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Alfonso Klauer
Los que huyeron del terror romano
Los anglos, pictos y escotos, para su fortuna, pero no porque la voluntad lo
decidiera, asentados en las islas británicas, estaban apenas separados del
continente por el estrecho Mar del Norte. Lograron pues trasladarse hasta la
margen derecha del Rin. Otros, como los belgas, helvecios y otros pueblos
asentados en la margen izquierda del Rin, entre los que también había
germanos, tuvieron la también la circunstancial y no deliberada chance de
estar próximos para cruzar el río y trasladarse a compartir el frío y poco
poblado gran territorio de Europa del Norte con los germanos de la ribera
derecha y otros pueblos de la zona. También ello, sin duda, debió ocurrir
con los bávaros, los eslavos y otros pueblos de la margen derecha del
Danubio, que también se desplazaron a territorio germánico.
Los germanos de Europa del Norte dijo Julio César:
tienen por la mayor gloria (...) que todos sus contornos por muchas leguas
estén despoblados .
El casi desocupado territorio se prestaba pues para ser invadido por quienes
precipitadamente huían. Pero ¿por qué desocupado territorio? podemos
preguntarnos. Pues porque el área era agrícolamente muy pobre, comparada
por lo menos con el de Francia. El propio Julio César lo expresó en los
siguientes términos:
no tiene que ver el terreno de la Galia con el de Germania.
Pero, así como la agrícola, la producción minera de esos territorios de
Europa del Norte tampoco fue ambicionada por los emperadores romanos, que
bien sabían que en dichos rincones era escasa.
Todo apunta a pensar pues que la Europa del Norte, a la derecha del Rin y
sobre la izquierda del Danubio, fue el territorio de refugio de los pocos
pueblos que, estando en las inmediaciones, pudieron llegar hasta allá para
en palabras de Aulo Hircio , romano con el que más:
evitar el yugo del imperio.
Y así lo hicieron. En este caso, entonces, también fueron las circunstancias
y no fundamentalmente su voluntad la que definió la conducta de esos
pueblos.
Son sin embargo necesarias algunas precisiones para afianzar el valor de la
hipótesis de que Europa del Norte fue una zona de refugio en la que miles y
miles de hombres escaparon del yugo romano. Durante el proceso inicial de
expansión del Imperio Romano, y desde mucho tiempo atrás, en efecto, los
germanos, ambicionando las ricas tierras al oeste o izquierda del Rin, es
decir,
atraídos de la fertilidad del terreno
como admite el propio César , sin ambages y en elocuente prueba de cómo
tanto los romanos como los no romanos valorizaban la riqueza natural
disponible, cruzaban constantemente el río e invadían las tierras de los
galos, belgas y suizos. César se dice a sí mismo en sus memorias:
...es quien, o con su autoridad y el terror de su ejército (...) o en nombre
del Pueblo Romano, puede intimidar a los germanos, para que no pase ya más
gente los límites del Rin, y librar a toda la Galia de la tiranía de [los
germanos] e imponer la tiranía romana, hay que agregar.
Sin duda, y desde siglos atrás, los germanos, huyendo del frío o para
aprovisionarse para el invierno, cruzaban el Rin hacia el oeste, saqueando,
capturando rehenes y en general aterrorizando a sus víctimas . En algún
momento anterior, sin embargo, y muy posiblemente en presencia de clima
cálido, como refiere el propio César se había experimentado el proceso
contrario: los galos invadían las tierras de los germanos, al otro lado del
Rin . Se trataba entonces de pueblos que por centurias se disputaron y
guerrearon por los mismos territorios, quizá fundamentalmente en razón de
las variantes circunstancias climáticas tal como a título de hipótesis
planteamos en el Gráfico Nº 21. Mas en el período en que se dieron las
avasallantes conquistas militares de Julio César, el predominio militar
sobre sus vecinos lo habían estado teniendo los germanos.
Pues bien, durante sus campañas en lo que hoy es territorio de Suiza, Julio
César afirmó que a imitación de viejas prácticas que para su época dio
cuenta Herodoto , miles de hombres, conjuntamente con sus ancianos padres,
mujeres e hijos, huyendo del terror germano, habían abandonado sus
tierras: 36 000 tulingos (o turingios, que no serían otros que los
suizoitalianos, de la vecindad del Turín de hoy); 32 000 boyos (o bávaros,
que a su vez no serían otros que los suizoalemanes, de las proximidades de
la Baviera de hoy); así como 273 000 suizos (que bien podemos presumir eran
suizofranceses); y, entre unos y otros, 92 000 adultos en edad de trabajar
y guerrear.
