TAHUANTINSUYO: El cóndor herido de muerte  

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Alfonso Klauer

El aluvión sobre los Andes

El Imperio Inka, hasta alcanzar su máxima expansión territorial, y para mantener los límites conseguidos, estuvo en guerra durante todo su siglo de existencia.

Las áreas conquistadas fueron alcanzando progresivamente grandes dimensiones. El proceso expansivo, no obstante, no tuvo un ritmo constante.

Al principio, con pueblos por conquistar –o “enemigos”– de fuerzas y dimensiones relativamente equivalentes a las del pueblo inka, la lucha en cada territorio fue reñida, cruenta y prolongada.

Y es que las áreas conquistadas durante la primera fase de expansión imperial estaban, además, muy densamente pobladas. Así, virtualmente cada valle cordillerano y cada valle costero se constituía en un lento, difícil y costoso escollo a superar.

Poco a poco, sin embargo, los triunfos militares fueron imponiendo una nueva dinámica, acelerando el ritmo de las conquistas siguientes. En efecto, a medida que se afianzaron las primeras conquistas, en los propios pueblos sojuzgados el poder imperial captaba cada vez mayor contingente de tropas.

Con ellas, es decir, con los miles de soldados extranjeros captados en el arrollador camino de conquistas, el ejército imperial crecía en número y en poderío. Así, paradójicamente, puesto en campaña, mientras más se alejaba del Cusco, más crecía en fuerzas el ejército imperial.

Al paso de las huestes del imperio, poniéndose en práctica la mita guerrera, los sobrevivientes soldados extranjeros, que poco antes habían combatido contra el ejército imperial, resultaban incorporados a él.

En muchas oportunidades, los recién alistados contribuyeron a conquistar a sus vecinos, esto es, precisamente a aquellos con los que, seguramente, mantenían ancestrales rivalidades.

Los estrategas inkas, sin duda, explotaron con habilidad los sempiternos conflictos entre vecinos. Así, patética y hasta irónicamente, como parte del ejercito imperial, muchos pueblos lograron concretar contra sus vecinos, no en beneficio de sí mismos sino del poder imperial, desquites largamente anhelados.

Los estrategas inkas supieron incrementar las fuerzas del ejército imperial aprovechando y exacerbando viejas rencillas y madurados enconos entre vecinos. Pero también –como se vio antes–, cebando las ambiciones de muchos venales kurakas que, a cambio de privilegios, cedían a los hatunrunas de su ayllu, de su pueblo o de su nación, según correspondía.

Pero además –como refiere Waldemar Espinoza–, reclutando incluso mercenarios.

Es decir, se acudió, sagazmente, con flexibilidad, pragmatismo y sin escrúpulos, a cuanta razón y elemento disponible fuera útil para acrecentar las fuerzas militares del poder imperial.

Segun parece, la progresión de las conquistas militares inkas y del concomitante acrecentamiento de su poder imperial, habría sido la siguiente.

El ejército nacional inka, liderado por Pachacútec –recordémoslo–, dio el primer paso venciendo a los chankas que, paradójicamente, se habían asomado al Cusco con el propósito de conquistarlo.

Éstos, derrotados, humillados y conquistados, fueron obligados a sumarse a las fuerzas inkas, internacionalizándose ya desde ese momento las fuerzas militares, y constituyéndose de hecho la base inicial del que habría de ser el tercer ejército imperial de la historia andina.

El novísimo ejército imperial derrotó y conquistó luego a soras y lucanas. Las huestes imperiales, constituidas a partir de entonces por inkas, chankas, soras y lucanas, asomaron a la costa consiguiendo la rendición y conquista de la que, en realidad, constituía su primera gran conquista imperial: la nación ica hegemonizada por los chinchas.

El multinacional ejército de inkas, chankas, soras, lucanas e icas redujo luego a los cañete, lunahuaná, yauyos y limas.

Así, como un gigantesco huayco –o alud de piedras y lodo–, el ejército imperial arrollaba, avanzaba y crecía. Sembraba a su paso destrucción y muerte. Sucumbieron luego entonces –como está dicho–, huancas, tarmas, huánucos, conchucos, huamachucos, huacrachucos, cajamarcas, chimú, tallanes, chachapoyas, kollas y muchos otros.

