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Alfonso Klauer
LAS GRANDES OLAS DE LA HISTORIA
3) Hegemonía imperial
En todas y cada una de las grandes olas de la historia de Occidente,
aquellas pues que la historiografía tradicional denomina grandes
civilizaciones, los pueblos que fueron sus principales protagonistas han
alcanzado la cima de la ola sólo después de constituirse en el centro o
poder hegemónico de un imperio.
Imperio
Mas, ¿qué es, o cómo se define imperio, ese término al que tanto se
recurre en éste como en muchísimos otros textos? ¿Es oportuna y relevante la
pregunta? Sí, contra todo cuanto pueda pensarse, sigue siendo y es oportuna
y relevante porque, aunque cause asombro, no existe en la Historia, ni en el
resto de las ciencias sociales, una definición consensuada, explícita, de
sentido unívoco, preciso e indubitable del término. No obstante, imperio
es, sin género de duda, uno de los términos más importantes,
característicos y recurrentes en Historia . ¿Cómo entonces insistimos, no
tiene una definición científica y técnicamente solvente y válida (porque las
que ofrecen los diccionarios de la lengua son para todos sus efectos
inservibles)?
¿Cómo entender podemos pues todavía preguntarnos , que el concepto
imperio no esté definido en un texto tan significativo y especializado
como el Diccionario de términos históricos, donde sí figura en cambio
imperialismo, extrañamente definido como adquisición y administración de
un imperio.... Y que no aparezca en el Diccionario del mundo antiguo, donde
en cambio aparece imperium, definido como poder originario y soberano de
vida y muerte (...) del que eran investidos los altos magistrados
[romanos].... Pero paradójica, y al propio tiempo muy reveladoramente, en
uno y otro diccionario están sin embargo definidos con precisión conceptos
tan poco trascendentes como, por ejemplo, infangentheof (ladrón...) e
impilia (medias o polainas...). ¿Será, como seguimos creyendo, que la
Historia tradicional sigue aferrada a conocer y definir lo banal, y mantiene
incólume su postura de desconocer y mantener en la indefinición y la
ambigüedad lo realmente importante y trascendente?
Como fuera, hay pues todavía lugar a insistir en nuestra propuesta de
definición :
Imperio es el dominio (estructural y sistemático) que ejerce un pueblo,
nación y/o Estado (hegemónico) sobre otro u otros pueblos, naciones y/o
Estados (sojuzgados y/o dominados), y a través del que aquél obtiene
beneficios objetivos (identificables y mensurables) a costa del perjuicio
objetivo (también identificable y mensurable) de éstos.
Ése pues es el concepto de imperio con el cual venimos trabajando en este
texto y con el cual hemos trabajado la colección de nuestros textos de
Historia . La definición de hegemonía, sin embargo, la presentamos más
adelante.
Pues bien, de esa definición de imperio se coligen varios aspectos
sustantivos que merecen ser destacados. En efecto, debe en primer lugar
relievarse que hace referencia a un hecho humano, esto es, da cuenta de un
asunto que pertenece estrictamente a la esfera del hombre. Mal puede pues
con esa definición hablarse del imperio del león en la selva, por ejemplo.
Pero hace también referencia, en segundo lugar, a una hecho social, esto
es, no a un hecho o acto individual, sino a uno en el que los involucrados
son muchas personas e incluso muchos pueblos. Mal puede pues hablarse, en
tal sentido, y por ejemplo, del imperio de Augusto, para hacer referencia al
poder que ejerció ese personaje romano.
Pero además, en tercer lugar, dentro de lo específicamente humano y de lo
específicamente social, hace referencia a una relación, esto es,
privilegia el aspecto relacional entre las partes y, estrictamente, entre
los pueblos, naciones y/o Estados involucrados, por encima de la
consideración de que unos y otros constituyen un cuerpo colectivo. Así, la
definición busca destacar la relación que existente entre el pueblo
conquistador y los pueblos conquistados, más que presentar al conjunto de
todos ellos, en abstracto, como un grupo social.
