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Alfonso Klauer
¿Todos germanos?
En otro pero complementario orden de cosas y nuevamente pues en torno al
tema central del libro, todo sugiere que por un grave error de
generalización, muchos historiadores siguen considerando germanos sin que
lo fueran a muchos de los pueblos bárbaros que contribuyeron a la debacle
del Imperio Romano.
Así, se dice que los visigodos, y en general todos los godos, eran germanos.
Hay textos que en referencia a los visigodos expresan por ejemplo que en el
401 dC un ejército alemán de Europa central atacó y destruyó Roma .
Grimberg incluso afirma que los vándalos estaban emparentados racial e
idiomáticamente con los godos , esto es, también eran germanos. Y más aún,
como se dijo, se afirma que Genserico, el rey vándalo de la nueva Cartago
que dirigió el saqueo de Roma, era rey germánico. Y en otras fuentes por
lo demás de gran erudición, puede leerse que todos los vándalos eran
germánicos .
¿Resiste el menor análisis que pueblos mediterráneos y de climas de riguroso
frío como los germanos, eligieran desplazarse a las costeras y tórridas
tierras del norte de África, como ocurrió con los vándalos que refundaron
Cartago?
¿Cómo puede sostenerse que había emparentamiento racial e idiomático entre
los auténticos germanos (del noreste del Rin y norte de Europa) y pueblos
tan distintos como los vándalos, los visigodos y los avaros, que durante más
de cinco siglos vivieron distantes cuando no muy distantes de aquéllos?
Puede sostenerse, en cambio, que había emparentamiento étnicofenotípico e
idiomático entre los avaros, vándalos, visigodos y suevos, a pesar de las
enormes distancias que los separaban durante el destierro, por el hecho de
que todos ellos habrían tenido un origen común: la península Ibérica.
Pero Grimberg, paradójicamente, proponiendo la hipotesis del
emparentamiento racial e idiomático entre vándalos, visigodos y otros,
inadvertidamente contribuye a dar mayor verosimilitud a nuestra hipótesis de
que esos pueblos bárbaros que llegaron a España, no fueron sino los
descendientes de aquellos que habían sido desterrados de ella, de donde
venía pues un viejo emparentamiento.
Hunos
Pues bien, sólo nos queda hablar de los hunos, o, si se prefiere, de los
hunos de Atila, el azote de Dios, aquel que, por donde pasaba su caballo
no volvía a crecer yerba, virtualmente el único nombre que de ellos que ha
quedado instalado en la memoria de la gente.
Se afirma que desde su asiento en Mongolia, en el Asia Central, hacia el
siglo III dC empezaron a migrar hacia el oeste, probablemente a causa de
cambios climáticos que, por lo que podrá colegirse, dieron origen a una
grave sequía en su territorio. En efecto, sólo una aguda y repentina
carencia de alimentos y pastos los habría obligado a buscar nuevas fuentes
de alimentación para sí mismos y, entre sus distintos tipos de rebaños,
principalmente para sus hatos de equinos.
Obsérvese que si esa famosa migración se inició en el siglo III aC,
eventualmente fue originada por la misma crisis climática que dio origen a
la sequía de San Cipriano que como se ha dicho, fue reportada en Europa
para el mismo siglo. Coincidentemente, para el período 250300 dC, los
especialistas en el Fenómeno océanoatmosférico del Pacífico Sur han
encontrado evidencias de grandes calamidades sufridas por los pueblos de la
costa subtropical de América del Sur . Podría haberse tratado pues de uno o
varios fenómenos climáticos sucesivos de enorme envergadura, que
virtualmente afectaron entonces al mundo entero.
Así, y aunque en esta ocasión de impacto global, una vez más estaríamos pues
en presencia de la naturaleza interviniendo decisivamente en alterar la vida
interna de los pueblos. Y, por lo menos para el episodio histórico que
estamos analizando, además desatando grandes conflictos y convulsiones internacionales,
sin que la voluntad de ninguno de los involucrados haya activado el fenómeno
detonante, y menos todavía creando las condiciones para que se dé.
Observando el Gráfico Nº 31 queda en evidencia que los hunos habrían
recorrido algo más de 10 000 kilómetros es decir, un cuarto de la esfera
terrestre, hasta llegar a las llanuras húngaras donde establecieron su
sede central . Ésta, como se apreciará en el Gráfico Nº 32, fue lo que hoy
es la ciudad de Szeged, a orillas del Tisza, un afluente del Danubio .
Si como parece, el fenómeno climatológico fue global, puede presumirse
entonces que dio origen a otras migraciones, tanto en la misma dirección que
tomaron los hunos como en otras. No obstante nunca se ha hablado de este
asunto. Ni que otros pueblos situados entre Mongolia y Europa, y en el
gigantesco territorio de Rusia principalmente, hayan hecho lo mismo que
aquéllos, porque habrían llegado a Europa antes. Y no hay reporte alguno
para ninguna de ambas posibilidades. Parecen pues materia de investigaciones
pendientes por la Historia.
Barraclough afirma que los hunos aparecieron en el escenario europeo, y por
consiguiente romano, hacia el año 370 dC. Engel, sin embargo, sostiene que
los hunos fueron mencionados después del 376 dC, cuando aparecieron en
Crimea . Hay pues discrepancia cronológica en torno al suceso, pero en todo
caso no parece ser muy relevante dentro del conjunto del fenómeno histórico
que se precipitó a partir de él.
Pero curiosa y sorprendentemente, entre las versiones tradicionales que
prevalecen, no hay en cambio discrepancias respecto del carácter aluvional,
guerrero y devastador de los hunos, tanto durante la larguísima travesía
como durante su permanencia en Europa. En ese sentido, resultan muy
representativas las siguientes afirmaciones de un mismo autor : (a) por su
destreza y disciplina militares, nadie fue capaz de detenerlos, y; (b)
desplazaron a todos los que encontraron a su paso. Provocaron así una
oleada de migraciones, ya que los pueblos huían antes de que llegaran para
no encontrarse con ellos . Su temible fama los precedía debemos pues
entenderlo así. Pero más aún, dándole énfasis y mayor aclaración a la
segunda afirmación, el propio autor usa la analogía de que crearon un
efecto dominó: la primera ficha terminó derribando a todas y cada una de
las que estaban por delante.
Pues bien, para cuando los temibles hunos tenían ya un cuarto de siglo en
Europa, lo que por cierto no es una exhalación, un testigo presencial, pero
extrañamente casi del todo silenciado por la Historia tradicional, el romano
Amiano Marcelino, afirmó que en el año 395 dC los hunos eran...
...pastores sin casas ni reyes, dirigidos por jefes de grupo, aparentemente
sin un caudillo general.
¿Cómo se condicen disciplina militares con pastores sin casas ni reyes?
¿Hay siquiera un mínimo de consistencia entre la muy verosímil afirmación de
un testigo presencial (pastores) y la casi inverosímil afirmación
tradicional (hordas devastadoras), y con aquella otra tan divulgada de
haber sido azotes de Dios?
¿Debemos atribuir a Amiano Marcelino una suerte de periodismo amarillo que
buscaba desacreditar o minimizar el peligro militar de los invasores? ¿O no
será, más bien como ya hoy muy seriamente se sospecha de muchas de las
distorsiones de la conquista de América, por ejemplo, que en su caso los
cronistas oficiales del imperio exageraron al infinito la peligrosidad de
los hunos para justificar la hecatombe que a todas luces sobrevenía o se
estaba dando?
Y en relación con la segunda afirmación antes destacada, o, si se prefiere,
con el ingenioso argumento de que los hunos habrían desatado un efecto
dominó: ¿no es lógico concluir que si en rigor se hubiera dado, todos los
pueblos del camino entre Mongolia y Hungría habrían terminado llegando
despavoridos a Europa antes que los propios hunos que los espantaban? ¿Llegó
acaso a Europa algún otro pueblo del Asia Central huyendo del terror huno?
No, no llegó ninguno que se nos haya dicho, por lo menos. Así las cosas,
no puede menos que decirse que, extraña, muy sorprendentemente, sólo
llegaron los hunos. ¿Ha intentado la Historia tradicional responder tamaña
incógnita?
Con la información de que se dispone, resulta casi imposible responder con
certeza cuál habría sido la razón de esa tan remota y única migración desde
el Asia a Europa en el siglo IV dC. Porque la sequía que habría dado origen
a su partida no explica por qué su destino fue la tan lejana Europa; ni por
qué no se quedaron en uno, varios o muchos de los muchísimos valles que
había en el camino; y, por último, por qué con ellos no migraron por la
misma razón otros entre tantos pueblos que había entre un espacio y otro del
globo.
Lo que por ahora podemos conjeturar es que los hunos, en vez de un efecto
dominó, comportándose como cuña, habrían desplazado hacia los lados, al
norte y al sur, a los poblaciones por donde pasaron, tal como hemos sugerido
con las flechas correspondientes en el Gráfico Nº 31.
Ello sin embargo no es óbice para hacer también las siguientes presunciones.
En primer lugar, es inimaginable que todos los hunos abandonaran Mongolia.
¿Quién que se sepa pobló después ese vasto territorio? Y, en segundo
término, es también inimaginable que todos cuantos emigraron lo hicieron en
una sola y gigantesca mancha que, como los huracanes, barrió con todo lo que
encontró en su camino.
