TAHUANTINSUYO: El cóndor herido de muerte  

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Alfonso Klauer

Escasa inversión

En el contexto de la economía de guerra del imperio, sólo puede considerarse como inversión las obras relacionadas de modo directo con la agricultura. En ese sentido, el dominio de las pendientes de la cordillera, y su incorporación al cultivo mediante la andenería, creció durante el imperio hasta adquirir dimensiones extraordinarias.

En escala menor –admite Del Busto–, se aplicó la hidráulica al regadío de andenes.

En tales casos, extensos canales unían las tomas de agua en las partes altas de los ríos con las también partes altas de las escalinatas agrícolas, que eran así irrigadas por gravedad.

Valcárcel estima que las terrazas agrícolas en los Andes alcanzaron a tener durante el imperio tanto como 20 millones de hectáreas.

Mas quizá nunca se sepa cuál fue el incremento en este rubro durante el Tahuantinsuyo.

Quizá no fue sino una pequeña fracción de esa cifra.

Porque es poco probable que durante el Imperio Inka la convulsionada sociedad andina tuviera aún recursos para construir andenes.

Y que tuviera tantos como los que tuvo en los períodos inter–imperiales, en que vivió en paz, descentralizada y desarrollándose.

Pero más aún, es incluso probable que durante el imperio un significativo porcentaje del hectareaje en andenería, construido en los períodos históricos anteriores, tuviera que ser abandonado para atender las grandes exigencias de energía humana que para otros usos demandó el poder imperial.

A ese respecto, no deja de llamar a sospecha que, de la enorme extensión que alcanzaron a tener las terrazas andinas, las que mejor se conservan sean precisamente las que están en torno al Cusco. Esto es, aquellas que estuvieron destinadas al abastecimiento de la élite imperial.

Puede entonces presumirse que fueron las únicas en ser objeto de cuidadoso mantenimiento hasta el último día del imperio. Pero más aún, hasta puede presumirse que, en un ambiente bélico casi continuo, fueron las únicas en permanecer en producción hasta el final.

Poco a poco pues, y más acusadamente durante la prolongada guerra civil entre Huáscar y Atahualpa, habrían ido quedando abandonadas cada vez más áreas de andenes en los territorios de los pueblos conquistados: ya no alcanzaba la energía humana para trabajarlos y/o para mantenerlos.

Y a partir del siglo XVI, bajo la nefasta política de “reducciones” –o de concentración–hacinamiento cuasi urbano– que puso en práctica el virrey Toledo, lejos ya de sus ancestrales usuarios, quedaron absolutamente a expensas del tiempo.

Si la cifra proporcionada por Valcárcel es correcta, las terrazas andinas han sido, sin duda, la más grande y monumental obra de inversión e ingeniería realizada por los pueblos cordilleranos en su larga historia.

No sólo por la enorme extensión que habrían alcanzado en miles de años de historia. Sino porque su forja supuso un despliegue de tiempo y esfuerzo realmente extraordinario.

Frente al costo y esfuerzo que demandó esa milenaria y tan gigantesca realización, empalidecen a nuestro juicio los méritos en la construcción de Machu Picchu, Ollantaytambo e incluso Sacsahuamán. E incluso antes, en la construcción del castillo de Chavín de Huántar, las líneas de Nazca o la imponente ciudad de Chan Chan.

No obstante, la andenería no ha ocupado sino una fracción infinitesinal del tiempo y espacio que la historiografía tradicional le ha dedicado a huacos, tejidos e iconografía andina. Y pensar que fue por la producción alimentaria de aquélla que han podido concretarse éstos logros de la cultura andina. Y no al revés.

Pero todavía estamos a tiempo de reparar el error.

Los especialistas deben pues estimar, por ejemplo, cuánto tiempo, esfuerzo humano y recursos demanda construir una hectarea de andenes. No sólo para después, retrospectivamente, atribuir a cada pueblo y a cada cultura pre–inka lo que le corresponde.

Sino porque gran parte del futuro agrícola del Perú habrá de sustentarse nuevamente en la andenería.

Ella, con las técnicas más modernas, será una importantísima despensa. Pero, por sobre todo, porque en sus distintos y privilegiados pisos ecológicos obtendrá frutos que sólo los Andes podrán ofrecer el mundo.

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