...entre todos componían trescientos sesenta y ocho mil,
anota escrupulosamente el guerrero y cronista romano . ¿Debemos aceptar al
pie de la letra que, como dice César, aquellos hombres tan cuidadosamente
censados en verdad huían del terror germano?
De los 368 000 que habían escapado, el conquistador sólo logró hacer
regresar a 110 000 como él mismo admite . Es decir, a sólo uno de cada
tres. En otros términos, siete de cada diez, no regresando a sus tierras,
mostraban que, más que a los germanos (a cuyas tierras fueron a parar),
temían a los romanos (de cuyas manos escapaban). ¿No ha sido acaso el propio
César el que nos ha dicho que se tenía terror de su ejército?
Sí, ese terror ya lo habían experimentado los eduos, santones, tolosanos,
centrones, gravocelos, caturiges, voconcios, segusianos, ambarros y
alóbroges, todos los cuales, además de perder las guerras, además de
entregar alimentos y animales a los ejércitos conquistadores, habían tenido
que entregarles como rehenes a muchos de sus hijos e hijas.
Como lo reconoce el propio Julio César, muchos de los pueblos con los que
guerreaba estaban absolutamente dispuestos a abandonar sus tierras y
refugiarse en territorios propios o extraños pero lejanos, en vez de
someterse al yugo del conquistador. Llegado el momento, se proveían de
harina para tres meses de caminata, prendían fuego a sus comarcas y quemaban
el resto de las cosechas y sembríos
para que perdida la esperanza de volver a su patria, estuviesen más prontos
a todos los trances...
Habrá de ser el mismo César el que nos dé la pauta del destino geográfico de
los grupos de boyos que huyeron. En efecto, éstos antecesores de los
suizoalemanes y de los bávaros de hoy, que por cierto también eran
germanos, atravesando unos el Rin y otros el Danubio, se habrían dirigido al
norte de su propio territorio que como informa César, limitaba con el de
los pueblos noricos , a los que hoy identificamos como nórdicos. Por su
parte, los grupos de tulingos o turingios antecesores de los
suizoitalianos de hoy, atravesando también el Rin, se habrían refugiado en
una probablemente poco hospitalaria y despoblada selva germana, a la que
habrían terminado dando el nombre con la que hasta hoy se le conoce: Selva
de Turingia.
Por último, puede razonablemente presumirse que similar fue el destino de
aquellos grupos a los que César denomina simplemente helvecios y que por
descarte asumimos que se trata de los antecesores de los suizofranceses de
hoy. Los que fueron recapturados habrían sido aquellos que erróneamente se
dirigieron hacia el oeste y el noroeste de su territorio. El resto, la
mayoría que exitosamente alcanzó a autoexiliarse, coherentemente con la
pauta que ofrece el mismo César, habría pues terminado alojándose en el
territorio germano de la Europa del Norte, quizá al cabo de varias etapas, y
quizá por diversos caminos. En efecto, César informa de 6 000 helvecios de
un cantón suizo que
se retiraron hacia el Rin y las fronteras de Germania .
Efectivamente, entonces, los territorios de Europa del Norte, en general, y,
dentro de ella, los de los germanos, en particular, habrían servido como una
suerte de refugio universal. Ésa fue la única área de Europa Occidental
que nunca llegaron a conquistar los romanos. Fue pues, a la postre, un
refugio seguro.
Es verdad, como ya hemos indicado, que en los escritos de César y a partir
de ellos en la historiografía tradicional, se insiste bastante en que
muchos pueblos, entre los que se encontraban los suizos, galos y belgas,
temían y odiaban a los germanos que constantemente los invadían desde el
otro lado del Rin. ¿Cómo explicar, entonces, que las víctimas de los
germanos fueran a refugiarse en el territorio de éstos? Quizá para otras
circunstancias sería suficiente para resolver esa aparente inconsistencia
con recurrir al principio estratégico según el cual los enemigos de mis
enemigos son mis amigos. En virtud de ello, ante la ferocidad mostrada por
los romanos, muchos de los pueblos que eran enemigos entre sí habrían
realizado alianzas para neutralizar o luchar contra el enemigo común o para
escapar de él. Sin embargo, no será necesario incurrir en especulaciones
gratuitas cuando, una vez más, es el testimonio del propio César el que
termina resolviendo la aparente inconsistencia. En efecto, César admite, por
ejemplo, que se vio obligado a desplegar grandes esfuerzos
para impedir que (...) se coliguen naciones tan poderosas como los galos,
los belgas y los germanos .
