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Alfonso Klauer
Colapso: características y constantes
    
    Es oportuno sin embargo preguntarnos, ¿son iguales todos los desenlaces 
    finales? Pues depende. Depende con qué criterio y en qué centremos nuestra 
    atención. Si seguimos fijándonos como por lo general hace la historiografía 
    tradicional, en la apariencia de las cosas, sin duda todas las olas 
    terminan de manera distinta: en Mesopotamia sucumbieron los emperadores 
    asirios y babilonios; en Egipto los faraones; en Grecia los ciudadanos; en 
    Roma la élite romana y los césares, etc. Todos eran distintos entre sí. 
    ¿Acaso hablaban el mismo idioma? ¿Vestían igual? ¿Residían en el mismo 
    espacio? En apariencia, entonces, todos los desenlaces son distintos.
    
    Mas si nos fijamos en la esencia de los acontecimientos y de los procesos, 
    en todos los desenlaces se repiten las mismas constantes:
    
    1) Los imperios sucumben sin resuelver ninguna contradicción, e incluso tras 
    desarrollar las que al principio de la ola no estaban sino en estado 
    larvario o habían permanecido en estado latente durante un tiempo.
    
    2) Los pueblos que estaban dominados conquistan su libertad, con dosis de 
    violencia distintas en el tiempo pero proporcionales y en función a sus 
    propias circunstancias. Y, en general, en una secuencia que no 
    necesariamente corresponde al orden de prelación en que fueron conquistados, 
    pero en la que por lo general se liberan primero los más grandes o aquellos 
    que están más alejados de la metrópoli hegemónica (francos, para el caso del 
    Imperio Romano; Argentina para el caso del Imperio Español, por ejemplo).
    
    3) Se corta la transferencia de riquezas desde la periferia hacia el centro. 
    Y si no se da, o mientras no se da un nuevo proceso de dominación, las 
    naciones que habían estado sojuzgadas inician un desarrollo creciente. Los 
    dos ejemplos anteriores son igualmente válidos a este respecto. Pero bien 
    vale la pena adicionar aquí el de Estados Unidos a partir de 1776.
    
    Resulta patético, sin embargo, que la historiografía tradicional no haya 
    sido capaz de percibir, o de poner el énfasis suficiente, en aquellas otras 
    similitudes de los procesos de deterioro y colapso, que siendo de apariencia 
    también eran de esencia, y más notoriamente allí donde han sido tan obvias. 
    Veamos sólo dos: la escuela y las calles. En ellas los imperios crían los 
    cuervos que terminan sacándoles los ojos.
    
    4) La escuela: en los liceos de Atenas, en efecto y sin duda, aprendieron 
    el griego y recrearon su propio politeísmo los más encumbrados jóvenes de la 
    primigenia élite romana. A su turno, bien se sabe, tocó al poder romano en 
    Constantinopla dar esmerada educación a Teodorico, el rey de los ostrogodos. 
    Pero también a Genserico y Alarico, reyes de los visigodos y vándalos, 
    respectivamente. Y hasta se presume que incluso al propio Atila, el rey de 
    los hunos. Y como ellos, a muchos otros que intervinieron directa y 
    decididamente en la caída del Imperio Romano. A su turno, ¿dónde alcanzaron 
    sus más altas calificaciones Bolívar y San Martín? San Martín, a los treinta 
    y cuatro años, regresó de la península como teniente coronel del ejército 
    imperial español . No menos calificado alumno de España fue Simón Bolívar. 
    Como ellos, centenares de revolucionarios independentistas latinoamericanos 
    se educaron en la sede del imperio peninsular. ¿Dónde y por centenares y 
    miles estudian hoy calificados cuadros de Japón, China y la India? ¿Acaso en 
    Paraguay o en Nepal?
    
    5) Las calles: ¿y qué mostraban o muestran las calles imperiales? La 
    riqueza y el prestigio del Imperio romano (...) se ha dicho atraían a los 
    pueblos que vivían más allá de sus fronteras . En rigor, sin embargo, debe 
    decirse: atraían a los pueblos dominados del imperio.
    