Debe en cuarto lugar destacarse que se trata de un tipo de relación muy
particular, y, específicamente, de una de carácter asimétrico. No se trata
pues de una relación entre pares o iguales que mutuamente se reconocen con
pesos o poderes equivalentes. Sino de una relación en la que una de las
partes, la hegemónica, no sólo tiene más peso o poder que cada una de las
otras, sino incluso más que la suma del peso o poder de todas las otras.
Así, en quinto lugar, debe también relievarse que se trata de una relación
duradera, estructural y sistemática, y no pues de una relación efímera o
circunstancial, como la que se traba en una guerra, aun cuando ésta conlleve
anexión de territorios del vencido por parte del vencedor.
Pero además, y en sexto lugar, siendo como es una relación de dominio
estructural y sistemático, debe inexorablemente admitirse que se trata de
una relación deliberadamente establecida por el pueblo hegemónico. Porque
resulta inaceptable que se siga creyendo que, al margen de la voluntad de
los conquistadores, a los imperios los crean las circunstancias, o son una
consecuencia inesperada del devenir de los hechos. No, en todo tiempo y en
todo espacio, el conquistador ha actuado y actúa siempre a voluntad, por
decisión propia y sin atenuantes de ninguna especie. Y más todavía cuando se
tiene en cuenta que lanza a sus ejércitos mucho más allá de sus fronteras.
En sétimo lugar hay que destacar el carácter intrínseco y ostensiblemente
dañino y destructivo que para los pueblos dominados representa la relación
imperial. Ninguno de los pueblos sometidos a la fuerza por sus
conquistadores ha escapado a esta ley inexorable, al extremo que sólo al
cabo de siglos logran recuperarse. En tal virtud, las simpatías por los
imperios no representan sino las simpatías por el conquistador. Y las loas
al supuesto favorable saldo de las conquistas y colonizaciones no son sino
las autoalabanzas que, comprensible y explicablemente, se propinan a sí
mismos los conquistadores. Pero, sin duda, ni las simpatías de terceros, ni
las autoalabanzas, corresponden a una posición objetiva y desapasionada, y
menos pues pueden desprenderse del análisis y del enjuiciamiento científico.
Destacaremos por último, y en octavo lugar, que cada vez que hablamos de
imperio estamos pues abordando un hecho histórico, verificable en el
tiempo y en el espacio, con protagonistas de carne y hueso; y no pues, como
figura en muchos diccionarios, de un estilo artístico, o del período de
gobierno de un emperador, o del abstracto predominio de la ley.
Pero no obstante cuanto se ha anotado, todavía de la definición dada puede
colegirse que, mientras todos los pueblos imperiales son hegemónicos; no
todos los pueblos hegemónicos, necesariamente, constituyen imperios. Porque
puede haber hegemonía de un pueblo sobre otros, a través de la tecnología o
el comercio, por ejemplo, sin que se dé un dominio estructural y sistemático
que, necesariamente, suponga perjuicio para éstos. E incluso puede haber
perjuicio, como cuando hay fraude, sin que se esté en presencia de una
relación imperial.
Y no puede obviarse que es también característico de la relación imperial la
disolución o sometimiento absoluto de los aparatos estatales de los pueblos
conquistados. Cuando subsisten, pasan a formar parte del aparato estatal
imperial. Pero por lo general como intermediarios o visagras entre el poder
imperial y las poblaciones de los pueblos conquistados. Ello se da, casi
invariablemente, allí donde conquistador y conquistado tienen lenguas
diferentes.
No es difícil constatar que, en torno al concepto imperio, prevalecen en
los textos imágenes que, además de imprecisas y ambiguas, son profundamente
erróneas y distorsionantes. En la historiografía tradicional, y, por
consiguiente, para la inmensa mayor parte de las personas, el Romano es el
imperio por antonomasia. Refirámonos pues a él para mostrar las
imprecisiones y distorsiones que más frecuentemente se ha presentado y que
costará muchísimo trabajo erradicar.
