TAHUANTINSUYO: El cóndor herido de muerte  

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Alfonso Klauer

De Acamama al Cusco

Tras la derrota del Imperio Wari, el pueblo inka reemprendió la ejecución de su propio proyecto nacional. Hasta ese momento, hacia el siglo XII, el poblado más importante del pueblo inka era uno más entre la veintena de centros poblados de cierta importancia en los Andes.

Nominada original y remotamente como Acamama 30, era apenas un pequeño poblado de construcciones muy simples. Era un pálido reflejo del esplendor que había tenido dos milenios atrás Chavín de Huántar. Tampoco tenía aún las magníficas construcciones pétreas que, como la Akapana, había lucido siglos atrás Tiahuanaco. Ni la magnitud de Wari, la capital ayacuchana del recién liquidado Imperio Wari.

De hecho, mientras el pueblo inka estuvo dominado por kollas y chankas, sus dispersos ayllus tuvieron vida predominantemente rural.

Es probable que sólo después de la caída de Wari, cuando se dio nuevamente la hegemonía desde el valle del Cusco, empezó a crecer y consolidarse la ciudad.

Sin embargo, en los períodos que el pueblo inka dependió de la nación kolla, y mientras estuvo sometido a la dominación de los chankas, los habitantes de Acamama habían alcanzado a adquirir dos importantes experiencias político–administrativas y técnicas.

De un lado, asistieron como espectadores –pero también con su fuerza de trabajo– al gran desarrollo urbano de las ciudades de los pueblos dominantes: la capital de Tiahuanaco, en el Altiplano; y Wari, en Ayacucho. Y, de otro lado, simultáneamente asistieron también, como testigos de excepción, al estancamiento de su propia ciudad.

Ese contraste no era una simple coincidencia.

Había, más bien, estrecho vínculo entre ambos hechos. Porque la relación de dependencia, en un caso, y la completa hegemonía, en el otro, habían ocasionado que el excedente producido por el pueblo inka fluyera hacia el Altiplano, primero, y hacia Ayacucho, después.

Transfiriendo sus excedentes al extranjero, el pueblo inka estuvo impedido de financiar el crecimiento de su sede central, e impedido de solventar otros gastos e inversiones.

Contrariamente a lo que el pueblo inka esperaba, su esfuerzo había estado financiando el desarrollo del vecino, en un caso, y de manera patética, el del propio enemigo, en el otro.

Es decir, cuando el pueblo inka estuvo sometido a relaciones de dependencia y sojuzgamiento, en lugar de alcanzar sus objetivos, contribuyó para que kollas y chankas alcancen los suyos.

La dependencia frente a la nación kolla y el sojuzgamiento que ejerció el Imperio Wari, proporcionaron muy claras lecciones al pueblo inka y a su grupo dirigente. Una de ellas fue que, en la relación de dependencia o en la relación de sometimiento, el beneficio de un pueblo, el dominante, se da, necesaria e invariablemente, a costa del perjuicio de la contraparte, el pueblo dominado.

De ello el pueblo inka logró colegir –intuitiva pero nítidamente– dos conclusiones: a) que su independencia era requisito para la materialización de su proyecto nacional, y; b) que el dominio y la hegemonía sobre otros pueblos, acelera la captación y acumulación de riquezas. Ambas conclusiones fueron bien asimiladas.

No obstante, en ello no se agotaron las enseñanzas que el pueblo inka obtuvo de su relación de dependencia respecto de kollas y chankas. En efecto, hubo otras.

En ese sentido, aunque probablemente a costa de grandes penalidades, el pueblo inka logró asimilar un sinnúmero de conocimientos.

Ya sea lo que aprendieron en el contacto cotidiano con los funcionarios y especialistas de esos pueblos, que residían o viajaban a Acamama. O lo que asimilaron de aquellos pueblos adonde, por decisión del Imperio Wari, fueron desplazados en calidad de mitimaes.

O, finalmente, todo lo que conocieron como consecuencia de su incorporación al ejército chanka.

Al cesar la hegemonía kolla y liquidado el Imperio Wari, el excedente, que primero había fluido a la hoya del Titicaca y luego al valle del Huarpa, quedó en el territorio del pueblo inka. Con ello se daba la condición básica e indispensable para el desarrollo material y cultural.

Disponiendo libremente del excedente que generaba, recién podía el pueblo inka financiar la materialización de sus objetivos.

El botín que las huestes independentistas inkas trasladaron a Acamama tras el saqueo de Wari en el siglo XII, habría sido, además, y a manera de desquite parcial, un enorme aporte inicial, nada despreciable.

No es pues una simple casualidad que sólo cuando se dio esta necesaria condición de independencia, Acamama, en las nuevas condiciones ya nominada como Cusco, y el resto del territorio del pueblo inka, experimentaron, en los siglos XII, XIII y XIV, trescientos años de acumulativo y sostenido desarrollo.

Las evidencias de ese proceso –en particular en el Cusco–, fueron sin duda destruidas durante el explosivo crecimiento urbano de la ciudad y, en particular durante la fase imperial. No obstante, bajo los cimientos de la ciudad deben guardarse aún muchos secretos.

Pero además, los conocimientos asimilados de kollas y chankas potenciaron las fuerzas del pueblo inka. No eran muy lejanas las lecciones de explotación ganadera, metalurgia del bronce y trabajo de la piedra aprendidas de los kollas.

Pero más frescas estaban aún las lecciones de estrategia militar, organización de ejércitos y expediciones, administración de nuevos territorios, ampliación y mejoramiento de caminos y puentes, uso intensivo de sistemas de correo y quipus, movilización de mitimaes, etc., aprendidas de los chankas.

En adelante, todo ello podía ser implementado por los inkas, pero en beneficio propio.

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