Resulta pues más verosímil imaginar que, más bien, habrían formado una
larguísima columna de desplazamiento. Y, así, que los que iban en la
avanzada se quedaban en el fértil primer valle al que arribaban y conste
que atravesaron cientos de ríos, y sólo el resto seguía pues la marcha. El
nuevo grupo que asumía la avanzada hacía otro tanto en el valle siguiente y
así sucesivamente. En tal virtud, sólo habrían llegado a Europa los últimos
que salieron de Mongolia o, en rigor, sólo los herederos de estos últimos.
Porque la marcha habría durado tanto como 70 años. Es decir, no llegó vivo a
Europa ninguno de los que salieron de Mongolia, sino sus descendientes.
Esa mecánica permite entender que:
(1) en el mejor de los casos, tardando 70 años en realizar su recorrido,
habiéndose desplazado con un lento promedio de 2,5 kilómetros por día;
(2) quienes llegaron a Europa llegaron pues también en columna, lo que no
necesariamente significa continua, porque todo sugiere que fueron llegando
por destacamentos, lo que explicaría claramente el sentido de la expresión
de Amiano Marcelino de que eran dirigidos por jefes de grupo;
(3) permitiría aproximarnos a saber cuán fieros y agresivos pudieron
realmente haber sido pues desde el principio, y;
(4) cuántos en realidad finalmente llegaron a invadir el territorio del
Imperio Romano.
Pues bien, si la velocidad de desplazamiento fue la que presuntamente hemos
indicado, y que correspondería razonablemente con la de un numeroso
contingente en el que se trasladan hombres y mujeres, niños y ancianos, a
pie y a caballo, y que además de caballos acarreaban a otros muy lentos
animales domésticos, y que fue en el camino que nacieron todos los que
llegaron, ¿cómo entonces se condicen esos datos con la imagen estereotipada
de veloces e indetenibles hordas a caballo? No pues, esa imagen a lo sumo
correspondería a una parte de los hombres adultos, los jinetes que venían en
la condición de destacamentos militares. Todo el resto, y sus penosas
circunstancias, era, como debe comprenderse, el que imponía la lenta
velocidad promedio de la marcha.
Así las cosas, y en relación con la segunda observación, más que como un
vendaval o un huracán, habrían ido llegando a Europa casi imperceptible pero
sistemáticamente, de modo tal que el fenómeno masivo sólo logró percibirse
al cabo de décadas. De allí que para el 395 dC, esto es, a 25 años de haber
empezado a llegar, Amiano Marcelino apenas los percibía como pastores sin
casas ni reyes.... Es decir, se habrían aparecido e ido estacionando en la
frontera del territorio imperial como en las últimas cinco décadas han ido
llegando los migrantes de provincias a las grandes ciudades de los países
subdesarrollados, o de éstos a los países del Norte.
En relación con nuestra tercera observación: ¿cuán belicosos y agresivos
podían haber sido entonces bajo las condiciones señaladas en el párrafo
anterior? Asumiendo por un instante como válida la cifra de 700 000 hunos en
Europa que es la cifra que reporta la historiografía tradicional, y que
tan grande número se acumuló por ejemplo en el lapso de 50 años, habrían ido
llegando entonces en contingentes de no más de 14 000 personas en promedio
por año. El primer año no habrían llegado entonces más de 3 500 guerreros.
¿Cuán agresivos podrían haber sido así ante las gigantescas y profesionales
legiones romanas? ¿No ayuda esto a entender por qué recién al cabo de 60
años de haber iniciado su ingreso al valle del Tisza se reportan los
primeros indicios de su peligrosidad, la que, a su turno, correspondería
entonces a los herederos de los primeros en llegar?
Por último pues, y en referencia a nuestra cuarta observación: ¿cuántos
hunos en verdad habrían terminado asentándose en Europa? ¿Es verosímil la
cifra que proporciona la historiografía tradicional? Tal parece que no.
Veamos. Si la proporción entre las poblaciones de Europa Occidental y
Mongolia (tanto la que hoy se llama Interior, dentro de China, como
Exterior, entre China y Rusia) era equivalente a la de hoy y no hay razón
alguna para asumir que fuera sustancialmente distinta, el total de hunos
antes de salir de su tierra no habría sido superior a 850 000 personas.
Así tras 70 años de marcha, en indetenible busca de alimentos, cada vez pues
menos nutridos, ¿podemos imaginar que siquiera llegó la mitad de ese número?
¿Y si además aceptamos que miles y miles se fueron estacionando en los
cientos de valles que encontraron en su largo recorrido? Con bastante
condescendencia podría pues aceptarse que llegaron, a lo sumo 300 000 en
total, lo que a su turno daría un promedio anual de sólo 6 000 invasores. En
tal virtud, su potencialidad bélica difícilmente superó en el mejor momento
el número de 75 000 adultos en capacidad de combatir, aunque entre ellos la
inmensa mayoría eran fundamentalmente pastores, y no pues guerreros, y menos
entonces profesionales de la guerra.
Así, consistentemente con la tradición de que los Estados, de ayer y hoy,
agigantan a sus adversarios para que crezca su gloria, si los vencen, o para
justificarse, si resultan derrotados, la historiografía tradicional ha
recogido, sin mayor análisis, una cifra cuando menos dos veces más grande
que la más probable.
Pues bien, veamos ahora en detalle adónde fue que básicamente se asentaron
en Europa los hunos. O, si se prefiere, adónde fueron inicialmente
nucleándose y esperando que terminara de llegar el resto de la larga
caravana. O, por último, cuál fue ese específico rincón de Europa al que
inicialmente invadieron. Como está dicho, escogieron las riberas del Tisza,
y adoptaron por sede central Szeged, a poco más de 150 kilómetros del
Danubio. Véase para este efecto nuestro Gráfico Nº 32 (en la página
siguiente).
El gráfico no deja lugar a la más mínima duda: los primeros pobladores
estrechamente relacionados con el imperio que fueron afectados por la
presencia cada vez más numerosa de los hunos fueron los ostrogodos.
¿Significa eso que, como afirma la Historia tradicional, éstos salieron en
estampida desde que vieron llegar a los primeros hunos desde el noreste? No
pues, ello resultaría profundamente inconsistente con cuanto hemos
detenidamente revisado en los párrafos precedentes.
No se tiene una idea de a cuánto se elevaba la población a la que
tradicionalmente se identifica como ostrogoda. Asumamos pues que su número
era equiparable al de sus vecinos los visigodos, cuya magnitud como se
razonará más adelante difícilmente era superior a 120 000 personas. De ser
así, buenas razones tenían de sentirse realmente hostilizados y gravemente
amenazados, cuando la población que los estaba invadiendo y alternaba con
ellos en el mismo territorio había alcanzado por ejemplo a 60 000 hunos. Y
esto, tal como hemos analizado antes, no se habría logrado sino al cabo de
por lo menos diez años. Recién allí, pues, habrían empezado a evacuar los
invadidos e inopinados anfitriones, pero hacia el territorio imperial, y no
en estampida sino paulatinamente. ¿Es difícil imaginar que primero lo
hicieron los más ricos y poderosos, incómodos y agredidos por la burda
conducta y casi primitivas y toscas costumbres de sus también inopinados
huéspedes?
Quizá en la década siguiente, tras el crecimiento sostenido de la población
invasora que bien pudo suponerse que no terminaría nunca, fue
incrementándose la tendencia de evacuación de la población ostrogoda,
dejando el territorio cada vez más a disposición de los hunos.
No obstante, apenas si estamos en torno al año 395 dC en que Amiano
Marcelino los vio todavía como pastores sin casas y sin reyes. Es decir,
puede sensatamente presumirse que no estaban expulsando a los ostrogodos con
el recurso de la violencia sino por el lento y paulatino expediente de una
masa que poco a poco los fue perturbando y hostilizando con su abrumadora
presencia, y quitándoles la disponibilidad alimenticia y el espacio.
Sólo para cuarenta años más tarde del reporte de Amiano Marcelino se
registra que los hunos tuvieron a su primer gran caudillo: Rugila, al que
dos años después sucedió su sobrino Atila cuando frisaba 29 años, todos los
cuales los había vivido pues en el valle del Tisza, en el que habría llegado
a tener una cómoda situación económica, a estar por el hecho de que, según
se dice, disponía de un harén numeroso. Y todo ello insistimos, a sesenta
años de haber empezado a llegar los hunos a las llanuras de Hungría, y
cuando ya sumaban entonces tanto como los 300 000 que en total habrían
arribado a Europa. Sólo entonces habrían pasado a constituirse en un
razonable peligro para el propio poder imperial romano.
¿Cómo concretaron la primera amenaza a éste, y específicamente contra la
fracción romana que gobernaba desde Constantinopla, y de la que obtuvieron
como cupo 300 kilos anuales de oro a partir del 434 dC aproximadamente? No
se sabe.
Pero sí se sabe que para esa fecha las fuerzas militares de sus vecinos del
Danubio oriental, los visigodos, no sólo ya no estaban allí, sino que ya
habían saqueado Roma y llevaban casi treinta años asentados en España. Es
muy probable entonces que para la indicada fecha los hunos estuvieran
también ocupando gran parte de las tierras de Rumania que habían abandonado
los visigodos. El control sobre los dos valles les reportó sin duda una
situación económica como la que nunca habían conocido sus antepasados, los
rústicos pastores que abandonaron los consuetudinariamente pobles valles de
Mongolia.
