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Alfonso Klauer
La multiplicidad lingüística en los Andes
El tránsito y arrollador avance de los ejércitos imperiales, facilitado pues por la preexistencia de puentes y caminos, superó y rebasó todos los obstáculos. Incluso los lingüísticos.
Cientos de lenguas y dialectos se hablaba en el siglo XV en el espacio andino. El cronista Josep de Acosta afirmó por ejemplo que pasaban de 700, y Bernabé Cobo sostuvo que en el Imperio Inka se hablaba más de 2 000 lenguas.
En ambos casos, muy probablemente se contó como idiomas distintos las muchas y difícilmente precisables variedades dialectales del quechua y de los otros dos grandes idiomas principales: el muchik o yunga, en la costa, y el aymara surcordillerano. Es verdad, sin embargo como demostró el lingüista peruano Alfredo Torero, que muchas de las distintas variedades dialectales de cada idioma eran tan distintas entre sí, que resultaban ininteligibles.
La larga preeminencia de los moches y mochicas en la costa norte, primero, y el imperialismo chimú que practicaron sus herederos, después, habían terminado imponiendo, al cabo de muchísimo siglos, el muchik o yunga en gran parte de la costa norte.
En el Altiplano y en sus dominios costeros, los kollas hablaban mayoritariamente el aymara, que según afirma Torero, paulatinamente restaba preeminencia al puquina.
Pero en la inmensa mayoría del territorio andino se hablaba sin embargo el quechua, desde muchos siglos antes pues de la vigencia del Imperio Inka.
Como había ocurrido siempre en otras latitudes en la historia de la humanidad, cuando fue necesario los conquistadores inkas recurrieron a intérpretes para superar las diferencias idiomáticas. Y las canteras de éstos estaban, fundamentalmente, en el mundo comercial internacional.
Así, los propios comerciantes inkas entendían perfectamente el aymara y quizá también el puquina de sus vecinos kollas; y por cierto las variantes dialectales del quechua de los chankas y las lenguas de los antis vecinos a Machu Picchu. Los chankas, conquistados, proporcionaron los comerciantes bilingües que se entendían a la perfección con sus vecinos huancas del norte y chinchas del oeste.
Los comerciantes chinchas a su turno sirvieron de enlace para la comunicación con el quechua de sus vecinos de Cañete, Lunahuaná, Pachacámac y Lima. Y éstos para el enlace con los chimú. A su vez, éstos y los tallanes, para entender a los cajamarcas del este y los huancavilcas, cañaris y otros de Ecuador, etc.
Las barreras idiomáticas, pues, nunca fueron un obstáculo y, menos todavía, un obstáculo infranqueable.
El idioma, probablemente sólo después de la vida, es uno de los patrimonios más importantes de cada ser humano y de cada pueblo.
Lejos, pero muy lejos, está sin embargo la historiografía tradicional de reflejar ello en sus textos.
Siendo que el quechua llegó a ser el idioma nativo más hablado en los Andes, su importancia histórica es entonces realmente extraordinaria.
Y tampoco ello se refleja en los textos de la historiografía tradicional.
El rastreo tentativo del que eventualmente fue su proceso de expansión en el territorio andino, aunque fuera como primera aproximación, resulta de veras muy revelador. En todo caso y a nuestro juicio afirma la validez de las principales hipótesis sobre la evolución de la historia andina que hemos presentado en Los abismos del cóndor, tomos I y II.
Permítasenos, sin embargo, dejar nuestro planteamiento sobre el quechua en la historia andina para el capítulo final de este libro.