V era un alemán un austria de la
familia de los Habsburgo, que llegó al trono
de España sin hablar casi el castellano. Sucedió
a sus abuelos, los Reyes Católicos,
porque Juan, el único hijo varón de éstos,
había muerto en 1497 después de haber estado
casado con su prima Margarita de Habsburgo.
Dos de las hermanas de Juan Isabel y
María se casaron con el rey Manuel de Portugal.
Isabel dio a luz a otra Isabel, la nieta de
los Reyes Católicos que, en matrimonio con
su primo hermano Carlos, estaría signada a
jugar un papel especialísimo en la historia de
España y de Occidente.
La tercera hija de los Reyes Católicos,
Catalina, fue una de las ocho esposas de
Enrique VIII de Inglaterra. De su vientre nacería
María Tudor, que sería coronada como
reina de Escocia, rival de su hermana de
padre, Isabel, que se coronaría como reina de
Inglaterra, y ante cuyos embates sucumbió
(dejando viudo a su sobrino y esposo).
Finalmente, la cuarta hija de Isabel y
Fernando, Juana la Loca, se casaría con Felipe
el Hermoso, uno de cuyos hijos sería
Carlos que se coronaría como Carlos I de
España y luego como Carlos V de Alemania,
nombre este último con el que más se le
conoce.
Carlos V, nieto pues de Isabel y Fernando,
habría de casarse con Isabel, prima
hermana suya y también nieta de los Reyes
Católicos: Carlos V heredaría el trono de
éstos. El hijo de Carlos V e Isabel, Felipe II,
sería el que enviudaría a la muerte de su tía y
esposa, María Tudor, para posteriormente
casarse, en cuartas nupcias, con Ana de
Habsburgo, su sobrina, con quien tendrían a
Felipe III. El edípico y enredado cuadro de la
realeza Europea de entonces se muestra en el
Gráfico Nº 8.
Carlos V, en 1519, cuando era ya rey de
España, y sin haber cumplido aún los veinte
años, gastó 815,000 florines o sea, dos
toneladas de oro, cuando todavía no llegaba el oro del Perú ni de México para hacerse
elegir, por los príncipes electores como
Emperador del pomposamente denominado
Sacro Imperio RomanoGermánico, esto es,
la Alemania de entonces.
Traída a valor presente con una tasa de
actualización de 1 % anual, Carlos compró su
nombramiento como emperador de Alemania
por una suma equivalente a casi 2 755 millones
de dólares de hoy.
La enorme suma fue reunida en efectivo
a base de préstamos, de los cuales los banqueros
alemanes, los Fugger y los Welser, habían
adelantado las dos terceras partes contra
letras pagaderas después de la elección.
¿Puede haber alguna duda de que Carlos
tuvo como respaldo implícito o, más probablemente,
explícito su condición de rey de
España y, por consiguiente, casi libre detentador
de las riquezas que se descubrían a cada
paso en el Nuevo Mundo?
No es una simple coincidencia que, en la
elección de Carlos, un rival suyo, el rey
Francisco de Francia que no podía exhibir
los mismos pergaminos de conquistas que
Carlos, sólo había alcanzado a reunir el
equivalente de poco menos que una tonelada
de oro.
Vale la pena recordar aquí que parte del
oro que circulaba entonces en Europa provenía
de Sudán, Guinea y Senegal, pero
tambien de Oriente. Hacia 1504 según Vilar
, provenían de África entre 120 a 140 kilogramos
de oro por año, o el equivalente a
poco menos de seis toneladas en los siguientes
cuarenta años.
Carlos V, hacia 1520, gastaba fortunas
endeudándose en capital e intereses por
años, no sólo para financiar las frivolidades
de la corte, sino, sobre todo, para financiar
los ejércitos con los que sacudió la mitad
de Europa, desde España hasta Alemania, en
complicidad, entre otros, con León X, un
Papa que a decir de Engel, también era
un modelo de frivolidad.
Los desastres militares de España en Europa
que no fueron precisamente pocos, al
impedir la obtención de botines de guerra,
obligaban a voltear lánguidamente la cara
hacia América, reclamándose su aporte a
las causas imperiales, máxime cuando, como
en muchas ocasiones, los ejércitos del imperio
reclutaban masivamente a costosos mercenarios
alemanes, italianos e incluso españoles
.
América tuvo que solventar también los
gastos en que incurrió la Corona en la guerra
civil contra Carlos V que se estima que costó
la vida a 14 000 personas; y financiar
no una sino hasta dieciséis guerras contra
Francia, y no una sino varias guerras en cada
uno de los territorios de Bélgica, Holanda,
Italia y Portugal; y formidables combates navales
en el Atlántico y en el Mediterráneo.
En 1535, por ejemplo, con plata mexicana,
Carlos V organizó una escuadra de 42
naves en la que se transportó al norte de África
a 54 000 marineros y soldados. Esta
incursión si se la compara con el costo estimado
del segundo viaje de Colón pudo
haber costado el equivalente a más de 7 500
millones de dólares de hoy.