Quizá rastreándose los orígenes de las palabras Bucarest y Budapest se
encuentre que esa similitud, única entre los nombres de las capitales de
Europa, tiene su origen en el hecho de que ambos territorios fueron durante
buena parte de un siglo ocupados por un mismo pueblo: los hunos tal como se
muestra en el Gráfico Nº 33.
Hacia el 443 dC las huestes de Atila, tras haber saqueado Belgrado y Sofía,
asediaron Constantinopla mas no lograron tomarla. Poco después obtuvieron
sin embargo que el cupo que debía pagar el poder imperial se elevara a 650
kilos anuales de oro y cobraron 1 800 kilos por moras y cupos atrasados .
Si 65 años antes Constantino, para hacer frente a los costos de repeler la
amenaza visigoda que terminó liquidando las legiones romanas en Adrianópolis,
se había visto precisado a saquear las iglesias, bien podemos imaginar, en
las nuevas y aún más apremiantes y comprometedoras circunstancias, qué no
habrá hecho el desfalleciente poder de Constantinopla para enfrentar a los
hunos y pagar los cupos a que se vio obligado.
Como se ha dicho, en el 451 dC las huestes de Atila participaron en la gran
batalla de los Campos Cataláunicos, a 130 kilómetros de París. ¿Qué dice
pues la Historia tradicional sobre ése que habría sido un episodio
fundamental en la vida del deteriorado poder hegemónico romano; en la de los
pueblos de Francia que ya se habían liberado de él; en la de los hunos; y en
la de un buen número de otros pero menores protagonistas? Veamos. Y para
estos efectos el Gráfico Nº 34 habrá de ayudarnos aunque no tanto como
quisiéramos.
En relación con aspectos relevantes del importante episodio, entre los que
iremos numerando las que serán nuestras observaciones, se dice por ejemplo
en diversos textos :
Desde hacía una generación (1) la Galia era escenario de la lucha entre
los romanos y diversas tribus germánicas (2).
Aecio, el general que lideraba las huestes imperiales, había hecho
prodigios (3): mantuvo a los visigodos confinados en el sudoeste, a los
burgundios en el sudeste (4), a los francos en el noreste y a los britanos
en el noroeste.
Grandes extensiones de la Galia central seguían siendo romanas (5).
Atila y sus hordas de hunos avanzaban hacia Europa Central y la Galia (6).
Y cruzaron el Rin el 451 dC (7).
Ingresando a la Galia aparentemente para atacar a los visigodos del reino
de Tolosa (8).
Ahora no era pues con las tribus germánicas que huían de los hunos con los
que debían luchar el general Aecio y sus huestes romanas, sino contra los
mismos hunos (9).
Atila tenía buenas relaciones con Aecio (10).
Las hordas de los hunos (11) eran en realidad una alianza de tribus en la
que estaban, entre otros, los hérulos, los escitas, los sármatas, los
gépidos, los boyos, los turingios, (12); pero también los francos (13), los
borgoñones (14), los ostrogodos (15) y los alanos (16).
El ejército de los hunos incluía auxiliares de las tribus germánicas (17)
conquistadas por ellos (18), sobre todo los ostrogodos (19) (20) (21).
Aecio entonces se vio obligado a hacer causa común con los visigodos (22).
Y mantuvo al hijo del rey de los visigodos como rehén para impedir que el
viejo godo cambiase repentinamente de opinión con respecto al bando al que
le convenía apoyar (23).
Los germanos de la Galia reconocieron el tremendo peligro que se cernía
sobre todos, y así francos y burgundios se unieron al ejército imperial
(24).
Y además de ellos los alanos (25).
En definitiva, y en cierta medida, fue una batalla de godos contra godos
(26).
La batalla se dio en los Campos Cataláunicos de ubicación desconocida
(27).
Tras poner en práctica una hábil estrategia, el ejército imperial rodeó e
hizo estragos al de los hunos, habiendo podido incluso liquidarlos. Pero
Aecio, para evitar que los visigodos se envalentonaran con el triunfo,
detuvo el ataque y los despidió a su sede en Tolosa (28).
Con la desaparición de los visigodos, Atila y lo que quedaba de su
ejército pudieron escapar (29).
Atila reorganizó su ejército (30) y al año siguiente invadió Italia (31).
El avance de Atila hacia Roma no halló oposición (32).
Ni siquiera de parte de las legiones de Aecio (33).
En la península saqueó Aquilea, Padua, Verona, Brescia, Bérgamo y Milán,
pero no así a Roma (34).
El conjunto de los datos presentados resulta patético. Como si de
arqueología se tratara, como si las fuentes escritas aún pues no existieran:
a) Las contradicciones son graves y flagrantes;
b) No menos penosas resultan las imprecisiones y la falta de un mínimo de
rigurosidad, así como la falta de un mínimo de coherencia;
c) Los silencios y/o los vacíos, sean deliberados, inadvertidos o
irresponsables, resultan insólitos;
d) La ostensible indiferencia de los autores citados en relación con la
geografía da cuenta de un estrechísimo criterio para acometer la valoración
relativa y la discriminación de la importancia de los datos; para el caso en
cuestión, la importancia de la geografía es absoluta, insustituible, y más
todavía si se soslayan precisiones relevantes;
e) Resulta lamentablemente obvio que los autores han acometido la confección
de sus textos sin ninguna hipótesis de trabajo y que no han sometido los
datos al más mínimo análisis.
f) Como resulta igualmente lamentable constatar que de manera casi
sistemática el lenguaje y la lógica científica son en muchos casos
involuntaria pero hasta siniestramente sustituidos por el discurso y la
trama novelesca.
Duros y severos pues todos y cada uno y el conjunto de nuestros juicios.
Veamos sin embargo en qué se sustentan. Pues no son en lo más mínimo
gratuitos. Y por si fuera todavía necesario repetirlo, nuestro único afán es
contribuir a hacer de la Historia algún día una ciencia, y que deje de ser
una forma de novela con etiqueta de academicismo. He aquí pues nuestras
observaciones y objeciones:
(1) Si la batalla de los Campos Cataláunicos se dio en el 451 dC, una
generación atrás nos remonta a lo sumo al 430 dC. Los francos, sin embargo,
se rebelaron contra el imperio a partir del año 259 dC, esto es, casi diez
generaciones antes. Diez pues y no una eran ya las generaciones de francos
que en su tierra, la Galia, se enfrentaban a las huestes romanas que tenían
por objetivo reconquistarlos. Y aunque no se conoce las fechas, puede
razonablemente suponerse a partir de su vecindad y parentesco, que también
los bretones y burgundios llevaban varias generaciones disputando con las
huestes romanas que querían reconquistarlos.
(2) ¿Hay alguna razón objetiva y concluyente que permita afirmar que
francos, bretones y burgundios pertenecían al conjunto de las tribus
germánicas? El hecho de que muchos de los habitantes de esos pueblos habían
estado durante años refundidos en territorio germano, huyendo de la agresión
romana, no los convertía en germanos. Y mucho menos pues a aquellos que, por
amor a su patria, habían regresado y seguían luchando contra los agresores
romanos.
(3) ¿Cuáles fueron los prodigios militares de Aecio? ¿Mantener
confinados en sus territorios liberados a los protagonistas de esos
procesos de liberación? ¿Asistir casi como mudo testigo al hecho de que el
imperio perdiera prácticamente dos tercios de la inmensa y riquísima Galia?
¿Pueden esos considerarse triunfos, y para más señas, prodigiosos? Con
seguridad que para Aecio no. Pero también con seguridad que para los
historianoveladores sí. Y tan invertida está la Historia tradicional, que
el único mérito que objetivamente se puede reconocer a Aecio y sus huestes
es haber impedido que los cuatro grupos liberados que los rodeaban
terminaran aplastándolos y poder así ellos lanzarse contra Roma. Pero ése,
el mérito de haber cumplido a cabalidad con su objetivo mínimo, no se lo
reconocen los historiadores (que describen y describen guerras y batallas
sin entender un ápice el fondo y otros aspectos sustantivos que están en
juego en ellas).
(4) La expresión los burgundios en el sudeste, así, a secas, sin otra
referencia complementaria, o un mapa que haga las veces de ésta, remite a
cualquier lector al sudeste de Francia, y no pues al sudeste de los
territorios liberados. Los burgundios o borgoñeses no eran otros que los
habitantes de la Borgoña francesa, que corresponde pues precisamente al
sector este del área señalada para ese grupo en el Gráfico Nº 34. El resto
corresponde al territorio ocupado por los suizofranceses, con los que
esencialmente constituyen una misma nación: hablan el mismo idioma.
(5) La expresión grandes extensiones de la Galia central seguían siendo
romanas, si bien es cierta en términos de magnitud geográfica, no es
rigurosamente correcta en términos históricos y geopolíticos. Basta
comparar los gráficos complementarios en el Gráfico Nº 34, en el que en el
de parte superior destacamos que los territorios ostrogodos y visigodos ya
estaban bajo control de los hunos, para adquirir conciencia de cuánto y cuán
importantes territorios venía perdiendo ya el Imperio Romano, para que quede
pues en evidencia que la citada frase no expresa ni la tendencia histórica
que se venía experimentando, ni la magnitud de los riesgos que se corría con
la batalla.
