¿Leyes de la historia?

 

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Alfonso Klauer

Hacia la construcción de la Historia como ciencia

¿Qué ha hecho el hombre desde que apareció en la Tierra? Pues nada más, pero tampoco nada menos, que, a través del trabajo, encarar la solución de problemas básicos de alimentación, vivienda, vestido, entretenimiento y seguridad ante agentes de la naturaleza; y a ellos, con el tiempo, se agregó la necesidad de encarar problemas de organización, trasmisión de conocimientos y desarrollo espiritual. Esta es sin duda la primera constante histórica.

Con la aparición de la agricultura los pueblos adquirieron la experiencia de que debían encarar el uso de los excedentes, porque éstos podían ser dispuestos ya fuera como gasto, incrementándose así el consumo inmediato; o como inversión, para asegurar el consumo futuro. Y luego, muy pronto, constataron que la proclividad al gasto, o, en su defecto, la proclividad a la inversión, afectaban sensiblemente, para mal o para bien, respectivamente, la solución de los problemas básicos. He ahí una segunda constante histórica.

Pero, muy pronto, los pueblos constataron que, internamente, habían dejado de ser grupos perfectamente homogéneos: unos individuos satisfacían más y mejor sus necesidades y normalmente ello coincidía con quienes más poder detentaban. Había aparecido pues la necesidad de encarar las relaciones internas, las mismas que, ya fuera de complementariedad o de conflicto, influían decisivamente tanto en la solución de los problemas básicos como en la forma como se encaraba el uso de los excedentes. He ahí pues una tercera constante histórica.

Algo más tarde, aunque en tiempo ya remoto, también constataron los pueblos que, estando en las proximidades, debían también encarar las relaciones con otros pueblos, las que a su turno, ya fueran de complementariedad o de conflicto, no sólo influían decisivamente en la solución de los problemas básicos, y en la manera de encarar el uso de los excedentes, sino además en las relaciones internas. He ahí entonces una cuarta constante histórica.

Por último, entrado el hombre ya a la fase de civilización, constató que si bien la naturaleza, el manejo de los excedentes, las características de las relaciones internas y las relaciones con otros pueblos los afectaban en grado sumo, en circunstancias muy particulares un determinado pueblo los afectaba en todo. A partir de allí debió entonces encarar las relaciones de dominación y hegemonía. Ésta debe señalarse pues como una quinta constante histórica.

La Historia, pues, es –debe– ser el estudio científico de cómo los pueblos, a través del tiempo, han encarado:

a) La satisfacción de sus necesidades básicas, creando cada uno su propia cultura, a partir de las especificidades del territorio en el que estuvo asentado;
b) El uso de los excedentes socialmente generados, distinguiéndose claramente qué fue gasto y qué fue inversión, y en qué proporciones de dio cada uno;
c) Las relaciones internas, y los intereses que representaba y defendía cada grupo y cómo lo hizo;
d) Las relaciones externas, de complementariedad cultural y comercial; y de conflicto y sus motivaciones;
e) Las relaciones de dominación y hegemonía, destacando las causas y los intereses que las desataban; y las consecuencias en cada uno de los protagonistas.

Mas, como ocurre con otras ciencias, en la Historia hay también lugar a la definición de axiomas básicos, afirmaciones válidas en sí mismas, o que, con el auxilio de otras ciencias, como la sicología por ejemplo, puede considerarse como tales.

El axioma fundamental de la Historia, a partir de lo que se ha constatado para el ser humano individual, habida cuenta de las excepciones que justifican la regla, es:

– Todos los pueblos aman la vida y quieren preservarla.

Y, en estricta coherencia y consistencia con éste, debe aceptarse también los siguientes axiomas básicos:

1) Todos los pueblos aspiran a satisfacer adecuadamente sus necesidades;
2) Todos los pueblos aspiran a asegurar la satisfacción de sus necesidades futuras;
2) Todos los pueblos aspiran a lograr una cada vez mayor homogeneidad interna;
4) Todos los pueblos aspiran a ser tratados con equidad y respeto por otros, y;
5) Todos los pueblos aspiran a preservar su libertad.

Aceptando todas y cada una de esas premisas, las hipótesis más relevantes de la Historia, y de la Historia de cada pueblo, son –deben ser– entonces:

– Hay razones objetivas que explican los atentados contra la vida, tanto de parte de la víctima como del agresor;
– Hay razones objetivas que explican el hambre y la miseria, y, en sentido contrario, la satisfacción y el confort;
– Hay razones objetivas que explican el empobrecimiento creciente, y, en sentido contrario, el desarrollo;
– Hay razones objetivas que explican la división y heterogeneidad social, y, en sentido contrario, la cohesión e integración social;
– Hay razones objetivas que explican ser objeto de relaciones inequitativas, y, en sentido contrario, el abuso arbitrario, y;
– Hay razones objetivas que explican la pérdida de la libertad y el sometimiento, y, en sentido contrario, la hegemonía y el sojuzgamiento.

