TAHUANTINSUYO: El cóndor herido de muerte  

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Alfonso Klauer

La burocracia imperial

Además de la élite, en un extremo, y de la inmensa masa de hatunrunas, en el otro, la composición social del Imperio Inka se completó con el sector intermedio. Éste incluía a la burocracia administrativa, de servicios, religiosa y militar; y asimismo al amplio conjunto de especialistas de las distintas actividades productivas; y a las familias de todos ellos.

Quizá reunía a no más de 50 000 personas cuando Pachacútec dio inicio al Tahuantinsuyo.

Pero a lo largo del proceso de expansión imperial, el sector intermedio creció vertiginosamente.

Es posible presumir que en las primeras décadas del siglo XVI, entre funcionarios del Estado imperial inka y sus familias, el conjunto estuvo compuesto hasta por 1 000 000 de personas. Ese enorme crecimiento pudo concretarse con gentes que provinieron de otros sectores sociales del pueblo inka y de muchas de las naciones conquistadas.

La primera y más cercana cantera fueron pues los hatunrunas inkas. Sistemáticamente fueron compelidos a dejar la agricultura y la ganadería para desempeñarse en novedosas actividades en el sinnúmero se vacantes que fue creando el aparato estatal imperial.

Por otro lado –como se ha visto–, y a cambio de algunos privilegios, muchos kurakas y funcionarios de las naciones y pueblos conquistados, conjuntamente con sus familiares, pasaron a formar parte del nutrido sector intermedio del imperio.

Como bien dice Espinoza, perdieron por completo su autonomía y sus primigenias funciones directrices locales y quedaron convertidos en funcionarios subalternos. Constituyeron el nexo más importante y eficaz entre los hatunrunas de sus propios pueblos y los administradores provinciales que designaba el poder imperial.

La intermediación de los kurakas de los pueblos dominados –como se ha dicho– representó una serie de beneficios al poder imperial: simplificó la solución de las desinteligencias idiomáticas, encargándose de transmitir directamente a los hatunrunas las órdenes imperiales en referencia a la producción, las mitas y la guerra; neutralizando asimismo la oposición contra las autoridades inkas.

Dio además imagen de continuidad. Garantizó el mantenimiento de prácticas productivas ancestrales, permitiendo que se mantuviera los niveles de productividad. Asumió también la responsabilidad de la recolección y traslado de los tributos, etc.

En función de los objetivos del proyecto imperial inka, las cada vez menos prestigiadas labores de los kurakas locales fueron circunscribiéndose cada vez más a tareas inherentes a la producción. No obstante, de haberse prescindido de ellos, no se hubiera podido generar los grandes volúmenes de excedente que se produjeron durante el imperio.

El poder imperial, por excepción, permitió un gran ascenso social a aquellos yanaconas que fueron designados administradores provinciales –como refiere María Rostworowski–. Puede suponerse la tremenda presión, incluso chantaje, que eso representaba para el resto de gobernadores, y la enorme expectativa que un ascenso de esa naturaleza despertaba en los estratos más bajos de la población.

El privilegio podía lograrse en mérito a acciones civiles o militares muy destacadas y con plena incondicionalidad respecto del poder imperial. Pero también, más de una vez quizá, sólo en razón de esto último.

Formaron también el amplio sector intermedio individuos que cumplían los oficios más disímiles. Había administradores de territorios.

Controladores de los ingresos económicos del imperio. Supervisores del almacenamiento en los tambos. Planificadores de la mita. Planificadores de la leva. Inspectores y visitadores de territorios. Funcionarios censales.

Administradores de tambos, de acllahuasis, de construcciones, de campo, de minas.

Jueces. Contadores o quipucamayocs, de ingresos y egresos de alimentos, de objetos manufaturados, de cabezas de ganado. Encargados de vigilar caminos y puentes. Jefes de correo y señales. Delimitadores de territorios.

Había diseñadores y arquitectos, agrónomos, hidro–meteorólogos, ingenieros civiles y de caminos; hidráulicos, mineros y metalurgistas.

Había demógrafos y estadígrafos.

Analistas políticos y sociales. Astrónomos.

Académicos y pedagogos. Médicos y cirujanos.

Había literatos, historiadores, músicos y danzantes.

Se contaba entre ellos también a los especialistas productivos: ceramistas, tejedores, orfebres, plateros, pintores y escultores. Pero también a los comerciantes o mercaderes, también llamados “tratantes”.