En términos de tendencia histórica, el poder romano no se preciaba tanto de
lo que conservaba del imperio en general, y de la Galia, en particular, de
la sólo conservaba parte del área central; sino que más se dolía de haber
perdido todo lo que ya había perdido y pugnaba y gastaba por recuperar. Y en
la batalla había más riesgo de perder definitivamente toda la Galia, con los
devastadores resultados que tendría como efecto demostración, que
posibilidades de recuperar algo de lo que ya había perdido.
(6) La expresión avanzaban hacia Europa Central y la Galia, siendo también
cierta, es de una imprecisión tal que resulta inútil y hasta puede dar
lugar a conclusiones absurdas y descabelladas si no se le somete a un
mínimo de análisis, que es precisamente la adicional grave deficiencia en la
que incurre el autor citado.
A este respecto el mismo Gráfico Nº 34 y sus complementarios resultan una
buena ayuda para conjeturar los conceptos estratégicosmilitares que podían
haberse puesto en juego para la batalla. En efecto, ayuda a entender con
claridad que no era lo mismo llegar a la Galia desde el territorio al norte
del Danubio y este del Rin, esto es, transitando territorios germanos libres
de obstáculos militares romanos; que hacerlo por la margen derecha del
Danubio, es decir, por el área que el poder hegemónico superviviente aún
mantenía bajo control. Ni siquiera el más inepto de los estrategas habría
optado por este camino estando libre el otro.
(7) Y la expresión cruzaron el Rin, aunque estrictamente complementaria,
no ayuda tampoco en lo más mínimo a la aproximación de la estrategia militar
que estaba poniendo en práctica el estado mayor de los hunos. Esa imprecisa
afirmación puede dejar entrever como posibilidad que se cruzó el río en sus
nacientes o en sus partes altas, en cuyo caso habrían llegado a él
atravesando el territorio controlado por los romanos. ¿No logran todas esas
imprecisiones deslizar subrepticia, aunque quizá inadvertidamente, la idea
de que los hunos además de bárbaros eran estúpidos?
(8) Con la expresión ingresaron a la Galia aparentemente para atacar a los
visigodos estamos por fin, por primera vez, ante una hipótesis. ¿Lo sabía
el historiador que la formuló? Mas resulta que por estar tan mal planteada,
es una hipótesis inútil. ¿Qué se quiso significar con aparentemente? Hay,
por lo menos, dos interpretaciones a la frase, esto es, a lo que el
historiador estaba suponiendo bajo la forma de dos hipótesis, dado que sin
conocer el objetivo lo presume: hipótesis (a) que los hunos querían atacar a
los visigodos, o, alternativamente; hipótesis (b) que los hunos fingían que
ese era su objetivo para confundir a los romanos y obligarlos a un mayor
fraccionamiento de sus fuerzas, pues en tal caso debían cuidar el territorio
burgundio, para evitar que por allí se infiltren luego los hunos hacia
Italia; el área próxima al territorio visigodo para impedir el ingreso al
mismo; y el área central de la Galia para asegurar uno y otro propósito.
¿Cómo puede acometerse una investigación con dos hipótesis perfectamente
opuestas? Con una basta: si se comprueba su certeza, la hipótesis es válida;
y si se comprueba su falsedad, es inválida. Apostando en cambio tanto a cara
como a sello, se gana siempre, pero nunca se sabrá si se acertó en el
pronóstico.
Pues bien, ya veremos que en realidad no había indicio valedero alguno para
que un historiador suponga que los hunos querían atacar a los visigodos.
La hipótesis del engaño, por el contrario, tiene más de un asidero. El
problema de la Historia tradicional es, no obstante, que con los imprecisos
y contradictorios datos que ofrece tampoco se puede afinar la hipótesis para
definir a quién y por qué querían engañar: ¿a los francos, a los romanos, a
los visigodos?
(9) En la afirmación de que, ante la aproximación de los hunos, los romanos
tenían que luchar contra éstos y no ya contra quienes huían de ellos,
estamos, por sorprendente que parezca, ante una nueva hipótesis. En efecto,
el historiador supone que Aecio y su estado mayor siempre habían estado
luchando contra quienes huían de los hunos, y que ahora deben dejar esa
tarea para asumir la de enfrentar a los propios hunos. ¿Hay alguna, siquiera
una prueba concluyente de que algún pueblo realmente abandonó su territorio
por temor a los hunos? No, no hay ninguna. Todas y cada una de las
afirmaciones en ese sentido son apriorísticas, prejuiciosas, no tienen
ningún correlato empírico, ningún dato certero que las justifique.
Aecio, su estado mayor y sus huestes llevaban años enfrentando a los francos
que se habían rebelado e independizado 111 años antes de que los hunos
aparecieran por Crimea. Y luego tuvieron que enfrentar a los también
independizados burgundios. Y luego con los visigodos que, tras saquear
salvajemente Roma, cuatro décadas atrás, habían regresado a la tierra de la
que fueron desarraigados sus antepasados. ¿A qué despavorido corredor habían
pues enfrentado? A ninguno. Los únicos que han visto oleadas de gentes
aterradas han sido los historiadores. Nadie más. Y con ello han montado una
de las más fenomenales y fraudulentas ficciones registradas en los textos de
Historia, y además casi como verdad inconmovible.
(10) Pero resulta que además se nos ofrece el sorprendente dato de que Aecio
tenía buenas relaciones con Atila. Es decir, el prodigioso combatiente
de los aterrados nos es presentado, de improviso, y sin explicación de
causa, como amigo del atroz aterrador. ¡Atila y Aecio nos son presentados
como aliados implícitos, en tanto que supuestamente luchan contra enemigos
comunes! ¿Pero cuándo y cómo trabaron relación alguna que por añadidura
resultara buena, feliz? Asumiendo sin embargo que el dato fuera cierto,
¿cuál es su relevancia en las circunstancias bajo análisis, ante la
inminencia del enfrentamiento militar? ¿Se tiene acaso la secreta esperanza
de que uno y otro decidan al final no enfrentarse haciendo prevalecer su
amistad; o de que sean mutuamente condescendientes; o que recíprocamente,
con brindis generosos de por medio, se confiecen abierta y sinceramente su
estrategia y tácticas para convertir la batalla en un juego? ¿A qué pues el
dato sin ningún comentario o juicio adicional? ¿Para presumir erudición de
la inútil, por cierto? Si el pobre dato tiene algún valor es precisamente
el de poder demostrar que en efecto, en los textos de Historia tradicional
hay una infinidad de datos irrelevantes, inútiles, que ocupan espacio y
distraen, ensombrecen el fondo de las cosas, dificultan hasta el cansancio
separar el trigo de la paja, etc.
(11) Las hordas de los hunos, he ahí el lenguaje novelesco, el lenguaje
prejuicioso, subjetivo; el lenguaje que, en vez de esclarecer, sataniza,
descalifica. ¿Dónde están y cuáles son las evidencias de que el
comportamiento de los hunos fuera más salvaje, sanguinario, expoliador,
extorsionador, incendiario y violador que el de los visigodos, o el de los
vándalos, o que el de los cultos y civilizados romanos? ¿No fueron éstos
absolutamente brutales en sus conquistas? ¿Qué si no una mostruosidad fue el
saqueo de Cartago? ¿Y qué si no crímenes, traición y cobardía quedan al
desnudo en las propias crónicas y confesiones de Julio César? ¿Por qué pues,
ante conductas virtualmente idénticas, no se habla de las hordas romanas?
¿Y cómo se condice la sistemática estigmatización de los hunos con la
siguiente expresión del también historiador Barraclough: lejos (estuvo
Atila) de ser el saqueador sin principios descrito por la leyenda popular
. ¿Fue pues o no Atila, fueron pues o no los hunos los canallas de la
historia? Una de las dos versiones puede ser cierta. Las dos no. Pero la
feliz aclaración de Barraclough termina desbarrando aparatosamente:
descrito por la leyenda popular. ¿Por la leyenda popular? Pero si así está
en los textos de Historia, incluso en los más renombrados? ¿No los ha leído
Barraclough? ¿O no se ha dado cuenta? ¿Acaso en la monumental obra del
célebre historiador sueco Carl Grimberg el tomo 10 no se titula precisamente
hordas bárbaras?
(12) Amplia alianza la que habían logrado concretar los hunos con hérulos,
escitas, sármatas, gépidos, boyos y turingios. Y con este dato recién
empezamos a ingresar al asunto de fondo de la batalla, el más importante,
pero el único que no ha sido tratado por los historiadores referidos, y
parece que por ningún otro por lo menos con un buen grado de verosimilidad y
completa objetividad: ¿quiénes realmente se enfrentaron a quiénes y por qué
en la batalla de los Campos Cataláunicos?, ésa es pues la esencia, el quid
de la cuestión.
¿Es la lista recién presentada la relación correcta y completa de quienes
estuvieron en la batalla en contra de las huestes imperiales? Sí, debe
aceptarse como correcta, pero sólo como parcialmente correcta, porque no es
completa. No obstante sólo podremos completarla más adelante. Entre tanto,
¿qué tienen de común denominador todos los pueblos hasta ahora incluidos?
¿No ayudan a responder también en este caso los Gráficos Nº 22 y Nº 34? ¿No
estaban acaso todos esos pueblos asentados fuera del territorio imperial, en
el amplio espacio al que genéricamente se está denominando germano? ¿Cómo
pues habría podido concretar el pueblo huno esa amplia alianza si no fue
pasando por los territorios de todos y cada uno de ellos, convenciéndolos y
liderándolos? ¿Nos resulta claro ahora por qué es realmente importante
desentrañar cuál fue el camino que tomaron los hunos para llegar al norte de
la Galia? Fue pues, con precisión, sin ambages ni ambigüedades, por
territorio germano.