Algunos éxitos militares en Europa, permitieron,
sin embargo, no despreciables botines.
Así, en 1527, los mercenarios de Carlos V
españoles y alemanes, después de tomar
Roma por asalto, saquearon la ciudad durante
ocho días (...); lo que no lograron ni los
godos, ni los vándalos, ni los turcos en materia
de pillaje, lo hizo el ejército de Carlos.
Los españoles se sobrepasaron en crueldad
y los [alemanes] en sacrilegios.
Años después Paulo IV, un Papa napolitano,
sacudido de ira divina y resentimiento,
diría de los españoles:
herejes (...), malditos de Dios, semen de
judíos y de moros, excremento de la
humanidad.
Felipe II, heredero de Carlos V, también
gobernó como su padre por espacio de casi
40 años. Como aquél, obligó a América a
financiar, incluso, los remordimientos y las
pesadillas que le atormentaban la conciencia.
Así, después de asistir con su ejército a la
destrucción y saqueo de la ciudad de San
Quintín en Bélgica, horrorizado por las matanzas
y por la destrucción de la capilla en
la cual se conservaban [los restos de un santo], dibujó el plano y mandó construir en
1561 el fantástico Escorial nada menos.
En algo seguramente contribuyeron al
monumental gasto en el Escorial los saqueos
que, en nombre de Felipe II, ejecutaba el
Duque de Alba en Bélgica y Holanda.
América y los territorios dominados en
Europa tuvieron que financiar además la absurda
y costosísima aventura de Felipe II de
trasladar 1 500 kilómetros a toda su escuadra,
para llevarla desde el Mediterráneo hasta el
norte de Europa para dominar a los rebeldes
de Bélgica y Holanda. Sólo en uno de los viajes
se perdió 29 naves, que, por supuesto
demandaron ser repuestas.
Fue necesario también solventar la costosa
campaña de dos años en el sur de España,
en la que con tropas traídas incluso desde
Italia, se terminó por expulsar de la península
a 50 000 familias de moros españoles, se
habla de 270 000 personas expulsadas.
Esos acontecimientos debieron ser, sin la
menor duda, espeluznantes. Pero también fue
necesario financiar la campaña militar con la
que en 1571, en las costas de Grecia, se enfrentó
a los turcos, entre otras, en la famosa
batalla de Lepanto. Sólo en los episodios de
esta guerra alentada desesperadamente por
los Papas, las fuerzas militares españolas
perdieron 65 000 hombres y consumieron enormes
cantidades de oro y trigo.
En 1573, sitiando la ciudad de Harlem, en
Holanda, los españoles, tras perder 12 000
hombres, hicieron una brutal carnicería con
los 2 mil sobrevivientes [holandeses]. Tres
años después, España tenía acantonados en
Holanda 33 000 mercenarios y 3 000 soldados
españoles que, impagos en un determinado
momento, y para cobrarse las deudas
que les tenía España, saquearon Amberes durante
varios días, asesinaron a 8 mil personas
y dejaron en ruinas la ciudad.
En 1578, veinte mil soldados del ejército
español liquidaron los últimos focos de la
resistencia en Holanda. Y en 1579 los ejércitos
españoles invadieron Portugal, anexándolo
al imperio.
Mas, frente a las hostilidades navales inglesas,
cuyos buques sistemáticamente asaltaban
a los galeones que llevaban riqueza
desde América, Felipe II el Prudente, que
así se le llamaba concibió un imprudente y
todavía más grandioso proyecto: invadir Inglaterra.
Sería menos costoso armar una flota e
invadir Inglaterra recomendaba el asesor
principal de Felipe, que proteger
con galeones el tránsito marítimo a las
Indias.
Se optó, pues, por formar la Armada
Invencible, que terminó costando doce millones
de ducados en lugar de los tres millones en que había sido originalmente presupuestada.
¿A cuánto equivaldrían hoy 12 millones
de ducados de 1588? Asumiendo, para el
largo período del que se trata, una tasa de
actualización de 1 por ciento anual, el costo
de la Armada Invencible representaría hoy
702,5 millones de ducados, que equivaldrían
a 24 135 millones de dólares.
Es decir, visto el monto en órdenes de
magnitud, estamos ante una cantidad muy
grande. Y si, como creemos, nos hemos quedado
cortos, bien puede decirse que, para el
Imperio Español, la Armada Invencible habría
sido su muy particular Guerra de las
Galaxias.
Entre tanto, el sólo hecho de que se pudiera
gastar cuatro veces la cantidad inicialmente
estimada para el proyecto, nos revela
la cuantía de la riqueza disponible por la Corona
y el increíble derroche en que incurrieron
sus principales responsables. Sin embargo,
como se sabe, los resultados que se obtuvo
con la Armada Invencible fueron desastrosos:
antes de entrar en acción fue totalmente
destruida por una tempestad. ! 25 000
millones de dólares echados al agua ¡
Así, año tras año, a partir de 1591, Inglaterra
y Holanda, en operaciones navales independientes,
en unos casos, y asociadas, en otros,
fueron convirtiéndose en gravísimos rivales
de la hegemonía naval española. Ya a
finales del reinado de Felipe II, cuando estaba
por iniciarse el siglo XVII, Inglaterra contaba
con 80 grandes navíos de guerra y España
solamente con 54 naves equivalentes.