Y a los funcionarios religiosos subalternos: sacerdotes, hechiceros y adivinos, y sacerdotes–guerreros o shamanes. Así como, una vez arrancadas de sus pueblos, a las acllas y mamaconas. Y a los eunucos que las cuidaban.

Además, por cierto, a prácticamente toda la jerarquía militar del ejército imperial: jefes de grandes grupos de 10 000 combatientes; jefes de regimientos (5 000 soldados); jefes de batallón (2 500 soldados); jefes de compañía (1 000 soldados); jefes de sección (100 soldados), y jefes de grupos de combate (10 soldados). Y a la guardia y cargadores del Inka.

A ellos debe sumarse los oficiales administrativos y de estado mayor. Todos estos cuadros militares debieron ser muy numerosos.

Al fin y al cabo –según Del Busto, y como también se consigna en Culturas Prehispánicas 496a–, en las postrimerías del imperio, durante el gobierno de Huayna Cápac, el ejército llegó a tener 200 000 soldados –aucarunas –.

Con esa magnitud, es posible suponer que el grupo de oficiales generales pudo estar compuesto por 100 personas; los oficiales superiores quizá alcanzaron el número de 500; y los oficiales subalternos bien pudieron ser 3 000 o más.

Muy probablemente un contingente de más de 20 000 personas componía finalmente el conjunto de lo que hoy en los ejércitos se denomina técnicos, suboficiales y clases.

Probablemente, pues, el plantel profesional y estable del ejército imperial inka estuvo formado hasta por 25 000 personas.

Para el sector social intermedio la materialización del proyecto imperial inka tuvo significación positiva. Muchos de ellos, por de pronto, accedieron a posiciones a las que el poder imperial deliberadamente concedía mayor prestigio.

Así, gozando de mayor consideración, aunque sólo fuera éso, el beneficiario veía ya incrementados sus intereses. Sin embargo, por lo general experimentaron, además, un objetivo incremento de sus intereses materiales, eximiéndoseles, por ejemplo, de la obligación de tributar –como observó el cronista Cobo–; o recibiendo generosas compensaciones en productos –según Espinoza–.

Muchos llegaron a obtener privilegios: recibieron varias esposas; y, para solventar el sostenimiento de las mismas, se les asignó mayores áreas agrícolas y los yanaconas necesarios para hacer producir esas tierras y arreglar y cuidar las viviendas.

La puesta en vigencia del proyecto imperial inka, posibilitó a muchos individuos y sus familias escalar uno, dos y hasta tres peldaños en la estratificación social del imperio.

Ello les permitió ubicarse, de manera permanente y definitiva, en un estrato superior. Y, concurrentemente, alcanzar objetivos individuales que, de otro modo, jamás habrían obtenido.

Ascendieron un peldaño (a), por ejemplo, los kurakas que, sin pertenecer al pueblo inka, fueron reconocidos como tales y considerados como de la élite imperial; o los hatunrunas inkas que pasaron a ser burócratas; o, eventualmente, aquellos que se vieron libres de la condición de yanaconas y volvieron a la de hatunrunas.

Ascendieron dos peldaños (b), los mitimaes extranjeros que –como Quisquiz y Ramiñahui–, desde soldados, escalando en la jerarquía, llegaron a ser jefes militares; o los hatunrunas inkas que llegaron a ser grandes funcionarios imperiales.

Excepcionalmente, escalaron tres peldaños (c), los yanaconas que, por ejemplo, llegaron a ser representantes del Inka en territorios dominados.

Entre las mujeres hubo ascensos equivalentes.

Así, ascendieron un peldaño las hermanas y viudas, o las hijas de los kurakas que pasaban a ser esposas del Inka, o las hijas de hatunrunas que eran entregadas como mujeres de funcionarios.

Escalaban dos peldaños las acllas hijas de hatunrunas inkas que eran dadas por esposas secundarias a miembros de la élite imperial.

Y tres escalones cuando provenían de familias de mitimaes y yanaconas de pueblos conquistados.

Dadas las condiciones imperantes, el ascenso social en el caso de los hombres tenía, sin duda, una dosis relativamente grande de carácter discrecional.

De hecho, dependía en mucho de lo que el individuo hiciera o dejara de hacer, cotidiana o excepcionalmente, pero de manera deliberada, en relación con los objetivos del poder imperial.

En las mujeres las posibilidades de acción deliberada para ascender en la estructura social, si bien existían, eran a todas luces más restringidas, de momento que eran escasas sus esferas de actuación pública.

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