    Marcial , un romano de origen hispano escribió en el siglo I dC, esto es, 
    cuando el Imperio Romano recién estaba en camino al apogeo:
    
    En Roma, la meditación y el descanso están prohibidos (...) ¿Cómo descansar 
    con los maestros de escuela por la mañana, los panaderos por la noche y los 
    martillazos de los calderos durante todo el día? Aquí un cambista que se 
    entretiene en hacer sonar sobre el sucio mostrador sus monedas (...) A todas 
    horas se oye gritar al náufrago charlatán que lleva colgada del cuello su 
    historia; al judío adoctrinado por su madre en la mendicidad, al mercader 
    que vende pajuelas para las lucernas (...) Las carcajadas de la turba me 
    despiertan y siento que toda Roma se mete dentro de mi cabeza....
    
    Conceptos equivalentes fueron expresados en torno al Cusco, la emblemática 
    capital del Imperio Inka. Así, el cronista Cieza de León expresó:
    
    ... la ciudad también estaba llena de gentes extranjeras...
    ¿Cuántas de las 40 000 personas que se estima albergaba la sede del 
    Tahuantinsuyo constituían ese conjunto de gentes extranjeras que llenaban la 
    ciudad? La inmensa mayoría habían sido llevados, casi como esclavos, y desde 
    todos los rincones del imperio, para servir a la élite imperial. Sólo el 
    emperador Inka tenía a su disposición 500 servidores . ¿Puede entonces 
    seguirse difundiendo la falsa imagen de que toda la población de la ciudad 
    pertenecía a la élite ? El Imperio Inka insistimos aquí, tuvo una 
    vigencia de menos de un siglo. Si, como ocurrió con el Romano, se hubiera 
    prolongado por un tiempo significativamente más grande, ¿no es razonable que 
    se hubieran instalado en la ciudad, voluntariamente, atraídos por su 
    encanto, pero también por su mayor disponibilidad de bienes y servicios, 
    otros miles y miles de habitantes del resto del imperio?
    
    ¿Es una simple coincidencia que también hoy, millones de latinoamericanos, 
    se agolpen en las calles de Miami y Nueva York, en el este, y de San 
    Francisco y Los Ángeles, en el oeste del territorio de la nación imperial? 
    ¿Es también una simple coincidencia que, como los que llenaron las calles de 
    Roma, éstos también hayan llegado atraídos por las maravillas del centro 
    hegemónico, y porque en él se encuentra una disponibilidad de bienes, 
    servicios y oportunidades que no se da en el área de influencia inmediata 
    del imperio? Habrá quienes sostengan que sólo son coincidencias y 
    casualidades intrascendentes.
    
    A otros, en cambio, esas coincidentes reiteraciones nos resultan serias y 
    claras advertencias. Como claro nos resulta que el renovado complejo 
    romanocarolingio de gendarme universal, es una expresión del dominio 
    creciente sobre los contornos (...), concomitante de la desintegración más 
    que del crecimiento como insistimos que expresó Toynbee.
    
    Mas asimismo insistimos, el célebre historiador inglés agregó: El 
    militarismo [es] un rasgo común del colapso y la desintegración.... Y no 
    era más que militarista a ultranza la previsión norteamericana de decidir 
    día y hora para sus fulminantes ataques a Irak, en febrero de 1991 y en 
    marzo del 2003; a espaldas del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, 
    contra la abierta opinión de los gobiernos de estados tan grandes como China 
    y Rusia, o Alemania y Francia; y cuando las encuestas de opinión mostraban 
    que, incluso en los países desarrollados, más de la mitad de las poblaciones 
    se oponían a un ataque no aprobado por la comunidad de naciones.
    
    En ausencia de Guerra Fría, y transcurriendo años en que la mayor parte de 
    los países subdesarrollados porque prevalece la escasez, no así una 
    política antiarmamentista, han limitado significativamente sus compras de 
    armamentos, es absolutamente comprensible y explicable la angustia y 
    desesperación de los vendedores y fabricantes norteamericanos de armas. 
    ¿Pero se justifica acaso que, a través del gobierno norteamericano, esa 
    angustia se haga extensiva a todos los habitantes del planeta?
    
    Por lo demás, y en otro orden de cosas que también revela descomposición 
    social, ¿qué podrá hacer el expresidente Clinton para evitar que la 
    historiografía tradicional tan afecta a recoger y divulgar veleidades como 
    las de Cleopatra y Calígula, relate también las penosas circunstancias 
    personales que se ventilaron durante los últimos meses de su gobierno? ¿Y 
    qué decir de la vergonzante, pragmática y oportunista conducta concesiva que 
    a ese respecto mostró la mayor parte del cristiano pueblo norteamericano, 
    simple y llanamente porque atravesaba por una bonanza enceguecedora?
    