Y tuvo un doble propósito estratégico: llegar intactos, sin bajas, al lejano
campo de batalla; y aprovechar el tránsito para concretar el más amplio
espectro de alianzas posible. ¡Conceptualmente brillante! Sí pues, ya hacía
cuatro generaciones que los hunos estaban en Europa, y por lo menos dos
controlando completamente los territorios que habían controlado ostrogodos y
visigodos. Los simples pastores y guerreros de emboscada, tras 80 años de
estadía en Europa, y alternando mucho con ellos, habían aprendido
precisamente de los romanos.
(13) ¿Y puede incluirse a los francos dentro de la vasta alianza que se
concretó contra el poder imperial? Sí, claro que sí. ¿De los pueblos
asentados en la Galia y liberados del poder imperial, cuál era el más grande
y poderoso, el que ocupaba el mayor territorio? ¡Los francos! Eran pues, sin
duda alguna, el enemigo más importante de las huestes de Aecio dentro de la
Galia. Y, en tal virtud, aliados naturales del frente antiimperial. Mas
como en relación con los francos hay un aspecto de enorme gravitación,
terminaremos de desarrollarlo más adelante.
(14) Con los borgoñones o burgundios debe razonarse de igual forma como
acaba de hacerse con los francos. Eran pues aliados naturales del frente
antiimperial. Mas el azar habría de jugarles en estas circunstancias una
muy mala jugada. En efecto, estaban asentados precisamente en el territorio
por donde iban a atravesar las huestes romanas en camino al campo de
batalla. Para Aecio le resultaba pues impensable que en el mejor de los
casos se mantuvieran tácticamente neutrales. Porque había el gravísimo
riesgo de que, una vez quedados en la retaguardia, atacaran con ventaja a
las huestes romanas. No hay detalles en la historiografía que permitan
dilucidar exactamente qué ocurrió con los burgundios o borgoñeses. Pero
siendo un grupo significativamente menos numeroso que los francos, resulta
razonable presumir que las huestes romanas obligaron a los burgundios a
incorporarse al ejército imperial y quizá hasta fueron destacados a ir a la
vanguardia, como carne de cañón. Pero así y todo, ¿podía Aecio garantizar
cuán decidida y eficiente iba a ser la participación de éstos en el campo de
batalla? ¿No podrían jugar con éxito un rol saboteador?
(15) ¿Puede a la ligera incluirse a los ostrogodos en la lista de los
aliados contra el poder imperial? No, ello resulta profundamente
inconsistente hasta por tres razones. Ellos, como detenidamente se vio en su
momento, sí fueron seriamente perjudicados con la migración de los hunos a
Europa: terminaron desplazándolos de su territorio, aunque, como también se
vio, no por la fuerza. En segundo lugar, veinte años por lo menos tenían ya
los ostrogodos en el territorio de Italia y en las áreas inmediatamente
vecinas a Suiza y Austria. Y, en tercer lugar, hemos mostrado largamente que
los ostrogodos eran en realidad herederos de viejos contingentes romanos
abandonados en los puestos de los confines del norte del imperio, y cuando
regresaron a Italia lo hicieron para ocupar el poder y no para liquidarlo.
Ninguna de las tres razones avala pues que, en las circunstancias de la
batalla de los Campos Cataláunicos estuviesen como aliados, ni siquiera
tácticos de los hunos.
(16) Por último, qué decir del caso de los alanos. ¿No será suficiente con
recordar que llevaban ya casi cuarenta años en el extremo sur de España, en
torno a Cádiz? ¿Cómo entonces imaginar siquiera que participaron en el campo
de batalla, si por lo demás sabido es que antes que guerreros eran hábiles
comerciantes? No pues, no puede incluírseles en el frente antiimperial. Mas
hay un dato que termina por excluirlos del frente imperial. La
historiografía española sostiene en efecto que, veinte años después de su
llegada al sur de España, los avaros o alanos fueron expulsados de ella por
los visigodos (hacia el norte de África, se entiende) en el año 429. ¿Cómo
pues imaginarlos en el frente imperial, defendiendo los intereses del
imperio, y estando al propio tiempo en el norte de África y el norte de
Francia?
(17) El haber incluido a las tribus germánicas en el frente antiimperial,
hace ocioso dilucidar si fueron o no como auxiliares. No, mucho más que como
auxiliares de abastecimientos o de carga, debe considerarse que los pueblos
germánicos participaron como aliados estratégicos de los hunos.
(18) ¿De dónde sale la especie de que los hunos conquistaron a las tribus
germánicas? ¿A cuál conquistaron? ¿Dónde está la evidencia? ¿Cuándo lo
hicieron? Ésa, entonces, no pasa de ser una afirmación novelesca, reñida con
el criterio científico.
(19) Dado que, como para otorgar mayor credibilidad a la afirmación, se
especifica que los hunos conquistaron a los ostrogodos, vale pues la pena
responder brevemente a ésta que también es una especie de carácter
novelesco. ¿Cuándo conquistaron los hunos a los ostrogodos? En este texto
hemos mostrado que fueron ocupando su territorio y poco a poco
desplazándolos de allí. Pero eso no es conquistarlos. ¿Y entonces, cómo
puede alegre e irresponsablemente hacerse una aseveración como ésa?
(20) No deja de llamar la atención el hecho de que ninguno de los
historiadores consultados incluya en su lista, en una trinchera o la otra, a
los bretones o britanos, los ocupantes del extremo noroccidental de la Galia
y vecinos de los francos. ¿Habiéndose liberado del poder romano virtualmente
a la sombra o en alianza con los francos, podemos imaginarlos en esta
dramática coyuntura en uno u otro lado del campo de batalla. De ningún modo.
Neutrales sí pudieron quedar, ellos sí, su emplazamiento era a ese respecto
ideal. El único riesto que corrían era el de verse abrupta y
desproporcionadamente enfrentados con el ejército imperial si resultaba
triunfante en la batalla y llegaba a cobrarles la indiferencia. ¿Corrieron
ese riesgo? ¿Estuvieron en el campo de batalla? No se sabe. Y como por sus
dimensiones su participación no era decisiva, no tiene sentido conjeturar
más sobre su decisión y/o actuación final. Dejémoslo ahí, sin respuesta.
Pero sí quede con claridad que resulta inadmisible ubicarlos en contra de
los francos y peor aún estando en la retaguardia de éstos.
(21) En definitiva, los razonamientos precedentes permiten afirmar que el
frente antiimperial en los Campos Cataláunicos estuvo conformado por hunos,
francos, hérulos, escitas, sármatas, gépidos, boyos, turingios, y
seguramente otros muchos pequeños grupos cuyo nombre ha sido omitido en las
fuentes por su minúscula importancia militar. Habría eventualmente quedado
como neutral el grupo bretón. Y como aliado implícito y pasivo, aunque con
grandes posibilidades de actuar como quinta columna de sabotaje al ejército
imperial, el pueblo burgundio. En alguna forma lo más relevante de este
razonamiento queda expresado en el Gráfico Nº 35.
(22) Frente a un espectro tan amplio, se dice pues con aparente razón que
Aecio se vio obligado a hacer causa común con los visigodos. ¿Parece lógico,
no es cierto? Pero hay una trampa en el razonamiento. En efecto, Aecio no se
alió con los visigodos para incrementar sus fuerzas, sino fundamentalmente
para no dejar en la retaguardia a un enemigo potencial que, numeroso y rico
como era, podía pues resultar peligrosísimo. Aecio entonces no los llevó
como aliados, sino obligándolos, contra su voluntad. ¿Cómo pudo ocurrir?
(23) Pues como lo declara la propia fuente, pero una vez más sin enjuiciar
su valioso dato: Aecio tomó en calidad de rehén al heredero del trono
visigodo. Fue sin duda suficiente para que el rey dispusiera entonces que su
ejército quedara a órdenes de los oficiales romanos. Chantajista y
extorsionador pues el general romano. ¿Digno líder de una horda? Sí, seguro
que sí. Pero además tomó al rehén porque seriamente sospechaba que si sólo
se tejía una alianza militar con los visigodos, había pues el riesgo de que
a mitad de camino, o, peor, en plena batalla, el rey cambiara de opinión y
convirtiera a su ejército en un devastador enemigo de las huestes romanas,
en tanto estaba mezclado con ellas.
(24) ¿Francos y burgundios se habrían unido al ejército imperial? No pues, o
estaban en una trinchera o en la otra, pero no en ambas. Y ya hemos asumido
cuál habría sido la postura de cada uno de esos pueblos: de ningún modo
estaban los francos en el frente imperial; y los burgundios que fueron
forzados a ir como parte de él, no se habrían comportado precisamente como
los más encarnizados rivales de quienes estaban en la trinchera opuesta.
(25) Siendo que los visigodos, ya en España, alcanzaron a dominar
ampliamente sobre los avaros o alanos, y en el entendido de que si hubo
expulsión se trató de sólo algunos o pequeños grupos, sí puede presumirse
que por lo menos un pequeño contingente joven de éstos fue reclutado como
parte del ejército visigodo (¿quizá también a través de extorsiones?) e
incluido pues en el frente imperial.
