Del nombre de los españoles
Pulse aquí para acceder al índice general del libro.
En esta página web no están incluidos los gráficos, tablas, mapas,
imágenes y
notas de la edición completa.
Pulsando
aquí puede acceder al texto completo del Tomo I en formato PDF (125 páginas,
668 Kb)
Pulsando
aquí puede acceder al texto completo del Tomo II en formato PDF (153
páginas, 809 Kb) |
Alfonso Klauer
Segunda disquisición: Los bien acogidos
Muchos historiadores occidentales, anímica
e ideológicamente ganados por la grandeza
del imperio romano, han incurrido en
graves errores e inconsecuencias, así como
en inaceptables generalizaciones. ¿Podemos,
por ejemplo, imaginar a un sólo pueblo en la
Tierra capaz realmente de acoger de buen
grado a quienes los dominan por la fuerza?
No, ese tipo de pueblo no existe ni ha existido
sobre la faz del planeta.
La grave generalización eran bien acogidos
ha sido a su vez el resultado de otros
dos errores. En primer lugar, por el hecho de
no haberse hecho distingo entre bien acogidos
y táctica o cínicamente bien acogidos,
que no es lo mismo.
En efecto, muchísimos pueblos, tanto durante
la conquista romana como durante otras,
táctica y cínicamente acogían bien a
los conquistadores con el afán de engañarlos.
Sea para impedir la pérdida de recursos humanos
y materiales; para ganar tiempo; o con
la esperanza de que el conquistador sólo dejara
un destacamento de conquista pequeño o
no dejara ninguno.
Sin embargo, los conquistadores, a partir
de desiluciones anteriores, recelaron siempre
de los pueblos que los acogían bien. Ellos
sí sabían que, generalmente, la buena
acogida no pasaba de ser un intento de engaño. ¿Cómo sino entender que los romanos
exigían rehenes incluso a los pueblos que enviaban
embajadores de paz que ofrecían sumisión,
colaboración y obediencia? Son innumerables
los pasajes en que César confirma
tal dato.
Por otro lado, tiene que haber habido
pueblos que, con información absolutamente
suficiente respecto de los antecedentes del
nuevo conquistador sus conquistas previas,
la magnitud y tecnología de sus fuerzas,
etc., decidieron tácticamente acoger bien
al conquistador dado que resultaba absolutamente
imposible derrotarlo. Oportunas y esclarecedoras
resultan aquí las palabras de un
jefe bárbaro a Julio César:
no somos tan necios como para presumir
que con nuestras fuerzas podemos contrastar
las de Roma .
En efecto, hasta el más insignificante estratega
era capaz de estimar la correlación de
fuerzas, y deducir si podía o no enfrentar con
éxito al enemigo, y, en el peor de los casos,
terminar admitiendo sensatamente lo mismo
que Ambiórige, el jefe bárbaro al que hemos
hecho referencia.
Pero tampoco puede desconocerse que,
aunque de mal grado, muchos pueblos acogieron
bien a los conquistadores, cansados y
exhaustos a consecuencia de las guerras con
sus vecinos. También César da cuenta de ello.
Y, como lo habían hecho antes y lo harían
también después otros conquistadores, logró
sacar inmejorable partido a esas coyunturas.
El segundo error no menos grave que el
primero, ha sido el de no hacer distingos entre
los pueblos y sus dirigentes, que tampoco
son una ni la misma cosa. En muchas
sociedades, las diferencias jerárquicas y sociales
eran lo suficientemente marcadas como
para reconocer que los intereses y objetivos
del pueblo no eran necesariamente
iguales a los de sus dirigentes. En muchos
casos se trataba incluso de intereses y objetivos
opuestos e irreconciliables.
Así, resulta increíble que aun cuando las
sociedades estaban jerarquizadas desde hacía
miles de años, los historiadores no hayan tenido
en cuenta esas diferencias. Y precisamente
con cargo a ellas es que se explica que
muchos pueblos fueron grotescamente traicionados
por dirigentes ávidos de, a cualquier
precio, preservar sus privilegios.
Cántabros, Vacceos, Astures y Galaicos
(...) nos dice esta vez el historiador español
Sánchez Albornoz hubieron de enfrentar a
los romanos....
Fueron duras, largas, sangrientas y heroicas
las guerras de Roma contra celtas y
celtíberos. ...prefirieron la muerte a la
esclavitud, a tal punto, que las madres mataban
a sus hijos y los hijos a sus padres para
librarles del cuativerio. Casi seis siglos de
barbarie conocieron los pueblos de España
sometidos por los romanos. ...el Imperio
edificó sus ciudades sobre los [campamentos]
de sus oponentes....
¿Fueron también los habitantes del centro
de la península antiguos extremeños, castellanos
y leoneses y del extremo norte de ella
antiguos gallegos, asturianos, vascos y, en
general, cantábricos, objeto de destierro?
Presumimos que sí.
El imperialismo romano como lo identifica
el historiador francoperuano Frederic
Engel 45 extrajo grandes cantidades de oro a
España. Y la convirtió además, y por espacio
de 560 años, junto con Egipto y Libia, en
uno de los graneros del mundo romano.
Desde el principio los pueblos de España
advirtieron la agresión y el daño que la conquista romana habría de significarles, de cara
a la frustración de sus propios intereses y objetivos.
Con harta razón, entonces, los historiadores
tanto en los textos de los eruditos, como
en las versiones de divulgación recuerdan la
heroica defensa de Numancia, y las dificultades
que tuvieron las legiones [romanas] para
reducir el baluarte cantábrico, en el
norte de la península.
Los conquistadores romanos, como no
podía ser de otro modo, fueron odiados por
los españoles. Cada romano era identificado
como un feroz cobrador de impuestos.
Durante los últimos siglos de dominación
romana la religión cristiana empezó a ser
predicada en España. En el siglo II dC, había
en la península numerosas comunidades cristianas.
El cristianismo no suprimió la esclavitud,
antes al contrario, se amoldó a ella, y así,
poseyeron siervos los sacerdotes (...), la Iglesia
misma se convirtió en dueña de tierras,
ganados y casas (...) y proclamó la teoría de
que los reyes debían ser tutores y no amos de
pueblo.
Tras el colapso del Imperio Romano, los
pueblos de la península ibérica vieron llegar
desde remotas tierras del este europeo a los
bárbaros: avaros, alanos, suevos y vándalos,
en el año 409, y a los visigodos a partir
del 414. Estos últimos, en particular, habrían
de jugar un papel destacadísimo en la formación
de la España de los siglos siguientes.