Después de 30 años de incesante guerra, al final de esa avasalladora progresión, el Inka Pachacútec logró empinarse en la cúspide de un imperio que dominaba 800 000 Km2. El ritmo promedio de crecimiento del territorio imperial había sido de 25 000 Km2 por año. Y en el decurso de las conquistas habían sido sometidos 7 millones de pobladores andinos. Para entonces, pues, el Imperio Inka había logrado acumular un poderío extraordinario.

Con esa gigantesca fuerza, fue tarea relativamente simple para los huestes que luego dirigió el Inka Túpac Yupanqui expandir el territorio a un ritmo mucho más acelerado: 40 000 Km2 por año.

En sólo dos décadas, en efecto, el territorio se duplicó, alcanzando más de un millón y medio de kilómetros cuadrados. Las nuevas áreas conquistadas, en lo que hoy constituyen partes de Ecuador, Bolivia, Chile, Paraguay y Argentina, incluían áreas ganaderas y de muy ricas minas, pero también gigantescos desiertos, valles muy pobres y poblaciones poco numerosas.

Muchas de esas nuevas conquistas no reportaron pues grandes beneficios. Pero incrementaron y agravaron, en cambio, los problemas militares del imperio.

Por lo pronto, y para atender sus dos grandes objetivos estratégicos militares, expandir el territorio imperial, y controlar y dominar el territorio conquistado, hubo necesidad de desarrollar dos grandes cuerpos de ejército: uno, el de ocupación, y otro, el de campañas de conquista y reconquista.

El enorme territorio resultaba cada vez más difícil de controlar. Tantos pueblos sometidos obligaban a disponer, como parte del ejército de ocupación, de otros tantos destacamentos.

Así, el gigantesco ejército de ocupación, era la suma de innumerables grandes, medianos o pequeños contingentes, profusamente dispersos y muchas veces casi completamente aislados.

Por lo demás, muchos de esos contingentes eran menos numerosos de lo que las circunstancias objetivas demandaban y de lo que el poder imperial seguramente habría deseado.

Así, muchos de los destacamentos de ocupación resultaron débiles para resistir las constantes revueltas e indesmayables desafíos independentistas. En ellos, además de ser derrotadas, y eventualmente liquidadas las fuerzas imperiales de ocupación, fueron ejecutados los gobernadores inkas –como ya nos ha referido Rostworowski–.

Para reprimir los levantamientos, las distintas alas del ejército de campaña tuvieron que recorrer, en distintas direcciones y a marchas forzadas, largas y extenuantes distancias de mil, dos mil y hasta tres mil kilómetros, subiendo y bajando precipitadamente del nivel del mar a 4 o 5 mil metros de altitud o viceversa.

Así, por ejemplo, durante una expedición a la Selva a la que, con una fuerza de 10 000 hombres, marchó Túpac Yupanqui decidido a “exterminar a los chirihuanos, los mascos” y a otras pequeñas poblaciones a las que genéricamente estamos denominando antis, conocido del estruendoso fracaso en el que murió un tercio del ejército, decidieron rebelarse los kollas.

En menos de dos semanas, a marchas forzadas, el ejército imperial estuvo en el Altiplano.

Había recorrido más de 700 kilómetros y subido del nivel del mar a 4 000 metros de altitud.

En otras ocasiones, cuando el grueso de las fuerzas de campaña estaba en el Altiplano, debelando una sublevación kolla, y se rebelaban los chachapoyas en el norte, debía recorrer precipitadamente 1 500 kilómetros.

Y, en más de una ocasión, tuvo que retornar inmediatamente porque, aprovechándose del viaje al norte, habían vuelto a rebelarse los kollas.

Sorprende sin embargo que, ante tantas, tan variadas y ostensibles manifestaciones de profundo rechazo y animadversión de los pueblos sojuzgados, la historiografía tradicional persista en idealizar y desvirtuar la historia del Tahuansinsuyo tan gruesamente como se sigue haciendo.

Pero más sorprende todavía que algunos autores –como la reputada historiadora Liliana Regalado, por ejemplo–, ya ni siquiera utilicen la denominación “Imperio Inka” para referirse a la dramática y compleja experiencia histórico–social que se vivió en los Andes entre los siglos XV y XVI.

¿Se atrevería alguien, para una experiencia histórica equivalente, como la que se vivió en el Viejo Mundo en los primeros siglos del primer milenio, en referirse a ella sin utilizar la denominación “Imperio Romano?

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