TAHUANTINSUYO: El cóndor herido de muerte  

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Alfonso Klauer

El Imperio Wari y la conquista de los inkas

En efecto, una nueva fuerza externa pasó también a imponer sus condiciones: el Imperio Wari, cuya sede central, del mismo nombre, estuvo asentada a pocos kilómetros al norte de la actual ciudad de Ayacucho, en el valle del Huarpa.

En la historiografía tradicional, para referirse el fenómeno histórico–social al que aquí, sin eufemismos, denominamos “Imperio Wari”, muchos textos recurren a la imprecisa y arcaica denominación “¨Horizonte Medio”, y otros –eclécticamente, diremos– hablan simplemente de la “Cultura Wari (o Huari)”.

Algunos autores –como se vio en Los abismos del cóndor, Tomo II–, y como si el asunto revistiera poca importancia, obvian precisar qué pueblo fue el protagonista de dicha singular, prolongada y trascendental experiencia histórica. Otros –los menos–, se la atribuyen sin embargo a guerreros “waris” o “huaris”, lógica y necesariamente ayacuchanos.

Mas quienes han optado por esta última y razonable perspectiva, casi unánimemente dan por exterminados a los waris tan pronto como desapareció –hacia el siglo XII dC– el imperio que formaron, o se esfumó el “horizonte” que protagonizaron. Porque no de otra manera se entiende que, para el siglo XV, nos presenten, en el mismo territorio, esta vez a los chankas (o chancas) –a los que sin embargo dan a su vez por exterminados tan pronto iniciado o en el transcurso del Imperio Inka o Tahuantinsuyo–.

Desde nuestra perspectiva, no existe razón alguna para considerar que waris y chankas fueron dos pueblos diferentes –que, con siglos de distancia, habitaron el mismo territorio–.

Quizá, pues, no sean sino dos denominaciones dadas a un mismo pueblo (como en la antigüedad del Viejo Mundo ocurrió con helenos – griegos, aquél dado por sí mismos y éste impuesto por los romanos).

Así, wari habría sido un nombre surgido de dentro de la élite ayacuchana, muy probablemente durante su apogeo imperial (entre los siglos VIII – XII dC), y quizá como resultado del nombre del primero o de uno de sus emperadores; y chanka, más remoto, muy probablemente fue impuesto por los nazcas, cuando comercialmente dominaron desde la costa sur hasta el Altiplano (siglos III – VI dC), y que fue el nombre que después volvieron a utilizar los inkas.

Por lo demás, el pueblo chanka o wari, no sólo no ha sido exterminado, sino que vive y late hoy mismo en los valles interandinos, adustas quebradas, y cientos de poblados y ciudades de todo el departamento de Ayacucho.

Simultáneamente, pero a la inversa de lo que ocurría con los kollas, que pasado el “boom” cada vez fueron perdiendo más poder, la influencia de los chankas fue abarcando círculos cada vez más amplios, dominando territorios cada vez más grandes.

Algunas áreas, sobre todo al sur del Titicaca, quedaron totalmente libres de la dominación kolla pero no llegaron a experimentar el dominio chanka. Otras, en cambio, conocieron el dominio chanka sin haber estado expuestos al empuje kolla.

Pero hubos espacios que, sucesivamente, tras escapar de influjo de uno, cayeron de inmediato bajo el dominio del otro. Es decir, algunos rincones de los Andes experimentaron una tras otra ambas dominaciones. El repliegue de una fuerza facilitó el avance de la otra.

El pueblo inka, situado geográficamente entre chankas y kollas, fue quizá el que con mayor intensidad experimentó la sustitución de un dominio por otro.

El proyecto nacional inka fue desplazado y sustituido por el proyecto imperial chanka.

La hegemonía chanka acabó temporalmente con los arrestos de autonomía inka.

De ello han quedado como testimonio las construcciones chankas de Choquepuquio y Pikillacta (o Piquillacta), a 25 y 30 Kms. al sureste de la ciudad del Cusco, en la ruta hacia el Altiplano.

Pikillacta “tuvo murallas de hasta 12 metros de altura y ocupó un área de casi dos kilómetros cuadrados”.

Ambos centros poblados albergaron a las huestes chankas encargadas de administrar y dominar al pueblo inka. Pudieron además servir de centro regional de acopio del tributo.

Y pudieron ser, por cierto, sedes de operación del ala sur de los ejércitos del Imperio Wari, los primeros grandes ejércitos profesionales de los Andes.

El período de dominación chanka sobre el pueblo inka –”D” en el Gráfico N° 2– fue considerable. Se prolongó por espacio de 300 o 400 años.

Mas no sólo fue prolongado. Fue, además, intenso y violento.

Porque el Imperio Wari se concretó con el avasallamiento militar de los pueblos conquistados, en el que las autoridades locales quedaron suplantadas. En el pueblo inka ello significó la destitución, y quizá hasta la liquidación, del Inka gobernante. Quizá significó también la defenestración de todo el grupo de poder, vale decir, de los herederos del ayllu de Pacaritambo.