(26) Dice pues uno de nuestros autores referidos que, en cierta medida, fue
una batalla de godos contra godos. Si pues, si se incluye como germanos a
quienes no son germanos, como godos a quienes no son godos, como
antiimperialistas a quienes son imperialistas, y como imperialistas a
quienes se oponen a éstos, así pues sí; con esos erróneos datos de origen,
y/o con esas equivalentemente erróneas interpretaciones y valoraciones de
los datos de origen, ¿puede esperarse una conclusión acertada?
Una batalla de godos contra godos no pasa de ser una expresión literaria y
quizá hasta una bella expresión en el contexto de una novela de ciencia
ficción. ¿No era entonces que, de un lado, el grupo más grande estaba
constituido por los hunos, que de godos no tenían nada; y del otro, el
ejército imperial, que de godo tampoco tenía un pelo? ¿Siendo así, cuál es
pues el sustento empírico de la expresión? ¡Ninguno!, porque la confusión y
el enredo mental y documental no es sustento suficiente y mucho menos pues
en términos científicos.
La frase de marras cumple, no obstante, un rol muy importante, caro a la
historiografía tradicional y más caro aún a la oficial: encubre, mimetiza,
deforma la verdad. Sí pues, al sentenciarse godos contra godos queda de
lado el real trasfondo de la batalla: la lucha antiimperialista de los
pueblos sojuzgados, y de los pueblos dominados, y de los pueblos libres pero
gravemente afectados.
Y queda también obviada, soslayada y sin esclarecimiento la cuestión de
quiénes fueron los protagonistas principales en las correspondientes
estrategias guerreras y en las tácticas de la batalla; y qué era pues lo que
finalmente pretendían con ello.
Llenemos entonces nosotros el vacío. De un lado, qué duda pueda caber,
fueron protagonistas Aecio y sus huestes imperiales. ¿Y del otro? ¿Los
hunos? ¿Pero sólo los hunos? ¿Eventualmente los francos, y sólo ellos, dado
que en su territorio habría de librarse la batalla? ¿Quizá ambos? ¿Y quizá
hasta en alianza explícita y en consecuencia preconcebida y bien planeada?
¿Hay razones para suponerlo? Sí, varias y poderosas. Mas sorprendentemente
no están escritas, no hay testimonio crónico de ello. Pero surgen de la
lectura cuidadosa de los hechos, de los resultados definitivos de la
batalla, que difieren sensiblemente de lo que expresan los textos de
Historia tradicional, como bien veremos a continuación.
Entre tanto, merece la pena hacerse otra aclaración. En relación con los
capítulos finales del Imperio Romano, constantemente se cita que de uno y
otro lado de los campos de batalla estaban gentes de los mismos pueblos. De
allí que se diga eso de godos contra godos. Pero en tales casos se obvia
un dato de la Historiografía tradicional que a estos respectos es muy
importante: en el ejército imperial había miles y miles de soldados de los
pueblos conquistados y de los pueblos que, desde la periferia, afluyeron
atraídos durante el mejor momento del imperio. ¿Puede en razón de ello
sostenerse que quienes estaban reclutados dentro del ejército imperial
representaban a sus pueblos y que éstos entonces también luchaban del lado
del imperio? Ello equivaldría a decir que Perú, México, Nicaragua y otros
países invadieron Irak el 2003, porque en el ejército imperial había
soldados nacidos en esos países (cuando bien se sabe que fueron reclutados
en la sede del imperio, adonde llegaron atraídos por el esplendor
centralista del mismo). Cómo pues no hacer una distinción esclarecedora y
tan importante como ésa, que permite obviar el error de seguir hablando de
godos contra godos.
(27) Dice uno de nuestros autores referidos, que por añadidura es profesor
de Historia Antigua en la Universidad de Zaragoza, que la ubicación de los
Campos Cataláunicos es desconocida. No, no es desconocida. La hemos
encontrado en varias fuentes, y, confirmando la validez del dato (a 130140
kms. al este de París), la hemos encontrado pues, no en uno sino en varios
atlas, en varios mapas, y hasta en varios diccionarios. No es pues, ni mucho
menos, un dato refundido.
Pero lo más grave del asunto no es constatar que en realidad quien desconoce
la ubicación del campo de batalla es el referido profesor de Historia
Antigua, y no necesariamente todo el resto de las personas que estudian o
conocen del tema, como ocurriría si el dato fuera efectivamente desconocido.
Lo más grave es pues que queda en evidencia que el citado profesor de
Historia no ha enfrentado el tema en cuestión nunca con ánimo de
investigación, con el ánimo de buscar una verdad que hasta hoy permanece
oculta. Y que tampoco lo ha enfrentado siquiera con el ánimo de dejar de una
vez por todas de repetir y reproducir datos que con una mínima pesquiza se
revelan absolutamente falsos e inconsistentes. ¿Y por qué concluimos que no
ha hecho ninguno de esos esfuerzos? Porque para el caso que nos ocupa el
conocimiento de la geografía juega un papel destacadísimo, aunque sólo fuera
en niveles de detalle como los que mostramos en los Gráficos Nº 34 y Nº 35 y
habremos de ver en el Gráfico Nº 36. No pues para desentrañar las tácticas
militares, que bien tienen tiempo para preocuparse de eso los militares;
sino para desentrañar la gran estrategia, que no es ya asunto estricta y
exclusivamente militar, sino político e histórico. Y, como se verá, un buen
mapa a mano va a permitir mostrar y demostrar que la historia oficial romana
ha engañado trastocando virtualmente todo cuanto ocurrió en la realidad. Mas
será después. Entre tanto, tratemos de aclarar otros desaguisados.
(28) En efecto, se nos dice que, estando supuestamente ganando la batalla,
Aecio, para que no fuera a crecer la soberbia de sus aliados los visigodos
con un triunfo rotundo, alteró su estrategia y sus tácticas, y los despidió
de regreso a España para que el triunfo sobre los hunos y sus aliados fuera
sólo discreto. La supuesta y alegremente aceptada conducta del estratega
romano es inverosímil. Pero sólo pues a la luz de un cierto análisis. ¿Tan
abrumador era ya el triunfo parcial, como para darse el lujo de prescindir
de una parte del ejército en plena batalla? ¿No era ésa la ocasión de
liquidar de una vez por todas un peligro tan grande? Pero como el
historiador que cita el texto no se ha dado el trabajo de hacer análisis,
sino sólo el de trascribir, entonces no solamente no le parece inverosímil,
sino que le parece suficientemente rebuzcado como para que el estratega
merezca de su parte el calificativo de intrigante, que para el caso no es
precisamente descalificador, porque en verdad lo que se pretende es rodearlo
de un áurea enigmática, inasible, mítica, sobrehumana. Al fin y al cabo la
historiografía tradicional se ha encargado de decir que, en razón de todas
sus hazañas, a Aecio se le considera el último de los romanos.
(29) Pues bien, se nos dice que a la postre, en razón de la intrigante
decisión del último de los romanos, desaparecidos los visigodos, los hunos
pudieron escapar. Bueno, hasta allí resulta un desenlace insólito pero en
definitiva verosímil: a punto de perder la vida no sólo la salvaron sino que
hasta lograron escapar. ¿Pero hacia dónde y por dónde? Nadie nos lo dice.
¿Puede dado el vacío conjeturarse? Sí, pero sólo en función de los diversos
datos que vienen a continuación.
(30) ¡Atila reorganizó su ejército! Sí pues, es posible. Ha ocurrido tantas
veces en la historia de la humanidad, por qué entonces no podría hacer
ocurrido con los hunos.
(31) ¡...y al año siguiente invadieron Italia! Esto es, en el 452 dC. ¿Pero
cómo, qué recorrido hicieron? Como se muestra en el Gráfico Nº 36 (izq),
sólo había dos rutas. Una, de regreso por aquella por donde llegaron a la
batalla, pero con el cambio de remontar los Alpes. Y la otra, en dirección
sur y luego hacia el sureste, hacia Italia y Roma. La primera estaba sin
duda libre, pero casi como que representaba reeditar la hazaña de Aníbal de
remontar los Alpes y caer por sorpresa. Era sin duda lenta y fatigante, pero
más aún para un ejército diezmado y con miles de heridos. Pero la otra no
tenía menos inconvenientes. Estaba ni más ni menos que ocupada por el
ejército que los acababa de derrotar. ¿Cómo pues habrían podido pasar por
allí?
(32) ¡El avance de Atila hacia Roma no halló oposición! De hecho, si sagaz y
audazmente, aunque con un ejército maltrecho, optó por el primer camino, qué
oposición iba a encontrar si el mayor destacamento del ejército imperial,
feliz con el triunfo, habría quedado estacionado en la Galia, tras errar
gravemente al asumir que la fuga de los derrotados hunos era íntegra y
definitivamente hacia el este, de regreso a sus territorios de Hungría.
(33) Pero resulta que luego se nos dice que ni siquiera las legiones del
victorioso e intrigante último de los romanos pudieron detenerlos. Lo cual
significa que intentaron detenerlo. Lo cual a su vez sugiere que se cruzaron
en el camino (porque de no ser así se estaría admitiendo la insólita tesis
de que los hunos iban adelante y los otros persiguiéndolos), que volvieron a
enfrentarse y que, entonces, derrotados, no lograron detenerlos.
Así las cosas, o el triunfo de Aecio en la gran batalla de los Campos
Cataláunicos, no habría sido sino de sabor efímero y de pírricos resultados;
o, en su defecto, lo que sería tanto más grave y comprometedor para la
historiografía tradicional: quizá no hubo tal triunfo sino en las crónicas,
que con tanta o mayor capacidad de manipulación que de intriga habría
logrado fraguar Aecio, el último de los romanos.