España, ni con el concurso de la inconmensurable
riqueza extraída de América, fue
capaz de financiar tan descomunales como
descabelladas aventuras militares. Por ello,
en varias ocasiones tuvo que declararse oficialmente
la bancarrota. Ocurrió en 1552, en
1556, en 1557, en 1575 y en 1596. Felipe III,
en 1607, tuvo que volverlo a hacer y sus sucesores
nuevamente en 1627, 1653 y 1697.
En algunas ocasiones era tan desesperante
la angustia económica de la Corona Española
que, por ejemplo, Felipe III tuvo que
ordenar asaltar uno de los galeones españoles
para apoderarse de la carga total, siendo
que solamente le pertenecía a la Corona en
calidad de impuestos, algo más de la quinta
parte el quinto real.
Es decir, los galeones españoles que transportaban
el oro a la península, eran presa de
los corsarios ingleses y de los propios corsarios
de la Corona Española. O, si se prefiere,
además de que la Corona no arriesgó nada en
la conquista de América, y de que a veces
fue también remisa a cumplir su parte de [los
acuerdos], no satisfecha, dadas sus angustias
económicas, asaltaba a los propios españoles
que participaban de la conquista y saqueo
de América.
Desde 1780, para acrecentar la recaudación
fiscal, se había puesto en venta cargos
públicos y títulos. Más tarde, las nuevas y
costosas guerras en Europa mantuvieron en
crisis las arcas del imperio: contra la Francia
de la Revolución (179395); y contra Inglaterra
(17961801 y 18051809).
Esas aventuras obligaron a la Corona a
exigir préstamos forzosos y préstamos voluntarios,
y a cobrar impuestos especiales de
guerra. Aún más, desesperada, la Corona católica,
apostólica y romana intentó, en el extremo:
nacionalizar las propiedades de la
iglesia con el fin de pagar los crecientes déficits
en el erario imperial.
Entre 1780 y 1809 la Corona recaudó 283
millones de pesos entre préstamos y donaciones
privadas. Esa suma representa el equivalente actual de 114 000 millones de dólares,
dilapidados en gran parte en las guerras
que, bien se sabe, siempre han sido muy
costosas.
Tiene pues razón en este sentido Carlos Alberto
Montaner. Según él, el Primer mandamiento de las
naciones exitosas es vivir en paz, para no incurrir
en esos costosos gastos.
El problema, señor Montaner, es que a la postre,
y usted lo sabe, esos costosísimos gastos los pagó
América, no España. Fue ésta la que incumplió el
mandamiento, pero fue el Nuevo Mundo el que sufrió
la ira de Dios. Fue América, como indica Klein, la que
vio sacrificado su bienestar económico.
¿Qué recursos podían alcanzar para financiar
un derroche tan exorbitante? Los
gastos militares, no obstante, no eran los únicos
que minaban las arcas del imperio.
Los obispos y arzobispos, como se ha
visto en el caso del obispo de Toledo, por ejemplo,
también hicieron una insistente labor
de zapa económica.
Otro tanto hicieron cada uno de los grandes
duques del imperio que cobraban rentas
superiores a 7 millones de dólares anuales; y
muchas de las personas de mediana fortuna
que ganaban más de 2 millones de dólares al
año.
Por su parte, los consejeros principales
del reino ganaban el equivalente de 7,2 millones
de dólares anuales, y el más importante
de ellos, el Presidente del Consejo de
Castilla, el equivalente de casi 22 millones de
dólares por año.
Pero esa misma España tenía, por el contrario
y como nos lo recuerda Engel, un enorme
desprecio a los trabajos manuales;
así, los obreros y campesinos tenían ingresos
del orden de mil dólares anuales. Es decir,
la familia de un funcionario de mediana fortuna,
consumía lo que consumían dos mil
familias de obreros o campesinos españoles.
Harto significativa pues la diferencia.
La ambición sin límites, el derroche, el
desprecio al trabajo manual, y el racismo, no
fueron los únicos elementos de la escuela con
la que llegaron los conquistadores españoles
a América. Vinieron también con la escuela
de oportunismo y fraude de la reina Isabel, la
Católica.
Y trajeron también la escuela de intolerancia
de la que bastante gala había hecho
Carlos V, que hacía combatir a los que
protestaban, se quejaban o pedían reformas.
Fue así como Carlos V arruinó a Gante, la
ciudad donde había nacido. Odiaba todo lo
que no correspondiese a sus ideas; lo veía
como un crimen contra la autoridad real y lo
calificaba de rebeldía.