    A diferencia de los sátrapas de la vieja Mesopotamia, que sólo estudiaron y 
    conocieron su propia historia, los Bush, Clinton y los anteriores 
    gobernantes norteamericanos han estudiado la que pomposamente se denomina 
    Historia Universal. Lástima, sin embargo, que hayan tenido ante sí aquellas 
    versiones de la historiografía tradicional que no les han mostrado que, 
    tozuda y sistemáticamente, vienen cometiendo los mismos errores que llevaron 
    al colapso a todos los imperios de la humanidad.
    
    La nuestra será la primera generación en la historia del hombre que, 
    concientemente y en todo el planeta, asista como testigo conciente del 
    principio del fin de un imperio. A diferencia de lo que ocurrió con 
    Mesopotamia o Egipto, o con Roma y el Imperio Español, esta vez el colapso 
    no nos tomará por sorpresa. Estamos claramente advertidos de lo que 
    sobrevendrá.
    
    Como ocurrió con todos los anteriores, la muerte no será súbita. Será el 
    resultado de una larga y lenta agonía. Mas el proceso habrá de ser altamente 
    controversial. Cuando para algunos médicos el paciente se muestre todavía 
    sano y robusto; para otros la enfermedad estará declarada pero afirmarán 
    tener el remedio; pero también habrá quienes, finalmente, dirán que la 
    metástasis que verifican es irreversible. Para el actual, como para los 
    precedentes, nadie podrá extender la partida de defunción. ¿Cuándo colapsó 
    Mesopotamia? Es absolutamente imprecisable. ¿Cuándo Egipto, cuándo Creta y 
    cuándo Grecia? Nadie lo sabe. ¿Cuándo murió Roma? ¿Acaso en la sequía de 
    San Cipriano? ¿Acaso cuando la liberación de los francos? ¿Quizá cuando 
    Dioclesiano dividió el imperio? ¿Eventualmente cuando los visigodos 
    derrotaron a los romanos en Adrianópolis? ¿Con la invasión de los hunos? 
    ¿Cuándo?
    
    ¿Quién y cuándo declarará la muerte oficial del imperio norteamericano? 
    ¿Cuándo su volumen comercial con Japón y/o China supere al que tiene con 
    Europa? ¿Cuando una grave sequía o un prolongado y crudo invierno paralicen 
    la producción de su meseta central? ¿Cuando deje de ser el principal 
    proveedor de armas del Tercer Mundo? ¿Cuando unilateralmente declare el cese 
    de la guerra contra las drogas y legalice el consumo de las mismas como con 
    inusitado coraje postula Milton Friedman ? ¿Cuando las modernas y 
    tecnológicamente avanzadas plantas industriales de Japón y/o China inunden 
    con mejores y más baratos productos los mercados del resto del Asia, América 
    Meridional y África? ¿Cuando deje de ser la superestrella de los juegos 
    olímpicos? ¿Cuando la Organización de Naciones Unidas declare un bloqueo 
    económico contra Estados Unidos por sus reiteradas violaciones a la paz 
    mundial?
    
    ¿Acaso cuando, frente al exacerbado proteccionismo industrial, las naciones 
    del Tercer Mundo procuren un intercambio igualitario con otros centros de 
    producción? ¿Cuando la población latina y la población negra sean las 
    mayorías nacionales en Norteamérica? ¿Cuando Estados Unidos llegue a tener 
    un 25 % de su población con menos de diez años de haber ingresado al país? 
    ¿Cuando un descendiente de los esclavos africanos sea elegido presidente de 
    los Estados Unidos? ¿Cuando las transnacionales del nuevo centro hegemónico 
    recluten para sí los mejores cuadros tecnológicos, de finanzas y marketing 
    de las transnacionales norteamericanas? ¿Cuando las transnacionales 
    sinoniponas superen en ventas de productos, servicios y royalties a las 
    norteamericanas? ¿Cuando fruto de la insensatez se precipite una nueva 
    Guerra Fría que obligue a descomunales gastos en armamentismo? ¡Cuándo!
    
    ¿En qué orden se presentarán todos o algunos de esos acontecimientos? ¿Será 
    relevante el orden en que se manifiesten? Lo más probable es que no pero, 
    como fuera, lo previsible es que, esta vez, el colapso imperial no será, 
    necesariamente, cruento.