Por de pronto, y en primer lugar, la sola denominación Imperio Romano a
muchísimas personas les evoca simpatía. ¿Pero acaso a esas mismas personas
les genera simpatía el nombre Nebulosa de Andrómeda o cuando se menciona
ley de la gravedad? ¿Por qué estos últimos nombres resultan
axiológicamente neutros, e Imperio Romano, en cambio, tiene connotación
valorativamente positiva? O, por el contrario, ¿por qué el nombre Atila
suscita antipatías por lo menos para la mayor parte de los occidentales?
Sin duda, los cuatro nombres aludidos son objetos del quehacer científico,
uno en la Astronomía, otro en la Física, y el primero y el último para la
Historia. La neutralidad en el caso de Nebulosa de Andrómeda y ley de la
gravedad es resultante de la manera objetiva y desapasionada como los
científicos manejan y enfrentan esos objetos. En la historiografía
tradicional, en cambio, los sujetos los historiadores han volcado en sus
objetos de estudio sus pasiones: odios y amores, inadvertidamente en el caso
de unos historiadores, y deliberadamente en el caso de otros. Mientras
Imperio Romano y Atila sigan suscitando simpatías o antipatías, estarán
más en el terreno de la novela o de la épica que en el de la Historia.
En descargo se ha dicho que en las Ciencias Sociales, y en la Historia por
consiguiente, el historiador, en tanto ser humano, es parte del objeto de
estudio y, al propio tiempo, el sujeto que estudia. Y que, en razón de
ello, es imposible o muy difícil alcanzar completamente la neutralidad y la
objetividad. Es frecuente por ello que, en el medio de controversiales
acontecimientos o personajes, los contemporáneos a los mismos reclamen
esperar el veredicto de la historia. Es decir, se presume que, a la
distancia del tiempo, sí puede analizarse los hechos con ponderación,
neutralidad y objetividad. Pues bien, el Imperio Romano dista ya mil
quinientos años de nuestro tiempo. ¿No es un tiempo absolutamente suficiente
como para acometer su estudio con objetividad científica, prescindiendo por
completo de juicios valorativos y pasiones, y cuyo resultado permita que,
más allá de las simpatías o antipatías que todavía pueda suscitar, sepamos
cuáles son las enseñanzas que nos ha dejado esa experiencia histórica?
En general, pareciera que muchos historiadores no se han sentido ante la
necesidad de precisar bajo qué condiciones un pueblo pasa a transformarse en
imperio. Es el caso de Barraclough y otros, por ejemplo, cuando hablan del
Imperio Romano en su Atlas de la Historia Universal. En la Tercera Guerra
Púnica (149146 aC) dicen Barraclough y sus colaboradores, los romanos
lograron penetrar finalmente (...) y conquistaron y luego destruyeron
[Cartago]. [La] anexaron al imperio [y] pasó a ser la provincia de África .
Es decir para esos autores, el Imperio Romano ya existía desde antes de la
conquista de Cartago, que, como se sabe, fue su primera conquista fuera de
la península. En otros términos, se nos presenta como que, existiendo el
imperio, anexaron a él Cartago. ¿Cuándo entonces, y en qué condiciones
previas había surgido el Imperio Romano? ¿Qué cosa, antes de la primera
conquista de otro pueblo, había convertido a los romanos en imperio? Y, ¿al
anexarse el territorio de Cartago se anexó también al pueblo cartaginés?
¿Puede anexarse un pueblo? ¿A partir de la anexión los romanos consideraron
acaso a los cartagineses como romanos, y aquéllos acaso se consideraron a sí
mismos como romanos? ¿Puede considerarse al conjunto romanoscartagineses un
conjunto homogéneo? ¿Son lo mismo el verdugo que su víctima?