Las referencias de César a este tipo de alianzas tácticas son innumerables
y, en general, sus protagonistas estuvieron repartidos en toda Europa, tanto
en la continental como en la insular. Así, él mismo informa que los pueblos
de Bretaña, antes de que sus ejércitos invadieran la isla, abiertamente
habían apoyado a los galos en su lucha contra los romanos .
Ante tan inobjetables evidencias, ¿cómo desconocer, entonces, que, en el
contexto de esas alianzas, y sin otra alternativa de por medio, los germanos
de la margen derecha del Rin y de la izquierda del Danubio, así como los
nórdicos, accedieran a acoger en su vasto, despoblado y frío territorio a
miles y miles de hombres, mujeres y niños que huían del yugo romano? Si,
como puede presumirse, más de 250 000 huyeron durante las campañas de Julio
César, ¿cuántos más no habrán hecho lo mismo en los siguientes 300 años del
imperio?
César, reiteradamente, nos ofrece la evidencia de pueblos que, ante la
ostensible disparidad de fuerzas, huían de la amenaza de los ejércitos
romanos y se refugiaban en las entrañas de los bosques, esparciéndose
por todas las partes de la selva ;
los vecinos al Océano en los islotes
que suelen formar los esteros , etc.
Y más aún, algunos pueblos, no obstante habitar en las tierras orientales
del Rin
desde que supieron de cierto la venida de los romanos (...) se habían
retirado tierra adentro a lo último de sus confines .
En fin, como admite César:
cada cual se guardaba donde hallaba esperanza de asilo a la vida, o en la
hondonada de un valle, o en la espesura de un monte, o entre lagunas
[inaccesibles] .
En síntesis, pues retomando la hipótesis general, parte de la población de
algunos pueblos como los anglos, sajones, galos, belgas, suizos y otros, y
porque estuvo a su alcance, eligió la paz, pero al precio de abandonar sus
preciadas tierras ancestrales. Ello sin embargo no fue suficiente para
evitar todas las consecuencias de la agresión imperial. En efecto, los
millares y millares de hombres que como se ha visto lograron escapar hacia
Europa del Norte, ciertamente no fueron conquistados, pero sufrieron,
durante siglos, los rigores del destierro. Mas, como si ello no bastara, ese
destierro al propio tiempo forzado y voluntario ha dado origen como
veremos más adelante, a gruesas incomprensiones y distorsiones
historiográficas.
Pues bien, a diferencia de los que pudieron huir, la mayoría de los pueblos
conquistados por los romanos no tuvo alternativa. Tuvieron inexorablemente
que resignarse a sufrir el alto precio de la conquista: fue el caso de todos
los habitantes de la península ibérica, y de casi todos los galos, rumanos,
griegos, armenios, sirios, libaneses, palestinos, israelíes, egipcios,
libios, tunecinos, argelinos y marroquíes. Sin haber elegido la guerra
fueron obligados a sufrirla en todos sus extremos. Amantes de la paz en
tanto que como afirma el propio César naturalmente (...) celosos de su
libertad y enemigos de la servidumbre, fueron obligados a la guerra; y
como admitirá en otro momento fueron obligados a sentir
en el alma el haber perdido la soberanía
.
Mal puede entonces seguirse insistiendo, con tanta superficialidad y
simplismo, y con tanta irresponsabilidad y desvergüenza, que todos los
pueblos pueden elegir la paz, o, a la inversa, que todos pueden elegir la
guerra. Ni una ni la otra dependen sólo de los pueblos y sus gobernantes.
Por lo general, como está visto, más que la voluntad de las víctimas pesan
las circunstancias en las que se catapulta un pueblo hasta convertirse en
conquistador y protagonista de un imperio.
Pues bien, el éxodo a la vez forzado y voluntario que hemos analizado
extensamente, no fue la única modalidad de destierro que se conoció durante
el Imperio Romano. En efecto, como ya habían realizado los imperios de
Mesopotamia, Egipto, Grecia, y como también haría siglos más tarde el
Imperio Inka en los Andes, los romanos desplazaron grandes contingentes
militares a expandir primero el imperio y a cuidar luego las fronteras del
mismo a sus cada vez más alejados y remotos confines.