(34) En la península itálica los hunos habrían (porque ya hay bastantes
razones para empezar a sospechar de toda la información que nos proporciona
la Historia tradicional), habrían pues saqueado Milán, Bérgamo, Brescia,
Verona y Papua, ciudades que quedan todas precisa y sorprendentemente en el
continente y no en la península, como puede apreciarse en el Gráfico Nº 36.
Y se dice que también Aquilea, una ciudad en la costa del Adriático. Pero no
saquearon Roma. Dícese que atendiendo Atila las razones y ruegos del Papa
León I, el Grande. ¿Llegaron realmente los hunos a estar en Roma? Porque
una fuente no especializada pero razonablemente seria sostiene que llegó
casi hasta las puertas de Roma. Es decir que ni siquiera a las puertas,
sino casi a las puertas. ¿Y cuántos kilómetros debe entenderse que es ese
casi?: diez, cien, doscientos. ¿O sea que el Papa salió al encuentro de
Atila, hasta algo más allá de las puertas de Roma? ¿Y si en realidad casi,
casi tampoco se entrevistaron, y no hubo ruegos ni nada que se le parezca?
(35) ¿Parecen forzadas y ridículas las preguntas? De hecho lo parecen. Pero
lo que ocurre es que sobreviene un dato de singular importancia. Dice en
efecto el profesor Fatás, catedrático de Historia de la Universidad de
Zaragoza, que la hambruna y la peste sacaron a los hunos de Italia .
Este dato de pestes y hambruna reviste singular importancia. No es pues, ni
con mucho, como pasarlo a la ligera. Se habría tratado, cuando menos, de la
segunda gran crisis de este género en el imperio. Si la primera de que se
tiene algún reporte, la de San Cipriano, a mediados del siglo III dC, elevó
el precio de una medida de trigo de 6 a 200 dracmas, y ya para el 330 dC
costaba 2 millones de dracmas según refiere Barraclough , ¿a cuánto más no
se habría elevado en la crisis de desabastecimiento y hambruna consecuente
en torno al 450 dC?
Si la primera, que tomó al imperio todavía en su máximo poderío, lo afectó
tanto que sin duda contribuyó a la rebelión e independencia de los francos,
que por su más lejana ubicación respecto del mayor centro de abastecimiento
de trigo (Egipto, y véase nuevamente a este propósito el Gráfico Nº 18),
debieron estar entre los más perjudicados; y quizá debió influir en las
primeras manifestaciones de violencia de los visigodos, coincidentemente en
el 251 y 258259 dC; ¿cuánto más, y lapidariamente debió afectarlo ésta del
450 dC, cuando el imperio realmente agonizaba?
¿Debe cargarse a los hunos también este azote de la naturaleza? ¿No es
verosímil que a raíz de la sequía, las creencias populares, tan cargadas de
supersticiones y fetichismos, tan alejadas de la verdad científica,
relacionaran la sequedad de los pastos con la intencionalmente agigantada
presencia de los hunos, y se tejiera así entonces el estigma de que por
donde pasaba el caballo de Atila no volvía a crecer la yerba?
En fin, recogiendo el conjunto de los datos y presunciones coherentes: (a)
triunfo antiimperial francohuno contra las huestes de Aecio; (b) secuencia
y ubicación de las ciudades saqueadas; (c) ni ingreso ni saqueo de Roma, y;
(d) evacuación forzada por las pestes; el recorrido más probable del
ejército huno es pues el que se presenta a la derecha en el Gráfico Nº 36.
Más aún, el dato de las pestes ayuda a suponer y entender por qué las
derrotadas huestes de Aecio se habrían negado a incursionar en la península
en persecución de quienes a todas luces iban a saquear la sacrosanta capital
del imperio.
Al año siguiente, el 453 dC, ya de vuelta en su sede de Hungría, Atila
volvió a casarse añadiendo una esposa más a su numeroso harén , la misma
que según se afirma era hija de un jefe aliado , germana , para más señas,
en el genérico lenguaje de la historiografía tradicional. Pero
sorprendentemente se nos dice también que murió en plena celebración de la
boda .
Cagliani registra que ya en el año siguiente, en el 454 dC, se agudizaron
las divisiones internas que se suscitaron entre los hunos tras la muerte de
Atila. Y que así debilitados, ese mismo año fueron derrotados por los
germanos, disolviéndose las hordas. El profesor Fatás muestra en cambio
que las revueltas internas se dieron en el 455 coincidiendo
circunstancialmente con el brutal saqueo vándalo a Roma. Y que esa división
facilitó la derrota de los hunos frente a una coalición de gépidos,
ostrogodos, hérulos y otros pueblos.
Para aquél, el peligro había pasado. Y para éste, el triunfo de la
coalición terminó con los hunos como potencia. ¡Los hunos como
potencia!. ¿Cuáles de todas las aseveraciones incluidas hasta aquí en las
que hemos recogido gran parte de lo que la Historia tradicional afirma sobre
ellos, permite llegar a la conclusión de que los hunos fueron una
potencia? Ninguna, pero sí es consistente con la también discutible,
endeble y reiterada afirmación de la historiografía tradicional de que los
hunos fueron los responsables de desatar las oleadas de invasiones.
Si seguimos manteniendo ese erróneo y antihistórico criterio, tendríamos
que admitir también la especie de que si no llegaban los hunos a Europa, el
Imperio Romano se habría mantenido por muchísimo más tiempo, e, incluso, en
el delirio, se mantendría aún vigente.
¿Acaso Egipto colapsó por invasiones extranjeras? ¿Acaso Grecia? ¿O el
Imperio Español del siglo XIX? ¿Acaso la Inglaterra del XIX al XX? Pues
bien, el Imperio Romano tampoco colapsó por la incursión de los hunos.
Recordemos a modo de síntesis acontecimientos que hemos mencionado antes: 1)
el imperio ingresó a una etapa de profundas e irreversibles crisis
económicas, políticas y sociales en las primeras décadas del siglo III; 2)
la sequía de San Cipriano se inició a mediados del mismo siglo III; 3) las
primeras pestes, hambruna y desbocada inflación de que puede hablarse
aparecieron como consecuencia de aquélla; 4) la primera invasión persa y
destrucción de Antioquia ocurrió antes de que se cumpliera la primera mitad
de ese mismo siglo; 4) los francos o franceses o como prefiera
llamárseles se rebelaron contra el imperio a partir del año 259 dC, y las
primeras manifestaciones guerreras de los visigodos han sido fechadas en el
251, el 258259 y en el 269 dC, y, por último; 5) la división del imperio se
oficializó en el 284 dC. Todas, pues, antes de que culmine el siglo III dC.
Es decir, cinco de las más importantes causas que ayudan a entender la
debacle del Imperio Romano se desencadenaron y desarrollaron entre uno y
medio y un siglo antes de la aparición de los hunos en el escenario
asumiendo que ésta se dio en el año 370 dC.
Por añadidura, el historiador norteamericano Robert López reporta que,
dentro de la jurisdicción del ya oficializado Imperio Romano de Oriente, el
emperador Constantino, cuarenta años antes de que aparezcan los hunos,
mandaba encadenar como esclavos a los colonos fugitivos... .
¿Cuáles podían ser esos colonos que hacia el año 330 dC ya fugaban de sus
tierras? Quizá ostrogodos pobres. Quizá vándalos también pobres. Quizá
visigodos sin tierra a quienes los visigodos ricos los tenían como colonos
trabajando las suyas? E incluso quizá avaros o alanos. ¿Huían pacífica y
resignadamente al amparo de las sombras de la noche? ¿No es presumible en
aquellas desventuradas circunstancias imaginarlos asaltando y saqueando
propiedades, y de allí que la represalia imperial fuera tan enérgica?
¿Pero por qué, además, habríamos de descartar la posibilidad de que también
hubiera entre esos colonos fugitivos romanos pobres, que los había, y
muchos, hartos de la crisis que los obligaba a aportar a sus hijos a los
ejércitos de Constantino, o de sus esmirriados bolsillos a las sedientas
arcas del emperador, ya a cambio de nada, o, peor aún, a cambio de una
situación que preveían cada vez más catastrófica? ¿Cómo descartar pues que
Constantino comprobara, con desesperación e ira, que fugaban abandonando sus
tierras, tanto romanos como bárbaros de todas las tribus y colores?
Pues bien, todo ello, cuarenta años antes de que los hunos asomaran sus
narices por Crimea.
Y adicionalmente, ¿puede atribuirse a los hunos la inaudita ceguera de la
élite imperial romana, que en el contexto de una crisis generalizada y cada
vez más grave, se enfrentaron en suicidas guerras civiles como las que se
dieron en el 388 y el 394 dC ; ¿esto es, cincuenta y cuarenta años antes de
que se reportaran los que debe suponerse los primeros triunfos de los hunos
que dieron origen a que cobraran cupos al poder en Constantinopla?