E incluso, y eventualmente –como ocurrió en el caso de la nación ica, en que la propia dominación chanka, al cabo de liquidar el poder nazca, terminó inadvertidamente alentando la formación del grupo de relevo, en Chincha–, también entre los inkas los propios chankas habrían alentado –también inadvertidamente – la constitución del grupo de relevo, quizá entre los inkas más dóciles y proclives a la hegemonía chanka.

El Imperio Wari habría recurrido también al desplazamiento masivo de mitimaes, desde y hacia múltiples espacios del territorio dominado.

Tanto de grupos de los pueblos conquistados que fueron llevados a la ciudad Wari y otras áreas, como de grupos de campesinos chankas que fueron desplazados a puntos estratégicos del imperio, como Choquepuquio y Pikillacta, en el caso del Cusco por ejemplo.

Por otro lado, miles de hombres de los pueblos conquistados fueron obligados a servir en los ejércitos imperiales. Y los chankas habrían además impuesto mitas masivas destinadas a construir ciudades, y a mejorar y ampliar el sistema vial andino, para que pueda dar curso a contingentes numerosos de soldados y a las grandes tropillas de auquénidos que transportaban hacia la ciudad Wari el tributo de los pueblos.

El Imperio Wari sería así el responsable de haber profundizado, generalizado y homogeneizado en el espacio andino muchas de esas prácticas ancestrales. Y, de haber difundido prácticas propias y novedosas. Sin duda, ese proceso de difusión y homogeneización fue más intenso en el área de influencia inmediata de la ciudad Wari, es decir, en el área cordillerana sur, en la que precisamente se ubicaba el pueblo inka.

En otros términos, por la proximidad física, pocos pueblos como el inka recibieron –y soportaron– tanto el impacto de la dominación chanka. Ya sea en lo que a extracción de excedente se refiere, como en lo pertinente al proceso de difusión, influencia y homogeneización cultural. Muy probablemente, por ejemplo, fue de los chankas que los inkas aprendieron el uso de los quipus como instrumento de cuentas y registro, pues ya formaban parte de la cultura Wari.

Dentro del vasto conjunto de influencias culturales no estuvo precisamente excluido el idioma. De allí que en el haber de la dominación chanka deba incluirse su contribución a la difusión panandina del quechua que –como veremos más adelante–, no fue pues mérito privativo de los inkas. Por el contrario, fueron más bien éstos quienes vieron ampliarse y desarrollarse su quechua con el aporte del quechua de los chankas.

Pues bien, la conquista y sojuzgamiento, habiéndose prolongado por varios siglos, permiten entender la profunda animadversión y rivalidad que incubó el pueblo inka contra los chankas.

Sin embargo, y fruto de las contradicciones que incubó en su seno, hacia el siglo XI se produjo la caída y liquidación del Imperio Wari. La mayor cercanía quizá impidió al pueblo inka ser de los primeros en rebelarse e independizarse. Quizá, más bien, fueron los últimos. Para ello, habrían capitalizado y aprovechado estratégicamente el serio debilitamiento que para los ejércitos del Imperio Wari significó la guerra de liberación de chimú, limas, cañetes y otros.

Es presumible, no obstante, que el guerra de liberación del pueblo inka fuera larga. Que se libraran cruentas batallas y que, por último, fuera el pueblo inka, precisamente, quien diera el golpe de gracia, arrasara la ciudad Wari, y se apoderara de un enorme botín, en ésa la más grande urbe andina de su tiempo.

Quienes en la historiografía tradicional atribuyen el protagonismo del Imperio Wari a “guerreros waris”, ayacuchanos, sostienen que chankas, también ayacuchanos, habrían sido los miembros del presunto “pueblo bárbaro” que saqueó y destruyó la gran ciudad de Wari: “hordas dedicadas al pillaje” –en palabras de María Rostworowski que recoge Max Hernández–.

A nuestro juicio –y como extensamente hemos desarrollado en Los abismos del cóndor, Tomo II–, esa tesis resulta absolutamente endeble, por decir lo menos.

El Imperio Wari de los chankas ayacuchanos –los mismos de los que reiteradamente habla Garcilaso– no sucumbió por la acción de “hordas dedicadas al pillaje” –. Quede ello para la mito–historiografía. Wari, en el contexto de una gravísima crisis climática que desató una hambruna generalizada, sucumbió por la acción bélica, independentista y concurrente, de todos los pueblos andinos que habían estado sojuzgados, incluidos ciertamente los inkas.

Lo más probable –insistimos en este texto– es que hayan sido los cercanos inkas, quizá en alianza con los más aislados y primitivos ayllus de campesinos chankas, que también sufrieron los rigores del imperio, quienes en acción postrera y definitiva saquearon y destruyeron Wari, la sede central del imperio.

Pues bien, entre los primitivos ayllus inkas, coetáneos del Imperio Chavín, y el pueblo inka que contribuyó a la caída del Imperio Wari, habían transcurrido 2 500 años de rica historia. Sobrevendrían luego otros 400 años de desarrollo autónomo, y después la centuria del propio Imperio Inka.

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