Pero, además, en el contexto de las conquistas imperiales, otra forma de
destierro la experimentaron las poblaciones conquistadas que,
compulsivamente, fueron desplazadas desde su tierra natal a diversos
espacios dentro de los límites del imperio, por lo general a poner en
producción tierras eriazas. Esa modalidad la aplicaron sistemáticamente los
romanos en Europa. César, sin embargo, alude indirectamente a ella en una
sola ocasión, cuando, hablando de los suizos, afirma que
estaban ellos prontos a ir y morar donde [él] lo mandase y tuviese por
conveniente .
Bien puede ponerse en duda sin embargo que los suizos y cualquier otro
pueblo estuvieran prontos a ir donde al conquistador viniera en gana, o,
si se prefiere, voluntariamente dispuestos a desarraigarse de sus tierras.
A ese respecto, el prestigioso historiador español Rafael Altamira afirma
categóricamente que los romanos cuando hallaban gran resistencia [entre las
poblaciones de la península] aplicaban procedimientos duros y crueles,
desterrando a puntos lejanos grupos enteros de población... .
No puede soslayarse sin embargo que, en una nueva y deplorable omisión, la
historiografía tradicional no haya seguido el rastro de esos desplazamientos
forzados, y menos pues se haya señalado los parajes a donde fueron
confinados. Ese vacío, ese silencio, ha dado lugar como trataremos de
mostrar a errores de análisis e interpretación, tan mayúsculos que su
corrección podría dar origen a un sensacional vuelco respecto de las más
comúnmente aceptadas tesis sobre la caída del Imperio Romano.
Pues bien, el Gráfico Nº 22 muestra, pero ya para el siglo III dC
constatándose así el vacío al que acabamos de referirnos, es decir, ya
sólo para las postrimerías del imperio, la ubicación de los principales
pueblos bárbaros de Europa, dentro y fuera del territorio imperial. De él,
sin embargo, tras excluir a los pueblos que deliberadamente huyeron del
terror romano, deduciremos cuáles habrían sido entonces los herederos de
grandes grupos que los romanos arrancaron de sus tierras para
transplantarlos en otros y lejanos territorios.
Se reconoce pues a los sajones (1) y a los anglos (2) que, como venimos
asumiendo, serían los descendientes de aquellos que, cuatrocientos años
antes, habrían fugado de Inglaterra poco antes y/o durante la conquista
romana a la isla.
Se identifica también a los francos, en la margen derecha y central del Rin
(3), que no serían sino herederos de aquellos grupos de galos y belgas que
escaparon de las manos de los ejércitos de César. En la vecindad, en menor
número, estaban los burgundios, que no por simple casualidad habían sido
también sus vecinos antes de partir: los borgoñeses, viejos habitantes de
la Borgoña francesa.
Están además los lombardos (4), casi en la cabecera izquierda del Danubio.
¿Cómo y de qué lugar habrían llegado los lombardos? No se nos dice. No
obstante, ¿no es acaso Lombardía la amplia zona del norte de Italia a la que
pertenece Turín? ¿No resulta entonces consistente asumir que los lombardos
no eran sino los descendientes de los tulingos o, mejor, turingios que
mostró César abandonando sus tierras para escapar del yugo imperial?
Todos los anteriores, pues, pertenecerían a la luz de la primera hipótesis
que venimos planteando sobre este tema, al conjunto de pueblos en los que
una parte significativa de su población, forzada pero también
deliberadamente, migró para escapar de las garras del imperio. ¿Formaban
también parte de ese conjunto los marcomanos, erulos, jutos y gepidos a los
que Barraclough ubica en uno de sus mapas ? Quizá.
Pero asimismo encontramos a los germanos (5), básicamente en el territorio
de lo que es la Alemania actual. Unos, quizá la minoría, habían llegado del
otro lado del Rin. Para la inmensa mayoría, sin embargo, ése era su
territorio ancestral y del que nunca tuvieron que migrar.
Pero había además dos grupos de ostrogodos (6), unos en la margen izquierda
y central del Danubio, y otros en torno a las nacientes del Vístula. Mas
sobre ellos haremos un mayor desarrollo inmediatamente después, porque se
trata de un caso sobre el que planteamos una segunda hipótesis.
Y el gráfico muestra por último a los suevos (A) también llamados cuados y
quades , según parece por deformación fonética del nombre; y a vándalos
(B), visigodos (C), avaros (D) y alanos (E). Sus casos ameritan también un
mayor desarrollo, en tanto permiten plantear a su vez una tercera y
diferente hipótesis.