Qué duda cabe, en ese agravado contexto, entonces, y sin remedio, los hunos
se constituyeron en una suerte de golpe final para el imperio, en la gota
que derramó un vaso que ya estaba repleto. Si los hunos se presentaron en la
frontera del territorio imperial en el año 370 dC, su estadía de apenas 80
años, con no más de 40 de acciones de violencia, sólo en las dramáticas y
aciagas circunstancias del imperio en que aparecieron y actuaron, puede
realmente entenderse como prolongada y definitoria. Pero, categóricamente,
nada de ello implica que fueron los responsables de todos los males, de
todas las calamidades, y, menos pues, de la debacle del imperio. Esta
especie sólo cumple una función, distorsionante y alienante: exculpar al
poder imperial de la infinita serie de barbaridades cometidas, que
desataron, real y objetivamente, el germen de su propia destrucción.
En cuanto a Atila mismo, a quien se le atribuye haber nacido en torno al año
406 dC , vino entonces al mundo cuando sus padres llevaban ya algo más de
tres décadas estacionados en los valles de Hungría, en tierras de los
ostrogodos, pero aún eran vistos como rústicos pastores sin casas. No había
nacido cuando los visigodos estremecieron al dividido y desfalleciente
imperio con su sensacional triunfo militar en Adrianópolis. Y sólo tenía
cuatro años cuando los mismos visigodos devastaron Roma en cruento saqueo.
A diferencia de Alarico, Teodorico, Genserico y otros, y a diferencia de
Julio César, Nerón, Constantino y otros, tan bárbaros y crueles como pudo
ser él, Atila era el único cuyo origen, a pesar de haber nacido e incluso se
cree que educado en Constantinopla, podía reputarse absolutamente ajeno a
Europa. Era pues el personaje ideal al cual endosarle todos los males,
propios y extraños, previos, contemporáneos y posteriores a su propia
existencia. Y bien se sabía que, estigmatizado como había quedado, no habría
en la faz de la Tierra quien reivindicara con objetividad que lo suyo no fue
de ningún modo más dañino que lo de otros, pero, con toda seguridad, sí fue
menos agravante que otras de las muchas causas que trajeron abajo al
gigante.
Nada lo convierte en un santo digno de devoción de nadie (con escrúpulos y
valores), ni siquiera el hecho más mítico que probado de haber respetado
la integridad de Roma y los también supuestos ruegos del Papa. Pero de allí
al azote de Dios hay una distancia enorme. Casi podría decirse que Roma y
la Historia tradicional han hecho de Atila de primero de los malhechores
con los que se inauguró esa nefasta prensa amarilla que da a los criminales,
hasta el día de hoy, más tribuna y difusión que a hombres y mujeres que
realmente serían dignos de ella.
¿Quiénes finalmente derrotaron a Atila y los hunos? ¿Puede aceptarse, como
se afirma en la Historia tradicional que fue sólo una coalición de gépidos,
ostrogodos, hérulos y otros pueblos, enfrentamiento para el que, dicho sea
de paso, no se da la más mínima explicación? ¿Y qué fue de los hunos después
de aquello? ¿Desaparecieron del mapa? ¿Habrían marchado de regreso los
mismos 10 mil kilómetros por donde vinieron sus antepasados cinco
generaciones atrás?
¿Debemos echar por la borda todos y cada uno de los datos que se nos
presenta, algunos de los cuales pueden ser objeto de análisis para entender
cuál habría podido ser su suerte final? Sí pues, hay elementos suficientes y
suficientemente importantes como para asumir que no fueron solamente los
hombres (aquella supuesta coalición) quienes al cabo derrotaron (¿y
liquidaron?) a los hunos.
En efecto, es muy probable que la naturaleza, como en otros episodios de la
historia, haya jugado también un papel decisivo. Los hunos fueron el primer
gran pueblo del lejano centro de Asia que tuvo contacto masivo con
Occidente. Vinieron hacia él, estacionándose por casi un siglo, y respiraron
en Europa el inflamado aire que contenía millones de gérmenes desconocidos
para ellos. ¿Con cuántas enfermedades, contra las que no tenían defensas, se
encontraron? Nunca hemos leído nada al respecto. Mas no es necesario que se
nos diga. La pregunta, bien lo sabe la ciencia y en particular la
epidemiología de hoy, tiene una respuesta casi axiomática: con varias y
quizá con muchas enfermedades, todas las cuales debieron tener consecuencias
diezmantes para los hunos pero también para los otros, sus anfitriones
europeos.
Al desastroso impacto de enfermedades desconocidas probablemente se sumó el
efecto del drástico cambio climático temperaturas y humedades distintas a
las que estaban acostumbrados, pero, sobre todo, las consecuencias del
radical cambio de régimen alimentario que tuvieron que soportar en Europa.
Esa sumatoria de causas naturales no es en modo alguno despreciable.
Cargado de maledicencia, de morbosa ingenuidad, o lisa y llanamente de
puerilidad, cuántas veces se ha repetido que Atila celebrando su boda (...)
cayó hacia atrás debido a su borrachera y, al producirse una hemorragia
nasal, se ahogó en su propia sangre al no poder levantarse . Aceptemos que,
producto de una supuesta feroz borrachera, Atila no pudo levantarse. Eso,
para hablar también en términos prosaicos, ocurre y ha ocurrido hasta en las
mejores familias. ¿Acaso la historiografía no nos habla de reyes europeos
que igualmente ebrios caían desplomados sin sentido? ¿Pero tenemos que
aceptar que, en medio de su boda, rodeado de cientos de familiares, amigos,
aliados y admiradores, no hubiera uno, ni siquiera uno, que atinara a
levantarlo? Es pedírsenos demasiado. Quizá realmente Atila murió de
hemorragia nasal, pero sin duda después de desesperados aunque vanos
intentos de sus familiares y amigos.
¿Qué causas dan origen a hemorragias incontrolables como la que habría
sufrido Atila y como él muchos otros hunos? Entre otras, el
envenenamiento. Atila pudo por ejemplo ser envenenado en el tráfago de la
fiesta. Si se pudo envenenar a emperadores romanos igual pudieron sus
enemigos envenenar a Atila. Por otro lado, la hemofilia, que también produce
hemorragias, es no obstante un argumento endeble para este caso: sin duda el
rey de los hunos sufrió mil heridas desde niño. Así, alternativa pero
también complementariamente al envenenamiento, asoma con verosimilitud la
hipótesis del escorbuto, el mismo escorbuto que tanto afectó a los
navegantes de Europa siglos después. En efecto, la aguda falta de vitamina C
se origina en los drásticos cambios de alimentación en los que deja de
ingerirse frutas, entre otras cosas. Pero también la ausencia de otros
alimentos a los que estaban acostumbrados pudo afectar pues a los hunos.
Ciertamente no nos preocupa desentrañar las causas de la muerte de Atila.
Ello nos tiene sin cuidado. Pero sí es importante, siguiendo la pista de la
presumida modalidad de su muerte, tratar de explicar la supuesta pero nunca
bien sustentada desaparición de los hunos del escenario de Europa. Sin que
estuviera en sus propósitos, contribuyeron significativamente a la caída
definitiva del imperio, y a la liberación final de muchos pueblos que habían
estado por siglos dominados por los romanos; pero aparentemente
desaparecieron, sin pena ni gloria, y con las manos vacías. En definitiva,
creemos que la naturaleza, una vez más al margen de la voluntad de los
hombres, pudo jugar un rol decisivo en la vida de los hunos, enfermándolos y
debilitándolos, ayudando así a minimizar su importancia desde las
postrimerías del siglo V. He ahí un reto para la medicina arqueológica.
La reflexión sobre el oscuro y silenciado final de los hunos es válida por
el hecho de que ellos, de haber tenido completo éxito, de haber sido
realmente una potencia como a la ligera se afirma en la Historia
tradicional, habrían sido el primer pueblo en la historia de Occidente en
posesionarse del territorio de un imperio y sustituirlo, conformando otro y
prolongando así el sojuzgamiento de los pueblos que había conquistado el
poder romano. Sin embargo, como está dicho, ello no ocurrió. Mas no porque
los pueblos uno tras otro, masiva y tercamente lucharan contra la dominación
de los hunos. Sino porque éstos, además de las comprensibles luchas
fratricidas a la muerte de Atila (como a la muerte de todos los grandes
caudillo), habrían perdido toda fuerza y empuje casi diezmados más por
azotes de la naturaleza que por armas enemigas.
Pero ello no significa, ni mucho menos, que no quedó huno sobre la tierra. Y
resulta igualmente inverosímil imaginar a los sobrevivientes emprender la
larga marcha de retorno a Mongolia. Habrá pues que bucear en la historia
subsiguiente de Hungría y Rumania que por cierto no acometeremos aquí,
para ver si se hallan o no más pistas de ellos. Nuestra hipótesis es que sí.
Y que siguieron allí hasta quedar total y completamente mezclados y
mimetizados con las poblaciones que en esos territorios se asentaron en los
siglos siguientes, entre ellos los magiares, a los que extraña, muy extraña
y sospechosamente, también se reputa provinieron del Asia. ¿Será difícil
probar el emparentamiento de hunos y magiares? ¿No serán éstos herederos de
aquéllos? ¿Podrá la medicina moderna prueba de ADN de por medio probar o
descartar la hipótesis, no vale acaso la pena?
Como fuera, y dado que no correspondió a los hunos, las primeras
experiencias de posta entre un imperio y otro, quedaron reservadas para
México y los Andes, para diez siglos después, cuando el Imperio Español
sustituyó, sin solución de continuidad, al Imperio Azteca, primero, y al
Imperio Inka, después, en la dominación sobre un sinnúmero de pueblos
mesoamericanos y andinos, respectivamente.