En segundo lugar, fruto de las imprecisiones que prevalecen en la
historiografía tradicional, inadvertidamente se presenta a los imperios como
pueblos que, no habiéndose precisado cómo y a partir de qué, fueron
creciendo vertiginosamente con conquistasanexiones y creando
provincias. Así, las que antes eran poblaciones más o menos pequeñas, pero
internamente homogéneas, terminan siendo presentadas a los lectores como
poblaciones muy grandes, pero siempre internamente homogéneas: pequeños
pueblos que, al crecer, se convierten en imperios con muchas provincias.
Puede así leerse, por ejemplo: el imperio era considerado como una
extensión de Roma .
Confunde pues esa jerga no especializada y multívoca que sigue utilizando
libérrimamente la historiografía tradicional. Y en la confusión se refuerzan
imágenes erróneas y equívocas. Se habla, como vimos, de las provincias
romanas. Pero, como para casi todos los hombres de hoy las provincias son
parte de un país, los imperios, pues, terminan siendo imaginados como
grandes países con muchas provincias. A partir de ese erróneo concepto, ¿qué
ocurre en la mente de los lectores cuando luego se habla de la crisis del
imperio, decadencia y caída para terminar diciéndose, por ejemplo, hacia
fines del siglo [V] el Imperio romano de occidente había desaparecido .
¿Pero como puede desaparecer ese gran país que se había formado en la mente
de los lectores? Pues lo hacen desaparecer con la misma facilidad y
ausencia de rigor con que lo hicieron aparecer. Muy similares son las
equívocas expresiones que usa el profesor de Yale, Robert López. Él habla de
la decrepitud romana y, refiriéndose a la historia de Roma y China,
habla de la desaparición de las civilizaciones antiguas?
Desaparecido el imperio y desaparecida la civilización romana, creado pues
el vacío, los historiadores se ven entonces urgidos a volver a llenarlo. Así
con recursos dignos de un ilusionista, Barraclough y sus colaboradores, y
casi todos los historiadores, no tienen problema en decir: [el Imperio
Romano] fue sustituido por una serie de reinos bárbaros, los visigodos en
España y suroeste de Francia, los francos en el norte de Francia, los
ostrogodos en Italia y los vándalos en el norte de África . ¿Sustituido?
¿De modo equivalente a como en una caja puede sustituirse camisas por
pantalones que estaban en otra? ¿A dónde fueron a parar los romanos las
camisas? ¿Y de dónde salieron los visigodos, francos, ostrogodos y vándalos
los pantalones?
Y en lo que a reinos bárbaros se refiere, ¿puede, en rigor, considerarse
monarquías a las formas de organización social y política de los pueblos de
la Europa postimperial del siglo V? Finalmente, bárbaro, como bien se sabe,
era la palabra con la que, primero los griegos y luego los romanos, se
referían a los extranjeros. Pues bien, ¿no fue a los visigodos a quienes
conquistaron los romanos en la península ibérica, y a los francos a quienes
sojuzgaron en Francia ? Siendo que así fue, la historiografía moderna no se
hace problema en considerar extranjeros en su propia tierra a los pueblos
que, tras el colapso del poder imperial, quedaron libres de la hegemonía
romana. Por lo demás, la historiografía moderna no puede eximirse de la
responsabilidad de que hoy la palabra bárbaro tenga connotaciones
invariablemente descalificadoras: fiero, cruel, temerario, inculto y
grosero . ¿No es acaso oportuno empezar a dejar de usarla, dadas las
distorsiones conceptuales a que conduce, y, simplemente, hablar de
extranjeros, cuando corresponda?
En nuestro concepto, pues:
1) Los imperios no son tales porque abarcan un gran territorio y/o porque su
población es muy numerosa, sino que se constituyen de hecho cuando un pueblo
conquista y sojuzga a otro u otros. A partir de esa circunstancia, y sólo de
ella, el pueblo conquistador, grande o pequeño, y los pueblos a los que
conquista, pocos o muchos, pasan a constituir un imperio, siendo el pueblo
conquistador el que desempeña el rol hegemónico.