Para todas y cada una de esas hipótesis la Historia debe –o debe ser capaz de– responder las dos siguientes interrogantes como mínimo:

– ¿Cuáles han sido las razones objetivas o causas que explican cada caso?, y;
– ¿Cuáles fueron las consecuencias de corto, mediano y largo plazo a que en cada caso dieron origen esas causas?

¿Muestra la Historia tradicional las razones explicativas correspondientes, o, si se prefiere, muestra las causas objetivas de las distintas situaciones? ¿Responde a cada una de las interrogantes para el caso de cada una de las hipótesis? No, categóricamente no. Ni a nivel general y abstracto, como Teoría de la Historia; ni a nivel particular, esto es, en la versión de la Historia de cada pueblo, nación o Estado.

Como resultado de todo ello, quizá el mayor cargo que puede hacerse a la Historia es que, si de algo los pueblos desconocen casi por completo, es precisamente de historia, de su propia historia; y si de algo desconocen total y absolutamente, es nada menos que de las lecciones que se desprenden de la historia, en general, y de su propia historia, en particular. Terrible pero incuestionable paradoja. Y conste que Historia es sin duda uno de los temas a los que más horas de atención se presta en las escuelas.

¿Cómo si no es por desconocimiento de la historia podría explicarse que el 70 % de la población estadounidense haya estado en un momento de la brutal agresión a Irak de acuerdo con la misma ? Es, sin género de duda, una consecuencia de que, por desconocimiento de las lecciones de la historia, no tienen la más remota idea, ni son concientes, de las graves consecuencias que en el tiempo habrá de acarrear esa arbitrariedad.

Y, en otro extremo, ¿cómo si no es por desconocimiento de la historia podría explicarse que gran parte del pueblo peruano atribuya nuestro subdesarrollo a que somos “ociosos”? Es pues también una magnífica prueba de que la Historia ha sido incapaz de mostrar las verdaderas causas del fenómeno. Y, tanto peor, ha permitido que deformaciones ideologicas alienantes sustituyan a la verdad.

Los historiadores, pues, en cada uno de nuestros pueblos, pero con mayores posibilidades de éxito los de las nuevas hornadas, que acederán a la investigación sin anteojeras y sin camisas de fuerza, deben acometer la titánica tarea de revisar y reformular la Historia, con el caro objetivo de hacer de ésta una ciencia.

Pero a efectos de lograr tal propósito, para dotarse de más y más adecuados recursos, deberán hacerlo como parte de un esfuerzo multidisciplinario, con el concurso de diversos otros profesionales (sociólogos, antropólogos, etnólogos, sicólogos, politólogos, economistas, agrónomos, ingenieros hidráulicos, meteorólogos, físicos, químicos, médicos, etc.).

Y, en la búsqueda de la verdad, con criterio científico, lo anecdótico deberá dar paso a lo relevante, y lo aparente al análisis que dé cuenta de lo esencial, que normalmente no se vislumbra en la engañosa superficie de los hechos.

No obstante, y por añadidura, dejando de lado prejuicios de toda índole, la nueva investigación histórica no podrá prescindir de trabajar con hipótesis previas, grandes interrogantes a las cuales intentar responder.

Pues bien, lo que sigue no es sino un intento de mostrar que todo ello es posible. Con los mismos datos que hoy provee la Historia tradicional, reordenándolos y revalorándolos en función de las grandes hipótesis que hemos adelantado, los resultados no pueden ser menos que sorprendentes: virtualmente surge una nueva Historia.

En el resultado de nuestro esfuerzo no debe esperarse un discurso expositivo que haga del tiempo la variable más relevante, y que dé pues cuenta de los acontecimientos en el orden cronológico en que se sucedieron. Ésa tarea, indispensable –pensando por ejemplo en los textos en que deben ser educados nuestros hijos–, es posterior y queda diferida.

Por encima de todo hemos privilegiado la tarea de análisis y de abstracción y síntesis, en busca de los sustratos, los elementos o factores comunes que yacen por debajo de la superficie de los hechos, e independientemente del tiempo, de modo tal de mostrar que, en efecto, hay constantes importantísimas en la historia cuyo conocimiento y conciencia de los mismos deben ocupar el sitio que hoy, en los textos y en la memoria colectiva, ocupan datos irrelevantes y anecdóticos.

 

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