2) Los imperios abarcan un continuum geográfico en torno a los contextos
geográficos inmediato y mediato del territorio del pueblo hegemónico. Y debe
observarse que, desde Creta en adelante, los poderes hegemónicos incluyeron
a los mares como elemento fundamental para crear el continuum geográfico
imperial.
3) Es fundamental reconocer la heterogeneidad del conjunto social que forma
parte de un imperio y, en consecuencia, reconocer la existencia de intereses
disímiles y hasta ciertamente contrapuestos. El propio pueblo hegemónico no
puede considerarse un conjunto homogéneo. Cada una de las distintas
fracciones, clases o grupos de que está compuesto tiene y defiende sus
propios intereses, que muchas veces son incluso antagónicos con los del
grupo dominante.
4) Pero en particular hay que destacar que el pueblo conquistador y los
pueblos sojuzgados tienen y mantienen en tanto dure la relación, y aun
cuando ésta se prolongue por siglos, intereses distintos, opuestos e
irreconciliables. Esta es, sin duda, la principal contradicción que se da en
el seno de los imperios. Y en general se mantiene latente durante todo el
período en que el pueblo conquistador conserva hegemonía absoluta, pero va
creciendo a medida que el poder hegemónico se debilita.
5) En general los pueblos conquistados no son anexados y menos pues
voluntariamente se anexan, sino que son conquistados, dominados y
sojuzgados.
6) Los pueblos conquistados, aunque formal y administrativamente el pueblo
hegemónico los denomine y trate como provincias, no son tales: son pueblos
invadidos y saqueados, que mantienen siempre su anhelo de independencia.
7) La riqueza generada en el seno de un imperio equivale a una suma de valor
cero. Esto es, el pueblo hegemónico gana lo que pierden los pueblos
sojuzgados.
8) Pero debe además ponerse énfasis en que el poder imperial muestra siempre
una altísima proclividad a destinar a gasto la mayor parte de la riqueza que
extrae de los pueblos sojuzgados: inútiles construcciones faraónicas,
gigantesco gasto militar, y otras formas de dispendio entre las que destacan
la corrupción y el lujo cortesano. La cada vez creciente proclividad al
gasto, y, en consecuencia, la cada vez menor propensión a la inversión, es
quizá el principal detonante (y segunda grave contradicción) que precipita
la crisis y ulterior destrucción del poder hegemónico.
9) Los imperios, pues, no desaparecen, caen ni son sustituidos. Sino que, en
razón de las propias contradicciones que desatan en su seno, y por acción de
los pueblos dominados y otras circunstancias concurrentes, termina destruido
el poder hegemónico y queda rota o disuelta la relación entre éste y
aquéllos;
10) A partir de allí, los pueblos involucrados (tanto el ex conquistador,
como los ex dominados) vuelven a coexistir como ocurría antes de que se
diera inicio a la relación imperial, y;
11) Los pueblos conquistados, tarde o temprano, de una forma y otra, e
incluso deliberada o inadvertidamente, vengan con agresiones de distinto
género las agresiones y expoliaciones de que fueron objeto. Ese es el alto
precio diríamos la factura, que han pagado, pagan y pagarán todos y cada
uno de pueblos imperiales en la historia de la humanidad.
Para terminar, en relación con el párrafo precedente, y en torno al caso del
Imperio Romano, no existe razón alguna para seguir estigmatizando como
bárbaros, entre otros, a los predecesores de los alemanes, belgas,
franceses, españoles y norafricanos de hoy, que unánimemente se rebelaron y
vengaron del poder hegemónico romano. Ese errado y mezquino término merece
ser total y absolutamente desterrado de los textos de Historia, porque con
él se deforma grotescamente la historia de los pueblos que, en justicia, se
alzaron contra el feroz opresor.